.
.
ETICA DEL DISCURSO

En el iniciado proceso democrático muchos problemas, como la corrupción, impunidad y delincuencia, generan desesperanza y descrédito hacia nuestra organización esta-tal. La ética discursiva puede ayudar a devolvernos la cre-dibilidad, responsabilidad y solidaridad necesarias para superar esta crisis que nos paraliza.
Gabriel Insaurralde

En la década de los años 80, en el círculo de filósofos alemanes, nace la "ética del discurso", "ética de la comunicación" o "ética discursiva". Nace en el marco de la búsqueda de una respuesta ética a los problemas actuales. Si bien la guerra y la destrucción ya estuvieron presentes desde la aparición del hombre sobre la faz terrestre, hoy en día, el problema se agrava porque es el mismo campo de batalla que está en peligro. Somos testigos del dete-rioro grave y constante de nuestro planeta, que surge en definitiva como consecuencia de la aplicación industrial de la ciencia y de la técnica.
La ética discursiva se enmarca dentro del contexto de reflexiones éticas para este nuevo milenio; y sus creadores son Karl Otto Apel y  Jürgen Ha-bermas, herederos de la rica tradición de la escuela de Frankfurt.
Dicho en términos sencillos, como son de mi preferencia, la ética dis-cursiva es aquella que se fundamenta en el discurso. No se refiere a la ética que debe suponerse para entablar un discurso, sino a la ética cuyos princi-pios los extrae del mismo discurso. Esto es, de las condiciones que lo hacen posible. La Real Academia Española define "discurso" como la facultad racional con que se infieren unas cosas de otras, sacándolas por consecuen-cia de sus principios o conociéndolas por indicios y señales. Y discursar como discurrir sobre una materia.
Cuando discurseamos, esto es, hacemos uso de discursos, empleamos argumentaciones o razones para justificar nuestras acciones y pareceres, en definitiva, para justificarnos a nosotros mismos. El discurso es una forma particular de lenguaje y de comunicación donde la razón tiene un papel fundamental. Por este motivo, Apel, en lugar de llamarla ética de la comu-nicación o del leguaje prefiere llamarla ética discursiva porque se refiere a una forma concreta de comunicación. Y además, en esta forma especial de comunicación se desarrollan los argumentos o razones que constituyen el a priori racional de fundamentación para el principio de la ética.
En todo discurso nos encontramos con la necesidad de fundamentar o justificar nuestras posturas, porque sabemos que nuestros pareceres sola-mente serán aceptados siempre y cuando recurramos a razones para funda-mentarlos; aquí no vale apelar a la violencia, a influencias externas, domi-nio, fuerza, prepotencia, etc.
En el discurso no solamente hay defensa sino también fundamentalmen-te crítica. Habermas define el concepto de racionalidad como aquello que es susceptible de crítica; es decir, algo no puede ser racional si no pasa por la crítica; es decir, la obtención consensuada de validez. Todos nuestros pareceres, emisiones, manifestaciones, etc. adquieren validez por medio de la crítica. Esta se define como el medio donde se fundamentan racional-mente nuestras posturas.
Esta critica supone el a priori de una comunidad ideal de comunicación, es decir, supone igualdad de oportunidades para expresarse, comunicación libre de coacciones, capacidad de lenguaje y de acción, y la finalidad que todos busquen mejorar sus condiciones de vida por medio del consenso. Cuando dos o más personas argumentan buscando coordinar sus acciones para un bien común están realizando este ideal de comunicación. Con cada emisión o manifestación lingüística estamos actualizando esas condiciones ideales de entendimiento.
Apel introduce dos dimensiones características de la ética del discurso un medio y un principio ético. En primer lugar se refiere al mismo discurso argumentativo como medio indispensable para la fundamentación de las normas consensuales de la moral y el derecho. Lo que en una sociedad tra-dicional aparecían como casi evidentes impuestas por la autoridad y la tra-dición, hoy en día, esto es imposible. De lo que se trata es que por primera vez en la historia del hombre, se plantea la posibilidad de asumir la respon-sabilidad solidaria por las consecuencias a escala mundial de las activida-des colectivas de los seres humanos, y la posibilidad de organizar esa res-ponsabilidad como praxis colectiva. Es el momento de una cooperación solidaria de los individuos en la fundamentación de las normas morales y jurídicas que sean consensuales por medio del discurso argumentativo.
En segundo lugar se refiere al principio ético subyacente a todo discurso argumentativo; que es la dimensión trascendental de la intersujetividad ex-presada como la necesidad de la comunicación como condición de posibili-dad para la comprensión lingüística con los otros. En la argumentación se establecen ciertos a priori o condiciones de posibilidad que apuntan a una comunidad ideal de comunicación. Por este motivo el medio irrebasable es la argumentación. Todo el mundo la acepta, incluso el escéptico o relativis-ta que necesita argumentar contra la posibilidad de una fundamentación última. Pero, ciertamente, de quien no habla no se puede saber nada.
Para acceder a este principio de la ética discursiva es necesario hacer el paso del "yo pienso" kantiano al "yo argumento" propuesto como transfor-mación pragmático lingüística de la filosofía trascendental. Kant no tuvo en cuenta este principio de la ética discursiva que hace posible tanto las refle-xiones de carácter objetivo, como las normas de carácter práctico y las au-topresentaciones expresivas. No cayó en la cuenta "de que cuando argu-mentamos públicamente, y también en el caso de un pensamiento empírico solitario, tenemos que presuponer en todo momento las condiciones norma-tivas de posibilidad de un discurso argumentativo ideal como la única con-dición imaginable para la realización de nuestras pretensiones normativas de validez". Se trata de una "comunidad ideal" que anticipamos contrafácti-camente, es decir, aquel que argumenta seriamente tiene que hacer valer, tanto si se le admiten como si no, las condiciones y los presupuestos ideales universalmente válidos de la comunicación.
A estos se le suman presupuestos morales relevantes como: la corres-ponsabilidad de los interlocutores en la solución de los problemas, la igual-dad de derechos de todos los participantes, la capacidad universal de con-sensuar todas las soluciones de los problemas.
El momento clave de la ética discursiva está determinado por la idea re-guladora de que ahora todas las normas válidas son consensuales por parte de todos los afectados. Ya no se recurren a las máximas de acción inscrip-tas en la conciencia solipsista como en las sociedades tradicionales.
Si bien, antes de la caída de la dictadura stronista, los paraguayos hemos comenzado un proceso de consolidación democrática, sabemos que todavía nos falta mucho que caminar. Se ha caído un régimen autoritario pero han surgido nuevos problemas como la corrupción, el robo y la delincuencia que no hacen sino revelar una desesperanza y un descrédito ante la organi-zación estatal. Pienso que la ética discursiva puede devolvernos esa credibi-lidad, responsabilidad y solidaridad que necesitamos para superar esta cri-sis que nos deja empantanados.

En todo discurso nos encontramos con la necesidad de fundamentar o justificar nuestras posturas. Aquí no vale apelar a la violencia, a influencias externas, dominio, fuer-za, prepotencia.

Top
.© Derechos Reservado Uninet - Asunción, Paraguay