Reconstruir la historia
guaraní previa a los contactos coloniales es ir al encuentro de
la memoria auténtica de ese pueblo a través de las historias
escritas por otros. Los documentos de viajeros, clérigos, misioneros,
demarcadores constituyen las fuentes inagotables para recuperar esa memoria
perdida.
Mujer memoria
Tomando como fuente la Conquista
Espiritual y la Carta de 1628 (ver bibliografía) trataremos
de descubrir como Montoya nos presenta a la mujer guaraní cuando
ésta aún manifestaba su propia identidad, antes de entrar
de lleno en el mundo colonial.
Una de las características
de la mujer guaraní será la de hacer y ser memoria.
Cuando se recibe a los huéspedes
o a los viajeros que regresan, un llanto de voces los acoge y, una vez
que el caminante entra en la casa y se sienta junto al que lo recibe, aparecen
las mujeres “...y rodeando al huésped, sin haberse hablado palabra,
levantan ellas un formado alarido” (Montoya, 1892: 51-52) Es el canto femenino
la memoria de un tiempo de ausencias ya que ahí cuentan hazañas
y hechos, así como la buena o mala fortuna que les correspondió
a los deudos del visitante. Cuanto más importante es el recién
llegado, tanto mayor es el llanto ritualizado y su significación
social. Los varones, mientras tanto, la acompañan murmurando tristezas
con el rostro oculto entre las manos.
Las expresiones de dolor
adquieren visos trágicos cuando se trata de la muerte de algún
familiar. Al fallecer el marido, las mujeres “se arrojan de estado y medio
de alto, dando gritos y, a veces suelen morir de aquellos golpes o quedar
lisiadas”. (Montoya, 1892: 52). En la Reducción de la Natividad
del Acaray perduró una costumbre que los padres procuraron atenuar
y que consistía en que la mujer, desnuda, arrebatando un arco y
saetas, salía a las calles a tirarlas al sol, “...señal de
la saña que tienen con la muerte, a quien con el deseo intentan
matarla” (Montoya, 1892: 254).
El grito, el canto, el alarido
femenino, encierran una significación social y religiosa, además
de la personal, determinante del papel nada pasivo de la mujer indígena.
Mujer fuego y luz
Junto al fuego del hogar
y junto al fuego ritual: allí está la mujer.
La relación mujer-fuego
aparece en dos oportunidades en la obra de Montoya. La primera de ellas
cuando trata de cuatro cuerpos de indios que después de su muerte
eran reverenciados en una especie de oratorios. Los padres dan con ellos
y es allí donde una “sacerdotisa”, “...tenía unos vasos grandes
en que ponía brasas para mitigar la humedad y frío de aquel
monte” (Montoya, 1892: 119).
Cadogan y Melià en
su estudio sobre la función de la mujer en la sociedad guaraní
observan que siempre que llegaron a una morada Mbyá había
un fuego y una mujer a su lado. La frecuencia de esa escena permite definir
el papel de la mujer como “el estar junto al fuego” (Cadogan y Melià,
1971: 113).
Mujer madre
El papel de la mujer como
madre también adquiere un doble significado: uno que podríamos
llamar hogareño, y otro, ritual. Es ella la que dará asiento
en su seno a una nueva “palabra – alma”.
Los ritos relacionados con
el advenimiento de un niño son descriptos con minucia en la Carta
de 1628 (en MCA I, 1951: 273-274) y brindan una imagen de familia donde
la espera y el parto comprometen a sus integrantes.
Dentro de la estructura
poligámica, hay evidencias de la preocupación del varón
cuando cualquiera de sus mujeres se hallaba en esos trances. Ayuno riguroso,
gran recogimiento y clausura, limitación en sus actividades de caza
durante el embarazo; más ayunos desde que el niño nace hasta
que se le caiga el ombligo, prohibición de comer todo lo que nace
bajo la tierra, parecieran indicar una compenetración con un hecho
al que no se le resta trascendencia y denota una gran valoración
de la vida.
La madre puede estar segura
que el padre del niño hará todo lo posible para que éste
nazca: ayudado por su suegra u otra india, desatan todo lo atado, queman
los cestos y, “...si con todo eso no nace, sale el indio de dónde
está... y tomando una hacha o cuña, va corriendo a buscar
un árbol alto... y lo hecha en tierra, con lo cual nace la criatura...”
(en MCA I, 1951: 273).
“La mujer, en ninguna comunidad,
en ninguna sociedad, es solamente mujer; dicho más directamente,
nunca es sólo hembra; hasta cuando cumple la función biológica
de ser madre, lo es ante todo como ser social; a veces, según lo
afirman ciertas culturas, como intermediario de una acción divina
que a través de ella crea un nuevo cuerpo para una nueva alma” (Melià,
1988: 79).
Las muchas mujeres
¿La poligamia denigraba
a la mujer guaraní? Montoya refiere alegatos firmes y decididos
de los caciques en defensa de esa costumbre, informando además que
se consideraba una desgracia no abundar en mujeres, hijos y criadas. No
eran virtudes para ellos las que sí lo eran para el padre jesuita
de las Reducciones: la virginidad, la castidad y el celibato.
La mujer era un “don”, dado
y recibido como tal. Ese era “...el antiguo y buen modo de vivir de nuestros
pasados...” según la defensa que hace un cacique y que recoge la
Conquista Espiritual (Montoya 1892:57).
Lo que para Montoya era
deshonestidad, para el guaraní era libertad:
“No es extraño, pues,...que
los Guaraní pretendan preservar la poligamia como un valor cultural
que echa sus raíces en una tradición aceptada, respetable
y nuclear para su sistema” (Melià, 1988 b: 112).
Mucho más que libertad
sexual la poligamia significaba para la comunidad guaraní alianzas,
influencias y relaciones de parentesco. Montoya nota que el modo de ennoblecerse
que tenían los caciques fue agregar gente y vasallos que les servían
para “...hacerles rozas, sembrar y coger las mieses, hacerles casas y darles
sus hijas cuando ellos apetecen...” (Montoya, 1892: 49).
Era también una cuestión
de jerarquía para los caciques “porque su autoridad y honra la tenían
en tener muchas mujeres y criadas” (Montoya 1892: 55).
La mujer guaraní
reducida
La reducción implicó
un cambio totalizador para ese modo de ser "bueno" y "libre", que no siempre
era aceptado por los indios e indias.
Dentro de este contexto,
puede ubicarse la amenaza de una mujer que formaba parte del grupo de seguidores
y herederos del hechicero Yeguacaporú. Se cuenta que “agregóse
a esta congregación (de hechiceros) una mujer que su estatura extraordinaria
de gigante la dio atrevimiento a hacerse diosa del sol y de la luna y de
los demás planetas, cuya luz estaba a su gobierno. Instaba a que
se destruyesen los pueblos de cristianos, ofreciendo ella quitarles la
luz en el conflicto, quedando los suyos en luz clara” (Montoya, cap. 73;
1892: 271)
¿Cuál era
el papel de la mujer guaraní que aparece aquí como portadora
de la luz? Es sin duda el de una profetisa que no acepta el cambio de vida
propuesto por los misioneros.
Esta “diosa del sol y de
la luna”, gobernante y dueña de la luz, en poder e influencias,
parece estar a la altura de los que, con prácticas mágicas,
encarnaban la resistencia.
Pero la mujer se integró
también al modo de la vida de la reducción y abundan en Montoya
referencias a aquellas que se arrepintieron, a las que se convirtieron
en ejemplos de virtud, a las devotas, a las que se transformaron en predicadoras.
Profunda religiosidad tuvieron aquellas mujeres como herencia de sus antepasados,
para que, llegados esos padres, fueran capaces de captar el sentido espiritual
del nuevo mensaje.
Mujer profeta
Aparece también la
mujer como comunicadora, nexo e intercesora entre el mundo terrenal y el
divino. Siempre pródiga en acontecimientos portentosos, la Conquista
Espiritual pone en boca de mujeres la descripción de la vida ultraterrena.
Si los sueños eran en el mundo guaraní un instrumento profético,
lo mismo serán en los primeros tiempos reduccionales, en un recurso
privilegiado para presentar la doctrina de la fe. (Melià, 1988 c:83)
El relato de Montoya evidencia como la mujer fue integrada al nuevo orden
y el papel que cumplían sus sueños en la prédica de
la nueva doctrina.
La admiración que
despiertan en el padre Montoya las visiones y las exhortaciones de las
mujeres resucitadas, es tan intensa como el rechazo que le provoca la persistencia
de la poligamia. La situación de los caciques o hechiceros con sus
mujeres hacen que Montoya se exprese en términos de una dureza inusitada,
tales como: "tropa de mancebas", "piaras de inmundo animales", "piara de
yeguas". Los relatos sobre la muerte de los pecadores y de sus hijos contrasta
con la versión de la muerte en gracia de los arrepentidos.
La mujer guaraní
conquistada
Con la colonia, la mujer
adquiere valor mercantil. Es el fin de la "reciprocidad" y el comienzo
del "hurto", del "comercio", de la "herencia". La mujer dada antes como
"don", es ahora pieza de servicio.
En la Conquista Espiritual
hay referencias de que los españoles salían cargados de indias
de Villa Rica. La poligamia tribal nada tenía que ver con la practicada
por el conquistador. Mujeres arrastradas de los cabellos, hijos arrebatados
de sus pechos, cargadas como mulas aunque estuviesen embarazadas: son éstas
las imágenes del "nuevo orden" implantando.
Hay un verdadero tráfico
mercantil: hay mesas de cambio donde las mercancías son mujeres,
niños, machetes, cuchillos, vestidos viejos, sombrero. Verdaderas
casa de prostitución organizadas en las ciudades y villas generarán,
sin duda, un nuevo comportamiento en la mujer guaraní.
El llanto, que otrora servía
para recibir huéspedes, era el grito de impotencia frente al ataque
de la reducción de Jesús María: mujeres y niños
de rodillas pidiendo socorro a Dios, gritos y alaridos de los niños,
llantos de mujeres.
Aunque "una varonil mujer",
vistiéndose de varón con una lanza embistió al tupí
que abría el camino a los invasores paulistas. La imagen que Montoya
brinda en la Conquista Espiritual es por demás elocuente: infantes
asidos a los pechos de sus madres, lastimeras voces de esas madres atravesadas
por el dolor de ver despedazados a sus hijuelos.
¿Cómo no entender
entonces que la mujer guaraní llegara " a tener odio a la función
de ser madre"? (Melià, 1988a: 83) Ya no era "dueña del fuego
junto al fuego", ya no transportaba su cesto, ya no podía prender
a sus hijos a sus pechos... ya no quería ser madre.
Parte activa de una estructura
social, se la atisba ligada a los ritos antropofágicos y funerarios:
guardiana del fuego, portadora de vida. Genera con su embarazo y parto,
una serie de prácticas que proporcionan una imagen de familia donde
su compañero es el que comparte el acontecimiento acompañándolo
con ayunos, recogimiento y clausura.
Ya reducida, Montoya la
presenta como comunicadora, colaboradora en la prédica, ejemplo
de virtud en muchos casos, intercesora, de gran fortaleza. Encara también
la resistencia frente a la nueva doctrina en defensa de su “modo de ser”,
pero también hay ejemplos de sincera conversión.
Heroica figura contra el
esclavista, grita y aúlla de dolor cuando ve sus hijos destrozados
con una impotencia que le hará tornarse limitadora de la misma vida
que era capaz de engendrar y defender.
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