La
Constitución de la República del Paraguay de 1992 en el artículo
62 del Capítulo V sienta un principio cuyos alcances son simplemente
fascinantes y ejemplares: Esta Constitución reconoce la existencia
de los pueblos indígenas, definidos como grupos de cultura anteriores
a la formación y organización del Estado paraguayo.
En
términos jurídicos nunca se había llegado a una formulación
tan ambiciosa. Tal vez sin apercibirse de ello los Constituyentes limpiaban
el borrón que supuso en la historia del Paraguay aquel malhadado
Decreto de 1848, del Presidente Carlos Antonio López, por el cual
se declaraba “ciudadanos libres a los Indios naturales”, lo que se traducía
concretamente en negarles el régimen de comunidad con la excusa
de que éste los habría humillado y abatido. De hecho el Decreto
creaba el derecho de apoderarse de sus territorios; lo que efectivamente
se dio. A esos indios lo que les era negado era el derecho a existir como
pueblos “naturales” con culturas diferenciadas y propias. Más que
ciudadanos libres se les destinaba a ser ciudadanos pobres. De ahí
en adelante sería más difícil, por no decir imposible,
ser indio en el Paraguay.
Delante
de un articulado tan alentador como el de la Constitución es ahora
tarea de los mismos indígenas, en primer lugar, pero también
de antropólogos e indigenistas, investigar y organizar un pensamiento
indígena que es primero y primordial, anterior al Estado —a los
Estados nacionales— y que va más allá de las limitaciones
que el Estado liberal y positivista ha levantado. Los pueblos indígenas
tienen derecho a caminar y a mostrar caminos que la historia parecía
haber cerrado definitivamente. En términos un tanto vulgares, se
puede decir que terminó el tiempo en que los indígenas tengan
que calzar el zapato del Estado y vestir sus andrajos; es el Estado que
tiene que descalzarse de ideas y prácticas que ni siquiera eran
democráticas y por fin “vestirse de sol y de inocencia”. El Estado
recibirá de esos nuevos principios una manera de ser y un proyecto
de futuro en el que no perderá nada; al contrario será fuente
de vida y de bienestar para todos.
En
busca del tiempo indígena
Es
bien conocida la problemática de los territorios indígenas
sobre los cuales el Estado se arroga abusivamente derechos adquiridos.
¿Debe
el indígena aceptar sin más este estado de cosas? ¿No
tiene el derecho y aun la obligación de manifestar su disconformidad
contra un concepción que en la mayoría de los casos no tiene
siquiera una fundamentación jurídica seria y que tampoco
respeta los derechos de los pueblos?
Más
concretamente, encaremos la cuestión que los Estados generalmente
suelen colocar en el centro de sus decisiones cuando se trata de reconocer
territorios indígenas: ¿son tierras tradicionalmente ocupadas?
El jurista y constitucionalista Dalmo de Abreu Dallari, en su artículo:
Argumento antropológico e linguagem jurídica (en: A perícia
antropológica em processos judiciais / org.: Orlando Sampaio Silva
y otros. Florianópolis: Ed. da UFSC, 1994, p. 110) cuestiona precisamente
el concepto mismo de tradición; o mejor el sentido pobre y restringido
que del término suelen hacer nuestros legisladores. Y se pregunta:
¿Cuál es el tiempo que debe transcurrir para que se pueda
decir que existe una tradición? Aplicada esa expresión a
las costumbres indígenas, ¿quiere decir muchos o algunos
años son suficientes? La comunidades indígenas, ¿son
sedentarias, son nómades, están habituadas a abandonar
un territorio y después volver a él? ¿Cuál
es el criterio seguido por los indios para contar el tiempo? ¿Está
el indio consciente de la noción de tiempo de la sociedad no india
y de la importancia dada al tiempo prolongado por los que aplican el derecho
de esa sociedad? ¿Es el indio capaz de simular un hecho tradicional?
Ahora
bien, para estas cuestiones la Constitución paraguaya nos abre la
puerta para ir al encuentro de sentidos que son anteriores al mismo derecho
constitucional del Estado; que son también anteriores a la “civilización”
hispánica que llegó hace 500 años a estas tierras.
Arakuaa
y arandu: Inteligencia y saber
La
palabra ára, en el guaraní “clásico” registrado por
el padre Antonio Ruiz de Montoya, en su Tesoro de la lengua guaraní
(Madrid, 1639) tiene varios sentidos que están lejos de coincidir
con el concepto de tiempo y sus sinónimos en castellano. Ára
es: “día, tiempo, edad, vez, siglo claridad, mundo, entendimiento,
juicio”. Numerosos ejemplos en los que sale la palabra ára se extienden
a lo largo de 7 columnas y desarrollan esa semántica. Conocer el
tiempo: arakuaa, es “tener entendimiento”, y sentir el tiempo: arandu,
es “tener sabiduría”. Ára jere y ára apu'aha fueron
aplicados a “la redondez de mundo”.
Los
principales campos semánticos del ara guaraní se relacionan
con la comprensión e interpretación de los signos de los
tiempos y la posibilidad de sentirlos. Al tiempo se lo abarca con conocimiento
y con sentimiento —arakuaa y arandu—. Pero también se correlaciona
con otras significaciones culturales y figuras de comprensión del
universo. El tiempo es connotado especialmente por modos de ser personales:
tiempo de lágrimas, tiempo alegre, tiempo enfermo. En general, hay
tiempos buenos y hay tiempos malos. El tiempo sostiene las actividades
económicas: hay tiempos para plantar y sembrar, hay tiempos para
trabajar; hay tiempos fértiles, pero también hay tiempos
secos que ni posibilitan el trabajo ni favorecen los cultivos.
El
tiempo guaraní es también el mundo. Hay un tiempo que es
la misma “redondez del mundo”: ára apu'a, ára apu’aha .
Ese
tiempo redondo como el universo, no es lineal, no es objeto de medición,
propiamente no se prolonga, aunque se le conoce pasado y futuro.
El
tiempo es una “pasión”, pero también un “saber” en vistas
a la acción.
Los
Guaraní-Mbyá han desarrollado como propios de su cultura
sentidos todavía más sorprendentes.
Este
aspecto típico y a la vez admirable del término ára
viene explicado en los versos donde se canta la primera creación
del espacio-tiempo.
“El
verdadero Padre Ñamandú existía en medio de los tiempos
originarios;
el
viento originario en el que existió Nuestro Padre
se
vuelve a alcanzar
cada
vez que se alcanza el tiempo espacio originario,
cada
vez que se llega al resurgimiento del espacio tiempo primitivo.
En
cuanto termina la época primitiva,
durante
el florecimiento del lapacho.
los
vientos se mudan al tiempo espacio nuevo:
ya
surgen los vientos nuevos, el espacio nuevo;
se
produce la resurrección del tiempo espacio”.
(León
Cadogan, Ayvu rapyta. Asunción, 1992, p. 27. Estrofa 8 del canto
que viene titulado como Las primitivas costumbres del Colibrí).
Cadogan,
conocedor como nadie de la cultura guaraní-mbyá justifica
su interpretación de Ára yma: “Creyendo con ello dar
una idea del verdadero concepto que encierran estas palabras, la traducción
que doy es: ‘tiempo-espacio primigenio’. El ára yma es el tiempo-espacio
originario, el caos. Es también el nombre que se aplica al invierno,
designándose además con el nombre de ára yma ñemokandire:
el resurgimiento o resurrección del tiempo-espacio en que apareció
Ñande Ru, el retorno del espacio-tiempo primitivo” (Ibid., p. 31).
Cuando se trata de la siembra y la cosecha la referencia a sus tiempos
ocurre naturalmente. Hay un “tiempo antiguo y primigenio” —ára yma—
que también se aplica al invierno. Así como también
iremos llegando al “tiempo nuevo” —ára pyau— , que significa la
primavera. Es el tiempo propicio para las plantaciones y la siembra. “Por
eso esforcémonos en pos de la flores de la tierra (cultivos), acomodemos
, mis padres, sitios para las flores de la tierra”.
El
ara pyau , el tiempo y época nuevos, la primavera, tiene también
una connotación cosmológica y religiosa, en la expresión
ára pyau ñemokandire, que significa el “resurgimiento del
tiempo-espacio nuevo”, que viene a ser la creación de un mundo de
perfección y de inmortalidad. El kandire es el estado y el lugar
donde los humanos alcanzaron la perfección o madurez mediante la
danza y otros ejercicios espirituales.
Estas
consideraciones sobre algunas concepciones del tiempo guaraní deberían
llamarnos a la prudencia y a una severa autocrítica cuando pretendemos
que el tiempo y la tradición válida es solamente la que surge
de nuestra concepción de tiempo y de tradición. Y aquí
hay que volver a las preguntas que nos presentaba el abogado Dalmo Dallari:
¿Cuál es el criterio seguido por los indios para contar el
tiempo? ¿Está el indio consciente de la noción de
tiempo de la sociedad no india y de la importancia dada al tiempo prolongado
por los que aplican el derecho de esa sociedad?
Alguien
dirá que, siendo así, entonces es necesario que el indio
aprenda y asuma nuestras nociones, ya que vive entre nosotros y con nosotros.
Pero, ¿será la nuestra la noción más acabada
de tiempo? ¿La más humana? Acceder a la filosofía
indígena no es una concesión benevolente hacia el pequeño
y lo minimalista; hay muchos fundamentos para pensar que de esa concepción
de tiempo podemos deducir sentidos y modos de vida que nosotros tal vez
ya hemos agotado. ¿En nuestra civilización no ha hablado
ya alguien del “fin de la historia”? ¿No será nuestro tiempo
el que está en crisis de conceptualización?
La
migración tradicional
La
tradición guaraní también se hace en el tiempo, pero
no necesariamente en el tiempo nuestro. De ahí que para los indios
el sentido de lo tradicional, no necesita coincidir con el nuestro. Las
exigencias de tradicionalidad son en uno y otro caso muy diferentes. Ésta
es la lección que podríamos aprender de una filosofía,
como la guaraní, que no tiene por qué ser la del “pensamiento
único”.
La
cuestión tiene desdoblamientos potenciales enormes.
Quisiera
detenerme en la problemática de las expansiones y de las migraciones
en vistas a la ocupación de tierra y territorios. Según Francisco
Silva Noelli, Curt Nimuendajú e Alfred Métraux: a invenção
da busca da “terra sem mal”, Suplemento Antropológico, 34,
2 (Asunción, 1999, p. 142-43), “hace cerca de 3.000 años
A.P. (antes del presente) los Guaraní iniciaron un proceso de expansión
hacia el sur, saliendo de la cuenca del río Guaporé. Las
evidencias arqueológicas revelan que fueron ocupando sistemáticamente
la cuenca del río Paraguay y del Paraná, subiendo por sus
afluentes. En el 2.000 A.P. ya estaban instalados en el medio y alto Paranapanema
y en el centro de Río Grande do Sul. Terminaron ocupando parte de
los Estados de Paraná y Río Grande do Sul, litoral de Santa
Catarina, nordeste de Argentina, parte del Uruguay y del Paraguay. Las
tierras previamente ocupadas y trabajadas no eran abandonadas para ocupar
nuevas áreas. Lo que ocurría eran sucesivos desdoblamientos
de antigua aldeas en otras nuevas”. Los motivos de esta expansión
eran variados, siendo uno de los principales el crecimiemto demográfico.
Esta es la dinámica que aseguró la expansión de los
Guaraní. Noelli reserva la palabra migración a las fugas
y salidas de la “tierra natal” en contra de la propia voluntad, lo que
ocurriría sobre todo debido al impacto de la invasión europea
en sus territorios.
El
llamado Mito de los Mellizos es una amplia metáfora de una identidad
en movimiento, no propiamente inestable, sino establecida en la determinación
de caminar hacia nuevos horizontes sin fronteras que por definición
nunca serán alcanzados. Buscar a Nuestro Padre y a Nuestra Madre
es buscar también el lugar donde se puede vivir como verdadero y
auténtico Guaraní, compartiendo bebida y comida en la danza
y el canto religiosos.
Cuando
los Guaraní van hoy a ocupar tierras por largo tiempo dejadas, en
cierta manera están recuperando espacios que nunca abandonaron como
Guaraní, que nunca dejaron de estar en su horizonte.
Habiendo
incorporado en su teko, en su modo de ser, la expansión hacia tierras
donde puedan continuar siendo con verdad y autenticidad, los pueblos guaraníes
crearon e “inventaron” una tierra guaraní, que de hecho es un territorio.
Esto se llevó a cabo fundamentalmente antes de la llegada de los
europeos, y por lo tanto antes del Estado colonial, y por supuesto, antes
de la formación y la organización de los Estados nacionales
actuales. ¿Por qué los Guaraní, como otras tantos
pueblos indígenas que vieron trinchado su territorio y su hábitat
por las absurdas fronteras nacionales actuales tendrían que atenerse
a ellas? Obsérvese el Mapa Etno-Histórico de Curt Nimuendajú,
(Rio de Janeiro: IBGE, 1981) y uno se percata de lo que era el territorio
guaraní. Que ellos mismos, con otro tipo de mobilidad y hasta con
otras ideas vengan de nuevo a re-conocer antiguos territorios y reclamen
un lugar debajo del sol o mejor dicho, su lugar, no debería extrañar
a nadie, sino a los inmigrantes que idearon e inventaron otras leyes
y otros modos de ocupar territorios.
Ese
“muro de Berlín”
Los
Estados levantaron fronteras que separan y dividen pueblos que eran unos
con sus propias tradiciones y cosmovisiones.
Ahora
bien, los Guaraní hacen saltar en pedazos ese “muro de Berlín”,
mediante la práctica pacífica de sus continuas migraciones
sin fronteras.
Si
el pensamiento actual y moderno se dice globalizante, ¿por qué
no lo sería para los Guaraní, que no lo aprendieron por snobismo,
como hicimos nosotros recientemente, sino que lo traen desde tiempos inmemoriales?
Es un raka'e, un partícula gramatical que tiene el sentido de un
pasado que se remonta a los tiempos primigenios; un aquel In illo tempore,
de la autenticidad y de la ejemplaridad mítica.
Ha
sido muy propio de la colonización —tal vez su esencia— el intentar
“reducir” el modo de ser indígena y des-tradicionalizarlo. En otros
términos, provocar el desbarajuste. Hay que reconocer que en parte
se logró. Pero nos deberíamos alegrar de ver que el pensamiento
—no sólo los relatos míticos, sus cantos y poesía,
que admiramos en libros como Ayvu rapyta, compilado por León Cadogan,
o El canto resplandeciente y La neblina el fulgor, compilaciones de Carlos
Martínez Gamba— está vivo y actuante cuando se trata de rescatar
tierras arrebatadas. El proyecto guaraní tal como se lo puede rastrear
desde el tiempo de los orígenes no sólo llega hasta el mar,
sino que va más allá. Y para ello crearon su propio imaginario
y mitología que los lleva a “ver” el mar. Después de todo
¿no es esto lo que alabamos en el espíritu ibérico
—España y Portugal— que se atrevió a romper el maleficio
del Non plus ultra de las columnas de Hércules, y “conquistar” América?
Ojalá
que, con este escrito, haya podido aportar algunos elementos a favor de
ese otro pensamiento al que creo no le falta ni coherencia ni profundidad.
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