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...Creencia inteligente 
e inteligencia creyente

“La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo."

Kevin O'Higgins, S.J.
Con estas palabras introductorias, el Papa Juan Pablo II resume la tesis central de su última encíclica sobre la relación entre la fe y la razón. Se trata, pues, de una reafirmación de la tradición católica, que siempre ha confiado en la complementariedad de las diversas vías de acercamiento a la verdad y, en último término, a Dios.
.RACIONALISMO Y FIDELISMO
En la actualidad, esta tradición se ve amenazada no sólo por las múltiples corrientes del racionalismo ateo, sino también por "rebrotes peligrosos de fideísmo, que no acepta la importancia del conocimiento racional y de la reflexión filosófica para la inteligencia de la fe y, más aún, para la posibilidad misma de creer en Dios" (n.55).  Sintomático de esta última tendencia, dice el Papa, es "el ‘biblicismo’, que tiende a hacer de la lectura de la Sagrada Escritura o de su exégesis el único punto de referencia para la verdad" (Ibid.). Cuando la inteligencia es perezosa o, peor todavía, ausente, puede pasar cualquier cosa. Si dejamos de pensar, nos quedamos con nuestros sentimientos, preferencias y opiniones, pero sin poder dar razón de ellos. El Papa nos advierte del grave riesgo que eso significaría para la fe.
Los católicos no somos ni racionalistas ni fideistas. Somos creyentes que confían en la inteligencia y la razón como dones que provienen del mismo Creador que es objeto de nuestra fe. Los seres humanos somos inquisitivos por naturaleza. Somos buscadores e investigadores incansables. Nuestro deseo espontáneo de conocer exige que busquemos lo inteligible. Tanto los micro detalles del mundo subatómico, como el vasto misterio del cosmos, nos resultan fascinantes y desafiantes. El enigma más hondo de todos es el hombre mismo, este ser extraordinario que se encuentra "echado" entre las cosas, pero, al mismo tiempo, intuye que su verdadero destino es otro. No somos animales que se contenten con un mero flujo de datos; observamos todo lo que acontece a nuestro alrededor, pero luego nos preguntamos por su significado y su valor. Estas preguntas marcan la diferencia abismal entre nosotros y los demás habitantes de la tierra. 
.ENCONTRAR A DIOS EN TODAS LAS COSAS
La Iglesia afirma que la respuesta definitiva a nuestra búsqueda se encuentra sólo en Dios, el Autor inteligente de lo inteligible, el Creador amoroso de lo bello, el origen del valor y del sentido anhelados y exigidos por la razón humana. Por un lado, los distintos caminos de búsqueda (la ciencia, el arte, etc.) complementan y enriquecen el acto de fe, y por otro, la fe ilumina y orienta nuestra exploración del universo, anticipando su resultado final. Se trata de confiar no sólo en el Creador, sino en su Creación. Si profesamos amor a Dios, no cabe desconfiar del mundo, que es su gran obra. Lo creado refleja, inevitablemente, los rasgos esenciales de su creador, de la misma manera que el alma del artista se revela en sus obras. Desde hace mucho tiempo la Iglesia ha sido patrocinadora de las artes y las ciencias, precisamente porque confía en la inevitabilidad de encontrarse con el Autor cuando se profundiza en la exploración de su obra. Cabe mencionar que, en esta encíclica, el Papa sigue pidiendo disculpas por el hecho de que, en épocas pasadas, la postura oficial de la Iglesia se ha caracterizado más bien por la desconfianza. Es notable, por ejemplo, que cuando busca una fuente para apoyar su defensa del equilibrio entre la fe y la ciencia, opta por citar, no a algún pensador tradicionalmente aceptable, sino al valiente Galileo Galilei (nota 29).
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