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MEMORIA DE LIBERACIÓN
"Soy Guillermina Kanonnikoff de Schaerer", dijo al dar la mano al señor que la recibía en aquel despacho. Él escuchó sus palabras y aceptó toda la carga de información con un leve gesto en la cara. "Ya conozco su caso", comentó mientras se sentaban. "¿Y quiere trabajar?", prosiguió. "Sí, acabo de salir de prisión y quiero trabajar", asintió Guillermina. Me lo cuenta ahora, más de veinte años después de que dejara la cárcel. Había salido del penal de Emboscada el 9 de noviembre de 1977. En un sábado de marzo del 2001, en su casa, charlamos.


Lucas López sj l

Me siento frente a ella. Se cumplen ahora veinticinco años del asesinato de Mario Schaerer Prono. Guillermina, Nenena, me habla con pasión de aquellos años. Después marchó a Barcelona, me dice. "Mi padre no entendió al principio, me preguntó que por qué me iba, yo no le contesté fuerte pero le expliqué que si me quedaba él no me dejaría asumir mi viudez ni mi maternidad por la sobreprotección que recibiríamos mi hijo y yo. Le dije que él no me iba a dejar crecer y asumir mi papel. Que él me iba a proteger y me iba a impedir ser la madre de mi hijo, el hijo de Mario. Se echó a llorar y me dijo que tenía razón". También yo siento que me tiemblan los ojos y que las lágrimas se me vienen. Sus ojos, los de Guillermina, le brillan y toman el color rojizo de las emociones intensas. Por eso, yo le digo: "No sé si hago daño", e insisto: "No quiero remover heridas".
Se sonríe. Me toma de la mano y me da un paseo por la planta baja de la casa. El salón de estar es un pequeño santuario: "Los pintó mi hermana", me dice señalando dos cuadros no demasiado grandes trabajados con colores ocres y oscuros: Un muro, un grupo de gente que forma fila; en el otro cuadro, el mismo muro, una mujer con un niño pequeño en brazos. "Ella estuvo conmigo también ahí, en Emboscada". Los recuerdos de Emboscada, del penal, abundan por las mesitas: "Esas piedras son de allí, de Emboscada".
"¿Te dio finalmente el trabajo?", le pregunto. "Sí. No se portó nada mal". Sé por otras personas que el apellido Schaerer Prono fue un estigma. Gente que no saludaba. Vecinos que miraban para otro lado. Parientes que desconocían. "Mi padre también fue de los que se portó muy bien". Frente a mí tengo un retrato de la familia al pleno, todos los Kanonnikoff. Él es un hombre grande, fuerte, con facciones claras del mundo eslavo. "Después de un año y medio pidió cita con el dictador. Y no le hicieron esperar, ¿sabes? Quiero decir que a veces tardaban meses, y fue en seguida que lo recibió Stroessner". Mira la foto de familia y señala al protagonista de la historia, me cuenta que se presentó ante Stroessner, que éste le preguntó cómo había tardado tanto en venir. "Quería saber primero en qué estaban mis hijos", le dijo el padre. "Su yerno murió en un tiroteo", esgrimió Stroessner. "Mi hijo entró vivo en Investigaciones y salió muerto de Investigaciones", le contestó. Debió haber un silencio entre ambos. Eso refleja el relato de Guillermina. Luego Stroessner preguntó: "¿Qué desea que haga por usted?". Esperaba claramente que le suplicaran un favor. "No quiero nada, usted sabe lo que tiene que hacer. Existe un Poder Judicial. Sólo quería decirle que la juventud más sana que tiene el país está en Emboscada porque se revelan contra la sociedad corrupta e injusta que los adultos le hemos dado". Guillermina, de nuevo con lágrimas en los ojos, me dice: "Eso hizo mi padre".
La fe que lleva al compromiso.
"¿Qué era la O.P.M.? ¿Organización Político Militar?", le pregunto. "Bueno, ese fue el nombre que le dio la Policía, me parece, y no estaba lejos de la verdad, porque era política y quería ser militar, pero un ejercito del pueblo; en varios documentos su nombre era Organización Primero de Marzo", me contesta. Nos sentamos en la mesa del comedor y seguimos hablando. Pasan de vez en cuando por el salón alguno de los hijos del matrimonio, pasa también Raúl, el actual marido de Guillermina. Nos estrechamos la mano. Comentan lo larga que será la conversación. Sonreímos. Nos dejan de nuevo.
"¿Primero de Marzo?", pregunto.
"Sí: Vencer o Morir", me contesta.
Le pregunto cómo llegaron a esa decisión, cómo conocieron OPM, qué era OPM, quién la fundó, qué principios ideológicos tenía detrás… Demasiadas preguntas sobre ideas, sobre hechos políticos. La respuesta, cargada de fuerza política y revolucionaria, tiene, sin embargo, mucho de una historia de fe, de fe cristiana, y de una historia de amor, del sentimiento más grande entre un hombre y una mujer.
"Siempre estuvimos en las cosas de la Iglesia. Profesores de religión, animadores de fe, catequistas". Levanta los ojos desde la fe que hoy vive. "Siempre vinculados a los jesuitas. A Mario lo adoptaron los jesuitas cuando su padre dejó la casa. Mario hubiera sido jesuita si no aparezco yo", sonríe Nenena. "Fue esa fe y esa determinación que te daba la educación de los jesuitas la que nos fue llevando a implicarnos. Nuestra fe nos lleva a profundizar aun más nuestro compromiso cristiano, buscando alternativas de liberación a la opresión que vivía nuestro pueblo. Por eso cuando nos casamos… bueno, fue un poco duro para las familias, porque lo hicimos a nuestro modo, con sencillez, sin el "mosquitero" blanco que querían ponerme en la cabeza. Y fue un matrimonio hecho en el compromiso de un modo de vida, de una entrega para una misión. Nos fuimos a vivir a una casita". Cuenta detalles familiares, las ayudas, las presiones, la incomprensión. Habla de los primeros años del matrimonio, de las dificultades para decidirse a tener un hijo por las obligaciones del compromiso. También de las dificultades posteriores cuando parecía que el hijo no venía. Cuenta cómo siguieron asumiendo mayores compromisos en esa búsqueda de liberación y cómo les llegó lo de la OPM.
"Llegaron a Mario primero con la propuesta de integrar una organización amplia, integrada por diferentes sectores: Obreros, campesinos, estudiantes, pequeña burguesía en general. Y como la organización era clandestina, él no podía decirme nada, pero se le notaba incómodo, porque nuestra relación se basaba en la sinceridad". Pero, finalmente, Guillermina preguntó a Mario qué estaba pasando. "Me miró a los ojos y me dijo que aquello era ya muy fuerte, que podía ser terrible, que podía pasarnos de todo. Me explicó que la organización estaba en formación y que se trataba de crear un gran frente nacional revolucionario, integrando a todos los sectores en especial a los más oprimidos; que se recorrerían varias etapas para preparar una insurrección armada capaz de tumbar la dictadura e instaurar un gobierno del pueblo y para el pueblo. Yo le dije que adelante. Nos abrazamos, lloramos y decidimos ir adelante".
En la pared donde están los cuadros de Emboscada hay también una foto de un chaval joven. Es una foto en blanco y negro. Mira a la cámara. Sonríe. Desde aquella imagen me está mirando Mario Schaerer Prono, un joven cristiano que en los años setenta se fue comprometiendo más y más en el seguimiento de Jesús, buscando una sociedad más justa, más libre. Era ex alumno y luego profesor del Colegio de Cristo Rey. Yo, jesuita, ahora, veinticinco años después, estoy aquí, en casa de su viuda, sintiendo el privilegio de escuchar un testimonio, el testimonio de una vida entregada. Quiero estar en esta historia descalzo, respetuoso, como si desde una Zarza Ardiente, alguien me repitiera aquellas palabras: "descálzate, porque la tierra que pisas es tierra sagrada". Tierra sagrada es la vida de todo aquel que lucha por la justicia, por la libertad. Tierra sagrada es la vida de todo el que sigue a Jesucristo. Y no me cabe duda de que Mario siempre quiso ser un seguidor de su Señor. Tierra sagrada es también toda persona humana, toda historia humana.
La lucha armada nos parecía inevitable.
"¿Dispuestos también a la lucha armada?", pregunto casi sintiendo dolor al pronunciar esas palabras. "Sí", me contesta sin dudar Guillermina. "Así lo veíamos. Era la lógica de nuestra búsqueda. No buscábamos una lucha armada. Pero nos parecía inevitable. En aquella dictadura nos parecía que no había otro modo de luchar contra la injusticia si queríamos sacarles del poder". Me duele la respuesta y lo noto. Hubiera preferido un "no, nunca nos planteamos la lucha armada". Hoy, mirando los resultados de las guerrillas, viendo en qué han parado tantos "guerrilleros de los setenta", me repele la mera mención de la lucha armada. Yo mismo soy hijo de militar y, sin embargo, objetor de conciencia. Pero me siento ante tierra sagrada. No es momento de hacer un juicio. Hay dos cosas además que no puedo quitar de mi memoria: la primera cosa es que durante siglos la Iglesia (y los teólogos jesuitas dentro de ella) defendió el tiranicidio como una opción ante personajes cínicos y asesinos que gobernaban los países; la segunda cosa es que, de hecho, a Stroessner lo quitó del poder una "mini-revolución" armada. Esos son los hechos.
"Es cierto", me comenta Guillermina, "que en los ochenta la resistencia contra Stroessner fue mucho más desde la no-violencia; ellos tenían otra experiencia, también el contexto internacional era otro...ya teníamos en la Argentina más de 30.000 desaparecidos, en Chile otros tantos, en Uruguay, Brasil, Paraguay...ya fue suficiente tanto dolor".
"Entonces", le digo invitando a continuar su narración, "finalmente entraron en la OPM…".
"Bueno, eso tenía sus grados. Ibas entrando poco a poco. No recuerdo muy bien los nombres que usábamos. Pero era una organización clandestina y tenía muchas medidas de seguridad".
"No tuvieron mucho éxito", le digo.
"De hecho la OPM nunca llegó a operar, quiero decir, nunca tuvo ninguna acción armada".
"Ni teníamos armas apenas".
"Pero había en tu casa la noche que les detuvieron", afirmo.
"Quiero decir que todo lo que he leído afirma que hubo un tiroteo".
"Lo hubo", me contesta.
"Pero más de la policía hacia nosotros y donde ni siquiera pudimos defendernos".
Guillermina para un momento su relato. Entra su marido Raul y también alguno de sus hijos. Volvemos a saludarnos. Tomamos un jugo y algo de comer. Hay en las paredes del salón también un par de marcos rellenos de fotos con Guillermina embarazada de sus diferentes hijos. Me impresiona esa pared que contiene el pasado y el presente de una manera tan plástica: la foto de Mario está en la misma pared en que figura un gran retrato de toda la familia actualmente. "Así quiero vivir mi memoria y mi presente, como algo integrado". No puedo contenerme: "¿No siente celos Raúl de esa presencia de Mario?". Guillermina sonríe: "Bueno, Raúl me dice que cómo puede estar celoso de alguien que me hizo crecer tanto, que al contrario, valora el hecho que hoy podamos juntos seguir compartiendo y trabajando con los mismos ideales de cuando teníamos 20 años".
La vida en la O.P.M.
"Mario llegó pronto muy arriba en la OPM", me dice. "Fíjate en que nosotros contactamos en Mayo del 75 y fuimos detenidos en Abril del 76. Tampoco dio tiempo para mucho".
Me habla del tiempo de vida en la OPM. Dificultades para llevar una doble vida con una familia que les visitaba con frecuencia y que tenía los ojos en el gran acontecimiento de ese año para todos: el embarazo de Guillermina. Pasaron momentos de confusión y apuro, como aquel día en que la familia se presentó en la casa y encontró una pistola sobre la mesa. Mario había salido y vivía con ellos esos días Juan Carlos Da Costa, el número uno de OPM. "Esto fue en Enero", me dice. "Cuando mi hermano me preguntó qué era aquello, le contesté que era del vecino, aquel militar, que nos la había dejado, que quería vendérnosla por ya no sé cuántos mil guaraníes… y le pregunté a mi hermano que si le parecía cara. Claro que él se lo tragó y me dijo que la devolviera inmediatamente. Le dije que sí, que Mario quería devolverla luego, pero que todavía no había tenido tiempo de hacerlo. El caso es que aquel fallo de seguridad le costó un castigo a Mario".
Hablamos de Juan Carlos da Costa. El Siempre iba armado. Su historia había empezado mucho antes, él había sido dirigente estudiantil del colegio Nacional de la Capital cuyo Centro de Estudiantes, en esa época, era muy combativo, llegando a enfrentamientos con la policía en algunos mítines. Había sido detenido. Su madre consiguió que lo dejaran salir. Con un mensaje muy claro lo pusieron al otro lado del río: "Como vuelvas la orden no será detenerte, llevarás un tiro en la frente". Por eso, cuando entró clandestinamente en el país, Juan Carlos iba armado y siempre fue armado desde entonces.
"Fue en Abril, el tres, creo, que detienen a Guillermo Brañas, y todo se desencadena", comento. Me cuenta que la tarde del cuatro de abril habían tenido una reunión en la casa y que las mujeres que estaban allí, dos embarazadas, habían tenido la impresión de que pasaba algo. Los muchachos salieron y no encontraron nada raro. Pero está claro que ya estaban siendo vigilados.
Entregados, detenidos
"Estábamos los tres durmiendo cuando nos despertaron los golpes, los tiros y los gritos de la policía", me explica. Todo el relato es ahora precipitado como los acontecimientos: "Me dieron un revolver. Mario y Juan Carlos tomaron un arma. Estábamos dentro de la casa. Juan Carlos salió por la puerta de atrás, Mario y yo teníamos que cubrir la retirada, pero volvió a entrar enseguida mortalmente herido, se me cayó encima. Sentía el calor de su sangre por todo mi cuerpo. Él apenas emitía sonidos guturales. Mario me agarró y me dijo que ya no podíamos hacer nada por él. Que teníamos que correr. Y así hicimos.
Saltamos, corrimos. Mario con un arma en la mano. Yo había perdido la mía. Sé que saltamos una zanja de basura y Mario fue al otro lado. Yo caí en medio de la basura. El poso de basura estaba dentro de nuestra propiedad. Mario saltó hacia el patio del vecino y luego juntos saltamos la muralla de ese vecino hasta salir a la calle, allí aparecen los policías que venían de la comisaría local. Pedimos ayuda a un vecino. Salió fuera. Luego acabó también en Investigaciones, sólo por hablar con nosotros. Más tarde llegamos a los canadienses, a San Cristóbal. Nos abrieron las hermanas. Imagínate: nos ven sangrando, Mario herido en un pie, de un tiro…"
. Interrumpo el relato: "El informe de la policía dice que hirieron al comisario Alberto Cantero". "Sí, el comisario Cantero cae herido", me dice. "Pero no sabemos hasta ahora si lo hiere Juan Carlos al tratar de cubrirse en su huida o en la confusión de la corrida uno de los policías le hiere al comisario, son las dos versiones que se escucharon".
Me cuenta que las hermanas les limpiaron las heridas. Se oían las sirenas. A las hermanas les llamó la atención que todavía veinte minutos después de que Mario y Guillermina llegaran a San Cristóbal, sigue habiendo tiros en el entorno de la casa. "Desde el segundo piso de la habitación se podían ver los coches de la policía que iban y venían", cuenta Nenena. "Era una noche ajetreada, larga... luego de un tiempo, veo salir al padre Raimundo Roy camino a la comisaría, se iba a entregarnos. Nos dijo que había hablado con los policías y que tenía garantías de que respetarían nuestras vidas". Nenena me cuenta de nuevo con los ojos brillantes cómo al regresar el Pa'i, Mario acercó el rostro de Roy al suyo y le dijo: "Padre es usted un cobarde, usted hace con nosotros lo que Judas con Jesús. Nosotros luchamos por los mismos ideales que usted, tal vez por caminos diferentes, pero es la lucha por la liberación de nuestro pueblo". Retoma la palabra Nenena: "Mario giró su cara y ya no le dirigió la palabra".
Curas en la OPM.
"¿Había curas en OPM?".
"Creo que sí".
"¿Miguel Sanmarti?", pregunté.
Guillermina se sonríe. "No". Me cuenta que años después, al llegar a Barcelona, Sanmartí la esperaba en el aeropuerto, que se dieron un abrazo grande y que ella le pidió realizar una misa para celebrar el encuentro y en esa ocasión, explicó lo que había pasado.
Antes de su relato, tengo en mi memoria el texto del informe policial: "El otro jefe principal, responsable de la organización comunista e instigador de la lucha abierta, con especial recomendación de no entregarse prisionero, es el sacerdote jesuita español Miguel Sanmarti García".
"Fue una estrategia de Mario", me dice. "Íbamos en el coche, camino de investigaciones, cuando el que nos llevaba comentó que cómo nos habíamos metido en todo este lío. Mario me miró fijamente y dijo que había sido cosa de Miguel Sanmartí, que él era el jefe de todo. Mario sabía que Miguel estaba fuera del país y queríamos darle tiempo a los otros compañeros para que escaparan".
Guillermina me cuenta que Mario iba herido y que el comisario que los detuvo pensó en llevarles al hospital pero que recibió la orden de trasladarlos a Investigaciones.
"Cuando llegamos a Investigaciones la policía nos ubica en un pasillo. Mario a todos los que vio les dijo que era Sanmartí. También a los que ya estaban detenidos, haciéndoles el gesto de quien pasa una pelota, para montar la estrategia. Por eso funcionó y a Sanmartí lo pusieron por todos lados en sus fotos grandes como un prófugo".
¡Nenena, mi amor! ¡Dios mío…!
Los ojos de Guillermina vuelven a enrojecer. Vinieron luego las horas de torturas. Allí había varios que estaban ya torturados. Algunos pudieron aguantar menos la presión. El caso es que en pocos días estaba detenida casi toda la gente principal de la OPM. "De la columna de Mario no cayó nadie", dice Guillermina. "Nos habíamos jurado que no delataríamos a nadie". Me cuenta que a las mujeres casadas no las torturaron tanto. "Nosotras teníamos la consigna de cargar las culpas sobre nuestros maridos: ¡fue este marido que me metió en estas cosas! Llorábamos todo lo que podíamos y estábamos aterrorizadas. Una y otra vez, y ellos se contentaban en general con algunos golpes. Las mujeres solteras sufrieron más".
"¿Torturaron a tu marido contigo delante?".
"No, yo estaba en otra sala", Guillermina muestra su aplomo durante el relato. La emoción y el temblor de la voz vienen por momentos. Luego continúa firme. "Nos habíamos comprometido a no delatar a nadie, Mario y yo nos habíamos preparado para eso. Habíamos leído informes sobre las torturas que se hacían a las mamás embarazadas, o sobre la desaparición de niños; recuerdo que me dijo que por nada del mundo delataríamos a nadie, ni aunque a él le cortaran la cabeza frente a mí debía yo hablar; ni aunque a mí me arrancaran el hijo de mis entrañas frente a él debía hablar".
Soy yo ahora el que siento el horror en la piel y por dentro. Me pregunto qué llevamos en nuestro interior los seres humanos que somos capaces de ensañarnos con tanta crueldad unos con otros. "Cuando por la querella le hicieron la autopsia a Mario, tenía todas las uñas levantadas". Los días de la querella alargan este relato. Días de dudas, presiones, miedos. "Sólo lo hicimos por una cosa: no a la impunidad". Pero volvemos a aquellos días en Investigaciones: "A Mario no lo torturaron delante de mí, pude escuchar dos cosas por la cercanía del sitio". Me lo dice. No sé cómo se pueden poner letras a las palabras exclamadas durante la tortura: "Nenena, mi amor , mi amor y …" "Dios mío, Dios mío, Dios mío". Y sobre esos gritos, la música que habían elegido los torturadores: "Sí, una canción de Julio Iglesias y otra del grupo ABBA, que iba sobre los derechos humanos, Chiquitita, se llamaba".
Escribo ahora este horror y siento cómo me tiemblan los dedos sobre el teclado. He hablado con otros protagonistas de aquella lucha de liberación que hoy prefieren guardar silencio. He leído y repasado muchos de los contenidos del libro El precio de la Paz, en el que de algún modo queda plasmada la historia de liberación de un pueblo que nunca quedó contento bajo la opresión del tirano. Es una memoria que no conviene olvidar: una memoria de liberación. Como sacerdote jesuita siento el orgullo de tantos compañeros expulsados por el gobierno en aquellos días. Pienso que mis compañeros y muchos otros pudieron, quizás, equivocarse en las estrategias, pero no cometieron aquel error que el Padre Arrupe hubiera considerado el mayor de todos: no hacer nada por temor a equivocarse.
"¿Errores?", se pregunta Guillermina ante mi insistencia. "Claro que hubo errores, es cierto que hoy haríamos las cosas de otro modo, porque la historia cambia, el contexto de las luchas es diferente, hoy las estrategias y las herramientas de lucha son otras. Muchos campesinos nos acusaron también de haber precipitado la persecución. Tienen razón en que el fallo de seguridad estuvo entre nosotros. Claro que cometimos errores".
Le había preguntado por los errores porque a veces, cuando con unos y con otros estos días hemos hablado del tema, se percibe un mal juego de la psicología humana. Nadie lo formula así, pero es como si sonaran estas palabras: "Lo pasaron mal porque ellos se lo buscaron. Los encarcelaron, los torturaron y los mataron, por meterse en lo que no les importaba".
"Mi hijo nació estando en Emboscada, en la cárcel. El fue concebido el día 24 de setiembre, día de la Virgen de la Merced, patrona de los presos… Hay cosas en la vida que son como un misterio que te van señalando algo, que te indican que sí, que hay una misión, una tarea que cumplir".
Aquellos días de Abril y Mayo del 76 fueron detenidas 412 personas. He leído los relatos de las torturas que sufrieron en Abraham Kue muchos campesinos y campesinas de misiones. Al nombre de Mario Schaerer Prono hay que unir muchos otros nombres: nombres de los difuntos que en labios cristianos se hacen oración, pedir a Dios que los tenga con Él, que les escuche cuando con todo su amor y su pasión le hablen a Él de nosotros. También los nombres de los vivos, los que hoy continúan entre nosotros, como ciudadanos libres, luchadores, héroes de nuestra historia. Seguramente con las cicatrices que deja en el alma la tortura, la humillación, la muerte.
Guillermina trabaja hoy junto a su marido en una organización dedicada a fomentar la transparencia en la gestión de gobierno y la participación ciudadana en asuntos locales. "Con los mismos ideales ", me comenta, "de otro modo, en otra época, pero es la misma lucha, la misma búsqueda de mayor justicia, solidaridad y oportunidad para todos".
Nunca más
En la introducción al libro Ko'âga Roñe'êta (Ahora hablaremos), se escriben estas palabras con las que quiero acabar el relato de mi entrevista con Guillermina Kanonnikoff, viuda de Mario Schaerer Prono:
"Eguapy, eñembo'y, eñemboí ha reñe'etâ ko'âga, nde campesino tuja!"(1) . Aún resuenan en nuestros oídos las órdenes violentas lanzadas por Sapriza en presencia de sus compañeros, en una de esas salas frías y grises adornadas de cables trenzados, picanas, maderas, pistolas y esposas, cuando nos tenía a su merced. Nuestra decisión de disipar de nuestras mentes tan desagradables momentos normalmente no tiene éxito, pero aún así, a más de una década(2) de ese tiempo tratamos de sobreponernos y poder de esa forma, hablar, sí hablar, así, sentados, parados, desnudos y de frente, a quienes nos quieran entender no ya para eludir o justificar la tortura, sino para sumarnos con nuestro testimonio a decir nunca más a la época oscura, negra y silenciosa de la dictadura pasada.
1¡Siéntate, párate, desnúdate y vas a hablar ahora viejo campesino!
2Este libro se publicó a comienzos de los noventa.

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