La Herreria
Para
hacerme al mundo
de aquellas herrerías
que uno vuelve a sentir como fuera del tiempo,
para memorar a tantos artesanos
que el progreso devolvió a la fábula,
a murales con dioses,
al inhallable escombro de olimpos con centauros;
para hacer mis sentidos al apurado incienso de los cascos,
a la lograda exactitud del temple,
a las obscuras tinas boquiabiertas
devolviendo su bronca de vapores,
a la fugaz zambullida de los fierros;
para tener participación en aquella apoteosis
de sonidos atletas y formas musculares,
me bastaría sentirme otra vez niño
y recordar los versos que alguna vez sin dueño
tal vez dejó en mi infancia.
Desde
la fuerte oscuridad del humo
el fuelle me repite sus esfuerzos
como un chato animal mordiendo el aire
con sus branquias de hollines y jadeos.
Entonces
me sería posible decir
que para recordar al asmático jadeo de aquel fuelle
que inflaba y desinflaba
las hondas planchaduras de su cuerpo,
tengo necesidad de reencontrarme en niño,
recuperar la risa, y remontar otoños
que fueron en mis locos barriletes.
Para
ver a mi padre decidir el cumplimiento de sus brazos,
convenir los actos para enfrentar el desafío de los
fuegos
hasta la victoria que le permitiría arrancar
el enceguecimiento de las fraguas
gruesas lonjas de luz
consteladas de chispas minerales;
para obtener lo señalado,
es decir, para dar testimonio de visto y sentido,
tengo que olvidar tecnologías, buscar la luna,
tratar de amuchacharme.
Para
poder comprobar con cuanto de uno cae la maza
cuando se ha decidido la mutación de forma y resistencia,
y de cómo y cuanto aportará la trancha
al compás militar de los martillos
que imponen sus acústicos desfiles
al tozudo atambor de las bigornias.
Para
entender ese enloquecimiento de badajos
y el zodiacal vaivén de la herradura,
tengo que volver a mi aterida infancia, lejos de aquí
y de mí.
(
Porque la herrería - pensando por el niño
-
tiene algo de oscuro campanario
de bárbaro hospital, de oficio con misterio y prohibiciones).
Y digo campanario, misterio y prohibiciones,
porque a veces recuerdo aquel túnel de astillas luminosas:
la corredora batalla de martillos;
el mural de figuras parnasianas
y los golpes, ¡ golpes emocionantes como himnos !
cosas y esfuerzos que puedo discernir partiendo de mi padre.
¡
Aquello era de ver con el alma y el cuerpo !
Y
digo de mi padre lo que digo porque todavía lo recuerdo
de pié, con su ritual presencia de combate,
mandando al resplandor mas resplandores
y órdenes de acatamiento a los metales.
Pensando así las cosas se me ocurre
que alguien me va cantando lo que yo voy diciendo;
Entonces - para entender por mi
lo que a través de mi buscan los versos -
tengo que regresar a inexplicables miedos
y desandar laberintos de violencia
hasta entender la muerte de mi padre.
Y
eso sería como salir del herrero, abandonar las fraguas,
dar la espalda al hacer de la herramienta,
salir de mi y de todos los trabajos desmelenados en huelga
y tiroteos;
para volverme con asombro y en persona
a todas las incógnitas del tiempo,
a ese pequeño instante que fue la muerte de mi padre
¡casi la de mi cuerpo!
¡Eso
sería tal vez!
Agustín
Perez Pardella. A la memoria de mi padre.
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