LA IMPORTANCIA ACTUAL DE LA HISTORIA DE LAS IDEAS
El
estudio de la historia de las ideas es especialmente importante
en nuestros pensamientos, porque un estudio de tal índole
debiera contribuir a perfilar nuestras concepciones en torno
a la solución que puede darse a uno de los principales
problemas del día.
Este problema nos ha sido expuesto a través de un
sinfín de medios educativos y propagandísticos;
unas veces, desapasionadamente; otras, llegando a un completo
histerismo.
Los periodistas gustan de expresarle, poco más o
menos, de la siguiente forma: la ciencia y la tecnología
han hecho viables armas que pueden destruir a la especie
humana en la próxima guerra; nuestra sabiduría
política y moral, por el contrario, parece no. haber
imaginado procedimiento alguno para impedir la próxima
guerra.
Tenemos que encontrar una manera dicen de elevar nuestra
sabiduría política y moral (hasta el presente,
no cumulativa o, en el mejor de los casos, muy lentamente
cumulativa), así como sus aplicaciones, al mismo
tiempo que ocupan nuestro conocimiento científico
(rápidamente cumulativo) y sus aplicaciones a la
técnica, y tendremos que encontrarla pronto, para
evitar que se produzca la próxima guerra.
La cuestión puede exponerse en los términos,
más ecuánimes, de que ya nos hemos servido.
Lo que hemos llamado conocimiento cumulativo ha permitido
a los hombres, especialmente en los tres siglos últimos,
alcanzar un dominio extraordinario sobre su medio ambiente
no humano.
El hombre no sólo manipula la materia inorgánica,
sino que puede hacer mucho en orden a constituir organismos
vivos; puede criar animales para su utilización al
máximo por el género humano; puede tener bajo
su dominio numerosos microorganismos, y prolongar la vida
humana en los países avanzados mucho más del
límite que parecía posible hace sólo
unas cuantas generaciones.
Pero el hombre no ha conseguido triunfos de la misma entidad
en lo que respecta al dominio del medio ambiente humano,
en los niveles más altos del proceder consciente
del hombre.
El conocimiento de por qué los hombres desean ciertas
cosas, de por qué matan a otros hombres para conseguirlas,
de cómo pueden ser modificados o satisfechos esos
deseos; el conocimiento, en una palabra, de una gran parte
del campo que la conducta humana abarca, parece que es de
tipo no cumulativo más bien que cumulativo.
Ahora bien: este conocimiento no cumulativo, ya sea filosofía,
teología, conocimientos prácticos o simple
sentido común, jamás ha sido suficiente para
conservar la paz sobre la tierra, y no digamos para desterrar
de las relaciones entre los hombres toda maldad.
A no ser que nos hagamos con otro tipo de conocimientos
acerca de la conducta humana, conocimientos cumulativos
de la índole de los que poseen el físico o
el biólogo dicen los alarmistas, que regaremos a
atascar nuestros problemas en un atolladero tal, que nuestra
civilización, y hasta es posible que incluso la especie
humana, resulten destruidas.
Resumiendo la cuestión, uno de los grandes problemas
de nuestra época es el siguiente: ¿Son capaces
las llamadas ciencias sociales de poner al hombre en condiciones
de dominar su medio humano en una medida similar a aquella
en que las ciencias naturales le han consentido dominar
su medio no humano?
Un historiador de las ideas actuales se siente casi irremediablemente
atraído a centrar su trabajo en torno a este problema,
y a concretarse fundamental. mente en el estudio del modo
en que los hombres del pasado han tratado los problemas
básicos de las relaciones humanas.
En cierto sentido, compondrá una historia de las
ciencias sociales.
Convendrá señalar rotundamente que la historia
de las ideas no proporcionará, de por sí,
las contestaciones a los problemas que nos atormentan actualmente
a todos.
Estos problemas no pueden ser solucionados más que
por el esfuerzo colectivo de todos nosotros, y por procedimientos
que no es capaz de predecir el más sabio de los filósofos
o de los científicos, y, casi nos atreveríamos
.a decir, ni siquiera el más sabio de los periodistas.
Si las ciencias sociales siguen la ruta emprendida por las
naturales, las respuestas a los grandes problemas serán
dadas por el tipo de personas que llamamos genios; pero
éstos no serán capaces de dar dichas respuestas
más que basándose en el paciente trabajo de
miles de obreros de la investigación y de la vida
práctica.
Y lo que aún es más importante, sólo
podrán ser traducidas esas respuestas, en una sociedad
democrática, a una acción social efectiva,
si los ciudadanos de dicha sociedad tienen cierto conocimiento
básico acerca de qué es lo que está
pasando.
El estudio de la historia de las ideas puede ser provechoso,
tanto para los que realizan una activa labor en cuanto a
las relaciones humanas como para aquellos cuya tarea principal
se desarrolla en otros terrenos.
Para los que se ocupan directamente de las relaciones humanas,
bien como sociólogos, -bien como trabajadores prácticos,
es de la mayor importancia el conocimiento acerca de cómo
se han comportado los hombres en el pasado.
Ya veremos en un capítulo posterior que el problema
relativo a los usos y limitaciones del estudio histórico
ha constituido motivo de repetida controversia en ciertos
períodos de nuestra civilización occidental.
Siempre ha habido individuos a los que el estudio de la
historia se les ha antojado inútil y hasta vicioso,
como si fuese una limitación en esas posibilidades
que el espíritu humano tendría de irse remontando,
si la historia no lo arrastrase por los suelos.
Pero el veredicto general de nuestra civilización
occidental ha sido el de que el conocimiento de la historia
es, como mínimo, una ampliación de la experiencia
del individuo, por lo que tiene para la inteligencia humana,
que se sirve de la experiencia, un determinado valor.
Y, ciertamente, el tipo de conocimiento que hemos denominado
cumulativo-ciencias naturales --- está condicionado
por ese punto de vista, según el cual, las generalizaciones
válidas dependen de la amplitud de nuestra experiencia,
incluida en ella lo que comúnmente llamamos historia.
Así, las ciencias históricas o genéticas,
tales como la geología histórica o la paleontología,
son tan esenciales como las analíticas (la química,
por ejemplo) para conseguir las realizaciones de las ciencias
naturales.
Respecto de las sociales, la historia desempeña un
papel igualmente imprescindible.
Para que puedan avanzar las ciencias sociales habrá
que completar la experimentación y el trabajo sobre
el terreno con la historia.
Para que no perdamos el tiempo en callejones sin salida,
es esencial que dispongamos de un registro amplio de las
cosas que el hombre ha ido haciendo en el pasado.
La Organización Educativa, Científica y Cultural
de !as Naciones Unidas (UNESCO) está empeñada
en un vasto estudio cooperativo de esas tensiones que amenazan
resolverse en conflictos violentos.
Ninguna de dichas tensiones puede comprenderse sin prestar
cierta atención a las respectivas historias, a las
historias de los litigios que las alimentan.
La
historia proporciona de este modo algunos de los datos esenciales,
la materia prima de los hechos, el registro de los ensayos
y de los errores, que son precisos para llegar a una comprensión
de la forma de proceder del hombre actual.
Pero más importante todavía es la utilidad
que el conocimiento de la historia, y especialmente de la
historia de las ideas, puede suponer para todos aquellos
de nosotros que realizamos esas numerosas e importantes
tareas de nuestra civilización que no exigen un conocimiento
especializado de las ciencias sociales, o para el trabajo
de creación dentro de las mismas.
Puede perfectamente imaginarse una sociedad en que un puñado
de hombres entendidos manejasen, con destreza y eficacia,
las masas humanas; Aldous Huxley ha imaginado una sociedad
precisamente así en su novela Brave New World (traducida
al español con el título de Un mundo feliz),
y B. F. Skinner ha inventado otra, más ingeniosa
todavía, en su libro Walden Two.
Es un ideal que tienta a menudo a los que tienen temperamento
de ingeniero.
Pero este producto de lo que pudiéramos llamar "la
ingeniería de la cultura" no sería una
sociedad precisamente democrática e, incluso, si
pudiéramos llegar a conseguirlos, lo que es en extremo
dudoso, ciertos pueblos educados en ciertas tradiciones
nacionales no serían posiblemente capaces de trabajar
en pro de tal sociedad.
Acostumbramos confiar en las soluciones democráticas,
amplias y voluntarias de nuestros problemas, en las soluciones
a que se llega a través de una discusión extensa
y libre de los mismos y de decisiones que se toman como
resultado de cierto tipo de recuento de las de los individuos.
Es indiscutible que los científicos, la minoría
creadora, propondrá soluciones; pero no se llegará
a ellas hasta que todos nosotros las comprendamos y las
pongamos en práctica porque las comprendemos, las
aprobamos y las deseamos nosotros mismos.
También en este punto puede servimos de ilustración
lo que ha ocurrido con las ciencias naturales.
Los patólogos, los inmunólogos y los médicos
en general han realizado ese trabajo creador por el que
están a punto de ser desterradas ciertas enfermedades,
como ciertas enfermedades contagiosas por ejemplo.
Pero en nuestra sociedad este considerable progreso, en
lo que a la salud pública se refiere, ha sido posible
debido, única y exclusivamente, a que en estos últimos
tiempos una inmensa mayoría de la gente ha llegado
a tener una idea, aunque un tanto imperfecta, de la teoría
sobre el origen bacilar de las enfermedades, y debido también
a que ha deseado desterrar las mismas, colaborando libre
e inteligentemente, en su mayoría, en el trabajo
de los expertos.
Es cierto que se han conseguido algunos avances en cuanto
a la eliminación de ciertas enfermedades, por técnicos
que han trabajado en medio de una población ignorante,
una población con ideas completamente distintas a
las que nosotros tenemos sobre las enfermedades.
Hasta en la misma India y en África se ha mejorado
la salud pública.
Pero esta mejora ha sido más lenta que entre nosotros,
y menos firme, y ello precisamente porque esos técnicos
no han podido compartir realmente sus conocimientos con
el resto de la población, sino que han tenido que
recurrir a su autoridad, a su prestigio, a su capacidad
de persuasión y hasta a diversas estratagemas, para
imponer sus prescripciones.
El
proceso que sigue una innovación acertada, desde
que en el cerebro del genio surge la idea hasta que se difunde
activamente, alcanzando los más amplios círculos
de seres humanos proceso que ha constituido el tema de los
últimos párrafos, es uno de los muchos problemas
importante, acerca de los cuales nuestro conocimiento es
todavía relativamente reducido.
Podemos tener la seguridad de que hay en ello problemas,
y de que la engañosa frase, atribuida a Emerson,
de que , si un hombre inventa una ratonera más perfeccionada,
el mundo construirá un sendero hasta su puerta",
algo que, como mínimo, nos desorientará.
Es posible que los senderos formen una verdadera maraña
, puede también que no haya en absoluto sendero alguno.
La vacunación tuvo primero que ganarse a la clase
médica y después al público, a pesar
de que, en general, el proceso de su popularización
ha sido relativamente sencillo.
Y ¿qué decir de las ideas de Marx?
¿Qué tortuoso sistema de caminos ha podido
enlazar el Museo británico con el Kremlin?
Y adviértase que, en lo que a este punto respecta,
no existe, ni aun entre los entendidos, ese grado de consenso
general sobre la verdad y la validez de las ideas de Marx
que, en lo que se refiere a la vacuna, se ha alcanzado.
Si nuestros entendidos llegan a dar efectivamente con procedimientos
para curar, o al menos para mitigar, enfermedades sociales
tales como la guerra, las crisis, el paro, la inflación,
la delincuencia, el crimen y todo ese cortejo de miserias
que acompaña al mal, no conseguirán que resulten
viables dichos procedimientos, a no ser que todos nosotros
tengamos cierta idea de por dónde se andan.
Y si en nuestra propia época no es muy grande el
progreso de las ciencias sociales, y si tenemos que confiar
en ese tipo de dirigentes y de ideas sobre los seres humanos
a que nuestros antecesores tuvieron que acogerse, estará
claro que será más importante todavía
el que todos los miembros de una sociedad democrática
tengan ciertos conocimientos sobre la historia de las ideas.
Si en nuestros días nos fracasan los entendidos y
nos vemos precisados a acogernos otra vez al sentido común,
es importante que el sentido común sea verdaderamente
común.
La historia, al igual que todas las formas de la experiencia,
constituye una guía sumamente útil para la
formación del sentido común.
Es una guía, no un dirigente infalible ni un fautor
de milagros.
Si lo que queréis es milagros deseo, en verdad, muy
típicamente humano, tendréis que buscar en
algún otro sitio que no sea la historia, porque Clío
es una diosa muy limitada.
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