Bilingüismo:
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Paraguay no es el País vasco. La lengua vasca -euskera- no es el guaraní. La historia de ambos países, desde el punto de vista social y económico presenta grandes diferencias. Si el vasco fue perseguido y reprimido por el gobierno nacionalista del dictador Francisco Franco, en España, la lengua guaraní, si bien no fue prohibida ni castigada por el gobierno del dictador Alfredo Stroessner, también tuvo su destino muy marcado por agentes y promotores que desde el Ministerio de Educación, y aun desde la Universidad Nacional, Institutos y Ateneos se sintieron dueños de la lengua y quisieron imponerle ritmos y medidas autoritarias, de las cuales no logra librarse hasta ahora; la dictadura paraguaya atacaba la lengua de una manera más sutil, menos visible y, por lo tanto, más difícil de diagnosticar. Es por ello por lo que creo que los propósitos, traducidos en política lingüística, que el gobierno del país vasco tuvo con su lengua son muy esclarecedores. para nosotros en el Paraguay. Hay en esa política al mismo tiempo sentido lingüístico y sentido democrático, dos elementos que los estados de nuestros países no siempre logran comprender. De la conferencia con que nos ilustró el Dr. José Antonio Ardanza, expresidente del país vasco, en la clausura del IV Congreso de Educación Intercultural Bilingüe -que aquí no podemos reproducir en su totalidad, por razones de espacio y dadas las características de nuestra revista- recogemos los párrafos conclusivos que vienen a ser la condiciones de una buena política lingüística, muy aplicables al Paraguay, guardadas las debidas distancias como hemos dicho. Donde dice euskera léase guaraní y saltarán a la vista las grandes coincidencias. El gran desafío que se le plantea al guaraní, como se plantea al euskera, es su funcionalidad. Por la Redacción de Acción, Bartomeu Melià. Consolidada
la lengua en su corpus interno, asegurada su transmisión a través, principalmente,
del sistema educativo y prestigiada socialmente mediante la ampliación
de sus ámbitos de utilización, tampoco conviene equivocarse. Una lengua
tan minoritaria como el euskera nunca habrá ganado la batalla definitiva
por la supervivencia en un mundo globalizado, que, si por alguna norma
se rige, es por la de la funcionalidad. Todo lo que, por un motivo u otro,
no es funcional está condenado a la desaparición. La gran pregunta es,
por tanto, si el euskera -o, como el euskera, cualquier otra lengua de
sus características- será capaz de superar el riguroso test de la funcionalidad.
Para superarlo, tendrán que cumplirse, en mi opinión, una serie de condiciones,
que me gustaría apuntar a modo de conclusión de esta conferencia. Creo
que, por sus características generales, varias de esas condiciones son
aplicables, no sólo al euskera, sino también a otras lenguas que hoy se
hallan en similares circunstancias. Las apunto, pues, insistiendo en ese
carácter de universidalidad que contienen y que las hace aplicables a
otras situaciones lingüísticas semejantes. De la debilidad a la institucionalidad
y funcionalidad En primer lugar, resulta imprescindible que los propios
vascófono tomemos conciencia de la pequeñez y de la debilidad de nuestra
propia lengua. El euskera es, como he dicho al principio, una lengua minoritaria
en un doble sentido: primero, porque está rodeada, desde el exterior,
por dos lenguas de las llamadas grandes; segundo, porque en el interior
de la propia comunidad política en la que se habla el euskera se da una
situación de bilingüismo imperfecto, de diglosia, es decir, una comunidad
mayoritaria es de habla monolingüe castellana y otra, minoritaria, es
realmente bilingüe de las dos lenguas oficiales. En esta situación, el
euskera, si quiere sobrevivir, debe optar, no por competir, sino por convivir;
no por excluir, sino por incluir. El euskera está, por tanto, obligado
a pactar, día a día, las condiciones de su existencia. El bilingüismo,
por imperfecto que sea, no habrá de tomarse como claudicación, sino como
ejercicio de inteligencia. El bilingüismo habrá de entenderse, además,
no sólo como un pacto entre dos comunidades lingüísticas, sino también
como un pacto en el interior de cada hablante. Nadie debería renunciar,
en el País Vasco, al enriquecimiento que supone, colectiva e individualmente,
la identificación con las dos tradiciones lingüísticas que la historia,
de manera muy compleja y, a veces, no del todo pacífica, nos ha legado.
Pienso que este enfoque del bilingüismo -tanto en lo que se refiere a
la colectividad como en lo que toca al individuo- es aplicable a cualquier
otra minoría lingüística que viva en las condiciones de la vasca. Plantear
el problema en términos de batalla contra la lengua mayoritaria y prestigiada
es condenarse al fracaso. En segundo lugar, la disposición pactista del
euskera y de la comunidad vascófona deberá verse correspondida por parte
del castellano y de la comunidad castellano parlante. En este sentido,
la tendencia natural de la lengua abrumadoramente mayoritaria a imponer
su propia ley -la ley de la funcionalidad a toda costa- deberá ser contrarrestada
por una doble vía. Primero, por el autocontrol de los propios unilingües
castellanoparlantes, que habrán de erigir el respeto a la minoría euskaldun
a categoría de criterio de su propio carácter democrático. Segundo, por
el compromiso decidido de las instituciones a favor de políticas de discriminación
positiva de la lengua minoritaria. El papel de las instituciones es decisivo.
Sirva de prueba el hecho de que, en el País Vasco, el único territorio
en el que el euskera sigue retrocediendo es el vasco-francés, donde no
se cuenta con ninguna institución que defienda y promueva la lengua vasca.
Por el contrario, en la Comunidad Autónoma de Euskadi, con unas instituciones
fuertes de autogobierno, el euskera ha avanzado de forma notable. En tercer
lugar, el euskera no debe eludir, esperando de los otros el respeto que
se merece, las exigencias de la funcionalidad. Deberá, por tanto, instalarse
y consolidarse en los ámbitos en los que hoy se dirime la modernidad.
Las nuevas tecnologías de la comunicación audiovisual constituyen hoy
para el euskera un reto parecido al que en su día representó la utilización
de la lengua en los ámbitos de la administración y de la literatura. El
costo de no haber superado a su tiempo este último reto fue de varios
siglos de trabajo y de una gran pérdida de prestigio y vascofonía. El
de no superar el nuevo reto de la actual modernidad podría ser todavía
más alto. Hoy contamos, sin embargo, con una lengua vasca asentada en
los medios audiovisuales -a través, sobre todo, del Ente público de Radio
y Televisión- y haciendo notables progresos en las llamadas nuevas tecnologías.
Ganar la batalla de la modernidad es fundamental para la supervivencia
de cualquier lengua. Militancia, voluntad y derecho internacional En cuarto
lugar, la funcionalidad, en su sentido más cortoplacista y utilitario,
no debe llegar a imponerse como criterio exclusivo. Es verdad que no será
el mero voluntarismo lo que salve al euskera. Pero, sin alguna dosis de
voluntarismo, la pura y dura funcionalidad podría acabar con él. Toda
lengua minoritaria requiere, para sobrevivir, una militancia. Nadie debería
sorprenderse de ello, si hasta las llamadas grandes lenguas la ejercen.
Basta ver la batalla que está dándose entre el inglés y el castellano
para ganarse espacios en Estados Unidos. La conexión entre lengua e identidad,
que tan interiorizada está entre los vascófonos y tan importante función
ha desempeñado a lo largo de la historia del euskera, podría tener cabida
en esa militancia política. En quinto lugar, y enlazando con esta última
idea, los vascófonos deberán asumir que el futuro de su lengua depende,
hoy más que nunca, de ellos mismos y de la comunidad vasca en general,
sea ella vascófona o no. La militancia de que he hablado no puede teñirse
nunca de victimismo. La generación actual ha recibido el euskera en mejores
condiciones, internas y externas, que cualquier otra en la historia. De
la voluntad y de la inteligencia de los actuales vascófonos depende el
que las futuras generaciones reciban una lengua pujante o una lengua definitivamente
marginada por el proceso globalizador. En sexto y último lugar, los organismos
internacionales y, muy en especial, agencias como la UNESCO deben tomar
conciencia de que en la diversidad lingüística y cultural se dirime la
dirección que habrá de tomar la historia de la humanidad. El discurso
de los derechos que asisten a las minorías culturales y lingüísticas,
absolutamente imprescindible, habrá de combinarse, en este aspecto, con
otro más ambicioso y menos defensivo, que plantee el tema de la pluriculturalidad
como requisito, no sólo para la convivencia pacífica entre las naciones,
sino incluso para el desarrollo sostenido de la propia humanidad en su
conjunto. No se trata sólo de respetar la pluriculturalidad para evitar
conflictos, sino de promoverla a favor del enriquecimiento de la humanidad.
Se trataría, por tanto, de entender la promoción de la pluriculturalidad
en términos más ambiciosos que la mera Cultura de Paz. Porque la globalización,
entendida, de manera reduccionista, pero por desgracia real, como progresiva
uniformización cultural, conduce a una humanidad literalmente inerte,
a una especie de agujero negro que engullirá en su seno todas las energías
culturales que la diversidad humana ha desencadenado a lo largo de su
historia. Las instancias internacionales no pueden limitarse a tomar nota
de lo que está ocurriendo. Ni siquiera a denunciarlo. Deben asumir un
compromiso activo, para que la globalización no sólo se controle en términos
de respeto a los derechos culturales de las minorías, sino que se reinterprete
como interacción y mestizaje enriquecedores para toda la humanidad. En
este punto, las minorías, para que nuestra lucha no se entienda como defensiva
e interesada, precisamos de la complicidad de las grandes organizaciones
internacionales. Señoras y Señores, voy a terminar. Les he hablado mucho
de mi lengua, el euskera. No podía ser de otro modo. Pienso, en efecto,
que es por mi calidad de vasco y de máximo mandatario, en el reciente
pasado, de mi País por lo que ustedes me han invitado. Estoy, sin embargo,
convencido de que muchas de las reflexiones que he ido desgranando a lo
largo de mi conferencia resultarán también útiles para los hablantes de
otras lenguas minoritarias y para cuantos, como ustedes, estén preocupados
por la convivencia plurilingüística y pluricultural de los pueblos y de
la humanidad. |