1. PARADIGMAS Y SIGNOS
DE LOS TIEMPOS
No es fácil establecer
un paradigma cuando se abre una época. Lo que caduca, lo que perdura,
las salidas en falso y los brotes que contienen savia nueva, se presentan
inextricablemente unidos.
Las novedades de esta época
son para nosotros nuevos "signos de los tiempos", que debemos elevar a
concepto teológico, de modo que las respuestas que ya no sirven
sean desplazadas por presentaciones entendibles por nuestro mundo. He aquí
algunos de estos nuevos desafíos:
a. Valorización de
la desacralización
En la actualidad resalta
la temática creatural. Ya no es sostenible la explotación
irracional e irresponsable de la naturaleza. Hoy en día se busca
el reconocimiento del misterio que late en la naturaleza y en todo lo real.
Cuestiones sobre las que
habría que trabajar en este campo: ¿Sacralidad como divinización
o sacralidad como bendición de Dios? ¿Qué implica
la veneración de la tierra? El intento cada vez más tenaz
de hallar la fórmula del universo, ¿es la pretensión
de arrancarle a Dios su secreto para destronarlo? ¿O hay que concebirlo
más bien como el arduo aprendizaje para proseguir responsablemente
la creación como misión encomendada por Dios?
El esfuerzo por explicar
el mundo ha sido planteado frecuentemente en la catequesis cristiana como
algo antidivino. Es ya hora de hacer justicia al designio divino interpretando
sensatamente los textos de la Escritura, de modo que no se empuje a los
científicos y a la humanidad a la apostasía, sino que se
les anuncie el designio divino de hacerlos colaboradores suyos en la obra
creadora. Es responsabilidad de la teología plantear estos interrogantes
de tal modo que los implicados se sientan motivados y atraídos por
el designio divino como buena nueva para ellos.
b. Una única tierra
y una sola humanidad
Si quienes deciden sobre
la tierra, la vida y la humanidad son unos pocos individuos y grupos que
se autoentienden como privados, el resultado será la alienación
propia, la monstruización de la humanidad, el envenenamiento de
la tierra y la exclusión e instrumentalización de las mayorías.
Es el paradigma de Babel, resultado de vivir sin Dios; es decir, irresponsablemente,
sin justicia y sin verdad.
Frente a esta dirección
irresponsable, asentamos que Dios nos ha creado creadores, pero como terrenos,
como pertenecientes a la única tierra y a la única humanidad.
Puesto que la humanidad
ha recibido de Dios la misión de comandar la evolución creadora,
sus decisiones tienen una trascendencia cada vez mayor, principalmente
ahora que tiene capacidad técnica para producir una neonaturaleza
y para perfeccionar a los seres humanos e incluso para producirlos. Por
ello la teología de la acción humana cobra una relevancia
primordial.
c. Importancia de la ética
Es trascendente la importancia
actual de la ética, como una posición primordial ante la
vida, ante las construcciones sociales, ante los demás, ante nosotros
mismos. La ética como filosofía primera.
Por esto pululan los libros
de ética, los cursos y discusiones en torno a la ética y
sobre todo la preocupación ética. Pues no solo estamos en
trance de recrear el mundo que poblamos, sino de recrear a la propia especie
humana a imagen de los sueños, de la voluntad de poder e incluso
de las pesadillas de los poderosos.
Las corporaciones se escudan
en la inextricable complejidad del mercado para no tener que responder
ante posibles efectos colaterales de sus medidas, que en la mayor parte
de los casos son efectos ciertos ya sabidos de antemano. Eufemismos como
la flexibilización del mercado de trabajo esconden la tragedia de
la sobreexplotación y desprotección de millones de seres
humanos.
Pero esa política
y tantas otras que causan efectos devastadores en los que están
en desventaja, que son la mayoría, son consideradas como costo social
que se paga con toda frialdad. Es decir, que se sacrifica a la mayoría
para que el capital maximice sus ganancias, y sin embargo, pareciera que
nadie es responsable de nada.
Quienes sacrifican con total
insensibilidad a otros sin reconocerlo, con la misma indiferencia desertizan
zonas enormes del plantea o envenenan la atmósfera o el agua o fabricarán
monstruos.
En este ambiente el cuestionamiento
profético provoca burlas o indiferencia. No hay nada más
inactual que proclamar que la vida cae bajo el juicio de Dios.
¿Hay que ceder a
este ambiente? ¿Cómo expresar que esta dirección insolidaria
configura una situación de pecado porque quita de mil modos vida,
niega la fraternidad y aliena y deshumaniza a quienes crean y siguen estas
reglas de juego? ¿Cómo comprender el llamado evangélico
a la conversión? Es fundamental enfrentarse a estas preguntas.
2. JESÚS PARADIGMA
DE HUMANIDAD
Los cristianos no poseemos,
ni menos aún controlamos, toda la verdad. Aunque para nosotros sí
tiene sentido hablar de verdad. Creemos que lo que existe ha sido creado
con sabiduría. Más aún, confesamos que el Espíritu,
en cuanto dinamismo de creación, alienta en todo lo creado y particularmente
en cada uno de los seres humanos y en la humanidad como punta de lanza
de la evolución creadora. Creemos que en toda realización
de bienes civilizatorios y culturales están actuantes la Palabra
y el Espíritu de Dios.
Desde esta perspectiva dialogante
y ecuménica, los cristianos confesamos que la Palabra se encarnó
en Jesús de Nazaret. Él en su vida nos reveló el designio
de Dios sobre la creación y la humanidad. No vino como un héroe
civilizatorio. Él es uno más de la humanidad, que en las
coordenadas de una cultura y un tiempo determinados se fue haciendo tan
plenamente humano, que podemos decir que hacernos humanos es seguir a Jesús,
realizando en nuestra situación lo equivalente de lo que él
hizo en la suya. En este sentido es modelo de humanidad para todas las
culturas y épocas.
Sin embargo, Jesús
fue condenado "oficialmente". Su muerte nos advierte que las religiones,
los gobiernos y las culturas son terriblemente ambivalentes: son canales
imprescindibles para preservar lo adquirido por las colectividades humanas;
pero tienen también una irresistible propensión a absolutizarse;
y el resultado es que causan víctimas inocentes.
La muerte de Jesús
a manos de los representantes oficiales hace ver que no toda luz que ilumina
a los seres humanos es la luz de la vida; que hay otra luz engañosa,
que en realidad son tinieblas que oprimen la verdad y distorsionan la realidad.
Hace ver también que el Espíritu de vida no es el único
que mueve a los seres humanos y a los grupos sociales; que hay impulsos
hacia el poder y la arrogancia, que producen exclusión, opresión
y muerte.
Los cristianos creemos que
Dios resucitó a Jesús, y con ello acreditó su vida
como modelo de humanidad. Pero Él no nos sustituye ni nos condena
a repetirlo. Él nos atrae con la fuerza de su belleza, el peso de
su verdad, la energía de su vida, el dinamismo de su amor. Su humanidad
es tan plena que se torna en un manantial del que todos podemos beber inagotablemente.
Su Espíritu nos habilita
para ser humanos como él. En eso consiste radicalmente su salvación.
Sobre cada uno de los seres humanos derramó su Espíritu que
nos capacita para hacer en nuestra época, en nuestra cultura y en
nuestra situación, lo equivalente a lo que él hizo en la
suya. No se trata de imitarlo sino de seguirlo. Lo que no es posible realizar
sino creativamente.
Ello nos exige una encarnación
solidaria en la humanidad. Nos llama a participar en el trabajo fatigoso
y compartido de crear posibilidades técnicas y culturales de vida
humana. Pero el modelo de Jesús sólo sirve de criterio para
discernir a los modelos propuestos cuando se lo evoca desde dentro. Si
no se comprenden los paradigmas actuales es imposible interpretarlos desde
el modelo de Jesús.
Los científicos y
sus financistas no se sienten parte de la humanidad como un todo. Por lo
general desprecian al común de los mortales. Por eso su tentación
es no transformarla de modo que desarrolle sus más altas posibilidades,
sino dejarla de lado y caminar en busca del superhombre fabricándolo.
Y quien tiene en su horizonte la fabricación de superhombres también
está pensando en fabricar subhombres a su servicio.
En estas condiciones, en
que unos desprecian al ser humano y los más, desorientados o abrumados,
no sienten interés o no tienen energías para plantearse el
sentido de su propia humanidad, es de vital importancia ofrecer a la humanidad
una genuina trascendencia humana que dé sentido y felicidad a sus
vidas, y oriente a los científicos hacia metas por encima
de cualquier superhombre, sin el desprecio elitista que supone su búsqueda.
Jesús, convincentemente
presentado como modelo de humanidad, nos hace ver dónde se sitúa
la verdadera trascendencia humana y dónde no hay que buscarla. Su
vida enseña que la verdadera trascendencia humana se da en la existencia
auténtica, que se expresa como fidelidad que brota de un amor creativo.
El modelo de Jesús,
que trasciende las culturas y las épocas, debe ser propuesto en
cada tiempo y para cada figura histórica. Hoy tiene que aparecer
claro que, siendo una figura única que viene de las profundidades
de la historia, él va delante y hacia él vamos todos por
un camino ecuménico de vida.
En la propuesta de Jesús
entramos todos. Pero su propuesta tiene como privilegiados a los despreciados
y excluidos. Esta dirección vital es frontalmente opuesta a la del
orden social en el que vivió y no menos al actual. Ése es
su camino: el único que conduce a la vida. Él no tiene poder
para imponerse; en él sólo hay verdad que convence, belleza
que atrae, bien que irradia. Ésa es la sustancia de su humanidad.
Seguirlo es proseguir su camino: hacer en nuestra época el equivalente
de lo que él hizo en la suya.
3. IGLESIA SOLIDARIA CON
LOS EXCLUIDOS
Todos navegamos en la única
barca de la humanidad. Y en ella se embarcó también Jesús.
Ninguna religión
concreta es barca única de salvación. La Iglesia de Jesús
es sacramento de salvación en cuanto mantiene operantes los cuatro
sacramentos que revelan la presencia activa de su Señor. Su primer
sacramento son los pobres. Sólo desde ellos se abren los otros tres:
Desde la solidaridad con los pobres se abre la Palabra de Dios y se edifica
la comunidad. Y esta comunidad, abierta a la Palabra y solidaria con los
pobres, es el sujeto de la Cena del Señor, la Eucaristía.
Una Iglesia que se niega
a desinstalar su talante occidental no es universal. Es una Iglesia que,
en términos paulinos, judaiza, es decir, impone cargas indebidas;
sustituye el paradigma de Jesús por dogmas, normas y ritos, con
lo que deja de ser "buena nueva" para todos.
No es Iglesia de Cristo
si no se presenta como Iglesia de los pobres, sino como una institución
más del orden establecido. Sólo una Iglesia abierta a todas
las culturas desde el privilegio de los pobres es en verdad "experta en
humanidad", que equivale a decir "sirvienta de la humanidad", absolutamente
ajena, como su Maestro, a todo ejercicio de poder.
La Iglesia y la teología
están llamadas a capacitarse para leer los signos de los tiempos
desde una relación fraterna con los pobres con Espíritu,
los que escuchan la bienaventuranza de Jesús, le dan crédito
y le abren su corazón. Los pobres con Espíritu son lugar
privilegiado de gracia y de luz. Son el corazón de la Iglesia y
del mundo.
Para que surjan y se consoliden
pobres evangélicos es imprescindible la alianza de profesionales
que ingresen a su mundo solidariamente. De esta alianza entre gente popular
y gente no popular saldrá la alternativa superadora de las estructuras
actuales. Es acá donde habrán de trasvasarse sus bienes civilizatorios
y culturales y refundirse con los bienes espirituales y culturales nacidos
o preservados en la externidad del sistema o en su periferia despreciada.
También de ella saldrá la renovación de la Iglesia
y de la teología.
Pero hoy, en que el saber
técnico abre posibilidades inéditas a la humanidad, ¿qué
pueden ofrecer los pobres? Dos cosas complementarias: Presentan su necesidad
de ayuda eficaz que, además de remediarlos a ellos, humanice a los
supradesarrollados. Y para hacer deseable esta ayuda, ofrecen su lucha
por la vida, lo que hay en ellos de vida eterna que vence diariamente a
la muerte a la que se les condena por falta de recursos, por abandono y
por desprecio.
Desde este perfil puede
la Iglesia dialogar de un modo abierto y coherente con las demás
religiones y colaborar con ellas sinceramente, ya que es evidente que el
contenido de la salvación desborda absolutamente a la Iglesia. Y
por eso, después de la venida de Jesús y del establecimiento
de la Iglesia como su sacramento, conservan las religiones su función
como caminos de salvación. En primer lugar, porque Jesús
desborda absolutamente a la Iglesia (Lc 9,49-50;10,23) y además,
porque su mediación y su gracia se extienden a toda la humanidad
y a toda la creación (Ef 1,10; Col 1,13-20).
Esto no significa que Jesús
no deba ser propuesto. Por el contrario, debe ser presentado como modelo
de humanidad que atrae a todos hacia sí. Pero el resultado de la
evangelización no es necesariamente que Jesús sea seguido
en su Iglesia: puede también ser seguido en otras tradiciones religiosas
o puede ser seguido implícitamente al vivir en docilidad a su Espíritu
una existencia auténtica.
4. LA GLORIA DE LOS PODEROSOS
Y LA GLORIA DE DIOS
Hoy los medios de comunicación
nos presentan de un modo rutilante o aplastante la gloria de los magnates,
la de las estrellas de la pantalla, del deporte o la canción; nos
presentan con gran impacto la gloria de la ciencia y de la técnica,
con artefactos increíbles que pueden destruir en segundos instalaciones
militares, complejos industriales, ciudades o miles de vidas humanas. Todo
esto se nos presenta no como gloria de los seres humanos sino de las grandes
potencias, de las grandes empresas, de los famosos. En estas condiciones,
¿cómo contemplar la gloria de Dios?
La Biblia no tiene ningún
problema en contemplar la gloria de Dios en el ser humano. "Lo coronaste
(dice) de gloria y dignidad, le diste el mando de tus obras, todo lo sometiste
bajo sus pies" (Sal 8,6-7). Al ser humano ha constituido Dios su lugarteniente
en la creación, su socio, para que conserve la creación y
la haga crecer hasta la perfección.
Dios no se entristece ni
se inquieta por el poder de la humanidad. Lo que le duele es que lo ejerza
irresponsablemente, es decir, no para preservar y consumar esta creación,
sino para destruirla. Él se alegra de que la humanidad asuma su
condición creadora.
¿Y qué hace
Dios ante los intentos en ciernes de fabricar superhombres y subhombres?
Una respuesta de la Biblia podría ser que "el Señor se burla
de ellos " (Sal 2,4). Él da lugar. No como quien se retira resentido
a su gloria para hacer valer su autosuficiencia y condenarnos a su abandono,
sino sufriendo el mal uso de las energías descubiertas, por la alienación
y la muerte que producen. Frente a la prepotencia de los que se creen dioses,
Dios se nos revela sorprendentemente como debilidad, como íntimamente
afectado por ese mal uso de la libertad creadora. Por una parte su amor
se duele de la alienación de los que violentando la creación,
excluyen y quitan vida. Por otra parte, él en su Hijo está
en las víctimas; más aún, es una víctima más.
¡Hasta ese punto Dios ha echado su suerte con nosotros!
Pero ese Dios que sufre,
¿es un Dios impotente, incapaz de salvar? Es el Dios que resucita
a las víctimas. No es el Dios de los dioses y el Señor de
los señores, el que corona, sacralizándolas, las jerarquías
sociales, sino el que da el ser a lo que parece tan debilitado que para
los triunfadores carece de ser; y resucita a lo que parece haber perdido
todas sus potencialidades de tal manera que no se cuenta con él
(Rom 4,17-25).
Y para los que no son víctimas,
¿qué posibilidad hay de anudar con Dios? "Mirarán
al que atravesaron" (Jn 19,37). Tienen que reconocer la dignidad de las
víctimas y por tanto su responsabilidad, su pecado. Si reconocen
la gloria de Dios en el Crucificado y en los crucificados, van a ser atraídos
por él y por ellos, y socorriéndolos van a alcanzar también
ellos la vida eterna, van a vivir la vida de los hijos de Dios, lo van
a conocer a él desde dentro, van a sentir una alegría que
nada podrá quitar.
El camino del conocimiento
de Dios es el camino que conduce a la fraternidad desde las víctimas
(cf. Jr 22,16; Os 6,6). Ése es el punto desde el que es dable contemplar
la gloria de Dios en lo que existe, particularmente en el pobre que vive
y en el científico que descubre caminos para sanar la vida y perfeccionarla.
La verdadera trascendencia
divina no hay que buscarla, pues, fuera de lo humano. El misterio que define
a Dios, y a sus hijos, es la misericordia: ése es el nombre de Dios
y también el nombre humano por excelencia. Y con la misericordia,
el perdón y el amor a los enemigos y la gracia generosa. Y todo
esto, desde la libertad de obrar desde nosotros mismos, desde el centro
de nuestro corazón, con un amor que se realiza en la verdad, como
belleza y gozo.
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