I. Nuevos Paradigmas
En pequeños artículos
sucesivos voy a intentar ir resumiendo artículos actuales acerca
del tema de nuevos paradigmas y teología. Para ello me apoyo principalmente
en Pedro Trigo, un jesuita venezolano, cuyas palabras uso con la libertad
de la amistad.
Empecemos por ver cuáles
son algunos de estos nuevos paradigmas.
1. Mundialización
del Occidente
La novedad más obvia
de esta época es la mundialización del Occidente supradesarrollado,
que ha penetrado hasta el último rincón del planeta, configurándolo
en función de sus intereses y marginando de su dinamismo a lo que
no le interesa. Por medio del avasallamiento y la fascinación, triunfa
por completo su sistema, que campea en solitario sin que exista ningún
contendor que le haga sombra ni pueda medirse con él.
2. Simultaneidad virtual
La novedad más cotidiana
es que el espacio ya no es función del tiempo, puesto que existe
la simultaneidad virtual. La política, el deporte, la guerra, el
arte, la vida "íntima" de los famosos, son ofrecidos al consumo
masivo como espectáculos. Los grandes accionan, y los pequeños
los ven y los aplauden o vituperan, pero los incluyen en sus vidas y en
cierto modo giran a su alrededor.
Los que están arriba
viven la simultaneidad como interlocución, tanto para llevar proyectos
conjuntos de investigación, como para la toma de decisiones económicas
o políticas con todos los datos a la mano, incluso mancomunadamente.
Su horizonte vital es toda la tierra, no sólo para invertir o para
pasar unas vacaciones o para rodearse de objetos o consumir productos de
cualquier sitio, sino incluso para vivir.
3. Ver la tierra desde
fuera
La novedad más apasionante
es la salida de la tierra, la llegada a otros planetas, la orbitación,
la apertura al espacio intergaláctico. Desde la sensación
de que habitábamos en un disco plano que flotaba sobre las aguas,
a la comprobación de la forma esférica de la tierra y más
aún su circunnavegación que equivalía a tomarle la
medida, y posteriormente, casi ayer, al vuelo a vista de pájaro
de los aviones, se ha pasado a ver la tierra desde fuera, a verla como
estábamos acostumbrados a ver a los otros planetas. Quien puede
ver la silueta de la tierra no pertenece a ella del mismo modo que el que
vive pegado a su suelo.
Muy pocos han orbitado la
tierra y han tenido estas emociones. Pero virtualmente son millones los
que desde la intimidad de sus casas han podido experimentar parecidas sensaciones.
Y esas imágenes se proyectan en múltiples ocasiones y generan
un imaginario absolutamente nuevo. Y la ciencia ficción prosigue
imaginativamente la exploración del espacio y de la vida social
y los conflictos humanos a los que podría dar lugar.
4. La tierra como sujeto
del que la humanidad forma parte
La novedad más entrañable
de esta época que se abre es la percepción de la tierra como
un sistema de sistemas autorregulado, es decir, como un verdadero sujeto,
como un ser viviente que no sólo contiene vivientes sino que los
engendra y nutre. La tierra se nos aparece como un animal formidable, lleno
de energía y perfección, pero a la vez muy sensible y vulnerable.
La destrucción de especies vivas, la tala salvaje de bosques y el
envenenamiento del aire y del agua son hechos sistemáticos innegables.
5. Producir seres vivos,
incluidos los humanos
Sin embargo la novedad más
radical tiene que ver con la genética, que está descifrando
los códigos genéticos de los seres vivos, incluidos los humanos.
Este descubrimiento entraña la capacidad de producirlos artificialmente
y de perfeccionarlos o degradarlos. La vida no deja de ser un misterio
porque se estén inventariando sus códigos. Pero lo es de
un modo distinto, y sobre todo cambia la relación con ese misterio.
Ya que se lo puede secundar o profanar de un modo mucho más íntimo.
Lo que está en juego
es si nos inclinaremos por la vertiente positiva de la ingeniería
genética que busca únicamente corregir desperfectos y optimizar
lo que existe, o si nos abocaremos a la construcción de monstruos.
Lo paradójico y aun
contradictorio de esta novedad tan decisiva y trascendente es que su modo
de producción es privado. Decisiones que incumben a la humanidad
de un modo tan radical se toman en laboratorios de empresas privadas. Eso
implicaría que la suerte de la humanidad estaría en función
de los intereses particulares de muy pocas personas.
6. Concentración
del saber, el dinero y el poder en poquísimas manos
Esto pone al descubierto
la novedad más peligrosa, que es la concentración de saber,
riqueza y poder en un número muy reducido de países y en
muy pocas personas dentro de ellos. En realidad el sujeto de esta figura
histórica son las compañías trasnacionales. Ellas
han logrado mediatizar casi completamente a las instancias políticas.
Eso significa que lo público queda reducido a la mínima expresión
y que lo decisivo se juega privadamente. Así es como la democracia
está cada vez más vacía de contenido.
Es necesario un ente mundial
que pueda dictar políticas acordes con esta realidad, un ente que
representara realmente a la humanidad en su conjunto y que se hiciera cargo
de los requerimientos de la vida en el planeta. Para que ese ente cumpliera
a cabalidad su cometido sería preciso el concurso de una opinión
pública no mediatizada, informada y responsable. Sería imprescindible
que los científicos y técnicos pudieran tener una voz propia,
y que multitud de organizaciones de interés social terciaran en
la discusión haciendo valer sus observaciones y propuestas. Y tendrían
que existir Estados verdaderamente representativos de sus respectivos pueblos,
gestores de su futuro.
II. DOS REACCIONES ANTE
LOS PARADIGMAS ACTUALES
Los inmensos avances modernos
progresan en un ambiente caótico de individualismo: quienes toman
las decisiones no son entidades representativas, sino un grupo mínimo
de grandes compañías trasnacionales. El resultado es una
humanidad profundamente dividida y perturbada. Este modo de producción
reinante, a la vez que globaliza sus producciones, somete, empobrece y
aun excluye a la mayoría de las personas. Ha roto el equilibrio
de la tierra y ha herido el corazón de la humanidad...
Se dan dos reacciones opuestas
ante este traumatizante y mortífero trastorno universal.
La primera reacción
es de encerramiento en agrupaciones fuertes que den sentido y cohesión,
generalmente centradas en religiones fundamentalistas, intentando llenar
los vacíos de insatisfacción dejados por las multinacionales.
Sus devotos principales son los que nada tienen para ofertar en el mercado,
ni para comprar en él. Su fundamentalismo, como índice de
su insatisfacción, va en aumento y, aunque se lo pretenda minimizar
ignorándolo y satanizándolo, es una característica
típica de esta época.
La otra reacción
busca una alternativa superadora, incorporando una serie de bienes culturales
de la modernidad, pero complementándolos y corrigiendo sus carencias
y absolutizaciones. Esta reacción se expresa en la cultura de la
democracia, la de los derechos humanos y la de la vida.
La cultura de la democracia
se basa en la superación de la cultura centrada en el individuo,
construyendo una cultura dialógica, que parte del reconocimiento
del otro y el establecimiento de un campo de interacciones que dé
lugar a cuerpos sociales internamente diferenciados y mutuamente referidos.
La cultura de los derechos
humanos incluye el reconocimiento de los respectivos deberes y la puesta
en marcha de procesos para validarlos progresivamente. Se trata de procesos
complejos y polifacéticos, en búsqueda de caminos reales
y no meras declaraciones de principios. La piedra de toque de que se trata
de veras de derechos humanos, y no sólo de unos pocos, es que los
pobres sean los sujetos privilegiados de esos derechos. Esto significa
la tendencia real a la inclusión, que es una tendencia frontalmente
opuesta a la dirección insolidaria que prevalece en la figura histórica
actual.
Esto es más claro
aún si tomamos en cuenta la cultura de la vida. La tierra no resiste
la terrible presión depredadora y suicida a la que la estamos sometiendo.
La cultura de la vida no tiene que ver con la adoración al cuerpo
y a la juventud, que son más bien expresiones de la absolutización
del individuo. Vivir es inseparablemente convivir: recibir y dar vida.
En la lógica del
mercado el punto de vista absoluto en los intercambios es el beneficio
del propio sujeto. En la lógica de la cultura de la vida, la realización
del individuo está en la plenitud de las relaciones en el seno del
conjunto. A nivel estrictamente humano estas relaciones toman la forma
de la reciprocidad de dones.
Como el sistema de la vida
es limitado, la participación exige una gran creatividad para que
quepamos todos. Desde la pertenencia a ese nosotros que es la humanidad
y la vida, la realización personal arranca de experimentar cada
uno la vida en la polifonía de dimensiones y ritmos; toma la forma
de la simpatía y de la compasión, por las que uno disfruta
de que otros vivan y se duele de lo que hay de menoscabo en otras vidas;
y contribuye con su imaginación creadora y con su trabajo a crear
configuraciones en las que la vida pueda tener más posibilidades
para el conjunto y más calidad para cada uno.
Es claro que la cultura
de la democracia, la de los derechos humanos y la de la vida son tres aspectos
de una única cultura. El respeto a todo lo que existe, y más
en particular a todos los seres vivos, tiene su punto máximo de
aplicación e intensidad en el respeto a cada uno de los seres humanos
por el hecho de serlo. Si no se acepta en la práctica el carácter
no utilitario de cada ser humano, y por tanto no se renuncia a instrumentalizarlo
para mis objetivos privados, nunca llegaremos a respetar a los demás
seres vivos.
Al colocar en primer lugar
al ser humano de carne y hueso, incluida su condición de ser vivo
y su pertenencia a la tierra, pero no menos su capacidad de palabra, su
reconocimiento, su apertura ilimitada, se abre la dimensión rigurosa
de misterio, de trascendencia. Y aflora la religión, no ya en su
vertiente fundamentalista, sino como religación personalizadora
que acaba en la donación de sí mismo.
El afloramiento de la razón
simbólica y de la religación religiosa no fundamentalista
habría que entenderlo como la coronación de esa cultura que
se manifiesta como de la vida, de la democracia y de los derechos humanos.
Esta cultura es ciertamente alternativa a la figura histórica vigente.
Ambas reacciones, la reactiva
de encerramiento y la superadora, forman parte integral de esta época,
de su complejidad y de sus posibilidades humanizadoras.
III. ¿QUIÉNES
SON LOS RESPONSABLES DE LA TÉCNICA DEL FUTURO?
Hoy en día, la técnica
está en capacidad de convertir a toda la tierra en un Edén
o de envenenarla y volverla inhabitable...
Está en camino de
desplazar colonias humanas en el espacio. Puede en cierto modo independizarse
de la tierra, no sólo porque puede crear microclimas como los de
la tierra, sino también porque puede producir naturaleza viva como
hábitat y como alimento. Su acción productora llega hasta
la posibilidad cercana de producir seres humanos, y naturalmente la de
engendrar monstruos también.
Estas capacidades de la
acción humana, hasta hace poco insospechadas, renuevan por completo
el imaginario humano, que se puebla de mundos de fantasía, pero
más todavía de pesadillas de guerras galácticas, de
inviernos atómicos y de todo tipo de monstruos. El ser humano ha
liberado fuerzas colosales que no sabe si será capaz de controlar,
tanto desde el punto de vista técnico como de sus deseos y de su
voluntad de poder. Esta época se inicia, pues, con unas posibilidades
inéditas, gracias al avance de la ciencia y de la técnica.
La tremenda incógnita
es quién es el responsable de tantas posibilidades. Por un lado,
los científicos que conciben y experimentan; por otro, los técnicos
que diseñan, producen y controlan los aparatos; pero además
están los que aportan las sumas astronómicas que son necesarias
para estos procesos complejos y costosos.
Los científicos tienen
una relativa autonomía, pues suyas son las ideas y sin ellas de
nada sirve todo el dinero del mundo. Pero en el modo de producción
actual, en el que la propiedad privada es un principio absoluto, quienes
financian a los cerebros y a los técnicos son en definitiva quienes
se pueden considerar como los dueños de los inventos. Al principio
del proceso eran los Estados quienes comandaban el proceso y todavía
en gran parte es así; pero cada vez más son las grandes empresas
trasnacionales las que en combinación con las universidades, casi
siempre privadas, establecen las reglas de juego.
¿Qué capacidad
de decisión tiene la humanidad respecto de la dirección que
hayan de seguir estas acciones técnicas? ¿Qué grado
de información posee la humanidad respecto de lo que está
en juego? Estos dilemas no están resueltos, por lo que se acentúa
el lado riesgoso de esta nueva oportunidad histórica. Pues esta
comunidad científica no es precisamente la élite filosófica
que según Platón tendría que regir la República.
Mucho menos lo es el colectivo de los plutócratas.
Los científicos,
y más aún sus finacistas, viven en mundos exclusivos, alejados
del común de los mortales, en muchos casos completamente indiferentes
a la suerte de las mayorías y al futuro de la humanidad. Son los
primeros propagandistas y practicantes del individualismo ambiental, y
por tanto su vida es privada y sus productos están ofrecidos en
el mercado para todo el que quiera pagar su precio.
Tal vez las cosas son más
complejas en la comunidad científica. Pero eso no significa que
ella como tal admita obligaciones vinculantes, sino que una minoría
significativa sí lo ve y procura obrar consecuentemente; pero sin
que eso signifique que se cambian las reglas de juego.
El eje del paradigma actual
pasa por el desfase entre las posibilidades casi ilimitadas de la acción
técnica y el sujeto que las financia y proyecta. El problema es
que ese sujeto no se asume como el sujeto concreto que es, ligado a la
tierra y a la humanidad, portador de una historia y responsable de un futuro,
sino que se autoentiende como un ser autónomo, que diseña
su propio paradigma y lo realiza independientemente de los demás
y de lo demás. En este desfase está el drama de nuestra época,
y en los intentos de resolverlo integradoramente está la esperanza
y la oportunidad que ella brinda.
Actualmente la humanidad
tiene posibilidades técnicas y culturales para concebirse como un
verdadero cuerpo social con unidad de acción, que respete la autonomía
personal y fomente la variedad de culturas, como un todo, que discierna
y actúe democráticamente. Pero esta posibilidad real exige
transformaciones muy profundas, pues la figura histórica actual
está estructurada sobre la dominancia de empresas privadas trasnacionalizadas
en un ambiente de individualismo competitivo. Este esquema provoca una
tremenda movilidad que ha de ser positivamente valorada y conservada cuanto
sea posible; pero engendra también crecientemente exclusión
y alienación. Por eso la alternativa no es anarquía liberal
o planificación centralizada, sino una democracia mundial, coordinada
con democracias regionales y locales.
Si entendemos por paradigma
a la constelación de convicciones, valores y técnicas compartidas
por una figura histórica, tenemos que decir que el paradigma en
ciernes pasa por esta elección que aún no está decidida.
Estos son los elementos en juego; pero todavía no es posible pronosticar
por dónde nos enrumbaremos...
La cultura de la democracia
se basa en la superación de la cultura centrada en el individuo,
construyendo una cultura dialógica, que parte del reconocimiento
del otro y el establecimiento de un campo de interacciones que dé
lugar a cuerpos sociales internamente diferenciados y mutuamente referidos.
El afloramiento de la razón
simbólica y de la religación religiosa no fundamentalista
habría que entenderlo como la coronación de esa cultura que
se manifiesta como de la vida, de la democracia y de los derechos humanos.
El eje del paradigma actual
pasa por el desfase entre las posibilidades casi ilimitadas de la acción
técnica y el sujeto que las financia y proyecta. El problema es
que ese sujeto no se asume como el sujeto concreto que es, ligado a la
tierra y a la humanidad, portador de una historia y responsable de un futuro.
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