El problema del discernimiento es fundamental para el cristiano. Se trata
de procurar conocer la voluntad de Dios sobre nuestra vida y nuestra sociedad.
El discernimiento se hace necesario porque normalmente Dios no se nos revela
de manera directa. Tenemos que recurrir a criterios para descubrirlo presente
en realidades humanas. Y se vuelve más urgente su necesidad en la
coyuntura actual. Tal vez una de las características más
marcantes de nuestra actualidad sea el pluralismo en todos los campos.
Aun en el campo religioso surgen propuestas muy diversas... Y muchos, en
vez de buscar realmente la voluntad de Dios, proyectan sus propios deseos
como si fuesen ellos voluntad divina.
La urgencia de la situación social hace que se imponga al cristiano
preguntar lo que Dios espera de él en esta tan grave coyuntura.
Diversos
contextos culturales
El discernimiento depende mucho de la comprensión cultural que se
tenga de Dios.
En el mundo pagano la divinidad se presentaba distante del ser humano y
poco interesada en su aventura humana. El hombre estaba entregado a un
destino inflexible. No había ningún espacio para discernir
lo que los dioses querían. Ya estaba trazada la historia por las
fuerzas del destino a las que nadie podía escapar.
La otra experiencia pagana de lo divino es opuesta. Los dioses pertenecían
a lo cotidiano. Se hacían próximos a los seres humanos, interfiriendo
en todo. Se vivía en un mundo inmerso en la superstición,
en el miedo de los dioses y sus castigos. Esos dioses atemorizantes generaban
un sentimiento de fatalismo. No existía espacio para la libertad
humana, ya que ella estaba tropezando a cada paso con las más diferentes
divinidades. Por eso, también, no había campo para el discernimiento,
en este caso por exceso de presencia de los dioses en la vida humana. Faltaba
el ámbito de la libertad.
Cuanto más una forma religiosa hoy asuma una de estas dos expresiones
paganas, tanto más se cierra el espacio para el discernimiento,
por el simple hecho de que los dos polos del discernimiento –Dios y la
libertad humana– no se encuentran en una relación de diálogo
provocador.
Israel crea con su concepción de Dios el espacio existencial del
discernimiento. Se piensa que el ser humano es libre, pero Dios también
lo es en sus decisiones. Los profetas disciernen cuándo es Dios
quien actúa, escoge, llama, y cuándo las personas se arrogan
ser portadores de una palabra de Dios que no pasa de sus intereses mezquinos.
Con el cristianismo, el discernimiento se impone como algo fundamental.
En Jesucristo, Dios se hace historia. De ahora en adelante, ninguna realidad
humana podrá ser entendida sin referencia a Dios, y Dios no podrá
ser entendido sin referencia a la historia humana. Hay que discernir esa
presencia y acción de Dios en las realidades humanas, históricas,
socio-políticas...
En la Edad Media el discernimiento se restringe a distinguir o separar
las cosas religiosas de las profanas, atribuyendo a las primeras mayor
valor y preferencia. El núcleo del discernimiento se concentra,
por tanto, en la percepción de la sacralidad y religiosidad de las
realidades, para asumirlas, en contraposición a las realidades seculares,
profanas.
La
modernidad en sus expresiones radicales llevó el proceso de secularización
a tal extremo que tornó imposible la estructura del discernimiento.
Retiene, en todo su esplendor, el lado humano, histórico de las
realidades, pero niega rotundamente toda transcendencia. Sólo tiene
sentido discernir valores éticos, humanos, pero esto no tiene nada
que ver con la acción y voluntad de Dios. La política, el
Estado, adquieren autonomía absoluta delante de cualquier estancia
religiosa y, también, delante de cualquier recurso a Dios, reducido
a la proyección de la subjetividad (L. Feuerbach), a opio (K. Marx),
a la flaqueza humana (F. Nietzsche), a infantilismo (S. Freud), a la reducción
de nuestra libertad (J. P. Sartre), etc... El universo religioso lo reducen
a la esfera de lo privado.
La teología actual busca una comprensión de la presencia
de Dios que, por un lado, no continúe el dualismo medieval y, por
otro, no caiga en la trampa del secularismo. En el nivel teórico
postula las autonomías del mundo político y del mundo religioso
de la fe. En el mundo de la práctica, se da una mutua implicación
no reductiva entre la dimensión política y la de la fe. Tanto
la práctica de la fe incide sobre la práctica política
del cristiano, como la práctica política del cristiano nace
de su fe y la interpela. Una no se reduce a la otra, sino que se influyen
mutuamente. La fe cristiana, para ser vivida, postula mediaciones
socio-políticas para concretizarse y, a su vez, tales mediaciones
son siempre leídas por el cristiano a la luz de su fe.
Presupuestos
El discernimiento de la voluntad de Dios se sitúa necesariamente
en el horizonte de la fe. Y la fe se entiende únicamente como diálogo
entre la libertad humana y Dios. Sin la fe en la posibilidad y realidad
de que Dios puede y quiere entrar en relación personal con cada
uno de nosotros a través de las mediaciones humanas, no se comprende
el discernimiento. No es posible la práctica espiritual del
discernimiento si, al mismo tiempo, no se trabaja la relación con
Dios. A medida que nuestra conciencia y libertad se abren a esa comunicación,
se establece el contacto entre Dios y nosotros.
La Escritura nos ofrece el criterio de identificación de la presencia
de Dios. Así sabemos que él está en la oración,
en la caridad fraterna, en el hermano necesitado que se acerca a nosotros,
en la naturaleza, en el misterio de la Eucaristía, en la lectura
personal y comunitaria de la Sagrada Escritura...
El opuesto de la experiencia de Dios son la idolatría y la magia.
La
idolatría significa asumir como Dios a una criatura que, en su pretensión
absoluta, niega al propio Dios. El documento de Puebla alertó a
los cristianos de América Latina contra la idolatría del
mercado, del dinero, del placer, del poder, en sus reivindicaciones ilimitadas
y, sobre todo, devoradoras de los pobres. Sin duda, el mayor ídolo
hoy es el mercado, que lleva a las personas y al sistema a excluir a los
pobres.
La
magia pretende traer a Dios hacia nuestros intereses, en vez de escuchar
su interpelación. Manipula a Dios para sus propios fines, contrariamente
al propio ser de Dios.
Actitudes
fundamentales
Para entrar en espíritu de discernimiento, Ignacio de Loyola pone
algunas condiciones previas, sin las cuales cualquier discernimiento estaría
predestinado a ilusiones y manipulaciones.
Lo que impide al ser humano escoger con pureza la voluntad de Dios son
sus afecciones desordenadas. El desorden viene de la sensibilidad y de
la razón.
Vivimos hoy momentos de transición. Predomina un sentimiento de
desánimo, de escepticismo, de incapacidad de maravillarse y de entusiasmarse
por causas mayores.
Los medios de comunicación embotan la percepción de la historia,
fijando a las personas en el presente. Estimulan la fruición del
momento, del inmediato. Delante del sufrimiento exterior se siente cierto
alejamiento, impotencia, fatalismo y hasta cinismo. Pues son tantas las
tragedias que cada día las noticias televisivas muestran en todo
el mundo que nuestra sensibilidad no consigue digerirlas. Nos acostumbramos
con ellas, ya no nos "tocamos" ni nos conmovemos delante de ellas.
Esta sensibilidad dificulta el discernimiento: reacciona negativamente
a todo proyecto de comprometerse. En un mundo en el que "el gozo es el
alfa y omega", discernir una voluntad de Dios que puede pedir, precisamente,
una renuncia en vista del hermano, se vuelve muy difícil.
También hay que emprender la tarea de educar a una razón
que no sigue a la fe. Delante de la razón desconfiada y marcada
por el descrédito, el proceso de discernimiento pretende resucitar
la autoconfianza, basándose en la doble condición del ser
humano: en tanto que partícipe de la inteligencia divina por el
hecho de la creación y por la vocación a la comunión
con los hermanos y con la Trinidad.
En ese contexto, Ignacio muestra cómo liberarse de las afecciones
desordenadas a través de la indiferencia y del uso sensato de las
cosas (tantum quantum). La indiferencia no es simplemente un elemento racional
de una lógica evidente. Y mucho menos se puede reducir a una fría
apatía. Implica una percepción teológica de la contingencia
de todas las cosas y de la profunda transcendencia de Dios. Es un agudo
sentido espiritual de la caducidad de todo, excepto de Dios, único
absoluto.
Las generaciones nuevas de pocos hijos y padres ausentes han sido educadas,
en las primeras fases de la vida, sin que los padres les impongan límites.
Con un terrible sentido de culpa por las ausencias y por el poco tiempo
que le dedican a los hijos, suplen tal carencia cubriéndoles con
regalos y haciendo lo que ellos desean en todo. Por eso, los niños
que no han conocido límites, disciplina, responsabilidad, sino satisfacción
de todos sus deseos y caprichos, terminan por ser extremadamente narcisistas,
casi incapaces de encontrar exigencias objetivas de la realidad como expresión
de las llamadas de Dios. Desconociendo la renuncia, muchos viven el lado
suelto de la libertad sin la contrapartida de la responsabilidad.
En el nivel social, hay factores que nos impiden un discernimiento lúcido.
La carencia de una comprensión dialéctica de la realidad
nos lleva a concebir cualquier decisión en línea exclusivamente
del cambio de las conciencias y no tanto de las estructuras. Tal visión
acorta el campo del discernimiento, impidiendo ver la importancia de las
decisiones más relacionadas con la transformación de las
estructuras y no directamente dirigidas al trabajo directo sobre las conciencias.
Otro impedimento es el lugar social-ideológico. Éste es determinante
tanto en la percepción de ciertos valores como en la ceguedad con
respecto a otros. Nuestro lugar social-ideológico está caracterizado,
sobre todo, por nuestra práctica social. Ésta, a su vez,
se define por los intereses que defendemos. Es importante que las decisiones
sean tomadas en presencia de personas que traigan otras perspectivas, valores
de otros lugares socio-ideológicos y en esa confrontación
sincera e indiferente se podrá crear una situación de purificación,
previa a un buen discernimiento. En otros términos, la ideología
marca profundamente nuestro actuar. Donde están los pies (lugar
social-ideológico), ahí está a cabeza (valores e intereses).
San Ignacio coloca en el inicio de los Ejercicios Espirituales la clásica
Anotación 5, donde observa la importancia de entrar en ellos con
generosidad, con "grande ánimo y liberalidad". E insistirá
a lo largo de los Ejercicios en el "magis", incitando al ejercitante a
una generosidad constante. No se trata simplemente de una generosidad de
actitud e intención personal subjetiva. Se trata de constatar objetivamente
dónde, de hecho, empleamos lo mejor de nuestras fuerzas.
Hay también una generosidad comunitaria. El grupo, como tal, se
dispone a emplear lo mejor de sus fuerzas en vista al ideal propuesto.
Un grupo puede estar compuesto por personas generosas, pero, en el momento
de la acción grupal, puede invadirle una inercia que lo hace mediocre.
En el discernimiento es importante mantener el ánimo generoso del
grupo como grupo.
Para percibir lo que Dios quiere de nosotros, necesitamos además
de un clima de oración, que debe de existir dentro del espacio de
tiempo y lugar en que quisiéramos hacer el discernimiento. La oración
supera la rutina de la existencia por el descubrimiento de la novedad,
de algo más profundo, del sentido radical y siempre nuevo de la
vida. La oración pertenece más al mundo de la fiesta que
del negocio, de la amistad que del trabajo, del amor que de la producción,
de don que del comercio.
La oración nos vuelve más clara la auto-intelección
de nosotros mismos, del mundo, de nuestro relacionamiento con Dios, con
los otros, con las cosas. Nos lanza a la búsqueda del sentido radical,
profundo, más allá del sentido superficial e inmediato.
Además, despierta nuestra esperanza. En un mundo amenazado por el
vacío, por la rigidez de estructuras, por la complejidad y gravedad
de los problemas, fácilmente nos sentimos desanimados y nos volvemos
escépticos. La oración viene a encender la luz de la esperanza,
haciéndonos ver en qué debemos confiar. Si esperar es creer
en el amor, la oración hace que nuestra fe en el amor de Dios se
fortifique y, por consiguiente, que esperemos más.
Mediaciones
La estructura del discernimiento encierra una tensión dialéctica.
Es la búsqueda de una síntesis entre, por un lado, la llamada
de Dios a lo mayor, lo mejor, y, por otro, las pequeñas realidades
que tejen nuestra existencia, donde pretendemos realizar tal llamada.
La voluntad de Dios se encuentra en lo pequeño y concreto de la
mediación. La intención general ilumina la mediación
y ésta, a su vez, concretiza y explicita la intención general.
De ahí la necesidad de un continuo proceso de discernimiento para
ir siempre sabiendo cuál es la mediación que, de hecho, encarna
la intención general, la voluntad de Dios para nosotros en el momento
actual. Como toda decisión es limitada, frágil, se corre
siempre el riesgo de errores, de ingenuidades, de falsas percepciones,
sobre todo en las realidades complejas. Por eso, todo lo que nos ayude
a conocer el alcance y la importancia de las mediaciones, como los análisis
psicológicos y sociológicos, entran como elementos en los
procesos de discernimiento. En ese sentido tienen importancia las asesorías
y el recurso a los instrumentos de análisis...
El contexto socio-político, que permite el surgimiento de tal discernimiento,
es la conciencia crítica delante de la ideología y el sistema
dominante. Como en el Tercer Mundo se vive, en un grado más agudo,
la opresión del sistema, en él se desarrollan las condiciones
de percepción de ese juego de fuerzas de dominación del sistema
capitalista salvaje, que genera masas marginadas y, también, la
aparición repentina de movimientos populares organizados. El cristiano
se siente, entonces, en el corazón de esa tensión y se pregunta
cómo descubrir ahí la voluntad de Dios.
Aspectos
personales
En el proceso de decisión de la mediación concreta podemos
encontrarnos con lo que Ignacio llama Elección en 1º tiempo:
una situación en que se nos aparezca de modo claro que una determinada
mediación es expresión de la voluntad de Dios para con nosotros.
Lo más normal para Ignacio es la Elección en 2º tiempo,
esto es, la decisión que se hace dentro del juego de las mociones
de consolación y desolación. Este juego nos lleva al final
a percibir lo que Dios quiere de nosotros, ya que su lenguaje es la paz,
la alegría, la consolación.
En un 3º tiempo, en que las mociones no se hacen sentir, Ignacio nos
presenta un discernimiento a través de las razones. Se trata de
la razón iluminada por la fe. No son razones de mayor eficacia técnica,
sino que, a través de la razón, se trata de concretar la
intención general evangélica, de manera que refleje 1a vivencia
de alguien que asimiló íntimamente los misterios de la vida
de Jesús.
Caben algunas consideraciones más con respecto a estos criterios
subjetivos:
-
1. La mediación debe corresponder a la posibilidad existencial
de cada persona o comunidad. Debemos tener en consideración nuestro
histórico-existencial o de la comunidad para percibir si la mediación
pertenece o no a lo posible.
-
2. Para tal conocimiento importa mucho la ayuda fraterna, ya sea de algún
consejero o de los compañeros de vida, de comunidad o de trabajo.
-
3. Se debe buscar la existencia de estructuras de apoyo para la nueva situación
escogida. No basta una actitud interior. El ser humano necesita de estructuras
psico-sociales que le apoyen la decisión; de lo contrario acaba
retrocediendo. Cuanto más ardua y difícil sea la decisión,
tanto más necesarias son las estructuras de apoyo.
-
4. Finalmente, la gran señal de que una decisión es voluntad
de Dios para una persona o comunidad es la paz y alegría que sienten
las personas al pensar, rezar y realizar la decisión tomada.
Ignacio
nos hace meditar durante mucho tiempo los misterios de la vida de Jesús.
La asimilación de tales misterios es lo que constituirá el
cuadro objetivo para decisiones verdaderas.
Esta lectura teológica de Jesús es hecha en la Iglesia. Somos
miembros de la Iglesia Universal, encarnada en un continente, en un país,
en una Iglesia local. Es dentro de la Iglesia local donde vivimos la universal,
lo católico. A medida que una Iglesia local opta por los pobres
y oprimidos, tenemos un cuadro objetivo eclesial más transparente
para el discernimiento. La nueva autoconciencia eclesial se manifiesta
a través del esfuerzo de ser presencia eclesial en la actual transformación
de nuestro continente y país, volviéndonos hacia el hombre
pobre, oprimido, deseoso de liberación. Fuera de eso, nuestra decisión
no es "católica".
La teología y espiritualidad insisten en la centralidad del pobre
en el discernimiento. La mediación socio-política que más
sirva a los intereses objetivos de los pobres más se aproximará
a la voluntad de Dios. Para que podamos descubrir este "más", se
requiere de nosotros un mínimo de contacto y convivencia con los
pobres
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