El problema de la extendida corrupción pública e impunidad,
constituye un factor gravitante en el acentuado deterioro de la legitimidad
popular que en sus orígenes tuvo el Gobierno de coalición
pluripartidista, surgido de la crisis política de marzo de 1999.
Esto
quiere decir que, en cuanto a la lucha contra la corrupción generalizada,
durante el primer año de gestión de este gobierno, han habido
más promesas incumplidas que acciones sustantivas y ello fue sumando
frustración y descreimiento ciudadano hacia la verdadera voluntad
y capacidad del Poder Ejecutivo para enfrentar el flagelo. Los poderes
Judicial y Legislativo no salen mejor parados en sus atribuciones constitucionales
de imponer sanciones ejemplares a los corruptos y de contralor de la gestión
del Poder Administrador, respectivamente. Han habido claudicaciones vergonzosas
en los tres poderes del Estado. El balance global, obviamente, es negativo
a pesar de mínimas señales positivas en áreas acotadas
de la acción estatal.
Entre
el compromiso y la inacción
Uno
de los compromisos asumidos en forma reiterativa por las autoridades gubernamentales
en este tiempo, fue el de la lucha frontal contra la corrupción
en todos los ámbitos de la administración pública
y el castigo a los funcionarios deshonestos. Hubo medidas tímidas
y parciales. Sin embargo, como en las otras reformas estructurales prometidas,
un plan global de saneamiento y moralización de la gestión
estatal no existió. Faltó voluntad política y faltó
capacidad de ejecución.
¿Qué
posibilidades reales tenía el nuevo gobierno de empezar a tomar
medidas contra la corrupción? El escenario inaugurado en marzo del
99 era inmejorable, las condiciones políticas estaban dadas como
nunca en la historia reciente: El apoyo ciudadano era inmenso y el sustento
parlamentario mayoritario, el PLRA se mantenía en el cogobierno
y la legitimidad presidencial no era discutida por nadie, excepto por el
oviedismo derrotado.
Fueron
los primeros cuatro meses (mientras se mantuvo sin fisuras el gobierno),
el tiempo en que se pudieron tomar algunas decisiones:
1.
Se concretó el apoyo técnico del Banco Mundial para el diseño
y la puesta en ejecución de un Plan Nacional de Lucha Contra la
Corrupción de carácter participativo que debe involucrar
tanto al gobierno como a la sociedad civil.
No
obstante, una de las primeras decisiones asumidas en este contexto, es
cuestionable y despierta recelos acerca de las verdaderas intenciones del
gobierno: el hecho de haber nombrado Coordinador Nacional de este plan
a un ex personero de la dictadura stronista, Agustín González
Insfrán, en contra de las recomendaciones del propio BM, de que
tendría que ser una persona con una gran legitimidad en todos los
sectores sociales y políticos, "capaz de generar consensos en la
sociedad y con una trayectoria pública y privada de incuestionable
honestidad" (1).
2.
Se elaboró un programa de gobierno que llegó a concitar un
relativo consenso. El capítulo de la reforma del Estado (aun cuando
el enfoque es severamente cuestionado por sectores sociales), incluye algunas
medidas imprescindibles para la racionalización y la transparencia
del sector público, como las privatizaciones (capitalizaciones o
tercerizaciones) de ciertas empresas públicas, la modificación
de la Ley del Funcionario Público, etc. En el marco de un proceso
transparente y fiscalizado de reforma general del Estado, estas acciones
deberían conducir a la refundación de un Estado básicamente
saneado, promotor del desarrollo socioeconómico, con un cuadro administrativo
profesional y eficiente, que tenga un manejo institucional y transparente
de la cosa pública.
Sin
embargo, hacia finales del año pasado las expectativas de la población
se tornaron en decepción generalizada por la inacción del
gobierno. No se habían tomado medidas concretas de implementación
del programa. Y las que se tomaban iban en contra de cualquier intención
de reforma. Se siguió llenando la administración pública
con operadores y recomendados políticos, y siguió inmutable
el abuso de los bienes y recursos del Estado en la campaña del candidato
oficialista a la vicepresidencia.
El
escenario inaugurado en marzo del 99 era inmejorable, las condiciones políticas
estaban dadas como nunca en la historia reciente: El apoyo ciudadano era
inmenso y el sustento parlamentario mayoritario, el PLRA se mantenía
en el cogobierno y la legitimidad presidencial no era discutida por nadie,
excepto por el oviedismo derrotado.
Asimismo
siguieron golpeando con fuerza a la opinión pública denuncias
de hechos de corrupción en todas las esferas y a todos los niveles
del Estado, sin ninguna consecuencia para los involucrados.
Una
de las pocas excepciones a la regla fue el defenestramiento y procesamiento
del ex presidente del IPS, Darío Filártiga por el cúmulo
de denuncias documentadas de graves hechos de corrupción durante
su gestión. Aunque, lamentablemente, el gobierno lo despidió
como a un gran servidor público, dándole las gracias "por
los servicios prestados" al país.
Actualmente,
están en tela de juicio las gestiones de algunos ministros del gabinete,
como José Alberto Planás, de Obras Públicas y Comunicaciones
que ha sido denunciado incluso por el entonces viceministro de Minas, Ricardo
Canese, por exigir sobornos a contratistas del Estado y por autocontratar
sus empresas para obras públicas; y Martín Chiola, de Salud
Pública y Bienestar Social, acusado de "negligencia criminal", entre
otras irregularidades, en el problema de la epidemia de dengue que afecta
al país. A pesar de ello, la Cámara Baja decidió últimamente
archivar un pedido de interpelación a dicho secretario de Estado.
La
ejecución de medidas sectoriales para atacar focos de corrupción
en determinados ámbitos de acción estatal, como el de Aduanas
por ejemplo, se orientó a disminuir la elevada evasión fiscal.
Las sucesivas campañas anticontrabando, más los cambios reiterados
en la Dirección de Aduanas y las barridas de funcionarios corruptos
y mejoramiento relativo de controles fronterizos, se dieron más
por la presión de sectores empresariales (y del Brasil) afectados
por el contrabando, que como expresión de una voluntad firme, en
el marco de una política anticorrupción que promueva cambios
profundos en los sistemas de organización pública, atacando
las causas estructurales que generan la corrupción en todo el ámbito
del Estado.
Escenario
actual: Impunidad rampante
Marzo
de 2000. Se mantiene el discurso anticorrupción oficial pero ha
sido superado largamente por la desidia e inacción de la clase dirigente.
El
Poder Ejecutivo, sometido cada vez más a presiones de grupos, no
ha podido -por falta de liderazgo y firmeza- anteponer los intereses generales
de la sociedad a los intereses políticos sectoriales y a los de
las variadas mafias que lucran con este estado de cosas.
El
espectáculo de conductas delictivas casi abiertas e impunes de quienes
detentan el poder o están amparados por el poder, configura una
de las facetas más groseras de un escenario caracterizado por una
severa recesión económica y una alta conflictividad social,
a las que no puede responder una administración desprestigiada por
promesas de reformas estructurales y de atención de demandas sociales
incumplidas y debilitado por la fractura de su sustentación política
inicial. Ejemplos insultantes de impunidad para numerosos personajes se
encuentran en todas las instituciones.
El
Poder Judicial es, a criterio de los funcionarios públicos encuestados,
uno de los ámbitos estatales más corruptos. Los otros son,
Aduanas y el sistema de contratación de bienes y servicios por el
Estado. Los obispos piden al Gobierno "signos claros que expresen abiertamente
la decisión de establecer nuevas pautas de desarrollo, un nuevo
modo de administrar la cosa pública y una lucha tenaz y perseverante
contra la corrupción y la impunidad".
El
Gobierno cumplió un año con serias denuncias sobre la gestión
de altos cargos, como se citó. No obstante, todos los ministros
fueron reconfirmados en sus puestos por el presidente González Macchi
hasta agosto, "salvo que ocurra algún hecho de corrupción
(?) o alguna falla grave en alguno de sus colaboradores que motive una
destitución" (Jaime Bestard).
Por
su parte, el Poder Judicial, que sigue siendo el órgano estatal
más cuestionado por los elevados niveles de impunidad penal (falta
de investigación y/o sanción de corruptos y corruptores,
sobre todos los llamados "peces gordos"), ha recibido últimamente
sendos golpes a su debilitada credibilidad.
El
informe preliminar de una serie de encuestas a nivel nacional realizadas
en el marco del Plan Nacional Anticorrupción y presentadas por una
misión del Banco Mundial al Ejecutivo ha ratificado una antigua
percepción ciudadana recogida por anteriores sondeos: el Poder Judicial
es, a criterio de los funcionarios públicos encuestados, uno de
los ámbitos estatales más corruptos. Los otros son, Aduanas
y el sistema de contratación de bienes y servicios por el Estado.
Los
resultados se conocieron al poco tiempo de que el informe anual del Departamento
de Estado norteamericano sobre la cooperación paraguaya en el combate
al narcotráfico, hiciera alusión a que la "corrupción
judicial" en el país favorece a los narcotraficantes y pusiera al
descubierto la facilidad con que la justicia liberó a un narco de
envergadura, Néstor Báez Alvarenga.
En
el ámbito del Poder Legislativo, la Cámara de Diputados sigue
consagrando la impunidad en su seno. Mientras el contralor general Daniel
Fretes Ventre procesado por unos 18 presuntos delitos, ya ha superado el
primer intento de juicio político (está en marcha el segundo
pedido), el ministro Martín Chiola pasó de largo una solicitud
de interpelación y el intendente de Asunción Martín
Burt, viene sorteando con todo éxito el tratamiento de la intervención
de su administración solicitada por la Junta Municipal.
En
la Cámara Baja se ha ido afirmando la tendencia a desvirtuar la
esencia y función de los medios de control constitucionales que
tiene el Poder Legislativo en sus manos. Caracterizada por su extrema fragmentación
y por la falta de integridad moral de muchos diputados, es el ambiente
favorable para la instrumentación de medios de control tales como
los pedidos de intervención o destitución de autoridades
locales, el juicio político, la citación e interpelación,
etc, a favor o en contra de los denunciados, según convenga a los
intereses (políticos o crematísticos) ya no de partidos sino
de facciones y grupos en alianzas coyunturales. En este contexto se ha
venido desnaturalizando la propia atribución constitucional de contralor
de la gestión de los demás órganos del Estado que
tiene el Poder Legislativo, utilizándola como revancha política
o manto de impunidad, impidiendo en la mayoría de los casos la investigación
de los denunciados por hechos de corrupción.
Desafíos
en el medio plazo
El
actual estado de cosas se refleja con franqueza en la reciente carta pastoral
"Por un Paraguay Honesto, Solidario y Fraterno". El documento es la expresión
del país que hoy no existe y que la Iglesia Católica exhorta
a construir, poniendo en marcha "un plan global nacional de honestidad
y transparencia".
Los
obispos piden al Gobierno "signos claros que expresen abiertamente la decisión
de establecer nuevas pautas de desarrollo, un nuevo modo de administrar
la cosa pública y una lucha tenaz y perseverante contra la corrupción
y la impunidad".
Está
claro que, la efectiva lucha contra la corrupción sigue siendo una
materia pendiente del gobierno y de la sociedad y uno de los desafíos
nacionales más relevantes, junto con el de la superación
del estado de pobreza.
Al
Poder Ejecutivo le corresponde la responsabilidad de asumir el liderazgo
en esta lucha en el marco de un plan nacional creíble y viable,
que integre en forma efectiva a la sociedad civil y al sector privado.
Los
otros poderes del Estado, Judicial y Legislativo, deben abandonar una actitud
claudicante y asumir sus roles constitucionales efectivamente para contribuir
a sanear la República y darle a los paraguayos alguna chance de
mejorar sus condiciones de vida. No tienen alternativa si esperan recuperar
la confianza ciudadana y algún prestigio.
La
consolidación democrática, la reforma del Estado y el desarrollo
económico con equidad social son inviables en un estado de corrupción.
Por ello, la reforma de ciertas costumbres, la moralización del
sector público y de la actividad privada, el cambio de hombres y
de sistemas legales y de organización favorables a la proliferación
de actos de corrupción deben, si no anteceder, ser conducidos al
mismo tiempo.
Finalmente,
es hora de revisar actitudes y comportamientos, en el Estado y en la sociedad
civil y de aunar esfuerzos para encarar una lucha eficaz contra la corrupción.
(1)
Ayuda Memoria referente a la visita de la Misión Conjunta del Banco
Mundial y el Instituto Democrático Nacional, entre el 9 y el 14
de mayo de 1999, por invitación del Gobierno paraguayo, dirigida
al presidente González Macchi, p. 3.
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