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El golpe mexicano o la eficacia de la opocición

Carlos Martini 


 

La derrota del Partido Revolucionario Institucional (PRI) Mexicano el 2 de julio no fue sino la culminación de un proceso de desgaste social y electoral que por lo menos tiene más de diez años. Mientras que el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) implosionó al derrumbarse el Estado heredero de Lenin, en el caso del PRI, en cambio, el país fue modernizándose, creciendo a niveles envidiables en América latina y el Caribe, a un ritmo cercano al 4% en este año, se integró a través del NAFTA a la economía más próspera del mundo, la estadounidense, a la cual destina más del 80% de sus exportaciones y, gradualmente fue abriendo el sistema político.

El año 1988 marcó un hito. Casi nadie duda que el opositor de centro izquierda Cuahtemoc Cárdenas ganó la elección frente a Carlos Salinas de Gortari. Una inexplicable caída del sistema informático otorgó otra vez la victoria al PRI. Pero ya en esos finales de los ochenta se abrían grietas a la hegemonía prisita. El Partido de Acción Nacional (PAN) vinculado al catolicismo y a la derecha, comenzaba a ganar algunas gobernaciones. Hoy, ya más del 50% de los mexicanos, antes incluso del 2 de julio, está gobernado por el PAN o el centroizquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD) de Cárdenas que gobierna el Distrito Federal.

Un México modernizado cuyas clases medias y sectores urbanos se volcaron a votar el 2 de julio, manifestaron la fatiga ante un sistema gobernado por un partido durante siete décadas y que cortado por la corrupción además de una elevada deuda social (alrededor del 50% de la población por debajo de niveles de pobreza) ya estaba agotado. La emergencia del zapatismo, el asesinato del ex candidato priista Luis Donaldo Colosio en marzo de 1994, las sospechas de alto fraude financiero se combinaron con una extraordinaria transparencia electoral que llevaron al PRI a una derrota electoral contundente frente a Vicente Fox, candidato mediático por excelencia. Fue sobretodo un voto antisistema.
 
La ausencia de liderazgos alternativos

Paraguay también tuvo una oportunidad similar el 10 de mayo de 1998. Como nunca antes unos comicios estuvieron tan controlados. Se contó con el padrón más transparente de toda la historia política. La oposición fue unida a dichos comicios y los colorados estaban soportando una de sus crisis más severas con la condena a diez años de prisión a Lino Oviedo. Sin embargo, con el slogan tu voto vale doble y una endeble campaña opositora sin liderazgo aglutinante y que generara entusiasmos, la ANR triunfó por casi el 10% de diferencia.

Esta es una de las tantas diferencias con México: la élite política. El grado de desarrollo intelectual de roce internacional en un país que combina primer con tercer mundo, la relevancia dada al pensamiento académico, fueron haciendo de México un país con una clase dirigente sólidamente formada. Esto incluye a la oposición, la cual, además, entendió que un proyecto de cambio exige construir identidades distintivas frente al PRI, y se diferenció con la construcción de una imagen de clara contrastación; todo lo contrario a la idas y venidas de una oposición paraguaya que nunca supo construir bloques sociales amplios.

La diferencia no está por consiguiente solamente en los grados de desarrollo, en los mejores indicadores de desempeño económico o en la cercanía a EE.UU. que necesariamente obliga un comportamiento electoral más transparente sino a la calidad de las clases dirigentes.

El ángulo de la mirada debe estar puesto por consiguiente el fracaso de las dirigencias opositoras en abrir espacios amplios de mayorías sociales capaces de sumarse a proyectos de transformación.

No se trata de tener proyectos claros. En México triunfó el hartazgo y el voto antisistema. No fue la victoria de un proyecto coherente. Detrás del centroderechista Fox se encuentran incluso intelectuales de reconocida trayectoria de izquierdas. Como se puede observar lo relevante no es necesariamente contar con un proyecto diáfano de país sino sumar voluntades de cambio. Aquí ha estado el fracaso paraguayo en la dirigencia opositora durante la transición.

Esta es una de las tantas diferencias con México: la élite política.
La oposición entendió que un proyecto de cambio exige construir identidades distintivas frente al PRI y se diferenció con la construcción de una imagen de clara contrastación; todo lo contrario a la idas y venidas de una oposición paraguaya.
 
 
 

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