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Ética y Política
 

"Una práctica positiva del ejercicio del poder comienza por una condición de ser pensante. Es decir, la política debe saber pensar. Debe saber pensar en serio, mucho, y debe sobre todo pensar ‘el bien’."
Juan Godoy

La ética versa sobre la pregunta "Quién soy?" y "Quién quiero ser?" o, lo que es lo mismo, "Qué ha-go?" y "Qué quiero hacer?" Es decir, la ética no se refiere a algo que está fuera, allí o más allá, como algo dado. Más bien, la ética tiene su nacimiento con nosotros. Estos interrogantes son siempre al mismo tiem-po de actualidad y sus respuestas nunca son definitivas. Ellos cuestionan desde el interior partiendo del mismo hecho de hacer proposiciones o de no hacerlas. La ética como estudio de lo que pensamos, de lo que hacemos y de lo que somos, nos permite ver los elementos que determinan la forma de nuestra propia constitución de seres éticos. 
Se argumenta que la tarea del filósofo de la ética se distingue de la función del moralista (cambiar conductas) así como la tarea de las ciencias políticas se distingue del político (llegar al poder). Además se aclara que esto no quiere decir que el moralista y el político no tengan interés alguno en estudiar sobre ética y política respectivamente (ojalá que de hecho tengan interés), sino que estudien o no, su foco o concentración central no es el estudio para el descubrimiento de verdades relativas a su materia. La tarea del filósofo es el pensamiento. ¿Para qué? Para el cambio de lo que constituye nuestra forma de pensar nunca tan satisfecha con su posar momentáneo bajo la luz que el entendimiento puede cada vez lograr. Toulmin decía: lo que un filósofo dice tiene validez hasta el tiempo que le lleve a otro cargar tinta a su lapicera.
La ética se encuentra dentro de la perspectiva crítica del entendimiento, y éste proceso que es a la vez histórico y crítico tiene un límite. Esto no quiere decir que sea definitivo, o final. Por implicación pode-mos decir, como piensa Toulmin, que "la ética no se extiende a la ‘justificación’ de todos los razonamien-tos acerca de la conducta". Es decir, "un curso de acción puede ser opuesto a otro: o una práctica social puede estar opuesta a otra; pero ¿a qué se supone que se oponga ‘la-ética-como-un-todo’?” En este punto estamos frente a La Ética y los Límites de la Filosofía, como dice el título del libro de Bernard Williams, filósofo de la ética. En resumen, "las razones tienen fin", en palabras de Wittgenstein. Y cuando las razo-nes del filosofar llegan al final de su camino, otro camino, uno nuevo, comienza. 
Hoy sentimos que alguna decadencia importante se ha dado en la vida nacional, y esto se siente más con relación a esta última década. Este sentimiento va del desencanto con ideales futuros realizables para nuestro pueblo, a la manifestación concreta de una intolerancia, frustración, y violencia. Recordemos que estas son cosas que en nada ayudan al desarrollo de una vida ética personal y social, pues una vida ética incluye la vida moral (en el sentido matizado por Kant – de una vida regida por deberes tanto personales como sociales); pero también comprende aspectos relacionados al desarrollo de actitudes (personales y sociales), hábitos morales (virtudes como la justicia, moderación, etc.), gusto estético (el desarrollo cultu-ral: literario, artístico, etc.), metas personales (profesionales, privadas), e incluso actividades de recrea-ción. 
Lo que tiene de verdadero la frase "el cambio empieza por uno mismo" también comprende una parte que no dice. La frase de hecho sugiere que "el cambio" hacia condiciones y estados mejores pasa primero por uno mismo. Ahora, esto no significa que el cambio personal solo sea suficiente para ese cambio que uno también necesita - cambio social que tienda hacia el bien. Tratándose de la vida de una ciudad, o de un pueblo, buscar el bien sí exige de cambios personales, pues un pueblo honesto y justo existe porque tiene personas honestas y justas. Sin embargo, el enfoque en buscar cambios personales es insuficiente. También se debe buscar los cambios de estructuras sociales (organismos sociales, instituciones privadas, etc.) y cambios de estructuras políticas (estructuras de poder, instituciones del estado). Los cambios de estructuras sociales y políticas de hecho pueden completar o posibilitar el cambio social, y además pue-den promover y hasta cierto punto garantizar el desarrollo de la vida moral personal. Una estructura social (incluyendo factores económicos y culturales) que no estimula, que no convalida (o aprueba), y que no garantiza con sus leyes el éxito de la vida ética tanto personal, familiar, como social, lo que de hecho hace es desmoralizar el mayor anhelo del ser humano, vivir con una dignidad personal, e incluso más allá de la mera felicidad, vivir una vida feliz moralmente merecida.
Una práctica positiva del ejercicio del poder comienza por una condición de ser pensante. Es decir, la política debe saber pensar. Debe saber pensar en serio, mucho, y debe sobre todo pensar ‘el bien’. Debe pensar "el bien" y además debe pensarse a sí misma. Pero una política que se dice pensante de suyo es insuficiente. La política no solo debe pensar ‘algo’ (tomar medidas económicas, educativas, etc.). La política debe pensar en ese ‘algo’ dentro de un horizonte ético razonable. Una política sin una compren-sión y una visión ética es un mal negocio para cualquier sociedad. Un pensamiento ético que no se plasma en la vida cotidiana tampoco basta. La vida ética no solo se piensa sino también y fundamentalmente ‘se vive’. Los conceptos éticos son comprendidos más plenamente en la experiencia. Es practicando la virtud de la justicia como llega uno a ser una persona justa, como dice Aristóteles, y es muy probable que sea una persona justa quien más comprenda la virtud de la justicia, como piensa Sócrates. 
Pero tampoco basta que la política piense. Todos debemos pensar. Los empresarios deben pensar. Deben pensar en el capital. Pero deben pensarlo dentro de una perspectiva ética (e.g., lo correcto). La religión debe pensar en la salvación del alma. Pero debe pensarla dentro de una perspectiva ética (e.g., la libertad). En el juego entre religión y política, se puede dar una especie de usura mutua. La política puede escoger a la religión más influyente, católica, como un ingrediente de su proyecto nacional (aunque no sea de la nación como tal) para utilizarla como un elemento de cohesión y reducción de la conflictividad ideológica y social. La religión, por su parte, también puede aliarse al poder político y utilizarlo como un vehículo de acción para la conservación de sus principios morales evitando así completamente enfrentar los desafíos de la exigencia de maduración de su propia conciencia moral. Esta utilización mutua entre política y religión es de lo más negativa cuando se debe a la carencia total de un discurso que apele a una razón ética crítica. En fin, esto sucede cuando ni la religión, ni la política piensan desde una comprensión propia de sí misma y una perspectiva ética general razonable. 
El proyecto de lo que se denomina ‘ilustración’, la idea de una sociedad racional naturalmente autó-noma, creadora de sus propios valores morales y proyectos comunitarios, supuestamente trae consigo la muerte de Dios. El ‘racionalismo’ que se manifiesta en el desarrollo de las fuerzas productivas, las indus-trias, la modernización, el desarrollo de la técnica, el estado, obliga a descartar poco a poco las cosmovi-siones religiosas como fuente de identificación, legitimación, y como fin último. Es decir, en un momento el progreso social, el proceso ilustrado, supone una crisis de identidad, de valores, de fines, y hasta si se quiere, del sentido de la vida. 
La pregunta de si históricamente la muerte de Dios se encuentra o no en los proyectos de la Ilustra-ción es discutible. Algunos pensadores creen que no se encuentra. De hecho algunos piensan que Dios tiene su lugar inalienable en la idea más preciosa de los ilustrados: por ejemplo, Dios se encuentra en la idea de progreso moral. Resultado de esto es tanto la religión natural como la teología moral en el siglo XVIII. La religión natural convierte a Dios en la figura de un pedagogo moral que muestra a la humani-dad el camino de la historia. La teología moral postula a Dios como el ideal moral realizable que confía en la capacidad moral de los seres racionales a hacer que la justicia gane en la historia. 
Sin embargo, el hecho histórico y social concreto es que Dios ya no es el legitimador sociológico de las normas morales que posibilitan el hablar de un orden moral compartido universalmente. Es más, algu-nos piensan, como dice Adela Cortina en su libro Ética Mínima, que "es la existencia innegable de la moral universal descubierta y realizada por los hombres la que abre camino para descubrir la racionalidad de la afirmación ‘Dios existe’". Ahora, esto último puede ser discutible. Pero una cosa sí parece cierta, como también piensa Cortina: "Aquel a quien no preocupe el progreso moral que propone la Ilustración, tampoco le interesa la figura del pedagogo moral o del justiciero de la historia". 
Es decir, no puede haber religión o política de valor sin una auto comprensión ética. En resumen, la Ilustración entendida como el proyecto de una sociedad racional naturalmente autónoma, creadora de sus propios valores morales y proyectos comunitarios, rechaza el dictamen de Dostoyevski "si Dios no existe, todo está permitido" afirmando que "aún cuando Dios no existiera, sólo ser hombre en plenitud está permitido”. Esto, para aclarar, no significa un rechazo a la religión sino más bien un acto dignificante de la misma. 
El progreso moral, la búsqueda de una articulación de la moral en la crítica dialógica (pensar adentro y pensar afuera) no exige de suyo en modo alguno la muerte de Dios. Pero sí exige su muerte sociológica: es decir, a la hora de legitimar la dominación política, a la hora de justificar normas morales y jurídicas, incluso en el proceso de identificación de los individuos como miembros de una sociedad, la religión habría cumplido en el pasado su función impagable, pero debiera haber sido sustituida por el ejercicio de la libertad. 
Una actitud ética que se comprende abierta en el sentido de ser auto-pensante es fundamental en la vi-da social y política. Una ética auténtica no exige de suyo una oposición al lucro del mercado o el fracaso de la economía. La practica de la religión pierde sentido sin la libertad. Una idea política sana debe desa-rrollarse dentro de una ética de la justicia. Aunque aparentemente esta ética desde la condición de ser "pensante" además de ser algo obvio y no tenga ni sal ni pimienta por así decirlo, al desempacar cada uno de estos marcos éticos conceptuales encontramos que ellas exigen criterios regulativos de conducta y cada uno de ellos exige un principio auto crítico continuo. Cada persona es un mundo ético que comprende un ser que no puede dignificarse sin la autenticidad, la libertad, y la justicia. La ética es una perspectiva de pensamiento crítico que abarca estos tres campos. Un estado que se conduce y gobierna con esta perspec-tiva ética tripartita es un estado ético. Una nación de personas auténticas, libres, y justas, hace un país mejor del que tenemos. 

La ética como estudio de lo que pensamos, de lo que hacemos y de lo que somos, nos permite ver los elementos que determinan la forma de nuestra propia constitución de seres éticos. 

Los cambios de estructuras sociales y políticas de hecho pueden completar o posibilitar el cambio social y además pueden promover, y hasta cierto punto garantizar, el desa-rrollo de la vida moral personal.

Una política sin una comprensión y una visión ética es un mal negocio para cualquier sociedad. Un pensamiento ético que no se plasma en la vida cotidiana tampoco basta.

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