Hace
ya unos decenios, la UNESCO, organismo de las Naciones Unidas para la Edu-cación
y la Cultura, publicó un libro que fue recibido con extraordinario
interés por los especialistas en la materia: “Un solo mundo,
voces múltiples”. Era una obra de carác-ter colectivo. Los
más importantes autores del mundo de la Comunicación Social
(Co-municadores y Comunicólogos) habían colaborado en su
preparación y redacción. Lo publicado era inquietante y había
sido publicado con la intención de despertar las con-ciencias a
propósito de un problema que ya entonces cobraba gran interés
y que la mis-ma obra preveía que en los decenios siguientes se iría
agravando.
Esa
geosfera que es la Tierra aparece rodeada por una novedosa esfera, la de
la co-municación social, que como una gran red va, día a
día, espandiéndose y haciédose más tupida y
fuerte, compuesta por toda clase de mensajes (gráficos, sonoros,
icónicos, digi-tales...), que saltan desde los comunicadores y alcanzan
a toda clase de perceptores en el mundo entero, con una fuerza tal, que
afecta a la manera de ver el mundo, a los valores tradicionales, a las
culturas y a los pueblos.
Esa
nueva esfera de comunicación, podría ser vista con alegría
y esperanza. Median-te ella este mundo tan dividido (Primer mundo, Segundo
mundo y Tercer mundo) po-dría llegar a ser un solo mundo. Pero para
que esto pudiera ser una realidad, había que tomar conciencia y
corregir algunos aspectos de la situación que viciaban absolutamente
la red, tal como iba creciendo.
Se
trataba de un grave problema ético. Mejor dicho, de una serie de
graves proble-mas éticos. El primero es que los mensajes enviados,
sea por lo que denotan o por sus connotaciones (incluso por una carga
subliminal no pocas veces pretendida), sea por su propia abundancia, tienden
a crear el perceptor acrítico, capaz de tragar sin inmutarse, cualquier
idea o cualquier antivalor, llegando a poner en entredicho o a despreciar
su propia cultura. El segundo es que para producir y enviar mensajes, se
necesitan medios tecnológicos cada vez más sofisticados y
caros, que sólo están al alcance de los econó-mica
o políticamente más poderosos. El tercero, que es el que
con mayor fuerza denun-cia el libro que estamos comentando, es que el flujo
de la comunicación mundial sigue un curso que, fundamentalmente,
va desde los pueblos y personas más poderosos, hacia los menos poderosos:
del Norte al Sur, del hombre blanco al hombre de color, del va-rón
a la mujer, del alfabetizado al analfabeto... Esto tercero, esta orientación
del flujo comunicacional agrava en forma decisiva la incidencia ética
de los dos primeros. En ese solo mundo, no hay voces múltiples,
como sería conveniente y necesario, sino una sola voz, la de los
poderosos.
En
el año 2000
En
las postrimerías del siglo XX, vamos todos tomando conciencia de
la necesidad de una ETICA DE LA COMUNICACIÓN. Desde que se publicara
el libro de la UNESCO hasta hoy, la red de mensajes que recorre la humanidad,
se ha ampliado, se ha hecho más fuerte y penetrante. La capacidad
de emitir MENSAJES es un poder. Tam-bién lo es la capacidad de elegir
los Medios a los que el perceptor quiere “exponerse”, así como la
de disponer de mayor volumen y de mayor selección de información.
¿Có-mo se maneja ese poder? ¿Cómo nos manejamos
los perceptores frente a ese poder? En la utilización de cada uno
de estos dos poderes (el de los emisores y el de los percepto-res de la
comunicación) hay responsabilidad y donde hay responsabilidad humana,
hay un problema ETICO.
También
somos conscientes de que estamos en los umbrales de una nueva era de la
comunicación. Los adelantos técnicos son tales, que ya estamos
en la era de la informá-tica y de la computarización de la
información. Adelantos como la cada vez más masiva utilización
a niveles personales o institucionales de la Internet y la rapidez con
la que la tecnología avanza hacia sistemas más baratos, rápidos,
fáciles de utilizar y con mayor calidad en los mensajes, son ya
la aurora de una nueva era.
Pero
esos adelantos y el preanuncio de lo que vendrá en poco tiempo,
no parece que vayan a subsanar los problemas señalados por el libro
de la UNESCO. ¿Quién será rico y quién será
pobre en lanzar y/ o recibir la información? Si hoy las posibilidades
de fu-turo de las personas son diferentes para los que saben leer y escribir
y los analfabetos son tan diferenciantes, ya está creciendo una
generación en la que las expectativas de futuro serán más
abismales todavía entre los que tienen acceso a la computación
y a Internet y los que no lo tienen. Para los segundos no habrá
otros puestos de trabajo que los más duros y peor pagados. El mero
adelanto tecnológico no resolverá este problema. Es algo
que exige una normativa ética bien novedosa.
Las
cuestiones éticas y los Medios
No
cabe la menor duda de que la información es un derecho inviolable.
Tanto el de-recho a informar, como el de estar informado. Pero tampoco
el ejercicio de este derecho puede vulnerar otros derechos humanos. Otra
vez nos encontramos frente a unas res-ponsabilidades, tanto de los emisores
como de los perceptores, que exigen un tratamien-to ético.
Una
cosa es clara: no son las leyes emanadas de los poderes públicos,
las que deben normar en este terreno. El derecho a la libertad de expresión
quedaría expuesto a res-tricciones y violaciones que lo ahogarían,
como sucede allí donde los Medios de Comu-nicación Social
son propiedad del Estado. Pero ni la libertad respecto a la propiedad privada
de estos Medios asegura que se respetarán los derechos de todos.
Además, estos Medios aun los que están en manos privadas,
son por su misma naturaleza un servicio público, que como
tal debe ser reglado para que lo sea de verdad y de modo adecuado. Tampoco
esta normativa puede quedar, simplemente, en manos de los Estados. No que-da
otro camino que la búsqueda de una ética de la comunicación.
Pero
no es fácil. Se han hecho muchos intentos, pero no se ha llegado
a una solución satisfactoria.
El
SPP ha sentido en carne propia lo difícil que es hacer un Código
Ético. Lo que han hecho con mucha dedicación y esfuerzo,
no ha sido aceptado en muchos casos por los dueños de los Medios
o, incluso, en otros, por sus propios colegas. Es que por un lado hay que
defender a cualquier precio la libertad de expresión frente a intentos
de intere-ses políticos o económicos, pero por otro,
hay que respetar los derechos del consumidor de la información a
proteger sus valores culturales o religiosos. Es que también, por
otro, hay que defender los derechos de la propiedad privada de los dueños
de los Me-dios, pero sin olvidar que son y deben ser un servicio público
y, consiguientemente, se deben manejar con criterios de servicio al público.
La
Iglesia y la Comunicación
Hubo
unos tiempos en los que la Iglesia veía con preocupación
los Medios de Co-municación. Y no sin razón... A finales
del siglo XIX y principios del XX, mucha de la prensa existente, lo mismo
que más tarde el cine (como también el teatro), presentaban
unos contenidos y unas imágenes procaces y antieclesiásticos.
Frente a este hecho, en un ambiente en el que todavía la Iglesia
con su condena al modernismo se oponía a la modernidad, se dio una
actitud de condena, a la vez que se insistía en la puesta en mar-cha
de Medios confesionales, únicos a los que se podían exponer
los fieles cristianos.
Aunque
no faltaron pioneros, hubo que esperar la renovación y la apertura
que trajo el Concilio Vaticano II, para que se produjera un cambio radical
en la postura oficial de la Iglesia. En efecto: el primero de los documentos
aprobados en esa asamblea, se tituló, muy significativamente, “Inter
Mirírifica”, en el que señalaba que los Medios moder-nos
de Comunicación eran un “maravilloso” invento, que no sólo
beneficiaba a la hu-manidad, sino que incluso podría convertirse
en los nuevos púlpitos para una nueva y renovada evangelización.
A partir de ese entonces han proliferado los documentos ofi-ciales en esta
materia (“Communio et progressio”, “Aetatis Novae”...), así como
no pocos párrafos en otros documentos, con ese mismo talante. No
han faltado tampoco en este tiempo interesantes estudios de Teología
de la Comunicación y de Normas éticas que ayuden a todos
los hombres a asumir sus responsabilidades frente a los Medios.
Un
nuevo Documento
Nos
ha parecido importante esta larga introducción para presentar, no
sólo un nuevo Documento, sino muy particularmente lo que tiene de
novedoso.
El
pasado día 4 junio, se celebró en Roma la Jornada Mundial
de las Comunicaciones Sociales y, con motivo del Año Santo, el Jubileo
de los Periodistas. Se esperaba la pre-sencia de unos 700 profesionales
de todo el mundo. Llegaron y participaron en los di-versos actos organizados
con ese motivo, más de 6.000. Entre ellos bastantes no católi-cos.
En
esos días se presentó primero en rueda de prensa, y después
se publicó, el Docu-mento “ETICA DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES”,
preparado por el Ponti-ficio Consejo para las Comunicaciones Sociales.
Ya en la presentación llama la aten-ción que Monseñor
John P. Foley, Presidente de esta institución, señalara que
el escrito salía a la luz a pedido de muchos profesionales de la
comunicación –entre ellos muchos no católicos-, de todos
los países del mundo, que solicitaban a la Santa Sede una comu-nicación
oficial sobre esta Etica.
He
aquí una primera novedad: el Documento no nació de la constante
solicitud de la Iglesia por todo lo que atañe a la moral, sino la
preocupación de los mismos Comunica-dores. Y una segunda: incluso
personalidades no creyentes, acuden a la autoridad de la Iglesia para encontrar
una orientación ante esa preocupación.
En
consecuencia, el escrito no está dirigido sólo a los creyentes,
sino (como los do-cumentos sociales a partir de Juan XXIII) a todos los
hombres de buena voluntad. Es por eso, quizás, que el Documento
no presenta (a pesar de lo que diremos más adelante) una moral “católica
o evangélica”, sino una ética humanística.
Ya
de unos años a esta parte, muchos moralistas, conscientes de que
viven en el seno de una sociedad pluralista y conscientes también
de la anomía reinante, están preocupa-dos por exponer una
ética (que algunos llaman “moral de mínimos”) que pueda afectar
las conciencias de todas las personas (creyentes de diversas religiones,
ateos, agnósti-cos, indiferentes...) a fin de hacer posible la convivencia.
Pienso que el documento “ETICA DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES” (en adelante
ECS) en sus indica-ciones concretas responde fundamentalmente a esta misma
preocupación. Es notable y novedoso, el carácter DIALOGAL
con el que se propone esta ética. La Iglesia, siempre “experta en
humanidad”, aparece como muy consciente de que no tiene todas las res-puestas
a los problemas hoy día planteados en el mundo de la comunicación
y, mucho menos, a los que traerán los nuevos adelantos tecnológicos
y las distintas políticas que se implementen.
Bases
de la reflexión
A
mi modo de ver el documento parte en su reflexión de tres constataciones
funda-mentales. La primera, expuesta repetidas veces y de diferentes maneras
es que “la Igle-sia asume los medios de comunicación social
con una actitud fundamentalmente posi-tiva y estimulante” (ECS 4) “y que
la Iglesia desea apoyar a los profesionales de la comunicación”
(ibid) y esto hasta afirmar que “damos por supuesto que la gran mayo-ría
de las personas dedicadas con toda su capacidad a la comunicación
social, es gente consciente que quiere hacer las cosas bien” (ibid). De
ahí el talante dialogal del docu-mento.
La
segunda constatación es que “La comunicación social tiene
un inmenso poder pa-ra promover la felicidad del hombre y su realización”
(ECS 6). Todo el capítulo II está dedicado a destacar las
posibilidades (para el bien, pero también para el mal) de la co-municación.
Se señalan los beneficios que puede promover en el campo económico,
el político, el cultural, el educativo y el religioso, es decir,
en todos espacios del quehacer humano. Pero se señalan los abusos
que se puedan dar a través de los Medios también en cada
uno de estos terrenos.
De
ese poder y del hecho de que puedan ser utilizados para el bien o para
el mal, na-ce una enorme responsabilidad ética. Pero esa responsabilidad
no es sólo de los comu-nicadores, sino también de los perceptores,
de los dueños de los medios, de las políticas de comunicación,
etc., etc. A todos ellos va dirigido el mensaje. Esa ética hay que
anali-zarla no sólo en los contenidos del mensaje, sino en los problemas
de sistemas y estruc-turas, que determinan o condicionan el cómo
se realiza la comunicación, la dirección de su flujo y la
distribución de la información.
Frente
a esta responsabilidad ética la Iglesia “aporta una larga tradición
de sabidu-ría moral” (ECS 5) que se ofrece en diálogo a los
Medios de Comunicación, a sus fau-tores y a sus comunicadores, para
que éstos sirvan realmente a la dignidad humana. “Los medios de
comunicación realizan esta misión, impulsando a los hombres
y muje-res a ser conscientes de su dignidad, a comprender los pensamientos
y sentimientos de los demás, a cultivar un sentido de mutua responsabilidad
y a crecer en libertad perso-nal, en respeto a la libertad de los demás
y en capacidad de diálogo” (ECS 6). Contra esa misión iría
cualquier utilización de los medios en contra de la dignidad de
las perso-nas, como ser lo que siembra la división o lo que promueve
los bajos instintos.
Un
documento profundamente católico
Si
en lo que tiene de modos y líneas de reflexión en la normativa
que propone, el do-cumento se manifiesta como un escrito dialogal y pluralista,
tiene además algo que lo hace profundamente cristiano y evangélico.
En
primer lugar es la opción por los pobres, que recorre todas las
recomendaciones de la ECS. A mi modo de ver eso, aunque pudiera darse en
alguna medida en personas que no participan de nuestra misma fe, es característica
y signo del seguidor de Jesús y del que reconoce la Paternidad de
Dios. Entre otras cosas coincide con el libro “Un solo mundo...” al analizar
cómo el flujo actual de la comunicación incide en la dominación
de los pobres por los poderosos.
En
segundo lugar, el documento no sólo es evangélico, sino que
pretende ser evange-lizador. “Dado que estas reflexiones se dirigen a todas
las personas de buena voluntad y no sólo a los católicos,
conviene hablar de Jesús como modelo de comunicadores” (ECS 32).
La presentación de Jesús Comunicador, no es sólo una
hermosa reflexión teológica, sino realmente un entrañable
escrito, una buena nueva para toda persona que se preocupe por la ETICA
DE LA COMUNICACION SOCIAL
De
ese poder de los medios de comunicación social y del hecho de que
puedan ser utilizados para el bien o para el mal, nace una enorme responsabilidad
ética. Pero esa responsabilidad no es sólo de los comunicadores,
sino también de los perceptores, de los dueños de los medios,
de las políticas de comunicación.
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