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.EDITORIAL
   LA DESVALIDA ETICA

Unas encuestas recientemente difundidas señalan un alto grado de corrupción en el poder judicial, en aduanas y en las contrataciones del sector público. 
El poder Judicial es considerado por los usuarios y funcionarios encuestados como la más corrupta de todas las instituciones del estado y extremadamente dependiente de los intereses económicos de turno. Las aduanas, según palabras del el propio Ministro de Hacienda están siendo manejadas por “una rosca maldita”. Y en el sector público, según el testimonio de los propios funcionarios, se reciben sobornos para expedir los trámites en todas las instituciones, destacándose por su frecuencia las áreas de la juventud (por encima del 80 %), seguridad social, servicio forestal, acción social y judicatura. Ninguna de las 25 instituciones encuestadas está libre de la práctica del soborno.
Es lamentable el espectáculo que las Cámaras del Congreso, especialmente en diputados, nos ofrecen a diario. Las disputas permanentes para conseguir unas migajas de poder, prebendas o plata, nos develan, cada vez más claramente, la escasa calidad ética de muchos de nuestros parlamentarios.
La clase política nos viene acostumbrando al mantenimiento de la impunidad de aquellos quienes, “aunque sean chanchos son chanchos de nuestro chiquero”, dando por supuesto que, en definitiva, colorado vota colorado y que liberal vota liberal.
Nuestra sociedad y nuestra vida pública se resienten del desvalimiento de la ética echándose en falta un mínimo de conciencia ciudadana y una ética mínima.
Este mínimo significa que, por parte de los políticos, se ejercite el pensamiento, -pensando, mucho y en serio ‘el bien de todos’ y actuando en consecuencia al servicio del bien común. 
Por parte de los ciudadanos se requerirá asegurar instrumentos de control para lograr que sus mandados cumplan con el servicio para el que fueron elegidos y para rechazar con energía a quienes demuestren deshonestidad y manipulaciones en su gestión. En definitiva, corresponde a nosotros, ciudadanos de a pie, desempeñar un gran papel para lograr esa limpieza ética que tanto necesitamos:
Si nos quejamos de corrupción, ¿no será posible que dejemos todos de pagar la coima para que se aceleren nuestros trámites?.
Si nos quejamos del proceder de los diputados o senadores, ¿no podríamos señalar con el dedo a quienes amparan la impunidad impidiendo su inclusión en posteriores listas electorales y, si esto no es posible, dejando de votarles en las correspondientes elecciones? Cuando ninguna de las listas alcanza ese nivel de honestidad deseado, cabe en todo caso, mostrar nuestro desacuerdo con el voto blanco o nulo, dejando cualquier mensaje en la boleta de votación.
Si nos quejamos de la violencia o mendicidad callejera ¿es que no podremos organizarnos mejor para exigir una más equitativa distribución de la renta y una eficaz atención a los carenciados de necesidades básicas?.
Si nos quejamos de los continuos robos de autos ¿no podríamos contribuir a la solución del problema dejando de comprar los autos mau y consiguiendo que se controle la compraventa de los vehículos, por ejemplo mediante la puesta en vigencia de leyes como la del registro automotor único?
Todas estas opciones individuales precisan, sin duda, el respaldo institucional mediante leyes actualizadas y posibles dentro de nuestra realidad paraguaya, y será necesaria la mediación de unas instituciones de poder decididamente empeñadas en estos objetivos. Ante el descrédito de los partidos tradicionales y su desconexión real de la ciudadanía se necesitarán otras alternativas válidas, sea de nuevos movimientos políticos o conformación de un auténtico poder ciudadano.
En este contexto de desvalida realidad con elementos de esperanza, nos acercamos a unas nuevas elecciones. Aunque en ellas se juega poco -tan sólo la Vicepresidencia-, mantenemos viva la ilusión depositada en el balbuceante sistema democrático. 
En todo caso, un crecimiento en la calidad ética es impostergable.
 
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