Me siento
frente a ella. Se cumplen ahora veinticinco años del asesinato de Mario
Schaerer Prono. Guillermina, Nenena, me habla con pasión de aquellos años.
Después marchó a Barcelona, me dice. "Mi padre no entendió al principio,
me preguntó que por qué me iba, yo no le contesté fuerte pero le expliqué
que si me quedaba él no me dejaría asumir mi viudez ni mi maternidad por
la sobreprotección que recibiríamos mi hijo y yo. Le dije que él no me
iba a dejar crecer y asumir mi papel. Que él me iba a proteger y me iba
a impedir ser la madre de mi hijo, el hijo de Mario. Se echó a llorar
y me dijo que tenía razón". También yo siento que me tiemblan los ojos
y que las lágrimas se me vienen. Sus ojos, los de Guillermina, le brillan
y toman el color rojizo de las emociones intensas. Por eso, yo le digo:
"No sé si hago daño", e insisto: "No quiero remover heridas".
Se sonríe. Me toma de la mano y me da un paseo por la planta baja de la
casa. El salón de estar es un pequeño santuario: "Los pintó mi hermana",
me dice señalando dos cuadros no demasiado grandes trabajados con colores
ocres y oscuros: Un muro, un grupo de gente que forma fila; en el otro
cuadro, el mismo muro, una mujer con un niño pequeño en brazos. "Ella
estuvo conmigo también ahí, en Emboscada". Los recuerdos de Emboscada,
del penal, abundan por las mesitas: "Esas piedras son de allí, de Emboscada".
"¿Te dio finalmente el trabajo?", le pregunto. "Sí. No se portó nada mal".
Sé por otras personas que el apellido Schaerer Prono fue un estigma. Gente
que no saludaba. Vecinos que miraban para otro lado. Parientes que desconocían.
"Mi padre también fue de los que se portó muy bien". Frente a mí tengo
un retrato de la familia al pleno, todos los Kanonnikoff. Él es un hombre
grande, fuerte, con facciones claras del mundo eslavo. "Después de un
año y medio pidió cita con el dictador. Y no le hicieron esperar, ¿sabes?
Quiero decir que a veces tardaban meses, y fue en seguida que lo recibió
Stroessner". Mira la foto de familia y señala al protagonista de la historia,
me cuenta que se presentó ante Stroessner, que éste le preguntó cómo había
tardado tanto en venir. "Quería saber primero en qué estaban mis hijos",
le dijo el padre. "Su yerno murió en un tiroteo", esgrimió Stroessner.
"Mi hijo entró vivo en Investigaciones y salió muerto de Investigaciones",
le contestó. Debió haber un silencio entre ambos. Eso refleja el relato
de Guillermina. Luego Stroessner preguntó: "¿Qué desea que haga por usted?".
Esperaba claramente que le suplicaran un favor. "No quiero nada, usted
sabe lo que tiene que hacer. Existe un Poder Judicial. Sólo quería decirle
que la juventud más sana que tiene el país está en Emboscada porque se
revelan contra la sociedad corrupta e injusta que los adultos le hemos
dado". Guillermina, de nuevo con lágrimas en los ojos, me dice: "Eso hizo
mi padre".
La fe que lleva al compromiso.
"¿Qué era la O.P.M.? ¿Organización Político Militar?", le pregunto. "Bueno,
ese fue el nombre que le dio la Policía, me parece, y no estaba lejos
de la verdad, porque era política y quería ser militar, pero un ejercito
del pueblo; en varios documentos su nombre era Organización Primero de
Marzo", me contesta. Nos sentamos en la mesa del comedor y seguimos hablando.
Pasan de vez en cuando por el salón alguno de los hijos del matrimonio,
pasa también Raúl, el actual marido de Guillermina. Nos estrechamos la
mano. Comentan lo larga que será la conversación. Sonreímos. Nos dejan
de nuevo.
"¿Primero de Marzo?", pregunto.
"Sí: Vencer o Morir", me contesta.
Le pregunto cómo llegaron a esa decisión, cómo conocieron OPM, qué era
OPM, quién la fundó, qué principios ideológicos tenía detrás… Demasiadas
preguntas sobre ideas, sobre hechos políticos. La respuesta, cargada de
fuerza política y revolucionaria, tiene, sin embargo, mucho de una historia
de fe, de fe cristiana, y de una historia de amor, del sentimiento más
grande entre un hombre y una mujer.
"Siempre estuvimos en las cosas de la Iglesia. Profesores de religión,
animadores de fe, catequistas". Levanta los ojos desde la fe que hoy vive.
"Siempre vinculados a los jesuitas. A Mario lo adoptaron los jesuitas
cuando su padre dejó la casa. Mario hubiera sido jesuita si no aparezco
yo", sonríe Nenena. "Fue esa fe y esa determinación que te daba la educación
de los jesuitas la que nos fue llevando a implicarnos. Nuestra fe nos
lleva a profundizar aun más nuestro compromiso cristiano, buscando alternativas
de liberación a la opresión que vivía nuestro pueblo. Por eso cuando nos
casamos… bueno, fue un poco duro para las familias, porque lo hicimos
a nuestro modo, con sencillez, sin el "mosquitero" blanco que querían
ponerme en la cabeza. Y fue un matrimonio hecho en el compromiso de un
modo de vida, de una entrega para una misión. Nos fuimos a vivir a una
casita". Cuenta detalles familiares, las ayudas, las presiones, la incomprensión.
Habla de los primeros años del matrimonio, de las dificultades para decidirse
a tener un hijo por las obligaciones del compromiso. También de las dificultades
posteriores cuando parecía que el hijo no venía. Cuenta cómo siguieron
asumiendo mayores compromisos en esa búsqueda de liberación y cómo les
llegó lo de la OPM.
"Llegaron a Mario primero con la propuesta de integrar una organización
amplia, integrada por diferentes sectores: Obreros, campesinos, estudiantes,
pequeña burguesía en general. Y como la organización era clandestina,
él no podía decirme nada, pero se le notaba incómodo, porque nuestra relación
se basaba en la sinceridad". Pero, finalmente, Guillermina preguntó a
Mario qué estaba pasando. "Me miró a los ojos y me dijo que aquello era
ya muy fuerte, que podía ser terrible, que podía pasarnos de todo. Me
explicó que la organización estaba en formación y que se trataba de crear
un gran frente nacional revolucionario, integrando a todos los sectores
en especial a los más oprimidos; que se recorrerían varias etapas para
preparar una insurrección armada capaz de tumbar la dictadura e instaurar
un gobierno del pueblo y para el pueblo. Yo le dije que adelante. Nos
abrazamos, lloramos y decidimos ir adelante".
En la pared donde están los cuadros de Emboscada hay también una foto
de un chaval joven. Es una foto en blanco y negro. Mira a la cámara. Sonríe.
Desde aquella imagen me está mirando Mario Schaerer Prono, un joven cristiano
que en los años setenta se fue comprometiendo más y más en el seguimiento
de Jesús, buscando una sociedad más justa, más libre. Era ex alumno y
luego profesor del Colegio de Cristo Rey. Yo, jesuita, ahora, veinticinco
años después, estoy aquí, en casa de su viuda, sintiendo el privilegio
de escuchar un testimonio, el testimonio de una vida entregada. Quiero
estar en esta historia descalzo, respetuoso, como si desde una Zarza Ardiente,
alguien me repitiera aquellas palabras: "descálzate, porque la tierra
que pisas es tierra sagrada". Tierra sagrada es la vida de todo aquel
que lucha por la justicia, por la libertad. Tierra sagrada es la vida
de todo el que sigue a Jesucristo. Y no me cabe duda de que Mario siempre
quiso ser un seguidor de su Señor. Tierra sagrada es también toda persona
humana, toda historia humana.
La lucha armada nos parecía inevitable.
"¿Dispuestos también a la lucha armada?", pregunto casi sintiendo dolor
al pronunciar esas palabras. "Sí", me contesta sin dudar Guillermina.
"Así lo veíamos. Era la lógica de nuestra búsqueda. No buscábamos una
lucha armada. Pero nos parecía inevitable. En aquella dictadura nos parecía
que no había otro modo de luchar contra la injusticia si queríamos sacarles
del poder". Me duele la respuesta y lo noto. Hubiera preferido un "no,
nunca nos planteamos la lucha armada". Hoy, mirando los resultados de
las guerrillas, viendo en qué han parado tantos "guerrilleros de los setenta",
me repele la mera mención de la lucha armada. Yo mismo soy hijo de militar
y, sin embargo, objetor de conciencia. Pero me siento ante tierra sagrada.
No es momento de hacer un juicio. Hay dos cosas además que no puedo quitar
de mi memoria: la primera cosa es que durante siglos la Iglesia (y los
teólogos jesuitas dentro de ella) defendió el tiranicidio como una opción
ante personajes cínicos y asesinos que gobernaban los países; la segunda
cosa es que, de hecho, a Stroessner lo quitó del poder una "mini-revolución"
armada. Esos son los hechos.
"Es cierto", me comenta Guillermina, "que en los ochenta la resistencia
contra Stroessner fue mucho más desde la no-violencia; ellos tenían otra
experiencia, también el contexto internacional era otro...ya teníamos
en la Argentina más de 30.000 desaparecidos, en Chile otros tantos, en
Uruguay, Brasil, Paraguay...ya fue suficiente tanto dolor".
"Entonces", le digo invitando a continuar su narración, "finalmente entraron
en la OPM…".
"Bueno, eso tenía sus grados. Ibas entrando poco a poco. No recuerdo muy
bien los nombres que usábamos. Pero era una organización clandestina y
tenía muchas medidas de seguridad".
"No tuvieron mucho éxito", le digo.
"De hecho la OPM nunca llegó a operar, quiero decir, nunca tuvo ninguna
acción armada".
"Ni teníamos armas apenas".
"Pero había en tu casa la noche que les detuvieron", afirmo.
"Quiero decir que todo lo que he leído afirma que hubo un tiroteo".
"Lo hubo", me contesta.
"Pero más de la policía hacia nosotros y donde ni siquiera pudimos defendernos".
Guillermina para un momento su relato. Entra su marido Raul y también
alguno de sus hijos. Volvemos a saludarnos. Tomamos un jugo y algo de
comer. Hay en las paredes del salón también un par de marcos rellenos
de fotos con Guillermina embarazada de sus diferentes hijos. Me impresiona
esa pared que contiene el pasado y el presente de una manera tan plástica:
la foto de Mario está en la misma pared en que figura un gran retrato
de toda la familia actualmente. "Así quiero vivir mi memoria y mi presente,
como algo integrado". No puedo contenerme: "¿No siente celos Raúl de esa
presencia de Mario?". Guillermina sonríe: "Bueno, Raúl me dice que cómo
puede estar celoso de alguien que me hizo crecer tanto, que al contrario,
valora el hecho que hoy podamos juntos seguir compartiendo y trabajando
con los mismos ideales de cuando teníamos 20 años".
La vida en la O.P.M.
"Mario llegó pronto muy arriba en la OPM", me dice. "Fíjate en que nosotros
contactamos en Mayo del 75 y fuimos detenidos en Abril del 76. Tampoco
dio tiempo para mucho".
Me habla del tiempo de vida en la OPM. Dificultades para llevar una doble
vida con una familia que les visitaba con frecuencia y que tenía los ojos
en el gran acontecimiento de ese año para todos: el embarazo de Guillermina.
Pasaron momentos de confusión y apuro, como aquel día en que la familia
se presentó en la casa y encontró una pistola sobre la mesa. Mario había
salido y vivía con ellos esos días Juan Carlos Da Costa, el número uno
de OPM. "Esto fue en Enero", me dice. "Cuando mi hermano me preguntó qué
era aquello, le contesté que era del vecino, aquel militar, que nos la
había dejado, que quería vendérnosla por ya no sé cuántos mil guaraníes…
y le pregunté a mi hermano que si le parecía cara. Claro que él se lo
tragó y me dijo que la devolviera inmediatamente. Le dije que sí, que
Mario quería devolverla luego, pero que todavía no había tenido tiempo
de hacerlo. El caso es que aquel fallo de seguridad le costó un castigo
a Mario".
Hablamos de Juan Carlos da Costa. El Siempre iba armado. Su historia había
empezado mucho antes, él había sido dirigente estudiantil del colegio
Nacional de la Capital cuyo Centro de Estudiantes, en esa época, era muy
combativo, llegando a enfrentamientos con la policía en algunos mítines.
Había sido detenido. Su madre consiguió que lo dejaran salir. Con un mensaje
muy claro lo pusieron al otro lado del río: "Como vuelvas la orden no
será detenerte, llevarás un tiro en la frente". Por eso, cuando entró
clandestinamente en el país, Juan Carlos iba armado y siempre fue armado
desde entonces.
"Fue en Abril, el tres, creo, que detienen a Guillermo Brañas, y todo
se desencadena", comento. Me cuenta que la tarde del cuatro de abril habían
tenido una reunión en la casa y que las mujeres que estaban allí, dos
embarazadas, habían tenido la impresión de que pasaba algo. Los muchachos
salieron y no encontraron nada raro. Pero está claro que ya estaban siendo
vigilados.
Entregados, detenidos
"Estábamos los tres durmiendo cuando nos despertaron los golpes, los tiros
y los gritos de la policía", me explica. Todo el relato es ahora precipitado
como los acontecimientos: "Me dieron un revolver. Mario y Juan Carlos
tomaron un arma. Estábamos dentro de la casa. Juan Carlos salió por la
puerta de atrás, Mario y yo teníamos que cubrir la retirada, pero volvió
a entrar enseguida mortalmente herido, se me cayó encima. Sentía el calor
de su sangre por todo mi cuerpo. Él apenas emitía sonidos guturales. Mario
me agarró y me dijo que ya no podíamos hacer nada por él. Que teníamos
que correr. Y así hicimos.
Saltamos, corrimos. Mario con un arma en la mano. Yo había perdido la
mía. Sé que saltamos una zanja de basura y Mario fue al otro lado. Yo
caí en medio de la basura. El poso de basura estaba dentro de nuestra
propiedad. Mario saltó hacia el patio del vecino y luego juntos saltamos
la muralla de ese vecino hasta salir a la calle, allí aparecen los policías
que venían de la comisaría local. Pedimos ayuda a un vecino. Salió fuera.
Luego acabó también en Investigaciones, sólo por hablar con nosotros.
Más tarde llegamos a los canadienses, a San Cristóbal. Nos abrieron las
hermanas. Imagínate: nos ven sangrando, Mario herido en un pie, de un
tiro…"
. Interrumpo el relato: "El informe de la policía dice que hirieron al
comisario Alberto Cantero". "Sí, el comisario Cantero cae herido", me
dice. "Pero no sabemos hasta ahora si lo hiere Juan Carlos al tratar de
cubrirse en su huida o en la confusión de la corrida uno de los policías
le hiere al comisario, son las dos versiones que se escucharon".
Me cuenta que las hermanas les limpiaron las heridas. Se oían las sirenas.
A las hermanas les llamó la atención que todavía veinte minutos después
de que Mario y Guillermina llegaran a San Cristóbal, sigue habiendo tiros
en el entorno de la casa. "Desde el segundo piso de la habitación se podían
ver los coches de la policía que iban y venían", cuenta Nenena. "Era una
noche ajetreada, larga... luego de un tiempo, veo salir al padre Raimundo
Roy camino a la comisaría, se iba a entregarnos. Nos dijo que había hablado
con los policías y que tenía garantías de que respetarían nuestras vidas".
Nenena me cuenta de nuevo con los ojos brillantes cómo al regresar el
Pa'i, Mario acercó el rostro de Roy al suyo y le dijo: "Padre es usted
un cobarde, usted hace con nosotros lo que Judas con Jesús. Nosotros luchamos
por los mismos ideales que usted, tal vez por caminos diferentes, pero
es la lucha por la liberación de nuestro pueblo". Retoma la palabra Nenena:
"Mario giró su cara y ya no le dirigió la palabra".
Curas en la OPM.
"¿Había curas en OPM?".
"Creo que sí".
"¿Miguel Sanmarti?", pregunté.
Guillermina se sonríe. "No". Me cuenta que años después, al llegar a Barcelona,
Sanmartí la esperaba en el aeropuerto, que se dieron un abrazo grande
y que ella le pidió realizar una misa para celebrar el encuentro y en
esa ocasión, explicó lo que había pasado.
Antes de su relato, tengo en mi memoria el texto del informe policial:
"El otro jefe principal, responsable de la organización comunista e instigador
de la lucha abierta, con especial recomendación de no entregarse prisionero,
es el sacerdote jesuita español Miguel Sanmarti García".
"Fue una estrategia de Mario", me dice. "Íbamos en el coche, camino de
investigaciones, cuando el que nos llevaba comentó que cómo nos habíamos
metido en todo este lío. Mario me miró fijamente y dijo que había sido
cosa de Miguel Sanmartí, que él era el jefe de todo. Mario sabía que Miguel
estaba fuera del país y queríamos darle tiempo a los otros compañeros
para que escaparan".
Guillermina me cuenta que Mario iba herido y que el comisario que los
detuvo pensó en llevarles al hospital pero que recibió la orden de trasladarlos
a Investigaciones.
"Cuando llegamos a Investigaciones la policía nos ubica en un pasillo.
Mario a todos los que vio les dijo que era Sanmartí. También a los que
ya estaban detenidos, haciéndoles el gesto de quien pasa una pelota, para
montar la estrategia. Por eso funcionó y a Sanmartí lo pusieron por todos
lados en sus fotos grandes como un prófugo".
¡Nenena, mi amor! ¡Dios mío…!
Los ojos de Guillermina vuelven a enrojecer. Vinieron luego las horas
de torturas. Allí había varios que estaban ya torturados. Algunos pudieron
aguantar menos la presión. El caso es que en pocos días estaba detenida
casi toda la gente principal de la OPM. "De la columna de Mario no cayó
nadie", dice Guillermina. "Nos habíamos jurado que no delataríamos a nadie".
Me cuenta que a las mujeres casadas no las torturaron tanto. "Nosotras
teníamos la consigna de cargar las culpas sobre nuestros maridos: ¡fue
este marido que me metió en estas cosas! Llorábamos todo lo que podíamos
y estábamos aterrorizadas. Una y otra vez, y ellos se contentaban en general
con algunos golpes. Las mujeres solteras sufrieron más".
"¿Torturaron a tu marido contigo delante?".
"No, yo estaba en otra sala", Guillermina muestra su aplomo durante el
relato. La emoción y el temblor de la voz vienen por momentos. Luego continúa
firme. "Nos habíamos comprometido a no delatar a nadie, Mario y yo nos
habíamos preparado para eso. Habíamos leído informes sobre las torturas
que se hacían a las mamás embarazadas, o sobre la desaparición de niños;
recuerdo que me dijo que por nada del mundo delataríamos a nadie, ni aunque
a él le cortaran la cabeza frente a mí debía yo hablar; ni aunque a mí
me arrancaran el hijo de mis entrañas frente a él debía hablar".
Soy yo ahora el que siento el horror en la piel y por dentro. Me pregunto
qué llevamos en nuestro interior los seres humanos que somos capaces de
ensañarnos con tanta crueldad unos con otros. "Cuando por la querella
le hicieron la autopsia a Mario, tenía todas las uñas levantadas". Los
días de la querella alargan este relato. Días de dudas, presiones, miedos.
"Sólo lo hicimos por una cosa: no a la impunidad". Pero volvemos a aquellos
días en Investigaciones: "A Mario no lo torturaron delante de mí, pude
escuchar dos cosas por la cercanía del sitio". Me lo dice. No sé cómo
se pueden poner letras a las palabras exclamadas durante la tortura: "Nenena,
mi amor , mi amor y …" "Dios mío, Dios mío, Dios mío". Y sobre esos gritos,
la música que habían elegido los torturadores: "Sí, una canción de Julio
Iglesias y otra del grupo ABBA, que iba sobre los derechos humanos, Chiquitita,
se llamaba".
Escribo ahora este horror y siento cómo me tiemblan los dedos sobre el
teclado. He hablado con otros protagonistas de aquella lucha de liberación
que hoy prefieren guardar silencio. He leído y repasado muchos de los
contenidos del libro El precio de la Paz, en el que de algún modo
queda plasmada la historia de liberación de un pueblo que nunca quedó
contento bajo la opresión del tirano. Es una memoria que no conviene olvidar:
una memoria de liberación. Como sacerdote jesuita siento el orgullo de
tantos compañeros expulsados por el gobierno en aquellos días. Pienso
que mis compañeros y muchos otros pudieron, quizás, equivocarse en las
estrategias, pero no cometieron aquel error que el Padre Arrupe hubiera
considerado el mayor de todos: no hacer nada por temor a equivocarse.
"¿Errores?", se pregunta Guillermina ante mi insistencia. "Claro que hubo
errores, es cierto que hoy haríamos las cosas de otro modo, porque la
historia cambia, el contexto de las luchas es diferente, hoy las estrategias
y las herramientas de lucha son otras. Muchos campesinos nos acusaron
también de haber precipitado la persecución. Tienen razón en que el fallo
de seguridad estuvo entre nosotros. Claro que cometimos errores".
Le había preguntado por los errores porque a veces, cuando con unos y
con otros estos días hemos hablado del tema, se percibe un mal juego de
la psicología humana. Nadie lo formula así, pero es como si sonaran estas
palabras: "Lo pasaron mal porque ellos se lo buscaron. Los encarcelaron,
los torturaron y los mataron, por meterse en lo que no les importaba".
"Mi hijo nació estando en Emboscada, en la cárcel. El fue concebido el
día 24 de setiembre, día de la Virgen de la Merced, patrona de los presos…
Hay cosas en la vida que son como un misterio que te van señalando algo,
que te indican que sí, que hay una misión, una tarea que cumplir".
Aquellos días de Abril y Mayo del 76 fueron detenidas 412 personas. He
leído los relatos de las torturas que sufrieron en Abraham Kue muchos
campesinos y campesinas de misiones. Al nombre de Mario Schaerer Prono
hay que unir muchos otros nombres: nombres de los difuntos que en labios
cristianos se hacen oración, pedir a Dios que los tenga con Él, que les
escuche cuando con todo su amor y su pasión le hablen a Él de nosotros.
También los nombres de los vivos, los que hoy continúan entre nosotros,
como ciudadanos libres, luchadores, héroes de nuestra historia. Seguramente
con las cicatrices que deja en el alma la tortura, la humillación, la
muerte.
Guillermina trabaja hoy junto a su marido en una organización dedicada
a fomentar la transparencia en la gestión de gobierno y la participación
ciudadana en asuntos locales. "Con los mismos ideales ", me comenta, "de
otro modo, en otra época, pero es la misma lucha, la misma búsqueda de
mayor justicia, solidaridad y oportunidad para todos".
Nunca más
En la introducción al libro Ko'âga Roñe'êta (Ahora hablaremos),
se escriben estas palabras con las que quiero acabar el relato de mi entrevista
con Guillermina Kanonnikoff, viuda de Mario Schaerer Prono:
"Eguapy, eñembo'y, eñemboí ha reñe'etâ ko'âga, nde campesino tuja!"(1)
. Aún resuenan en nuestros oídos las órdenes violentas lanzadas por Sapriza
en presencia de sus compañeros, en una de esas salas frías y grises adornadas
de cables trenzados, picanas, maderas, pistolas y esposas, cuando nos
tenía a su merced. Nuestra decisión de disipar de nuestras mentes tan
desagradables momentos normalmente no tiene éxito, pero aún así, a más
de una década(2) de ese tiempo tratamos de sobreponernos y poder de esa
forma, hablar, sí hablar, así, sentados, parados, desnudos y de frente,
a quienes nos quieran entender no ya para eludir o justificar la tortura,
sino para sumarnos con nuestro testimonio a decir nunca más a la época
oscura, negra y silenciosa de la dictadura pasada.
1¡Siéntate, párate, desnúdate y vas a hablar ahora viejo campesino!
2Este libro se publicó a comienzos de los noventa.
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