En
general, “cambio” tiene un valor positivo, mientras que “continuismo” tiene
un valor negativo. Algo similar pasa con palabras como “unidad”, “reconciliación”,
“consenso” que también tienen una valoración positiva, en
contraposición a “sectario”, por ejemplo. No obstante, la valoración
que tienen los conceptos en el discurso político, no siempre encuentran
su expresión cabal en la praxis política. El sistema de partidos
en el Paraguay ha venido sufriendo un proceso de creciente fragmentación
con la existencia de movimientos internos que actúan a veces como
estructuras partidarias independientes, en un ambiente en el que no existe
una visión de país que aglutine a la ciudadanía y
a las elites políticas en torno a un rumbo determinado. Por otro
lado, el “cambio” muchas veces tiene una resonancia meramente epidérmica
que se constata mediante la rotación de figuras políticas
en los puestos de toma de decisión sin un cambio en cuanto a los
estilos de gestión pública o en los resultados de esa gestión.
¿Qué
significa “el cambio?” El problema es que la palabra tiene una acepción
tan genérica que se presta a tantas lecturas como lectores hay.
No obstante, ensayemos algunas grandes líneas de interpretación,
que no dejan de estar sesgadas por una visión del mundo.
1.
Uno de los grandes temas es la cuestión de la pobreza. Según
las últimas estimaciones de la Dirección General de Encuestas,
Estadísticas y Censo, un 32% de los hogares viven en situación
de pobreza. Esto implica que alrededor de un 45% de la población
infantil vive en condiciones pobreza, ya que una de las características
de los hogares pobres es tener familias más numerosas. Esto tiene
que cambiar.
2.
Datos del Banco Mundial nos indican que existe una enorme inequidad en
la distribución del ingreso. El 20% más rico absorbe el 62%
de la riqueza y el 10% más pobre absorbe tan sólo el 0,7%.
Las cifras que nos hablan de la concentración de la propiedad de
la tierra, uno de nuestros más preciados recursos productivos, confirman
con creces esta tendencia. Esto tiene que cambiar.
3.
A falta de datos más concretos, se puede aseverar que es asombrosa
la riqueza personal de ex funcionarios del Estado que no tenían
patrimonio familiar antes de ingresar a la función pública
y que posteriormente acrecentaron el mismo en proporciones que son inexplicables
si tomamos en cuenta el sueldo que percibían por sus servicios.
El Estado patrimonialista-autoritario del período de Stroessner
generó un proceso de acumulación de capital mediante la desviación
de fondos públicos a manos privadas que persiste aún hoy
y que desangra los escuálidos recursos financieros existentes para
apoyar los servicios de la salud, la educación, la cultura, la inversión
productiva, etc. Esto tiene que cambiar.
4.
El producto interno bruto per capita de hoy es más bajo que el de
1982. Se está viviendo una recesión económica que
tiene que ver con el agotamiento de un modelo de desarrollo, basado en
la exportación de unos pocos rubros agropecuarios y con una ventaja
comparativa que consistía en la triangulación fronteriza
que nos ha valido la fama de contrabandistas y expertos en piratería.
Fama mal ganada además porque mucho de este tráfico está
en realidad capitaneado por mafias extranjeras, brasileñas, chinas,
árabes, etc con las que el paraguayo colabora mediante el permiso
político o como mano de obra. Esto tiene que cambiar.
5.
Vivimos en un Estado que tiene la paradoja de consumir mucho en gastos
corrientes sin generar inversión pública. Nuestros impuestos
se van a sueldos, facturas de teléfono, alquileres, que luego terminan
en las inmobiliarias, los supermercados y las financieras para prestamos
personales. Los profesionales del Estado deambulan por las oficinas tratando
de hacer algo de lo que se les ha asignado hacer, pero sin los mínimos
recursos para poder ejecutar los planes y programas. Obtener tinta para
la impresora u hojas para fotocopias puede ser toda una odisea en las oficinas
públicas. Esto tiene que cambiar.
6.
Mientras tanto, el “cuoteo” político se ha vuelto el “nuevo estilo
de hacer política”. La terna con un encuentrista, un liberal y un
colorado está por encima de cualquier juzgamiento respecto a los
méritos profesionales o la idoneidad de las personas. Ser ciudadano
paraguayo es un aditamento circunstancial a la identidad partidaria. Esto
tiene que cambiar.
En
qué puede contribuir el ascenso del liberal Julio Cesar Franco a
la vicepresidencia para realmente realizar estos cambios. Desde una perspectiva
estrictamente institucional, muy poco. El alcance de los poderes del vicepresidente
no da como para afectar el proceso de toma decisiones de manera efectiva
en el seno del Poder Ejecutivo. El mismo está a la espera de un
eventual reemplazo del Presidente en caso de acefalía y para coordinar
las relaciones entre el legislativo y el ejecutivo. Más allá
de eso puede tener influencia por sus rasgos personales, su autoridad moral
o intelectual y en esta coyuntura específica (por el origen del
actual presidente) el vicepresidente tiene también un poder de legitimación
o de deslegitimación, dependiendo de su discurso y de su accionar.
Aparte
de las características institucionales de la función que
ocupa uno podría analizar la cosa desde una perspectiva más
política. El vicepresidente como factor de influencia política.
Desde esa perspectiva, hay cuestiones que podrían ser atendidas.
Una de ellas es la cuestión de la reforma del Estado. En ese campo
existe una feliz coincidencia entre el vicepresidente y el presidente.
El Partido Liberal utilizó la bandera de la Reforma del Estado como
uno de sus temas predilectos y gran parte de la ruptura con el gobierno
de coalición se debió –dicen– porque la reforma del Estado
no se estaba cumpliendo. Ahora, el Dr. Julio Cesar Franco podría
ser gestor de una mayoría parlamentaria que brinde apoyo crítico
al proceso de reforma. Lastimosamente, el tema de la reforma del Estado
está muy constreñido a la privatización y reducción
del personal del Estado. Otras cuestiones, como la reforma de la gestión
pública o la descentralización llegan a tener menos realce,
si bien no son menos importantes.
Las
posibilidades del vicepresidente de ser gestor de una mayoría parlamentaria
se hace difícil postular porque las cámaras, sobre todo la
de diputados, viven bajo el signo de lo impredecible. Dentro de su propio
partido el Dr. Franco tiene que equilibrar las voluntades de Sombrero Piri,
Cambio lainista, Cambio wagnerista y línea independiente. Luego
está la alianza táctica con el oviedismo. ¿Qué
pasará con ellos? ¿Qué pedirá cada uno a cambio?
Sobre
el tema del cuoteo político es difícil que se den cambios.
En realidad es muy probable que para muchos liberales y oviedistas la idea
del “cambio” tenga que ver con un cambio de guardia. Es ese cambio epidérmico
del que hablábamos anteriormente. Existe la tendencia a interpretar
que el cambio para el liberal no sea más que un liberal en el poder.
En torno a esta cuestión subyace el problema de la cultura política
“autoreferenciada”. ¿Qué significa esto?. Se trata del hecho
de que la praxis política de los partidos está volcada a
la valoración de lo externo a partir de los intereses del partido
o del prisma partidario. Así, la cuota de poder para el partido
es un valor superior, por encima de lo ético, de lo idóneo,
del resguardo del interés público. La ascendencia que tiene
este valor autoreferencial en la cultura político-partidaria vuelve
muy improbable que el nuevo vicepresidente pueda efectuar un cambio en
ese plano.
Finalmente,
otro tema que nos parece importante tomar en cuenta aquí es el sobredimensionamiento
tan grande que existe respecto a lo que significa la presencia de una u
otra persona en un puesto. Es este personalismo el que impide que la gente
tome conciencia respecto al carácter sistémico de los problemas
que nos aquejan. Una persona brillante, moral y enérgica puede estar
al frente, pero el peso del sistema es tan grande que en poco tiempo lo
puede hacer aparecer como el más incapaz de los incapaces. Para
que un partido o un líder político pueda realmente provocar
un cambio, tiene que pensar de manera sistémica. La centralidad
que tiene todavía el liderazgo carismático en nuestra cultura
nos aleja de este aspecto más racional del problema y es ahí
donde se generan las ineficacias e ineficiencias de las que adolece el
Estado. Encarar la lucha contra la pobreza, o orientar la reconversión
productiva del país son propósitos que tienen tal complejidad
relacional que el liderazgo carismático tradicional sólo
puede apoyar aportando su capacidad movilizadora. De ahí en más
hay que apelar a los diagnósticos, a la técnica, a la articulación
de una serie de piezas que posibilitarían el cambio de sistema.
Es
muy probable que para muchos liberales y oviedistas la idea del “cambio”
tenga que ver con un cambio de guardia. Es ese cambio epidérmico
del que hablábamos anteriormente.
Para
que un partido o un líder político pueda realmente provocar
un cambio, tiene que pensar de manera sistémica. La centralidad
que tiene todavía el liderazgo carismático en nuestra cultura
nos aleja de este aspecto más racional del problema y es ahí
donde se generan las ineficacias e ineficiencias de las que adolece el
Estado.
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