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...Identidad paraguaya en movimiento
La identidad no es sólo la búsqueda de las raíces; tampoco el imaginarnos obligados al tránsito. Hay una identidad en movimiento, en la cual nadie pierde su rostro, pero es capaz de decir una palabra diferente, en vista a la construcción de algo nuevo.

 Bartomeu Melià, s.j.


Tal como están las cosas se considera impostergable el cambio en la sociedad paraguaya. ¿Por qué? ¿Porque se alejó demasiado de sí misma o porque nunca alcanzó la meta de su identidad? 
La cuestión de las identidades en tránsito es hoy un lugar común, tanto de la sociología como de la política, y sobre todo de la cultura. El arte podría y debería ser también un instrumento orientado al tránsito hacia nuevos modos y modas de expresión. Quien más quien menos se encuentra con aquel lupus viator, aquel lobo vagabundo, que nos aterroriza y nos empuja hacia la huida. Pero, ¿huida de quién?; ¿de qué?; ¿hacia atrás?; ¿hacia adelante? ¿Tendríamos que distanciarnos definitivamente de nosotros mismos? ¿Tiene el Paraguay que distanciarse de sí mismo y tomar otra figura?

En el espejo del pasado

Entre las varias maneras de concebir la identidad está la del espejo o la de la transformación. El espejo nos remite a nosotros mismos. En el reflejo hacemos memoria de lo que éramos en otras épocas, aunque más sanos, más jóvenes, más dinámicos. Que cualquier tiempo pasado ya fue mejor. Es la identidad por nostalgia, que inventa la figura que tal vez no fue, pero que idealizamos como habiendo podido ser.

La propia historia del Paraguay propicia esta concepción. Nuestra historia puede concebirse como un fenómeno relativamente frío; la principal ocurrencia es que casi no ocurrió nada. Esa historia sería el marco ideal para formar, con constancia y sin sobresaltos, una identidad. Aún así, cuando se trata de determinar cuál es la figura por antonomasia del paraguayo, difícilmente nos podemos contentar con una sola. Incluso para los historiadores más críticos y finos, las imágenes que parecen perdurar a través del tiempo se muestran diferentes: un coloniaje de bandos políticos irreconciliables; una cierta agitación socio-política en la época de los Comuneros; una experiencia utópica de reducciones jesuíticas por más de siglo y medio; una ideología nacionalista mantenida dictatorialmente por el Dr. Francia y por los López, una Guerra Grande de la que se rescata como victoria el valor de los hombres y mujeres de la tierra; una primera mitad del siglo XX caótica por su inestabilidad política; una segunda dominada de nuevo por una dictadura terrorífica —la de Stroessner— y, por último, ya en falsa democracia, de nuevo el caos en que sociedad y estado marchan sin rumbo, mientras la nación es literalmente saqueada. 

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A las conductas de hoy fácilmente les encontramos un retrato en el ayer. En los partidos y banderías políticas reconocemos a iralistas y alvaristas del siglo XVI; la explotación del campo y de los campesinos sigue siendo cosa de encomenderos; la sumisión atemorizada y el miedo de muchos paraguayos sería todavía la sombra de la época de Francia; las desgracias perpetúan la hecatombe de la Guerra del 70 y sus heridas no cicatrizadas, y así por delante. Hasta en la corrupción e impunidad reinantes en la actualidad alguien vería un simple vicio histórico, casi un aire de familia. 

Por otro lado están otras imágenes más positivas; una supuesta homogeneidad mediante un amplio mestizaje, la projimidad como economía de solidaridad, la valentía y el valor en la guerra y en las situaciones de calamidad, la hospitalidad y familiaridad. Ah; también la lengua guaraní que identifica como ñande y nos diferencia como ore, frente a otros pueblos y naciones.

El espejo roto

Siendo así, ¿en qué espejo se mirará el paraguayo cuando busque su identidad? Pero, ¿no será la metáfora misma del espejo; es decir, de una identidad que busca mirarse a sí misma en sí misma, la que está fuera de lugar? 

Efectivamente, buscar la identidad mediante una especie de excavación hacia las raíces profundas del ser nacional, sea tal vez una trabajo inútil. Ese espejo en el que reflejarme es más bien un espejismo inalcanzable, como oasis en el desierto. No hay espejo; y si lo hay, está hecho añicos, cada uno de los cuales remitiendo a figuras fragmentadas.

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Si esto es así, lo más práctico sería abandonar el esquema de la identidad por nostalgia y por recuerdo de lo pasado y ponernos en camino hacia una identidad en tránsito.

Pero de nuevo la metáfora se queda corta. ¿Qué quiere decir tránsito? Del indio Guyraverá, que anclado en su teko yma, en su modo de ser antiguo, tanta guerra daba a los misioneros de la Reducción de Jesús María se dirá que por fin “va perdiendo de su ser y se va humanando" (Manuscritos da Coleção de Angelis, I). Jesuitas e bandeirantes no Guairá (Rio de Janeiro, 1951) p. 302). 

De hecho, cuando se habla de tránsito yo mismo estoy prevenido contra las concepciones evolucionistas y neoevolucionistas, generalmente racistas, que desconfían de los pueblos, los juzgan atrasados y los quieren subir al tren de la “única” civilización, que siempre es la del imperio de turno: el español en los siglos XVI a XVII, el inglés en el siglo XIX, el norteamericano en este siglo XX del que acabamos de dar vuelta a la hoja. 

Es cierto que toda cultura y toda sociedad están en tránsito por el simple hecho de vivir, pero queda por definir siempre de dónde y a dónde se da el tránsito y la tensión y el grado de ese tránsito. La ideología liberal burguesa, lo mismo que la colonial, siempre ha querido que el pueblo “vaya perdiendo de su ser y se vaya civilizando”. Concretamente, el tránsito todavía significa entrar en economías de mercado y uso de nuevas tecnologías, para lo cual la sumisión cultural y política es condición obligada. Contra ello los mayores lastres serían la improductividad campesina, la lengua guaraní, la baja escolarización, etc. 
Digo et cétera porque las ideologías de cambio son las que cambian con una rapidez asombrosa y son innumerables. Cuando pensamos que ya tenemos algo seguro, resulta que ya pasó de moda. Pero en estos casos todo cambia para que nada cambie. Son las ideologías de cambio las que señalan nuevas y sucesivas metas, que sin pudor ninguno se contradicen rápidamente a sí mismas. La política económica del FMI, por ejemplo, es de un cinismo descarado, desmintiendo hoy lo que era dogma ayer. 

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Por supuesto que hay un tránsito que se puede entender bien. Acepté trabajar en un proyecto y programa de la Fundación Rockefeller Año 2000 en el Paraguay, cuyo tema está anunciado como Identidades en tránsito; los desafíos del arte en el Paraguay actual. 

La identidad está siempre en tránsito en un continuo hacerse y deshacerse, en una construcción y desconstrucción incesante. Insatisfechos de nosotros mismos, de lo que somos y de lo que nos espera estamos en tránsito hacia otra cosa. La condición de los seres humanos y sus sociedades sería la del “ya no somos” y “todavía no somos”.

En busca de un rostro

Precisamente para entender bien la identidad en tránsito, la conceptúo de manera diferente: identidad en movimiento. 

El tránsito parece algo muy conyuntural, una cuestión relacionada con el período de transición que se inauguró con la caída de Stroessner, pero que, sin embargo, no ha pasado de buenas intenciones y propaganda. “No resulta fácil enfrentar los nuevos cometidos de la transición. En primer lugar, debe considerarse el ablandamiento de las identidades promovido por sus tiempos tibios”, leo en el Programa Rockfeller, al que hice alusión. 

Pero si enfocamos la identidad como movimiento, nos aproximamos, creo, a una categoría esencial de su propia existencia. Identidad en movimiento la entiendo de esta manera: es reconocerse en relación con otros. Y ésta nunca puede ser una situación fija. Hay movimiento, porque yo no me coloco estáticamente frente al espejo, sino porque me descoloco respecto a mí mismo al tener que relacionarme con otro para ser yo mismo. Reconocer al otro es también hablarle. Ahí está el movimiento.

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En la búsqueda de la identidad paraguaya lo que hay que buscar y re-conocer en cada momento es la relación que la sociedad, o una parte de la sociedad, sea cual fuere, ha mantenido con otros. Sólo se llega a la identidad mediante la diferencia con los otros; sólo hay identidad en la alteridad. Es esta relación la que imprime movimiento y crea historia.

¿Tendríamos que distanciarnos definitivamente de nosotros mismos? ¿Tiene el Paraguay que distanciarse de sí mismo y tomar otra figura?

La verdadera relación va más allá de la comprensión del otro; esto sería todavía una posesión abusiva. Entre los seres humanos se da un encuentro. Esta es fundamentalmente la identidad en movimiento. Yo y el pueblo del que soy parte sólo existimos cuando somos capaces de encontrarnos con otros, de hablarles, de invocarles y de renunciar a someterlos a nuestro poder. 

Emmanuel Levinas, filosofando Entre nosotros; ensayos para pensar en otro (Pre-textos, Valencia, 1993, p. 20), dice: “El ente es el hombre, y sólo en cuanto prójimo es el hombre accesible, sólo en cuanto rostro”. La identidad es la capacidad de entrar a formar un ñande, en el cual nos conocemos el rostro, nos escuchamos y nos hablamos. Por desgracia, como añade el mismo Levinas, “el otro es el único ente cuya negación sólo puede anunciarse como total: el asesinato. El otro es el único ente a quien puedo querer matar”.

La condición de los seres humanos y sus sociedades sería la del “ya no somos” y “todavía no somos”.

Matar es negarle al otro el derecho de tener un rostro y una palabra.
Cuando los pueblos y sociedades buscan su identidad encuentran necesariamente en su camino a otros compañeros de ruta con quienes se relacionan. 

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Bajando concretamente a la cuestión de la identidad paraguaya, podríamos decir que ésta no puede reducirse a la memoria de sus raíces, sino que debe poner en movimiento su capacidad de relacionarse con otros rostros y crear nuevos discursos. Son los bloqueos en las relaciones las que paralizan la identidad. La inequidad y la injusticia son rupturas de relación.

¿Quién, por ejemplo, mira seriamente el rostro del campesino y le habla? 
Sin embargo, muchos campesinos, los más maduros y serios entre ellos, han tenido un rostro y han mantenido un discurso que les hacía anunciar una identidad en la que la mayoría de los paraguayos se podía reconocer. Por esto la identidad campesina sigue estando en movimiento, a pesar de muchos bloqueos y opresiones. 

La historia del Paraguay, como la de tantos otros países, está llena de negaciones y voluntad de poder matar. Entonces, ¿cómo se construirá una identidad a partir del poder de unos contra otros?
La voluntad de programar una identidad en movimiento debe partir de nuevas relaciones entre nosotros, y aceptar las diferencias para fundar el ñande que por ahora sólo se dibuja en el horizonte. 

Cuando los pueblos y sociedades buscan su identidad encuentran necesariamente en su camino a otros compañeros de ruta con quienes se relacionan. 

La identidad ha aflorado y se ha hecho presente como nunca cuando la relación entre paraguayos y paraguayas ha reconocido el rostro del otro como prójimo y todos y cada uno se han puesto en movimiento en el mismo afán. En la Guerra del 70 como en las jornadas paraguayas de marzo de 1999 hubo una identidad en movimiento, porque había un reconocimiento del rostro y de la palabra del otro que tenía las mismas aspiraciones de vida, y se oponía a los que ejercían el poder para matar. Reproducir ese tipo de identidad día a día es la gran tarea, que reclama una alentado esfuerzo. 

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