Cuando
los europeos emigraban
Hasta años
recientes, Europa, en su conjunto, ha conocido un fuerte flujo migratorio
y esto la ha amparado de las corrientes inmigratorias.
Recientemente, frente al cuantioso fenómeno inmigratorio que interesa
a Europa, la Conferencia de los Superiores Provinciales de los jesuitas
europeos ha considerado necesario dirigir, a la opinión pública y a los
gobiernos, una Declaración en la que se solicita, con fuerza, una acogida
tolerante y constructiva de los inmigrantes y de los que piden asilo político,
provenientes de los países extracomunitarios.
En ella se recuerda que "también los europeos han sido migrantes en el
pasado". Se calcula que aproximadamente 50 millones de personas han emigrado
de Europa entre 1800 y 1940 y, en países como España e Irlanda, la emigración
ha continuado hasta 1970.
Si los emprendedores ven en la inmigración una ocasión para llenar las
lagunas del mercado del trabajo, debidas a la baja demográfica de los
países europeos, una considerable parte de la opinión pública, olvidando
que en el pasado ha sido víctima de los mismos juicios, tiende a identificar
inmigración con criminalidad, contrabando y prostitución.
Con toda razón el Presidente de la Comisión europea, Romano Prodi, en
una reciente entrevista, ha estigmatizado la posición de aquellos que
por un lado defienden el derecho de los conciudadanos a buscar suerte
en otro lugar y, al mismo tiempo, lo niegan a los que van a buscar trabajo
y mejores condiciones de vida en los países europeos.
El flujo migratorio, especialmente el clandestino, toca profundamente,
como ya hemos mencionado, diferentes aspectos del vivir común. Es fundamental,
según mi parecer, tenerlos todos en consideración, sin proceder a indebidas
operaciones reductoras, que vuelven a conducir la complejidad del fenómeno
a una única visión, considerada resolutiva.
Es de relevante importancia no ideologizar las situaciones permutando
lo ideal con lo real y substrayéndose así al duro y, a veces, desagradecido
trabajo del análisis diligente y paciente, del discernimiento prudente,
de la búsqueda del consentimiento para aquel ideal histórico concreto,
que es tarea propia de la acción política.
La crisis de las ilusiones
Después de los grandes movimientos de movilización acerca de los problemas
tercermundistas, muchos buscan en la cuestión inmigratoria, unida a aquella
ecológica, un terreno de choque y de revancha por utopías revolucionarias.
Por parte opuesta, se asiste al nacimiento de movimientos sobre base étnica
y regionalista, muchas veces con una visión xenófoba, patriotera y racista,
que oponen a un mítico ideal universal la absolutización del principio
de particularidad.
Aquí es suficiente señalar, aun con todas las diferencias históricas,
organizadoras y estratégicas, la "Lega" de Bossi en Italia, el "Vlaams
Blok" belga, el "Front National" de Le Pen en Francia o la presencia política
de Haider en Austria.
El paso de la sociedad industrial a la postindustrial, la caída del muro
de Berlín, el fin de las contraposiciones ideológicas y el proceso de
construcción europea, habían suscitado la ilusión de que ya un nuevo orden
internacional estuviese a punto de comenzar. Con ello se habría creado
también un ethos de referencia común, cimentado no sólo sobre una cultura
europea común, mas sobre todo sobre una finalidad común. La presuposición
de esta visión era la existencia de un núcleo irreducible de elementos
culturales, centro constitutivo de la civilización europea, que determinarían
los caracteres mismos de la europeidad.
Estos caracteres estarían repuestos en discusión por parte de la presencia
de culturas no europeas y, de una manera totalmente particular, por parte
de la llegada de extracomunitarios de religión islámica.
El nacer de nuevos conflictos sociales, la desaparición de valores comunes
de referencia, el creciente proceso de secularización de las sociedades
europeas, los conflictos generacionales, las manipulaciones genéticas,
la gran cuestión ecológica y la crisis de los Estados unitarios, permiten
hablar de auténticas mutaciones antropológicas.
El extranjero que llega empujado por la búsqueda de una posibilidad de
vida se encuentra precipitado, sin preparación, en un acervo de problemas,
de búsquedas de identidad, de conflictos que no conoce y que no son suyos.
Para un análisis racional de la cuestión
La cuestión del otro, del diferente, del extranjero, sube así a un rol
muy superior a su específica importancia. Se tiende, sobre todo en coyunturas
de crisis de la sociedad, a hacer del extranjero el chivo expiatorio de
todo mal.
Éste, también, es el camino breve y irresponsabilizante con el cual, a
través del cómodo atajo de la identificación del extranjero con el origen
de un mal que no se quiere o simplemente no se puede dominar, se busca
solucionar problemas que exigen el paso de estereotipos míticos al control
de la razón.
Pero, en el mismo plan, aunque de signo opuesto, se colocan también aquellos
que atribuyen al extranjero sic et simpliciter un potencial casi mágico
de redención o de revolución social.
Hablar del inmigrado como del "Cristo mismo que llama a la puerta y elige
la más extrema humildad para acercarse a nosotros y hacerse amar", es
un lenguaje que puede tener sentido al interior de comunidades de fuerte
inspiración mística. Pero, en ellas, según el recto razonamiento evangélico,
también la prostituta o el ladrón o el bandido tienen que ser acogidos
como Cristo que se acerca para hacerse amar.
Este lenguaje, sin embargo, no puede ser traspuesto en una sociedad secularizada
en la que la inspiración cristiana cada vez más está impugnada en sus
raíces.
Otros ven en los inmigrados al "nuevo proletariado", del que se espera
un aporte fundamental para aquella revolución, que las "integradas" clases
obreras del rico Norte del mundo parecen haber puesto en el lugar del
olvido.
El respeto hacia el inmigrado - y el primer acto de amor hacia él - exige
no idealizarlo o demonizarlo, sino verlo en la realidad contextual en
la que se encuentra precipitado.
La emigración, esto nunca se tiene que olvidar, la mayor parte de las
veces es fruto de necesidad u obligación por situaciones de violencia
sufrida.
Acerca de estos fenómenos, causados por profundas injusticias y condiciones
de explotación inhumana, no es lícito jugar a hacer los poetas o los revolucionarios.
Mientras sigue adelante el debate político, en las fronteras hombres,
mujeres y niños siguen empujando en la búsqueda de un Eldorado que no
existe.
Lo trágico de la cuestión es que con esta búsqueda de tierras y cielos
nuevos, con el sueño de nuevos horizontes contenido en el corazón de cada
hombre, los nuevos mercaderes de carne humana ganan cuantiosas riquezas.
También el emigrante es un business, una ocasión para provechos ilícitos.
A la sombra de dramas y sufrimientos se construyen riquezas y posiciones
de poder. Se crean nuevas organizaciones criminales y se juntan nuevos
carteles mafiosos.
El problema exige el coraje de decisiones fuertes, que toquen también
intereses ya bien estabilizados.
¿Qué hacer?
Es la famosa pregunta que se puso Lenín antes de la revolución de octubre.
Es conocida la respuesta y todavía más trágicamente conocido el éxito
final del proceso injertado por aquella pregunta.
Pero, la pregunta queda válida. Si, por los caminos del mundo, el Evangelio
nos llama a amar con arrolladora pasión esta tierra y estos hombres, nos
deja sin respuesta sobre cómo traducir esta energía de amor universal,
en realizaciones históricas concretas para los hombres particulares, que
constituyen nuestro prójimo.
No existen soluciones o fórmulas preconfeccionadas.
Solamente queda correr el riesgo de buscar cada día la respuesta que ofrecer.
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