Persona Y Cosmos Persona
Personalidad y su Cosmovisión.
Una nueva visión a través de la red de redes
de la Sociología, humana , orientada al mejor conocimiento
de este nuevo camino que recorreremos juntos y la relación
de los seres vivientes y el hombre con el Cosmos.
La preocupación por la persona, es una de las características
de nuestro tiempo; esa palabra, de confuso sentido en el
uso común, que anteriormente solo se manejaba con
significación rigurosa en las discusiones filosóficas
y, con estrecha acepción técnica, en la terminología
jurídica, ha llegado a tener un empleo frecuente
en nuestros días , y ocurre a cada paso en las controversias
políticas y sociales.
Hay en este momento filósofos que se llaman personalistas,
y debemos reconocer también que ciertos grupos minoritarios
iniciaron hace años, especialmente en Italia Francia
y Alemania, la revisión de muchos problemas concretos
a la luz de un personalismo político social, en análisis
notables por la originalidad y la posibilidad cercana de
aplicación práctica; ha de destacarse, entre
otros resultados, unas tesis sobre la propiedad, abundantes
en distinciones precisas y juiciosas, que sacaban la cuestión
de los términos acostumbrados.
No deberíamos decir que el tema de los derechos del
hombre tiene ya una respetable antigüedad en los planteos
políticos, y que no se hace sino aplicar ahora a
un hombre nuevo cuando al hombre se substituye la persona..
Cuando una denominación nueva se impone, es porque
hay un concepto nuevo que no cabe cómodamente en
la palabra usada antes.
La amplia circulación que en el uso cotidiano ha
cobrado la noción de persona humana indica que ciertas
dimensiones o valores humanos han sido vistos y apreciados
de otro modo, o por lo menos, que han sido tácitamente
admitidos por sectores que anteriormente no reparaban en
ellos.
Sin entrar a examinar todo esto, debemos señalar
solamente un matiz diferencial, entre lo que vaga y habitualmente
se entiende por " El hombre " y lo que se entiende
por " persona humana ":
En el primer caso, preponderan los intereses y aspectos
materiales del individuo humano, aunque no se dejen de advertir
los otros, y el hombre es visto como una realidad; en el
segundo caso, se piensa además - y acaso en primer
término --- en el hombre como una dignidad, se le
considera como el sujeto de elevadas finalidades morales
e históricas que le son inherentes y que en él,
deben ser fomentadas y respetadas.
No creo que sea esta la ocasión de dilucidar lo que
sea el hombre en cuanto a persona; nos atenemos por el momento
a lo dicho siempre y en diversos trabajos y seminarios que
se realizaron en distintos escenarios del mundo.
Basta eso y aun la idea corriente de la persona que todos
manejamos , para los fines que estamos persiguiendo.
Debemos anotar únicamente, aunque nos parezca ocioso,
que esa idea no incluye cualquier modo de ser de lo humano.
Si no renunciamos a considerar personas al demente, al criminal,
y al que se hunde en la abyección, es porque juzgamos
que la condición de la persona corresponde en principio
a todo miembro de la comunidad humana, y que las perversiones
y extravíos no hacen sino aplastar u obscurecer en
quienes padecen esa condición que con todo perdura
en ellos latente o soterrada.
Todos sabemos muy bien lo que compete a la persona humana
en el orden de los deberes y derechos, aunque discrepemos
en uno u otro detalle; lo que la vulnera y ofende desde
el exterior, y lo que, en la conducta y actitudes de cada
uno, la disminuye por designio propio y desde adentro.
Siempre he creído que la plenitud de la persona es
el ideal del hombre, como individuo y como especie, y que
en ese sentido, es cierta la tesis de que el fin de la evolución
histórica es la realización o actualización
de la humanidad, esto es, de ese ideal que coincide con
la perfección de la persona en el hombre.
Si se prescinde de las culturas menores y de las mixtas,
no hay sino culturas que afirman la persona y culturas que
la desconocen o la supeditan a otros fines.
La cultura de occidente se ha decidido por la persona, en
los términos que hemos procurado definir siempre
y en todo momento y ante cualquier circunstancia.
El éxito indiscutible de esa cultura, pese a todos
sus tropiezos y aun a todas sus catástrofes; lo innegable
es de que en nuestros días asume la jerarquía
y el papel de cultura ecuménica, prueban que en ella
más que en ninguna otra, encuentran satisfacción
las mayores y más permanentes exigencias del hombre.
La personalidad, pues, parece ser la actual o posible culminación
humana, la fusión de lo afectivo y lo ideal en el
hombre, la conjunción en él, de realidad y
dignidad, de vida y valor.
Dada esta índole suya, es comprensible que sea tanto
una afectividad como una aspiración, una entidad
como un imperativo, y que su perfeccionamiento y constante
vigencia en los seres humanos se configuren como una tarea
infinita, como la gran faena histórica.
La finalidad de la historia y aun su sentido - porque no
hay otro sentido imaginable para la progresión histórica
--, no pueden ser sino la depuración y el afianzamiento
de la instancia personal en el hombre y su victoria sobre
las fuerzas que se oponen a ella.
Pero, con esto, me pregunto si estará todo dicho,
y así será la persona una instancia sin alcance
ni significación fuera del orden de lo humano, de
lo histórico, de lo espiritual ?.
El resto de la realidad será totalmente indiferente
a la persona, sin la menor relación, sin el menor
enlace con ella ?.
Cualquier inspección del todo nos lo revela compacto,
trabado, solidario.
Nuestra inteligencia, a medida que ahonda en su urdimbre,
descubre por ordenaciones, correlaciones, intercambios regulares,
secuencias; la novedad que aparece en sus planos sucesivos
supone, sino un condicionamiento de necesidad evidente ,
el terreno propicio que la sostiene y alimenta.
Cuando, por un lado debemos resignarnos a la comprobación
del azar, por el otro restablecemos el orden dentro de la
esfera del azar mismo, ya que somos capaces de someterlo
a cálculo y, dentro de determinados límites,
hasta previsión.
La existencia misma del todo como un cosmos, de sus partes
como órgano con sus peculiaridades y normal funcionamiento,
atestigua la consistencia del vasto conjunto, una recia
arquitectura que será o no inteligible, que nuestra
razón podrá abarcar o no en su total estructura
y en sus detalles, pero, que indiscutiblemente reposa sobre
cimientos sólidos.
Cuando ciertos hechos nos inclinan a admitir la arbitrariedad,
el azar, el indeterminismo, lo contingente y demás
etcéteras , debemos tener presente este otro hecho,
primario y gigantesco: la existencia misma del cosmos, que
es indudable que no data de ayer, que prueba su consistencia
, su robusta ordenación desde el punto de vista del
ser y del acontecer.
La noción de cosmos, es inseparable de la de la individualización..
La más remota filosofía Griega, suponía
una o pocas substancias primigenias, que se particularizaban
luego en la ilimitada galería de los seres y las
cosas; el tránsito era resueltamente de lo indeterminado
o no especificado, o, en todo caso, de lo menos a lo más
especificado; esto es, la aparición de un régimen
de progresiva especificación.
Una o varias substancias madre son la materia prima con
que se elaboran las innumerables realidades cuya concertada
multiplicidad constituye el cosmos, y esta noción
de cosmos exige la de una diversidad armónicamente
dispuesta, porque la confusión y unitaria amalgama
de principios y elementos la informe masa sobre la cual
no ha caído todavía el troquel individualizador
que la desgaje en ejemplares diferentes y bien recortados,
es sencillamente el caos.
La nebulosa primitiva de la teoría que idearon casi
simultáneamente Kant, Laplace y Lambert, es también
una especie de caos, que pasó a ser cosmos por particularización
o individualización; y sobre esa pauta imaginaron
otros filósofos su esquema universal, en el que la
evolución sigue un proceso de individualización
progresiva, que va de lo menos, a lo más diferenciado.
Los átomos de nuestra ciencia, primeros ladrillos
del edificio natural, son individuos físicos; debemos
imaginar antes que ellos, con anterioridad lógica
o temporal, un caos indiviso del cual surgen coágulos
dotados de un principio interno: ese caos que ya parece
estar en la mano del hombre reproducir, que aquel cercano
final de la explosión de Hiroshima, de tan triste
memoria.
Los átomos-individuos primordiales si no queremos
atribuir también la condición individual de
sus elementos--- fundan el mundo engendrando otro individuos
especificados, peculiarizados, dotados de propiedades que
los definen y singularizan y que son las moléculas.
La inventiva, la capacidad individualizadora de la realidad
física es grande, pero, con todo, limitada; sensiblemente
un átomo es igual a otro de un mismo cuerpo simple,
una molécula es igual a otra de la misma especie.
Además, algo falta a esos individuos para serlo con
plenitud: obedecen a un principio que les es inmanente,
pero que no les es propiamente íntimo.
No arriesguemos la suposición de que propósito
oscuro, ínsito en el cosmos, o una voluntad trascendente
a él, quiere llevar adelante la individualización,
producir individualidades que lo sean cada vez con más
claro derecho, más completa y cabalmente; no aventuremos
esa suposición ni aún con el carácter
de hipótesis.
Pero el caso es que las cosas se suceden como si tal propósito
existiera.
Porque la vida no es sino un inmenso taller de individualidades;
es como el incansable esfuerzo consagrado a crearlas, diversificarlas,
mantenerlas y convertirlas en origen de otras que nacen
de ellas.
Sobre el terreno relativamente homogéneos y constante
de lo físico, la vida brota como una loca fantasía
plasmadora, como un furor dionisiaco que crea sin reposo.
Y entre los muchos nombres de la vida destaquemos éste:
individualidad.
Lo que la vida plasma, lo que crea sin término, son
las formas individualizadas.
Los individuos vivos no son meros coágulos de sustancia
ni sistemas organizados mediante meros vínculos físicos.
Son seres que se gobiernan así mismo, se autorregulan,
convierten la sustancia allegada en cosa propia y en fuerza
para actos dirigidos, regeneran sus partes destruidas y,
en mayor o menor medida, colonizan su entorno.
Hay en ellos un foro íntimo en el cual resuena la
vida, al cual llegan los estímulos externos y del
cual parten las respuestas adecuadas.
Y no muestran entre ellos la unidad neutra de los individuos
físicos dentro de las correspondientes especies,
sino que ostentan peculiaridades francamente individuales,
diferencias francamente notorias de individuo a individuo.
Cada ser viviente, ya sea planta, humano o animal, son una
unidad incomparable a cualquier otra, una irrepetible encarnación
de la vida.
Si la realidad tuviera un alma capaz de dolor y de gozo,
permanecía indiferente cada vez que un átomo
se rompe o una molécula se disgrega, tranquila con
poseer la matriz que acuña átomos y moléculas,
pero derramaría el llanto que suscita la irreparable
cada vez que una gramínea se seca o una hormiga se
muere.
Y sin embargo, esa realidad, aun lamentando las muertes
incontables, proseguiría el juego equilibrado de
las creaciones y las destrucciones, conforme la famosa distracción
intelectual de madame Blavatsky , porque su oficio, es producir
de continuo formas nuevas, tomar cada una como el esbozo
de otra.
Una prodigiosa variedad de formas, en proliferación
constante, es lo que se advierte desde fuera en el eterno
espectáculo de la vida.
Pero el prodigio mayor no está en las formas, gesto
exterior de la individualidad, sino en lo que palpita en
ellas.
Rigurosamente esas formas son individuos, seres centrados
en sí y que, por decirlo de algún modo, no
son meras configuraciones en las que parcial y pasajeramente
se recoge y circunscribe en flujo vital, sino que propiamente
SON , existen por si mismos, y es como si cada uno se hiciera
cargo de la vida, la administrara por su cuenta el lapso
que le es concedido, y legara luego, algo o mucho de sí
a sus descendientes, o a sus herederos.
Sobre todo, la individualidad permite los dos planos vitales,
contrapuestos al plano único de lo físico;
esa doble faz de la vida, que es suma de procesos y es también
repercusión de esos procesos en un foco o centro
que se va haciendo poco a poco más resonante, más
denso, más organizado, más dueño de
sí , desde la interioridad pobre y casi física
de los organismos unicelulares, hasta la psique, casi humanas
a ratos, del perro o del cuadrumano.
Max Scheler, nos decía en palabras casi solemnes,
" que hay una gradación, en la cual un ser primigenio
se va inclinando cada vez más sobre sí mismo
en la arquitectura del universo, e intimado consigo mismo
por grados cada vez más altos y dimensiones siempre
nuevas, hasta comprenderse y poseerse íntegramente
en el hombre ".
Estas palabras nos acercan otra vez, a la persona, tras
el inevitable rodeo.
Las formas individualizadas en general, y más especialmente
los individuos en los que la vida se acendra y espesa paulatinamente
en un centro, adueñándose de sí, nos
aproximan a la forma suprema de la individualidad, que en
el fondo, no es más que la personalidad.
Las individualidades físicas y las vivientes simulan
una escalera cuyo último escalón ocupa la
persona humana; situación de excepción y privilegio,
porque desde esa altura se respira un aire purísimo
y se contempla un amplio panorama, y de peligro, porque
la posición no siempre es cómoda , resulta
arduo mantener el equilibrio y el que desde allí
cae - literalmente - se rompe el alma.
La metáfora de la escalera, como toda metáfora,
es para lo metaforizado un traje de confección que,
si viene bien el talle, suele tener cortas mangas o largos
los pantalones, aunque lo normal es que ni el talle, ni
las mangas, ni los pantalones convengan del todo al cuerpo
que visten; pero basta que cubran el cuerpo que los viste,
y permitan apreciar su relieve...
La procesión de las formas individuales se escalona,
en efecto, porque naturaleza, contra lo que sienta el aforismo,
hace saltos, y aun saltos grandísimos; por eso no
hemos adoptado la imagen de la rampa, que parecería
una figura mas apropiada a algunos detractores de esa teoría.
La instalación de la personalidad en el escalón
superior debe ser aclarada desde ciertos aspectos.
Así como más arriba de ese escalón
no hay otro, la personalidad señala un nivel que
no tolera otro más alto; le basta afirmarse y perseverar
en él.
Pero entre los escalones de la escalera hay distancia pareja,
mientras que el intervalo entre los grados de la realidad
es muy diferente; el que aparta la personalidad de todo
lo anterior es inconmensurable, porque es el gran salto
desde la naturaleza del espíritu.
Alcanzar la personalidad es situarse en el plano espiritual,
y renunciar a la persona es para el hombre caer en plena
naturaleza, como, en el plano natural, la planta o el animal
que muere y se disgrega recae en último término
en lo inorgánico, en lo físico.
Estoy convencido que ahora estaremos viendo la intención
a que apuntó el título de este trabajo.
La personalidad, aunque únicamente se da en el hombre,
no es cosa que exclusivamente deba ser considerada en la
humanidad y en el ámbito en que temporalmente se
realiza, que es la historia.
Aparte de su propia significación y del dolor absoluto
que le asignamos, es la expresión suma de un impulso
que recorre la realidad y la empuja hacia adelante y hacia
arriba.
Si hay cosmos y no revuelto caos, ello es porque hay individualidades
físicas.
Si la realidad, se interioriza consigo misma, se refleja
y centraliza en sí, como en el foco de un espejo
cóncavo y se va haciendo progresivamente cargo de
su propio ser, es porque hay individualidades orgánicas.
Si esa realidad llega a contemplarse objetivamente a si
misma en el libre y desinteresado saber; a transfigurarse
en el arte; a levantarse sobre si misma en cuanto a existente
al proclamar que algo debe ser, aunque eso que debe ser
no sea ahora, ni nunca haya sido, ni acaso llegue a ser
jamás, ello ocurre porque se ha sublimado en el formidable
salto que la pone infinitamente por encima de las estrellas.
Aun ignoramos si Dios tiene una dirección y un sentido
marcado desde sus orígenes, desde su raíz;
pero, es lícito pensar o al menos reconocer que ha
engendrado un sentido y que ese sentido, es la persona.
Herirla desde afuera, tolerar su desmedro desde adentro,
es iniciar un retroceso, una marcha en dirección
contraria a la que el todo muestra; es, por lo pronto, descender
desde el plano del espíritu al de la naturaleza,
pero es también comenzar el avance en dirección
al caos.
Es repetir en lo humano, la trágica experiencia vivida
en la primera experiencia de la explosión de una
bomba atómica que cayó sobre la especie humana.
Angel Perez Pardella Luchessi.
|