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INMIGRANTES EN EUROPA
Uno de los temas calientes que está en el centro del debate político en Europa, es aquel de la inmigración legal y clandestina de personas provenientes de países no pertenecientes a la Comunidad Europea. El debate tiene implicaciones culturales, religiosas, éticas, económicas y jurídicas. Prefigura nuevos escenarios y diferentes arreglos, que implican profundas transformaciones en el tejido conectivo de las diversas comunidades estatales y nacionales.


Emilio Grasso l

Cuando los europeos emigraban
Hasta años recientes, Europa, en su conjunto, ha conocido un fuerte flujo migratorio y esto la ha amparado de las corrientes inmigratorias.
Recientemente, frente al cuantioso fenómeno inmigratorio que interesa a Europa, la Conferencia de los Superiores Provinciales de los jesuitas europeos ha considerado necesario dirigir, a la opinión pública y a los gobiernos, una Declaración en la que se solicita, con fuerza, una acogida tolerante y constructiva de los inmigrantes y de los que piden asilo político, provenientes de los países extracomunitarios.
En ella se recuerda que "también los europeos han sido migrantes en el pasado". Se calcula que aproximadamente 50 millones de personas han emigrado de Europa entre 1800 y 1940 y, en países como España e Irlanda, la emigración ha continuado hasta 1970.
Si los emprendedores ven en la inmigración una ocasión para llenar las lagunas del mercado del trabajo, debidas a la baja demográfica de los países europeos, una considerable parte de la opinión pública, olvidando que en el pasado ha sido víctima de los mismos juicios, tiende a identificar inmigración con criminalidad, contrabando y prostitución.
Con toda razón el Presidente de la Comisión europea, Romano Prodi, en una reciente entrevista, ha estigmatizado la posición de aquellos que por un lado defienden el derecho de los conciudadanos a buscar suerte en otro lugar y, al mismo tiempo, lo niegan a los que van a buscar trabajo y mejores condiciones de vida en los países europeos.
El flujo migratorio, especialmente el clandestino, toca profundamente, como ya hemos mencionado, diferentes aspectos del vivir común. Es fundamental, según mi parecer, tenerlos todos en consideración, sin proceder a indebidas operaciones reductoras, que vuelven a conducir la complejidad del fenómeno a una única visión, considerada resolutiva.
Es de relevante importancia no ideologizar las situaciones permutando lo ideal con lo real y substrayéndose así al duro y, a veces, desagradecido trabajo del análisis diligente y paciente, del discernimiento prudente, de la búsqueda del consentimiento para aquel ideal histórico concreto, que es tarea propia de la acción política.

La crisis de las ilusiones
Después de los grandes movimientos de movilización acerca de los problemas tercermundistas, muchos buscan en la cuestión inmigratoria, unida a aquella ecológica, un terreno de choque y de revancha por utopías revolucionarias.
Por parte opuesta, se asiste al nacimiento de movimientos sobre base étnica y regionalista, muchas veces con una visión xenófoba, patriotera y racista, que oponen a un mítico ideal universal la absolutización del principio de particularidad.
Aquí es suficiente señalar, aun con todas las diferencias históricas, organizadoras y estratégicas, la "Lega" de Bossi en Italia, el "Vlaams Blok" belga, el "Front National" de Le Pen en Francia o la presencia política de Haider en Austria.
El paso de la sociedad industrial a la postindustrial, la caída del muro de Berlín, el fin de las contraposiciones ideológicas y el proceso de construcción europea, habían suscitado la ilusión de que ya un nuevo orden internacional estuviese a punto de comenzar. Con ello se habría creado también un ethos de referencia común, cimentado no sólo sobre una cultura europea común, mas sobre todo sobre una finalidad común. La presuposición de esta visión era la existencia de un núcleo irreducible de elementos culturales, centro constitutivo de la civilización europea, que determinarían los caracteres mismos de la europeidad.
Estos caracteres estarían repuestos en discusión por parte de la presencia de culturas no europeas y, de una manera totalmente particular, por parte de la llegada de extracomunitarios de religión islámica.
El nacer de nuevos conflictos sociales, la desaparición de valores comunes de referencia, el creciente proceso de secularización de las sociedades europeas, los conflictos generacionales, las manipulaciones genéticas, la gran cuestión ecológica y la crisis de los Estados unitarios, permiten hablar de auténticas mutaciones antropológicas.
El extranjero que llega empujado por la búsqueda de una posibilidad de vida se encuentra precipitado, sin preparación, en un acervo de problemas, de búsquedas de identidad, de conflictos que no conoce y que no son suyos.

Para un análisis racional de la cuestión
La cuestión del otro, del diferente, del extranjero, sube así a un rol muy superior a su específica importancia. Se tiende, sobre todo en coyunturas de crisis de la sociedad, a hacer del extranjero el chivo expiatorio de todo mal.
Éste, también, es el camino breve y irresponsabilizante con el cual, a través del cómodo atajo de la identificación del extranjero con el origen de un mal que no se quiere o simplemente no se puede dominar, se busca solucionar problemas que exigen el paso de estereotipos míticos al control de la razón.
Pero, en el mismo plan, aunque de signo opuesto, se colocan también aquellos que atribuyen al extranjero sic et simpliciter un potencial casi mágico de redención o de revolución social.
Hablar del inmigrado como del "Cristo mismo que llama a la puerta y elige la más extrema humildad para acercarse a nosotros y hacerse amar", es un lenguaje que puede tener sentido al interior de comunidades de fuerte inspiración mística. Pero, en ellas, según el recto razonamiento evangélico, también la prostituta o el ladrón o el bandido tienen que ser acogidos como Cristo que se acerca para hacerse amar.
Este lenguaje, sin embargo, no puede ser traspuesto en una sociedad secularizada en la que la inspiración cristiana cada vez más está impugnada en sus raíces.
Otros ven en los inmigrados al "nuevo proletariado", del que se espera un aporte fundamental para aquella revolución, que las "integradas" clases obreras del rico Norte del mundo parecen haber puesto en el lugar del olvido.
El respeto hacia el inmigrado - y el primer acto de amor hacia él - exige no idealizarlo o demonizarlo, sino verlo en la realidad contextual en la que se encuentra precipitado.
La emigración, esto nunca se tiene que olvidar, la mayor parte de las veces es fruto de necesidad u obligación por situaciones de violencia sufrida.
Acerca de estos fenómenos, causados por profundas injusticias y condiciones de explotación inhumana, no es lícito jugar a hacer los poetas o los revolucionarios.
Mientras sigue adelante el debate político, en las fronteras hombres, mujeres y niños siguen empujando en la búsqueda de un Eldorado que no existe.
Lo trágico de la cuestión es que con esta búsqueda de tierras y cielos nuevos, con el sueño de nuevos horizontes contenido en el corazón de cada hombre, los nuevos mercaderes de carne humana ganan cuantiosas riquezas.
También el emigrante es un business, una ocasión para provechos ilícitos.
A la sombra de dramas y sufrimientos se construyen riquezas y posiciones de poder. Se crean nuevas organizaciones criminales y se juntan nuevos carteles mafiosos.
El problema exige el coraje de decisiones fuertes, que toquen también intereses ya bien estabilizados.
¿Qué hacer?
Es la famosa pregunta que se puso Lenín antes de la revolución de octubre. Es conocida la respuesta y todavía más trágicamente conocido el éxito final del proceso injertado por aquella pregunta.
Pero, la pregunta queda válida. Si, por los caminos del mundo, el Evangelio nos llama a amar con arrolladora pasión esta tierra y estos hombres, nos deja sin respuesta sobre cómo traducir esta energía de amor universal, en realizaciones históricas concretas para los hombres particulares, que constituyen nuestro prójimo.
No existen soluciones o fórmulas preconfeccionadas.
Solamente queda correr el riesgo de buscar cada día la respuesta que ofrecer.

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