EL SIMBOLO DE LA HORIZONTAL Y LA VERTICAL
Entre los símbolos geométricos que revelan
la estructura del cosmos encontramos el de la horizontalidad
y el de la verticalidad.
Aunque se trate de una sola línea recta, ésta,
al adoptar dos posiciones distintas, nos permite comprender
otras tantas lecturas de la realidad, que sin embargo se
complementan, tal cual podemos observar en otros símbolos
fundamentales, como es el caso de la cruz y la escuadra,
que se forman por la unión en un punto de la línea
horizontal y la vertical.
En primer término la horizontal simboliza a la tierra
y la materia, al tiempo sucesivo que progrede indefinidamente
en un plano o nivel de realidad sin posibilidad aparente
de salir de él.
Se refiere, en suma, a la lectura literal y puramente fenoménica
que el hombre tiene de sí y del mundo.
Sin embargo, gracias al doble sentido que posee todo símbolo,
también simboliza la sumisión a la ley que
regula la rectitud en nuestro comportamiento.
Esotéricamente representa un estado de pasividad
y quietud interior que hace posible la receptividad de las
influencias espirituales.
Son precisamente esas influencias las que simboliza la vertical.
Y si la horizontal se refiere al tiempo sucesivo, la vertical
en cambio representa al tiempo simultáneo y siempre
presente, que al ser percibido en la conciencia nos libera
de los condicionamientos y limitaciones terrestres.
En el hombre ese eje vertical, esencialmente activo, incide
directamente sobre su corazón, el centro de su ser,
y a partir de aquí es que comienza a ascender y conocer
otros estados cada vez más sutiles de sí mismo,
del Universo y del Ser.
Todo esto está perfectamente representado en el simbolismo
constructivo en donde la horizontal equivale al nivel y
la vertical a la plomada.
Así, la horizontal (la tierra) es el plano de base
del templo, que el hombre recorre en sucesivas etapas hasta
alcanzar el altar o centro de ese plano, en el que se encuentra
el punto de conexión con el eje vertical, el cual
lo comunica directamente con la clave de bóveda de
la cúpula (el cielo), que representa el centro del
Ser total, más allá de la cual se encuentran
sus estados supraindividuales y supracósmicos, en
donde hallará su auténtica Liberación
y Suprema Identidad.
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