El Chaco vendido y revendido Por
qué los indígenas del Chaco reclaman sus tierras y tienen
derecho a que se las devuelvan.
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La historia colonial del Paraguay no es cosa
del pasado; es el presente. Basta leer las noticias y editoriales de los
diarios de Asunción, los de la semana pasada y de esta misma. Cuando algunos pueblos indígenas en el Paraguay se atreven a reclamar que se les devuelva las tierras, más aun los territorios que les expropiaron hace poco más de 100 años, y en algunos casos apenas dos décadas, se ha desatado una especie de nerviosismo histérico en algunos de los actuales ocupantes de esas tierras en particular, y de la Asociación Rural del Paraguay en general. Han acudido al lobby de sus amigos de la prensa. Estos se han hecho su eco, si no es que han tomado el motivo para repetir su voz. Hay dos editoriales recientes que apoyan sin rubor esa causa: ABC color, de 30 de octubre 2000: Inseguridad total para las actividades lícitas; y La Nación, de 31 octubre 2000: Indigenismo contra economía. Dejo de lado, de momento el las orquestradas noticias suministradas por los ocupantes de tierras indígenas y que se dicen sus propietarios. Comentaré el editorial de ABC color ya que es el documento que mejor refleja la mentalidad de ciertos ocupantes de tierras indígenas y de la Asociación Rural del Paraguay, que los apoya. El editorial de La Nación, sólo amplifica los mismos prejuicios, aunque de manera más superficial e improvisada, más desembozada también. Para argumentar ABC color tendrá que posicionarse contra la misma Constitución Nacional del Paraguay, la de 1972, a la que va a tildar de populista e imprecisa. Resulta que las últimas constituciones nacionales, de Argentina, del Brasil, de Ecuador y de Venezuela, son tanto o más avanzadas respecto a los pueblos indígenas que la del Paraguay. En realidad, los constituyentes de estos países han sido personas con un mínimo sentido de justicia y una conciencia objetiva de los atropellos históricos contra esos pueblos y cómo sus territorios y personas han sido y son objeto de usurpación y de maltrato. Resarcir daños y perjuicios, y reconocer los derechos inalienables de los pueblos indígenas a sus tierras y cultura es lo menos que se puede pedir. La Constitución Nacional de 1992, aun siendo aceptable, todavía dista mucho de estar a la altura del derecho internacional en este punto. De todos modos, y esto es un honor para el Paraguay, el Estado ha ratificado el “Convenio 169 sobre los Pueblos indígenas y Tribales en Países Independientes”, aprobado por la Organización Mundial del Trabajo (OIT), en 1989, donde precisamente los territorios indígenas son ampliamente reconocidos. Pero hay otra en el Paraguay otra línea de presión, que no acepta esos logros. ¿A dónde quiere llevar esa corriente de opinión la política indigenista del Paraguay? ¿A tiempos anteriores a las Nuevas Leyes de Indias, de 1542? Ni Juan Ramírez de Velasco ni Hernandarias, por ejemplo, a fines del siglo XVI, se hubieran atrevido a discutir que las “naciones” indígenas tenían territorios naturales que les debían ser reconocidos. Los “pueblos de indios” o Reducciones serían el reconocimiento de esa territorialidad inobjetable. El editorialista de ABC, dentro de una teoría evolucionista, hoy bien trasnochada, desprecia a los indígenas que “no son más (el subrayado es mío) que cazadores-pescadores-recolectores”. Sólo esto. Ciertamente, son cazadores, —cuando los dueños de los campos y estancias se lo permiten todavía— y durante siglos han practicado un tipo de economía que hizo posible las sustentabilidad y la riqueza del Chaco. ¿Qué ganaron con la nueva economía instalada en el Chaco desde 1884? Los “blancos”, sí, cuando entraron en el Chaco se encontraron con un hábitat lleno de potencialidades económicas y ecológicas. No fueron los indígenas quienes las habían destruido. Por ironía del destino se puede decir que estos indígenas habían pasado siglos conservando una naturaleza, virgen y lozana, que sus invasores harían suya. El Paraguay vendido y revendido La historia del Chaco paraguayo no solo fue en el pasado
un disparate económico, manchado con la sangre del genocidio y sometido
bajo las tinieblas del etnocidio, sino que sigue siéndolo. Inversionistas, cazadores y recolectores ¿Qué han sido los tan alabados inversionistas
en aquel Paraguay? Menos que cazadores y recolectores. Simples depredadores,
que una vez violada la tierra y sus recursos, la venden y prostituyen para
que pase a otras manos. Me parece de una desfachatez total alabar ese tipo
de inversionista que sólo deja ruinas en un país, después
de haber acabado con la salud, la cultura y la alegría de pueblos
enteros, y con su vida. ¿Será que los editorialistas de ABC
color y de La Nación no leen sus propios periódicos? Hábitat, tierra y territorio El editorialista al que sigo, queriendo corregir de nuevo a la Constitución, discute el concepto de hábitat, al que tienen derecho los indígenas. Ahí nos viene con una definición ecológica de hábitat, que según la Real Academia de la Lengua Española, no se aplicaría a los seres humanos. Los indígenas no tendrían hábitat. Pero los indígenas no necesitan que la Real Academia —de la cual por otra parte me honro es ser miembro correspondiente y vitalicio— les dé el sentido de los que es su tierra, de si es hábitat, paraje, o morada. Si me atengo a los Guaraníes nos encontramos con que la tierra es para ellos algo más que yvy; es un tekoha, “un lugar donde somos lo que somos”, donde es posible nuestro modo de ser. Y ojalá el Paraguay fuera para todos los paraguayos y paraguayas un verdadero tekoha. Esto es lo que el mundo moderno está buscando y en los pueblos indígenas descubre alternativas a esa miopía tan característica que no entiende la tierra más que como un lote para transacciones comerciales. De ahí es de donde surge el problema de Puerto Casado, con toda su aberrante y disparatada insensatez. Se vende una tierra y las personas que la habitan, que ahora además de indios son paraguayos y paraguayas chaqueños. Este es el patético fin adonde fueron a parar las 3.000 leguas cuadradas iniciales del Sr. Carlos Julián Casado de Alisal, que en 1917 eran todavía 3.150.000 ha como patrimonio de la familia. Después de sucesivas ventas y reparticiones por herencia, Casado y Cía, en 1946, retenía todavía 2.446.277 ha. Esas son las ruinas, esos los campos de soledad, donde hay más tumbas que casas. Si los juristas, los políticos, los intelectuales y los periodistas no sabemos interpretar estos hechos a la luz del siglo XXI, ¿cuando aprenderemos algo? La necesaria reforma agraria En otro pasaje, se pregunta la editorial: “¿qué
pasaría, por ejemplo, con el 99% -o más- de los paraguayos
que tenemos algo o mucho de sangre indígena?” Sale de nuevo al racismo,
pero ahora desde otra perspectiva. Los derechos sobre las tierras no los
da la sangre; los da el pueblo y la comunidad, una tradición y una
historia; los da un a forma de ser y de vida, en cuanto complejo económico,
cultural y político, en el cual la lengua es un elemento primordial.
Sin embargo, que los derechos sobre las tierras los da una mera y única
transacción comercial ha sido por desgracia la norma constante.
De hecho las mayores extensiones de tierra han estado desde hace décadas
y están todavía en manos de extranjeros o de paraguayos de
la primera generación. |