Durante
varias décadas en nuestro sistema educativo se apuntaba a la “Instrucción
Cívica y Moral”. Se trataba de conocer las reglas de convivencia
y los valores. Y se suponía que el no ajustar el comporta-miento
a ellos era cuestión de ignorancia. Por ello la Instrucción.
Era en el contexto de una sociedad tra-dicional, con fuerte control social
basado en la obediencia.
A
través de las Innovaciones Educacionales, con una orientación
fundamentalmente conductista, se pasó de la instrucción a
los “Estudios Sociales” y la formación de hábitos a las “Actividades
de Refuer-zo”, con los “Consejos de Curso”. El contexto social era
el de la transición hacia la “modernización” en la época
de construcción de Itaipú.
Hoy
la Reforma Educativa ha introducido en el currículo del tercer ciclo
Formación, Ética y Ciudada-na. La “formación” tiene
como base un enfoque constructivista: la construcción en el interior
de un indi-viduo, -no ya simplemente conocimientos o hábitos, sino-
de la capacidad de auto-regulación en base a valores. Y se da en
el contexto de una sociedad envuelta en el consumismo, con la familia en
crisis y donde a través de los medios de comunicación social
se ejerce una influencia muy fuerte que afecta a todos los demás
agentes de socialización (familia, escuela, incluso iglesias). Y
la corrupción generalizada.
La
Formación Ética y Ciudadana apunta bien, pero existen interrogantes.
¿Se trata de trabajar con las actitudes y romper con prejuicios?
¿Consiste en una Formación en metodología, y, particularmente
en la medida en que no se ha preparado a los profesores, pueden malograr
lo buscado.
Los
dos niveles
Es
que el problema implica dos planos diferentes: el de los valores a ser
asimilados, y el de la cons-trucción de la capacidad psíquica
de autorregulación en base a valores. Por una parte, el comprender
las situaciones y hacer un juicio ético apropiado es muy importante,
pero no asegura el que el comportamien-to sea orientado por valores. Por
otra, el aprender comportamientos y aún pautas correctas no asegura
que en situaciones cambiantes se tenga la “brújula” para orientarse
apropiadamente.
Se
trata de discernir qué conviene hacer, y poder hacerlo a pesar de
presiones externas y aún de diso-nancias internas por contradicciones
entre intereses y valores.
Existe
gran preocupación por la “pérdida de valores” que en nuestra
sociedad se estaría dando. Esto es, el ir dejando, en la vida cotidiana
valores basados mandamientos aprendidos a través de una formación
religiosa, para ir asumiendo otros basados simplemente en los efectos de
las acciones, su utilidad, o más aún, la felicidad entendida
generalmente como lo placentero. (Esto es, de una moral de obligación
a otra del efecto, sea utilitaria o hedonista, o una combinación
de ambas)
No
se puede llegar así a un sistema basado en el deber, esto es, valores
que ya no son tomados en con-sideración según un mandato
o los efectos, sino sobre la base de una concepción del mundo que
sirve de contexto a un proyecto de vida, y de lo que uno considera que
para ello es necesario realizar.
Esto
indica que no se trata sólo de sistema de valores sino también
de sistema de control.
Una
cosa son los valores que habrán de orientar la vida de una persona
grupo o sociedad. Otra es el mecanismo por el cual la vida se rige por
estos valores.
El
contexto general es el del consumismo, como fenómeno social, que
implica ambos planos. No sólo apunta a valores diferentes, sino
que también insiste en el descontrol en nombre de la “libertad”
(“dejate llevar por …”, “que esperás para comprar ya!…”)
Y
se pide a la escuela que ponga límites a los alumnos, que les enseñe
los límites. Porque hoy con de-sesperación, los adultos hablamos
de poner límites, de la necesidad de que niños y jóvenes
aprendan los límites. Pero los límites son algo impuesto
desde afuera. En realidad se trata de algo diferente. La auto-rregulación.
Tres
sistemas de regulación
Así
como desde el punto de vista de los valores puede hablarse de tres sistemas:
de obligación, de efecto con sus dos variantes y de deber; desde
el punto de vista del mecanismo psíquico que hace posible la regulación,
puede hablarse de tres tipos de conciencia moral: de Obediencia, de Reciprocidad,
ambas externas pero con efectos internos, y Autónoma.
Implican
formas de interiorización de las normas sociales a través
de mecanismos psíquicos.
Así
la de obediencia se fundamenta en el miedo (y su contrapartida, la seguridad,
la certidumbre). El miedo tiene base instintivo – biológica, es
inherente a todo animal y expresa la actitud hacia determinadas fuerzas
exteriores. El miedo regula las relaciones con los otros en cuanto extraños,
potencialmente ene-migos.
La
de reciprocidad se basa en el sentimiento de vergüenza ante los que
son “como uno”, y tiene como contrapartida el honor, gloria, reconocimiento,
aprobación por “los suyos”; es un mecanismo comunitario – grupal
aunque es una vivencia interna supone referirse a los circundantes (“que
dirán”).
La
autónoma es de características más complejas. Su base
es el sentimiento de culpa y su contraparti-da el sentimiento de dignidad
personal. Implica la aparición de un mecanismo individual-personal
de control: la conciencia moral propiamente dicha.
Su
polo negativo es el sentimiento de culpa. A diferencia de la vergüenza,
que impulsa al hombre a mirarse con los ojos de los “otros significativos”,
el sentimiento de culpa es interno y subjetivo, signifi-cando el juicio
sobre sí mismo. Se reconoce culpable sólo aquel que tiene
conciencia de sí como sujeto de la actividad y únicamente
en los límites de su responsabilidad real.
A
cambio de ello, este sentimiento abarca no sólo los actos, sino
que difunde también a las ideas e in-tenciones recónditas.
(Si nadie se entera, no se da ni el miedo ni la vergüenza; ni la seguridad
ni el honor, por eso, la mentira funciona en esos sistemas externos; pero
no es posible mentirse a sí mismo).
El
correlato positivo de la culpa es el sentimiento de dignidad propia, que
también se diferencia del honor por su carácter individual
e interno: el honor es rendido por otros y puede ser quitado por otros;
el hombre construye su sentimiento de dignidad y luego ya no necesita de
confirmaciones exteriores.
Históricamente
el honor fue concebido como privilegio estamental (por ser miembro de un
grupo o familia), y la dignidad como personal.
Hoy:
Una cuarta forma
En
la sociedad estamos viviendo la desaparición de dos formas de control
social, la basada en la obe-diencia, teniendo al miedo y la seguridad como
fundamento, y la de reciprocidad, que tenía como funda-mento la
vergüenza y el honor.
Hoy,
con el consumismo, aparece una cuarta forma, desviada y muy poderosa y
omnipresente: la “conciencia modal”
Se
asemeja a la de reciprocidad porque utiliza a los demás como uno
”los otros significativos” como instrumento de imposición de normas
y control, y sigue fomentando la vergüenza (“quemo”, “pelada”…) de
“no estar en onda”, particularmente de no tener y consumir y hacer lo que
“está de moda”. Y al contra-rio, el honor de la admiración,
la aceptación, del estar en onda. Es un sistema perverso pues es
manejado por aquellos que tienen poder de imponer las reglas: modas y estilos
de vida. -Generalmente empresarios, mediante mensajes a través de
los medios de comunicación social como la publicidad y la publicidad
encubierta en programas-. Esto afecta de tal manera que hasta lo político
puede volverse objeto de moda.
Un
concepto que hoy resulta molesto pues no está claramente definido
es el de la “autoestima” que, como se usa como remedio para toda dificultad,
fácilmente se transforma en autoengaño. Pero ese con-cepto
de autoestima no se identifica con el de dignidad, aunque es un componente
del mismo. La con-ciencia moral siempre supone una cierta autonomía
personal; la elección moral siempre supone autono-mía personal.
Debemos
comprender el proceso de la construcción de la conciencia moral,
pues en el adulto coexis-ten, aunque con grado diferente de importancia,
los diversos sistemas. Por más de que detestemos al adul-to sumiso,
basado en la obediencia, el inicio de la regulación se hace por
medio de la obediencia a las personas a las que el niño respeta.
Así
aprende las primeras reglas que habrán de orientar, aún externamente,
su conducta. De allí podrá pasar a otros sistemas como el
de reciprocidad basado en el respeto a los iguales, para luego construir
la conciencia moral autónoma. Pero si por desdeñar la obediencia
omitimos el nivel inicial de la construc-ción, ya en balde será
el querer “enseñar a poner límites” en la escuela. A no ser
que se haga sobre la base del condicionamiento que justamente se omitió
inicialmente.
Algunas
conclusiones
La
conciencia moral no es algo dado sino recibido, puede o no construirse,
y puede construirse mal.
No
basta con la buena voluntad y el ejemplo de los buenos profesores. Debemos
conocer el proceso de la formación de la conciencia moral, y comprender
que aquí, como en ningún otro caso, educación es tarea
de todos.
Debemos
conocer la relación entre internalización de valores y construcción
de los mecanismos de au-torregulación.
Pero
fundamentalmente debemos comprender la relación entre sociedad,
sus valores y la formación de la conciencia moral. Y en este sentido,
la Formación Ética y Ciudadana no es un simple aprendizaje
para la vida -por lo menos pare esta vida actual- sino para una vida mejor.
En
consecuencia, la escuela deberá convertirse en espacio donde pueda
vivirse en pequeño –y desear profundamente vivir- unas relaciones
sociales diferentes. En contradicción con la sociedad; por lo cual
la acción de la escuela no debe estar sola, sino formar parte de
un proceso social más amplio.
Por
más de que detestemos al adulto sumiso, basado en la obediencia,
el inicio de la regulación se hace por medio de la obediencia a
las personas a las que el niño respeta.
No
basta con la buena voluntad y el ejemplo de los bue-nos profesores. Debemos
conocer el proceso de la forma-ción de la conciencia moral, y comprender
que aquí, como en ningún otro caso, educación es tarea
de todos.
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