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 LA PREGUNTA FILOSOFICA
Entre los medios que nos ayudan a avanzar y profundizar en el conocimiento del mundo y de nosotros mismos, "destaca la filosofía, que contribuye directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a trazar la respuesta" (n.3). Si la ciencia se encarga de informarnos acerca del qué y el cómo del mundo, la filosofía pregunta sobre su por qué y su finalidad. El momento actual se caracteriza por una verdadera explosión en la cantidad de información disponible, pero fácilmente nos sentimos mareados y perdidos. Tenemos la sensación de saber mucho, menos lo más importante. Los datos se multiplican vertiginosamente, pero su significado profundo se esconde de nosotros. Ya hace dos siglos, el filósofo alemán Immanuel Kant resumía la inquietud angustiante del hombre moderno en las siguientes preguntas: ¿Qué puedo saber?; ¿Qué debo hacer?; ¿Qué puedo esperar? 
En la víspera del siglo XXI, nuestra angustia se ha agudizado más todavía. La tecnología nos está proporcionando medios cada vez más asombrosos, pero, ¿sabemos hacia dónde dirigirnos con ellos? Navegamos por el espacio y el cyberespacio, pero intranquilos, sin rumbo, sin puntos de referencia fijos. En la perplejidad y el asombro, puede nacer de nuevo la pregunta filosófica, como manifestación de una necesidad profunda, que no debemos ignorar. Más que una opción, la pregunta por el sentido y el valor de la vida es una exigencia de nuestra inteligencia racional.
 JUAN PABLO II Y LA FILOSOFIA
El Papa Juan Pablo II se siente sumamente cómodo en el mundo de las preguntas filosóficas. Indudablemente, él tiene su lado místico y los veinte años que han transcurrido desde de su elección han sido un continuo testimonio de una fe profunda. Pero este Papa es, también, un pensador nato. Antes de su ordenación episcopal, Karol Wojtyla enseñaba ética en la Universidad de Cracovia, en Polonia. En aquella época, su filósofo preferido era Max Scheler, un discípulo de la escuela fenomenológica de Edmund Husserl. La decisión reciente de canonizar a Edith Stein, también discípula de Husserl, puede interpretarse como un indicador más de la preferencia de Juan Pablo II por el estilo fenomenológico. 
La encíclica Fides et ratio demuestra que el Papa no ha perdido el gusto por la filosofía. Es más, él sigue pensando que el desafío fundamental de la actualidad es esencial e inevitablemente filosófico: "La Iglesia ve en la filosofía el camino para conocer verdades fundamentales relativas a la existencia del hombre. Al mismo tiempo considera a la filosofía como una ayuda indispensable para profundizar la inteligencia de la fe y comunicar la verdad del Evangelio a cuantos aún no la conocen" (n.5).
La filosofía fenomenológica representa uno de los intentos de abrir una nueva vía de acceso a la realidad objetiva. La necesidad de encontrar un nuevo método surge a raíz del colapso del realismo en que se habían basado los tratados metafísicos y éticos tradicionales. En el mundo filosófico, el inicio de la transición del optimismo medieval a la sospecha moderna suele identificarse con la figura de Descartes. Sin embargo, es más bien Kant quien da el golpe mortal cuando pretende señalar los límites del alcance de la razón humana. Kant traza una línea divisoria entre lo real-en-sí y lo real-cognoscible, que hace imperativa la búsqueda de una alternativa al realismo tradicional. El tema no podría ser más "grave" (como diría Heidegger), pues se trata de la posibilidad de comprender no solamente la realidad que nos rodea, sino a nosotros mismos.
En sus escritos éticos, Scheler pretendía extender la metodología husserliana al campo de los valores. El método scheleriano consiste en una adaptación de la "reducción eidética" propuesta por Husserl. A través de una especie de intuición preempírica, dejamos la existencia "entre paréntesis" y llegamos a conocer la realidad esencial, que incluye los valores, organizados jerárquicamente. Frente al formalismo de Kant que, a lo máximo, nos permitiría hablar de una trascendentalitad ética intersubjetiva, Scheler insiste en la objetividad absoluta de los valores. “Éstos, dice, no son productos del sentimiento, y tampoco se fundamentan en la forma a priori de la razón. O sea, los valores no dependen de nosotros. No somos la medida de lo bueno y lo malo. La realidad es, objetivamente, significativa y ética, y nosotros podemos conocerla como tal. El amor, dice Scheler, es un rasgo ontológico, y no una mera opción subjetiva. Nosotros no agregamos amor a una realidad éticamente neutral, sino descubrimos que existe un orden ético objetivo, basado en el valor supremo del amor”.
 APERTURA CRITERIOSA
A pesar de su propia preferencia por el estilo fenomenológico, el Papa deja bien claro que la Iglesia no bendice método filosófico alguno. Reconoce los méritos del tomismo (n.43), por ejemplo, pero agrega: "La Iglesia no propone una filosofía propia ni canoniza una filosofía en particular con menoscabo de otras" (n.49). Se confía, simplemente, en la dinámica del deseo natural de conocer la verdad: "En el fondo, la raíz de la autonomía de la que goza la filosofía radica en el hecho de que la razón está por naturaleza orientada a la verdad y cuenta en sí misma con los medios necesarios para alcanzarla" (Ibid.).
Se supone, evidentemente, que la razón sea fiel a sí misma. Los errores filosóficos se deben, invariablemente, a alguna falta de coherencia interna, que la razón misma debe criticar y corregir. Las diversas corrientes de escepticismo y relativismo, por ejemplo, caen en la autocontradicción a la hora de formular sus propios principios. Lo mismo puede decirse del positivismo reduccionista que pretende descalificar y expulsar toda inquietud metafísica. Lo importante es que haya debate, pues en la dialéctica fluida y abierta, pueden surgir las distintas propuestas y contrapropuestas. En este debate, el aporte de los pensadores cristianos no debe faltar. Esto supone que los teólogos, entre otros, tengan una sólida preparación filosófica: "Deseo reafirmar decididamente que el estudio de la filosofía tiene un carácter fundamental e imprescindible en la estructura de los estudios teológicos y en la formación de los candidatos al sacerdocio" (n.62). 
Más que una filosofía cristiana, se trata de un modo de filosofar abierto a todas las preguntas relevantes (n.76). El distanciamiento entre la fe y la razón en la época moderna no se debe a un exceso de preguntas por parte de los filósofos, sino más bien al hecho de que, en muchos casos, sus cuestionamientos se han quedado cortos cuando se han negado a reconocer y respetar la dinámica interna de su propia inteligencia racional. Es por eso por lo que el Papa dice: "Debo animar a los filósofos, cristianos o no, a confiar en la capacidad de la razón humana y a no fijarse metas demasiado modestas en su filosofar" (n.56). O sea, la filosofía debe cuestionar, pero su blanco ha de ser todo lo cuestionable.
 CONCLUSION
Con este documento, el Papa nos ha proporcionado un instrumento de reflexión muy oportuno. Algunos comentaristas piensan que es probable que Fides et ratio sea la última encíclica de este papado. Sin ir tan lejos, podemos afirmar que si así fuera, Juan Pablo II nos habría dejado un testimonio rico y profundo de cómo la inteligencia moderna puede, y debe, seguir buscando la plenitud de la verdad, sin contentarse con respuestas parciales. Sin las dos alas de la fe y la razón, el espíritu humano no puede volar. Y si dejamos de volar, de elevarnos por encima de lo inmediatamente visible, dejaremos de ser verdaderamente humanos. Esta encíclica de fin de milenio es un grito de confianza, no sólo en el Creador, sino además en su obra maestra, el hombre.
Cuando la inteligencia es perezosa o, peor todavía, ausente, puede pasar cualquier cosa. Si dejamos de pensar, nos quedamos con nuestros sentimientos, preferencias y opiniones, pero sin poder dar razón de ellos.
Tenemos la sensación de saber mucho, menos lo más importante. Los datos se multiplican vertiginosamente, pero su significado profundo se esconde de nosotros. Ya hace dos siglos, el filósofo alemán Immanuel Kant resumía la inquietud angustiante del hombre moderno en las siguientes preguntas: ¿Qué puedo saber?; ¿Qué debo hacer?; ¿Qué puedo esperar?
En la víspera del siglo XXI, nuestra angustia se ha agudizado más todavía. La tecnología nos está proporcionando medios cada vez más asombrosos, pero, ¿sabemos hacia dónde dirigirnos con ellos? 
Sin las dos alas de la fe y la razón, el espíritu humano no puede volar. Y si dejamos de volar, de elevarnos por encima de lo inmediatamente visible, dejaremos de ser verdaderamente humanos. 
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