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..EDITORIAL..
.Recuperando el paisaje nacional
Jóvenes paraguayos encuestados sobre lo que sería la identidad nacional, declararon en un 92,5% que el paisaje paraguayo era muy significativo para sentirla. 
 Y los encuestadores ya percibieron la ingenuidad rayana en la incoherencia e irresponsabilidad en esa respuesta, ya que eso que es considerado tan valioso y significativo es al mismo tiempo alegremente depredado y destruido.
La deforestación del Paraguay se ha vuelto la metáfora más triste y desolada de este fin de siglo. Los árboles son derribados y contrabandeados hacia otros países, quedando en medio del monte tristes vacíos de abandono, campos de soledad. El paisaje paraguayo es más recuerdo que presencia. 
Ese proceso de deforestación no es tan reciente, pero la degradación en estos casos sólo se hace notar cuando se ha traspuesto el límite y la frontera del sensatez y de la racionalidad. Es decir cuando el proceso se precipita hacia una caída irreversible. Esa frontera no siempre se percibe claramente. Y siempre suele haber excusas para condescender con el mal y disculpar lo que parece no ser el último grado de gravedad. 
Las consecuencias, sin embargo, suelen ser el sentimiento de un malestar generalizado, como si a uno le faltara el aire y la luz. Se hace difícil respirar y el horizonte se llena de humareda. 
Esa deforestación se ha llevado a cabo a pesar de las llamadas de alerta, a pesar de algunas fiscalizaciones, a pesar incluso de algunas condenas. El atrevimiento de los deforestadores ha sido más firme y constante y al fin incontrolable. La desvergüenza llegó a tales extremos que si uno no permitía que su hábitat no fuese deforestado, era amenazado con el despojo y la rapacería. Los deforestadores ya ni se molestaron en aducir razones de desarrollo ni de mejoramiento —que no las había— sino de supuestos derechos sobre el botín. 
¿A dónde vas, Paraguay? La deforestación de lo que eran sus valores sociales, culturales y cívicos parece haber sufrido grandes reveses en lo que va de siglo. Haber tenido una dictadura que por tantos años arrasó con buena parte del paisaje ciudadano, ya que los árboles de madera de ley —los hombres y mujeres de sólido y elegante porte— fueron tumbados uno tras otro, no se supera fácilmente. Hubo resistencia por parte de los mejores y de los más conscientes, pero al fin el ambiente se convirtió en un campo ralo donde lo que crece es más bien pasto de cortantes hojas, por donde se hace difícil transitar.
Las hachas y las sierras mecánicas, los camiones y las madereras que han industrializado esa deforestación ética y política tienen nombre conocido. 
Pero no bastará apartarlos del poder fáctico en el que se han asentado. Habrá que reforestar; esto es, organizar de nuevo la esperanza. Hay todavía una tierra y hay posibilidad de la creación de una nueva tierra. No será todavía la tierra sin males del los Guaraníes, pero por lo menos podrá ser menos desolada.
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