Los
fuertes y los justos
Me
encantó la oración de un católico con buena onda que
decía: "Dios mío haced que los hombres sean santos y –si
es posible– que los santos sean simpáticos". Me recuerda la máxima
de Manuel Gondra, "Si no podemos hacer que los justos sean fuertes hagamos
que los fuertes sean justos."
En
ambos casos se concilian bien dos propósitos que están en
juego en una ética aplicada, que nunca es pura ética de principios
sino también una ética del bienestar y una ética de
la responsabilidad, colocada en las circunstancias del ejercicio de la
vida.
El
católico mencionado acepta la primacía de la santidad, pero
también reza por el bienestar. La santidad es obligatoria y es lo
mínimo: lo máximo es este mínimo más la gracia,
el detalle.
También
este buen político buscaba lo máximo: que los justos sean
fuertes. Y es posible –casi seguro– que para Don Manuel "los justos" hayan
sido su país y su partido liberal, en cuyas pretensiones veía
la máxima justicia y también, el máximo bienestar.
Pero el Dr. Gondra se conformaba con lo mínimo: Que los fuertes,
o sea, los que mandan, sean justos, aunque no sean los míos. Esto
es no-negociable no se puede aceptar la injusticia de los fuertes ni de
los débiles, de los propios ni de los otros. Se persigue lo máximo,
se acepta lo mínimo.
El
otro es mi disculpa
La
carencia ética es lo contrario. Viene bien formulada para nuestro
tiempo; es esa opción entre el Pato (Donald) colorado y el Chancho
liberal. Colorado vota colorado, porque es colorado, aunque sea a un Pato
porque
el liberal vota liberal aunque sea un Chancho si es liberal. En este caso
lo deseado se sobrepone a lo necesario.
El
católico buena onda y el pragmatismo principista de Manuel Gondra
colocan las cosas en la escala de valores correcta. La chanchada o el paterío
subvierten el orden de los valores y la fidelidad a los principios, o sea
la fidelidad a la colectividad, la destinación colectiva del comportamiento
público. Los corruptos no sirven al pueblo a través del poder,
se sirven del pueblo a través del poder, y devuelven parte de la
merienda a sus amigos, a sus cómplices, a su entorno, a su partido,
a su mesnada.
Un
corrupto es en realidad un traidor a la confianza pública, un transgresor
del bien colectivo. Por esa subversión estamos pagando el precio
del desgobierno.
Una
opción donde el más sucio, gana el partido. Esta opción
de ética sin principios es adecuada para la corrupción, porque
desarma toda discusión ética: "porque el otro se porta mal,
yo también debo hacerlo, de lo contrario pierdo". Así la
defensa de Burt o de Fretes Ventre entre los corruptos liberales, alega
como motivo la defensa de Planás o de Chiola, o sea de los corruptos
colorados.
Borges
con su ironía se refirió a esta ética, aludida en
el concepto de "guerra sucia" o de crímenes de Estado contra la
guerrilla, en Argentina, diciendo que con esa lógica debemos violar
a los perversos sexuales y devorar a los caníbales. Alegando como
motivo, que eso es lo que ellos hacen.
Lo
propio de la ética en política
Es
verdad que el político no debe reducirse a cumplir mandamientos.
La política es el campo de lo publico, del conflicto, de la gestión,
de la necesidad y como todo espacio publico, nunca es inmaculado sino,
al contrario, suele tener suciedades. Además debe alcanzar a todos
los ciudadanos de diversas confesiones y agnosticismo.
La
ética civil y política tiene un fundamento pragmático:
es la mejor manera de ordenar la sociedad. En nuestro caso, por ejemplo,
es mejor para más gente y por más tiempo, reformar al coloradismo,
en lo que tiene de corrupto, aunque ello le signifique sacrificio de posiciones
de poder; y mantener la integridad liberal, aunque ello le impida ocupar
puestos donde carecen de mayoría. Esta es la mejor opción:
un liberalismo ético que fuerce la reforma colorada y una reforma
colorada que fuerce la integridad liberal.
Debajo
de esta ecuación todo el resto es "opinable", legítimo conflicto
y cuestión de gustos. Está bien que haya polémica,
ambiciones de poder y de mando, pero que ellas no entren al paterío,
ni al chiquero.
El
Juicio del ciudadano
Entre
la falta de escrúpulos y la ética política hay apuestas
contrarias: Esta diferencia de estrategia no es banal y las consecuencias,
la pagan los no políticos, los ciudadanos de "a pie".
El
coloradismo no es fuerte sólo por corrupto. También es fuerte
por otras cosas. Por su ambición, por su responsabilidad, y por
haber emprendido, realmente, la democratización del Paraguay, por
su solidaridad. Ningún opositor puede decir que alguna vez no fue
invitado a ser colorado. En cambio, ningún colorado a sido invitado
a ser opositor.
Los
liberales no son una alternativa de alternancia sólo porque son
capaces de hacer lo mismo que sus adversarios. Creer que puedan ganar a
los colorados copiando sus defectos y no sus virtudes, constituye un error
político, pero antes de ser útil o inútil, es ya una
canallada.
En
este escenario de los que mandan, de la clase política, como en
todo lo que ocurre en público, lo que importa al final es el público.
En éste caso la ciudadanía.
La
lógica del poder se mueve por su propia lógica. Y son los
gobernados quienes le ponen el límite. Los que establecen aquello
que se puede o no se puede hacer, porque tiene el costo del fracaso. El
dictador todavía podía matar y robar, torturar y silenciar.
Los líderes de la democracia ya no pueden más ni matar ni
silenciar. Todavía, lamentablemente pueden robar, mentir o usar
de los aparatos del poder en propio beneficio y en perjuicio ajeno.
De
la ciudadanía depende que ya no se pueda más conducir el
gobierno a 19 años de estancamiento económico con creciente
desigualdad social para la inmensa mayoría pero con acumulación
de poder y privilegios para aquellos que lo administran.
Del
juicio ciudadano, del poder ciudadano depende el futuro de los políticos
y la vigencia de las reglas de juego que definan qué pueden hacer
y qué no pueden hacer los políticos al precio de quedar fuera
del juego.
Mientras
se vote simplemente lealtades particulares, intereses parciales, justificaciones
inconfesables, tradiciones pre-democráticas, identidades sin crítica
ni capacidad de consenso general, mientras el poder ciudadano no sea también
ético: mientras el ciudadano no crezca, los jefes políticos
serán pequeños.
Los
corruptos no sirven al pueblo a través del poder, se sirven del
pueblo a través del poder, y devuelven parte de la merienda a sus
amigos, a sus cómplices, a su entorno, a su partido, a su mesnada.
Esta
es la mejor opción: un liberalismo ético que fuerce la reforma
colorada y una reforma colorada que fuerce la integridad liberal.
Del
juicio ciudadano, del poder ciudadano depende el futuro de los políticos
y la vigencia de las reglas de juego que definan qué pueden hacer
y qué no pueden hacer los políticos al precio de quedar fuera
del juego.
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