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Educación y conciencia moral

Melquíades Alonso

Durante varias décadas en nuestro sistema educativo se apuntaba a la “Instrucción Cívica y Moral”. Se trataba de conocer las reglas de convivencia y los valores. Y se suponía que el no ajustar el comporta-miento a ellos era cuestión de ignorancia. Por ello la Instrucción. Era en el contexto de una sociedad tra-dicional, con fuerte control social basado en la obediencia.
A través de las Innovaciones Educacionales, con una orientación fundamentalmente conductista, se pasó de la instrucción a los “Estudios Sociales” y la formación de hábitos a las “Actividades de Refuer-zo”, con los  “Consejos de Curso”. El contexto social era el de la transición hacia la “modernización” en la época de construcción de Itaipú.
Hoy la Reforma Educativa ha introducido en el currículo del tercer ciclo Formación, Ética y Ciudada-na. La “formación” tiene como base un enfoque constructivista: la construcción en el interior de un indi-viduo, -no ya simplemente conocimientos o hábitos, sino- de la capacidad de auto-regulación en base a valores. Y se da en el contexto de una sociedad envuelta en el consumismo, con la familia en crisis y donde a través de los medios de comunicación social se ejerce una influencia muy fuerte que afecta a todos los demás agentes de socialización (familia, escuela, incluso iglesias). Y la corrupción generalizada.
La Formación Ética y Ciudadana apunta bien, pero existen interrogantes. ¿Se trata de trabajar con las actitudes y romper con prejuicios? ¿Consiste en una Formación en metodología, y, particularmente en la medida en que no se ha preparado a los profesores, pueden malograr lo buscado.

Los dos niveles
Es que el problema implica dos planos diferentes: el de los valores a ser asimilados, y el de la cons-trucción de la capacidad psíquica de autorregulación en base a valores. Por una parte, el comprender las situaciones y hacer un juicio ético apropiado es muy importante, pero no asegura el que el comportamien-to sea orientado por valores. Por otra, el aprender comportamientos y aún pautas correctas no asegura que en situaciones cambiantes se tenga la “brújula” para orientarse apropiadamente.
Se trata de discernir qué conviene hacer, y poder hacerlo a pesar de presiones externas y aún de diso-nancias internas por contradicciones entre intereses y valores.
Existe gran preocupación por la “pérdida de valores” que en nuestra sociedad se estaría dando. Esto es, el ir dejando, en la vida cotidiana valores basados mandamientos aprendidos a través de una formación religiosa, para ir asumiendo otros basados simplemente en los efectos de las acciones, su utilidad, o más aún, la felicidad entendida generalmente como lo placentero. (Esto es, de una moral de obligación a otra del efecto, sea utilitaria o hedonista, o una combinación de ambas)
No se puede llegar así a un sistema basado en el deber, esto es, valores que ya no son tomados en con-sideración según un mandato o los efectos, sino sobre la base de una concepción del mundo que sirve de contexto a un proyecto de vida, y de lo que uno considera que para ello es necesario realizar.
Esto indica que no se trata sólo de sistema de valores sino también de sistema de control.
Una cosa son los valores que habrán de orientar la vida de una persona grupo o sociedad. Otra es el mecanismo por el cual la vida se rige por estos valores.
El contexto general es el del consumismo, como fenómeno social, que implica ambos planos. No sólo apunta a valores diferentes, sino que también insiste en el descontrol en nombre de la “libertad” (“dejate llevar por …”, “que esperás para comprar ya!…”)
Y se pide a la escuela que ponga límites a los alumnos, que les enseñe los límites. Porque hoy con de-sesperación, los adultos hablamos de poner límites, de la necesidad de que niños y jóvenes aprendan los límites. Pero los límites son algo impuesto desde afuera. En realidad se trata de algo diferente. La auto-rregulación. 

Tres sistemas de regulación
Así como desde el punto de vista de los valores puede hablarse de tres sistemas: de obligación, de efecto con sus dos variantes y de deber; desde el punto de vista del mecanismo psíquico que hace posible la regulación, puede hablarse de tres tipos de conciencia moral: de Obediencia, de Reciprocidad, ambas externas pero con efectos internos, y Autónoma.
Implican formas de interiorización de las normas sociales a través de mecanismos psíquicos.
Así la de obediencia se fundamenta en el miedo (y su contrapartida, la seguridad, la certidumbre). El miedo tiene base instintivo – biológica, es inherente a todo animal y expresa la actitud hacia determinadas fuerzas exteriores. El miedo regula las relaciones con los otros en cuanto extraños, potencialmente ene-migos.
La de reciprocidad se basa en el sentimiento de vergüenza ante los que son “como uno”, y tiene como contrapartida el honor, gloria, reconocimiento, aprobación por “los suyos”; es un mecanismo comunitario – grupal aunque es una vivencia interna supone referirse a los circundantes (“que dirán”).
La autónoma es de características más complejas. Su base es el sentimiento de culpa y su contraparti-da el sentimiento de dignidad personal. Implica la aparición de un mecanismo individual-personal de control: la conciencia moral propiamente dicha.
Su polo negativo es el sentimiento de culpa. A diferencia de la vergüenza, que impulsa al hombre a mirarse con los ojos de los “otros significativos”, el sentimiento de culpa es interno y subjetivo, signifi-cando el juicio sobre sí mismo. Se reconoce culpable sólo aquel que tiene conciencia de sí como sujeto de la actividad y únicamente en los límites de su responsabilidad real.
A cambio de ello, este sentimiento abarca no sólo los actos, sino que difunde también a las ideas e in-tenciones recónditas. (Si nadie se entera, no se da ni el miedo ni la vergüenza; ni la seguridad ni el honor, por eso, la mentira funciona en esos sistemas externos; pero no es posible mentirse a sí mismo).
El correlato positivo de la culpa es el sentimiento de dignidad propia, que también se diferencia del honor por su carácter individual e interno: el honor es rendido por otros y puede ser quitado por otros; el hombre construye su sentimiento de dignidad y luego ya no necesita de confirmaciones exteriores.
Históricamente el honor fue concebido como privilegio estamental (por ser miembro de un grupo o familia), y la dignidad como personal.

Hoy: Una cuarta forma
En la sociedad estamos viviendo la desaparición de dos formas de control social, la basada en la obe-diencia, teniendo al miedo y la seguridad como fundamento, y la de reciprocidad, que tenía como funda-mento la vergüenza y el honor.
Hoy, con el consumismo, aparece una cuarta forma, desviada y muy poderosa y omnipresente: la “conciencia modal”
Se asemeja a la de reciprocidad porque utiliza a los demás como uno ”los otros significativos” como instrumento de imposición de normas y control, y sigue fomentando la vergüenza (“quemo”, “pelada”…) de “no estar en onda”, particularmente de no tener y consumir y hacer lo que “está de moda”. Y al contra-rio, el honor de la admiración, la aceptación, del estar en onda. Es un sistema perverso pues es manejado por aquellos que tienen poder de imponer las reglas: modas y estilos de vida. -Generalmente empresarios, mediante mensajes a través de los medios de comunicación social como la publicidad y la publicidad encubierta en programas-. Esto afecta de tal manera que hasta lo político puede volverse objeto de moda.
Un concepto que hoy resulta molesto pues no está claramente definido es el de la “autoestima” que, como se usa como remedio para toda dificultad, fácilmente se transforma en autoengaño. Pero ese con-cepto de autoestima no se identifica con el de dignidad, aunque es un componente del mismo. La con-ciencia moral siempre supone una cierta autonomía personal; la elección moral siempre supone autono-mía personal.

Debemos comprender el proceso de la construcción de la conciencia moral, pues en el adulto coexis-ten, aunque con grado diferente de importancia, los diversos sistemas. Por más de que detestemos al adul-to sumiso, basado en la obediencia, el inicio de la regulación se hace por medio de la obediencia a las personas a las que el niño respeta.
Así aprende las primeras reglas que habrán de orientar, aún externamente, su conducta. De allí podrá pasar a otros sistemas como el de reciprocidad basado en el respeto a los iguales, para luego construir la conciencia moral autónoma. Pero si por desdeñar la obediencia omitimos el nivel inicial de la construc-ción, ya en balde será el querer “enseñar a poner límites” en la escuela. A no ser que se haga sobre la base del condicionamiento que justamente se omitió inicialmente.

Algunas conclusiones
La conciencia moral no es algo dado sino recibido, puede o no construirse, y puede construirse mal.
No basta con la buena voluntad y el ejemplo de los buenos profesores. Debemos conocer el proceso de la formación de la conciencia moral, y comprender que aquí, como en ningún otro caso, educación es tarea de todos.
Debemos conocer la relación entre internalización de valores y construcción de los mecanismos de au-torregulación.
Pero fundamentalmente debemos comprender la relación entre sociedad, sus valores y la formación de la conciencia moral. Y en este sentido, la Formación Ética y Ciudadana no es un simple aprendizaje para la vida -por lo menos pare esta vida actual- sino para una vida mejor.
En consecuencia, la escuela deberá convertirse en espacio donde pueda vivirse en pequeño –y desear profundamente vivir- unas relaciones sociales diferentes. En contradicción con la sociedad; por lo cual la acción de la escuela no debe estar sola, sino formar parte de un proceso social más amplio.

Por más de que detestemos al adulto sumiso, basado en la obediencia, el inicio de la regulación se hace por medio de la obediencia a las personas a las que el niño respeta.

No basta con la buena voluntad y el ejemplo de los bue-nos profesores. Debemos conocer el proceso de la forma-ción de la conciencia moral, y comprender que aquí, como en ningún otro caso, educación es tarea de todos.

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