CON ALEGRÍA
Queridos hermanos, deseamos recalcar las palabras que se
repiten al final de nuestras tenidas para tratar de evitar
cualquier riesgo de equivocación sobre alguna de
las características de los verdaderos masones, en
lo que toca a nuestra Orden. Por lo que creo debemos comenzar
recordando que la Logia es una imagen del cosmos, y los
ritos y gestos que allí se efectúan son una
recreación perfectamente ordenada de la cosmogonía,
tal cual se presenta al ser humano inteligente. Sin embargo,
todo masón operativo sabe que a su vez, el orden
cosmogónico es una imagen de lo metafísico
-y de allí lo del secreto masónico-, a lo
que se ha de aspirar en cuerpo, alma y espíritu;
por eso, la necesidad y el sentido de distintos grados de
realización y conocimiento entre los Hijos de la
Viuda. Se debe comprender entonces que esta aspiración
hacia lo más alto -aéreo e inaprensible- es
opuesta a la pretensión hacia lo bajo- terrícola
y fosilizado, y por lo tanto constituye algo más
parecido a una disolución que a una coagulación.
En verdad todo este mundo que nos ha tocado vivir existe
para dejarlo, porque es una imagen ilusoria de la realidad,
lo que se advierte en el ascenso por los grados, o mundos,
que estos simbolizan, donde las cosas son cada vez más
ciertas cuanto más extrañas se nos presentan.
Pero para llegar a ello hay que arribar primero a ser Maestro
u Hombre Verdadero, y recomenzar posteriormente la ascensión
por los grados simbólicos, íntimamente relacionados
con lo supracósmico, tomando como punto de partida
el cosmos, o logos, del cual deriva el nombre de nuestro
taller. Lo que es perfectamente lógico en cuanto
se piensa que los símbolos, los ritos y los mitos
existen como mensajeros de otras realidades, y nunca para
aferramos, con tanta obstinación como mediocridad,
a ellos.
Algunos hermanos aún no pueden comprender estos conceptos
-y otros, acaso, no los comprendan nunca-, pero deben enterarse
de asuntos siempre presentes desde la época operativa
en la Masonería, donde los ritos simbólicos
e iniciáticos no podrían jamás resolverse
en el simple hecho de construir edificios, aunque estos
fueran bellísimos templos.
Es lamentable, pero hay personas que ven en la solemnidad
un valor en sí mismo, o algo que deben repetir como
si fuera el auténtico rito, y en ese sentido son
los análogos -inversos- de los que no advierten que
todo acto es solemne per se y entonces se dedican a correrías
y pillaje. Entre el tonto solemne y el pícaro sinvergüenza
no hay una gran distancia desde un punto de vista un poco
más elevado; y ambos conforman la ignorancia del
medio con la que no pueden sino autoidentificarse. Es más,
el tonto solemne y el pícaro sinvergüenza pueden
ser una misma persona. Pero no nos interesa en este momento
ningún pillo, que son pocos en las logias y que casi
inmediatamente son desenmascarados por sus hermanos, y sí
nos preocupa que el ritual, que es uno solo con la Logia,
pueda ser transpuesto por nosotros fuera con una impostación
cuasi religiosa y literal, totalmente enemiga del auténtico
Conocimiento, del Símbolo, que es verdaderamente
el trabajo al que ha de dedicarse cualquier masón.
Lo cual, por su literalidad, pueda también dañar
a la propia Orden en el mundo profano con autotítulo
de vocero "oficial". La dignidad es propia de
todo masón en cuanto es propia de cualquier Iniciado
u Hombre Verdadero; no se necesita por lo tanto impostar
la voz, ni tratar de "superar" ningún gesto,
ya de por sí solemne. Tampoco se ha de caer en el
ridículo de pretender sobrepasar a sus hermanos en
sabiduría, o de ser tan infantil como para creer
que se ha "progresado" en detrimento de otros,
lo que indicaría una absoluta falta de seriedad.
Con el maestrazgo se acabó la juventud aunque se
esté en los 20 años, porque recién
allí se comenzará a emprender el camino hacia
lo supracósmico. Quedarse por lo tanto en conceptos
literales y actitudes solemnes es a veces un daño
irreparable para cada quien por sí mismo, como para
todos aquellos que comparten nuestros trabajos y que han
ido a la Orden buscando lo que ella es, y no a grandes "sabios"
tan engolados como superficiales. Cuando en la masonería
operativa los obreros terminaban sus trabajos y los gestos
necesarios a su labor, colgaban en el taller su mandil y
desde luego no repetían esos gestos en su casa ni
con sus amigos en la sala húmeda; donde todos eran
hombres libres; tampoco los domingos, o en las innumerables
fiestas calendáricas, o en la calle, donde no corresponden
esas ropas y actitudes, puesto que el rito de la cotidianidad
es perfectamente suficiente y andan sobrando posturas de
este tipo.
Por eso al terminar nuestros trabajos repetimos en respuesta
a una pregunta la frase "con alegría",
la que nunca debería olvidar un auténtico
masón.
Así, pues, deberíamos prevenirnos y ponernos
a cubierto de lo formal -que, sin embargo, es lo que nos
ha dado nada menos que la forma- confundiéndolo,
o peor aún imaginándolo superior a lo a-formal
que es el fin de la aspiración y la esperanza. ¡Con
alegría!
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