Las
mujeres en el mundo de los rabinos
No estaban
obligadas a observar los mandamientos. No podían estudiar las Escrituras.
El desprecio de los rabinos hacia ellas era muy notorio. Así se
deja entrever en este texto del Rabbi Eliezer escrito en el siglo I: "Mejor
sería que la Tora sea quemada que darla a una mujer ... así
pues quien enseñe a su hija la Tora es como enseñarle comportamientos
lascivos, obscenos".
Estaban consideradas inferiores a los hombres y debían estar sometidas
a su autoridad durante toda la vida. Padre, hermano, marido, hermano del
marido en caso de que quedara viuda. Debían obediencia total al
marido y eran consideradas un "bien", una propiedad del marido
(Ex 20,17)
No podían testificar en procesos, debían permanecer siempre
en sus casas, no podían salir o hablar con extraños, y si
salían debían hacerlo usando el doble velo. Gozaban de estima
solamente en relación a su ser madre. Cuanto más hijos tenían
más alabanzas recibían. La esterilidad era considerada una
maldición, una deshonra, y el adulterio era castigado con la pena
de muerte, puesto que era un insulto al hombre con el que estaba comprometida.
De acuerdo a la estructura del templo, el patio correspondiente al de
las mujeres se encontraba cinco escalones por debajo del de los hombres.
Su presencia no contaba en absoluto para la celebración del culto
en tanto que la de diez hombres bastaba para celebrarlo.
¿Cómo
trató Jesús a las mujeres?
Jesús
vivió de acuerdo a las costumbres de su época, no se sustrajo
a ellas. Negar este hecho sería no aceptar que "se hizo uno
igual a nosotros". Lo notorio en él es que, tanto-cuanto estas
costumbres lo llevaban a alejarse del proyecto de Dios Padre para hombres
y mujeres, él las dejaba de lado y se remitía a "la
fuente viva" para enfrentarse a esas ideas recibidas del ambiente
determinado en el que le tocó nacer.
En este sentido, todo el actuar de Jesús estuvo dirigido a un tratamiento
igualitario a hombres y mujeres. Y eso fue, entre otras cosas, lo más
revolucionario de su actuar. Desde el mismo momento en que permite que
un grupo de mujeres le acompañe, Jesús da a conocer su postura
frente a ellas.
Frente a las mujeres, Jesús demuestra una gran libertad interior.
No se deja esclavizar por normas sociales. Al no hacerlo, sorprende a
sus apóstoles y a toda la comunidad que le sigue y escucha. En
Lc 8, 1-3, se cita a las mujeres que seguían a Jesús entre
las que se cita a María Magdalena, Juana, Susana , "y varias
otras".
Educado en la tradición judía, que consideraba a la mujer
inferior, Jesús no se deja influir por este contexto cultural y
las trata como seres que al igual que los hombres son "hijas de Dios"
y por tanto necesitadas de salvación. Jesús tiene presente
a las mujeres en su cotidianeidad, habla de ellas y de sus actividades
diarias tenidas por lo general como despreciadas. Así lo vemos
en los textos de Lc 13, 20-21 en los que se habla de una mujer atareada
en la cocina, y en Lc 15, 8-10 de la reunión entre amigas y vecinas
a celebrar el haber recuperado algo valioso que lo tenían como
perdido.
Al poner las actividades diarias de las mujeres como ejemplo, Jesús
deja al descubierto la valoración que da a las actividades en sí
y más aún a las que las realizan, a las mujeres, personas,
criaturas amadas por Dios en plenitud y sin distinciones en relación
a las actividades de los hombres.
Jesús
enseñó a las mujeres
Sabiendo
las mujeres que a Jesús no le desagradaba su presencia; es más,
al darse cuenta de que Jesús les da una oportunidad nunca antes
tenida, ellas lo siguen, y escuchan con atención la instrucción
religiosa que él daba a sus discípulos. Esta postura de
Jesús contrasta con aquella que decía que las mujeres eran
indignas de ser enseñadas en lo referente a la ley y los profetas.
Lc 10, 38-42 describe su visita a la casa de Marta y María. A la
petición de Marta de: " Señor, ¿no te importa
que mi hermana me haya dejado sola para atender? Dile que me ayude".
Jesús le responde: "Marta, Marta, tú andas preocupada
y te pierdes en mil cosas: una sola es necesaria. María ha elegido
la mejor parte, que no le será quitada."
Con esta actitud Jesús, hombre de su tiempo, que sabe que las mujeres
deben estar en las cosas de la casa, preparando la comida, sirviendo,
organizando, pone como "muy importante" el formarse, el instruirse.
El que María, una mujer, escuche el mensaje que Dios tiene tanto
para hombres como para mujeres, es fundamental para Jesús en ese
momento y así se lo hace saber a Marta. Pone de relieve que la
mujer puede y debe ampliar un poco más su horizonte. Que puede
y debe acceder a una formación. Que puede y debe "no preocuparse
ni perderse en miles de cosas" (el mundo de la cocina, de la limpieza,
de los niños, de lo rutinario), que puede y debe buscar participar
en la sociedad, y que puede y debe buscar recibir con seriedad y con responsabilidad
"la mejor parte", aquello que no nos puede ser quitado.
En este punto es urgente que -como mujeres- tomemos conciencia de que
cada una, en el rol que nos toca desempeñar, debe, de manera responsable,
formarse. Que si somos mamás, nos formemos en todo lo que atañe
al rol de madre; que si somos maestras veamos las nuevas tendencias en
educación y sigamos de cerca sus cambios.
Exige que realicemos el trabajo que nos toca realizar, de la mejor manera
posible, y a la manera femenina, sin copiar patrones de conducta masculinos.
Los acontecimientos que se van sucediendo a diario exigen de nosotras
esta formación a la que Jesús no sólo nos llama,
sino que nos empuja y nos apoya
Jesús utilizó términos que trataban a las mujeres
como iguales en dignidad a los hombres. En Lc 13,16 Jesús utiliza
una expresión sin paralelo. Al referirse a la mujer a la que cura
luego de 18 años de estar poseída de un mal espíritu,
Jesús dice: "Esta es hija de Abrahán". La expresión
"hijo de Abrahán" era utilizada comúnmente para
referirse con mucho respeto a los judíos cumplidores de la ley.
Con esta expresión Jesús quiso significar que la mujer tiene
el mismo status que los "hijos de Abrahán".
En este aspecto, da gusto y es importante alzar la voz para afirmar que
las categorías de superior/inferior; amo/esclavo/a son totalmente
ajenas al mensaje de Jesús, ajenas al Evangelio.
Jesús rompió siempre ese esquema. Al hablar de la construcción
del Reino de Dios puso énfasis en que tanto hombres como mujeres
debemos unirnos en una comunidad de hermanos y hermanas en las que la
base del relacionamiento se dé, no en sentimientos y actuares de
superioridad o inferioridad, sino en sentimientos y actuares fraternos,
solidarios.
Jesús no ocultó las diferencias entre hombres y mujeres,
pero en su lenguaje no dejó nunca que las diferencias se conviertan
en desigualdad.
La hija
de Jairo
Jesús
nunca tuvo inconveniente en que las mujeres se acercaran a él afligidas
por sus dolencias. Su intención fue siempre sanar, devolver la
vida, animar la vida. Así sucede con la hija de Jairo (Mc 5, 22-24.35-43
). En este pasaje, Jesús con mucha sencillez da muestras de preocupación
hacia una familia. Se preocupa de una niña-mujer. No se queda indiferente
y se pone en camino para restaurarle la vida.
Jesús le dice: Talitá Kumi, que quiere decir "Niña,
te lo digo, levántate". Este Talitá Kumi, apunta en
primer lugar a que le sea devuelta a una niña el funcionamiento
fisiológico de sus órganos vitales. En segundo lugar, apunta
a una posición y vitalidad a la que todas las mujeres, desde nuestro
despertar a la adolescencia, nos debemos sentir llamadas y empujadas a
sumir de forma responsable en el medio ambiente en el que estamos.
Nos apunta Jesús específicamente a nosotras las mujeres:
A gustar de la vida, a levantar la mirada hacia todo lo bello que hay
en ella, a descubrirla en sus mil y un colores bonitos.
A buscar la alegría en lo simple, en lo rutinario.
A no cargar sobre nuestros hombros todos los acontecimientos del mundo,
sintiéndonos culpables por todos y cada uno de ellos.
A no avergonzarnos por no tener un trabajo remunerado, o por salir a trabajar
y dejarle a nuestros hijos, o por ser muy sensibles, o por no tener el
tiempo que quisiéramos para estar con los que queremos o con lo
que hacemos.
Nos apunta a alegrarnos por sentirnos vivas, por ser mujeres, con una
sexualidad plena a ser descubierta y vivida en sentido gratificante, sin
tantos miedos y tabúes.
Nos apunta a "alimentarnos" de relaciones vitalizantes, de amigos
y amigas que despierten y reaviven en nosotras nuestro ser femenino, exento
de un destino trágico, sufriente, opresivo y nada gratificante.
Nos apunta a un no a la pasividad. No, a dejar pasar los días y
los años porque "ya no hay nada que hacer". No, a dejarnos
vencer por la pereza y la desidia. No, a la espera de que alguien solucione
los problemas nuestros de pareja, de relacionamiento con nuestros hijos,
con nuestros colegas y por sobre todo con otras mujeres con quienes no
nos sentimos solidarias.
¡Levántate
y anda!
Vivamos a
todo pulmón, respiremos ese aire nuevo que nos da el contacto con
Jesús y con su Dios de la Vida.
Levantémonos, pongámonos en pie. Alimentémonos con
este alimento que Jesús nos lo ha puesto en las manos.
Realmente Jesús nos quiere ver a las mujeres en pie. Lc 13,10-17
nos lo relata en la curación en sábado de la mujer poseída
durante 18 años por un mal espíritu. Jesús la vio
y la llamó. Luego le dijo: "Mujer, quedas libre de tu mal",
y le impuso las manos. Al instante se enderezó y se puso a alabar
a Dios.
Una mujer encorvada. ¿qué la habrá encorvado tanto
que ni siquiera se comenta que alzó la vista para pedir a Jesús
su sanación? ¡Muchos pesos!
La espalda doblada de esta mujer es la imagen viva de todas las cargas,
sometimientos y humillaciones que viven tantas mujeres, ya sea por ignorancia,
por miseria, por falta de trabajo o por trabajos tan indignos. Cargas
que los prejuicios, las discriminaciones de la sociedad, la asignación
de funciones estereotipadas nos han obligado a ir doblando la espalda,
a caminar encorvadas, disminuidas, con un horizonte limitado.
Es Jesús nuevamente el que en este pasaje toma la iniciativa de
curar, sanar, restablecer a una mujer su dignidad de persona, su dignidad
de mujer social.
Jesús libera en ella los pesos de miles de mujeres que lloran su
miseria, su debilidad, el hambre de sus hijos y compañeros, la
falta de trabajo, de educación, de salud, de vivienda digna. Jesús
libera en esta mujer el agobio de tantas mujeres despreciadas por ser
pobres, por ser mujeres, por tener hijos.
Esta curación física la hace Jesús en un día
sábado. ¿Por qué? Porque a más de querer levantar
a las mujeres a que miremos el futuro desde una posición que Dios
Padre nos dio al hacernos a su imagen y semejanza, una postura vertical
que en su posición correcta tiene muchísimo que aportar
a la sociedad, él quiere mostrar a las personas que estaban en
su entorno y a los que lo observamos desde nuestra realidad actual, que
la observancia ciega a la ley sin un amor a la persona, al prójimo,
no sirve a los ojos de Dios.
Conclusión
Dios para
hacer posible la redención, tuvo que dejar que Jesús se
haga carne, se haga uno de nosotros en todo.
Esta encarnación no tuvo nunca un carácter universal, mejor
explicado, la encarnación tuvo sus límites. Jesús
perteneció a una civilización, a una raza particular, a
un ambiente específico, y por tanto vivió de acuerdo a las
costumbres de los judíos de su época. Jesús fue siempre
un fiel cumplidor de la ley.
Pero Jesús tuvo una gran libertad interior, una permanente "consulta"
con la voluntad del Padre, que hizo que la fiel observancia de la Ley
no lo encegueciera. Esta libertad interior unida a su profundo amor hacia
los despreciados de su época y su actuar crítico en relación
a las clases privilegiadas hicieron poner en marcha un movimiento de conciencias
que se extiende ahora hasta nosotros.
Y es que Jesús no fue un conservador. Todas sus actitudes fueron
y son revolucionarias.
Su escucha atenta a Dios Padre hizo que él en todo momento se distanciara
de la letra de la ley que mata, que agobia, que crea opresiones, que crea
enemistades y divisiones, que crea situaciones de inferioridad y superioridad.
Su escucha lo hizo remitirse a la ley del amor de Dios que une, vitaliza,
alegra, regenera, crea lazos de ser y de actuar que permiten que la sociedad
sea más solidaria.
Jesús en su época vio en las mujeres a personas, no a simples
entes con roles específicos, sino per-so-nas.
Y vio que ellas necesitaban ser aceptadas y escuchadas en primer lugar
por las personas de su entorno, y que necesitaban ser escuchadas también
por un Dios que nunca estuvo lejano de sus realidades sino al que lo pintaron
lejano y distante de todas sus realidades
Es este Jesús el que les brinda un espacio, un espacio para "estar",
para sentarse, para compartir momentos de vida, experiencias de lo cotidiano
con sus "iguales" los hombres.
Un espacio para crecer, para empezar un proceso de formación hacia
algo más de aquello a lo que el entorno ha constreñido a
las mujeres, entendiendo que Jesús nos ha demostrado con acciones
concretas que Dios nunca ha limitado a las mujeres a un círculo
cerrado de oportunidades de participación, siendo así que
desde el comienzo nos hizo a su imagen y semejanza
Los encuentros de Jesús con estas mujeres me ha tocado muy de cerca.
¿Por qué? Porque necesitamos encontrarnos con Jesús
de frente, de cara, todas enteras.
Mujeres, creadas con el infinito amor del Padre para brindar con nuestra
tonalidad, afecto, sensibilidad, puntos de vista, criterios, un bagaje
de conocimientos, que tenemos, que están en permanente estado latente,
pero que por sentimientos de inferioridad ancestralmente colocados en
nosotras, no pueden desprenderse y remontarse hacia lo que realmente somos.
Necesitamos encontrarnos de frente con Jesús. El evangelio es una
vez más la respuesta.
Necesitamos encontrarnos con Jesús en la oración íntima
con el Padre, para amarnos y aceptarnos en nuestro ser mujer, para aceptar
nuestras falencias, para asumir nuestras limitaciones, pero más
que nada para armarnos de valor para apartarnos de algunas costumbres
que han pasado a ser "norma" en la sociedad.
Necesitamos salir del molde de aquello de hacer siempre lo mismo, "porque
siempre se ha hecho así".
Necesitamos encontrarnos con Jesús para sentir la fuerza de la
revolución que él inició. Nos toca a nosotras tomar
la causa por él iniciada y continuarla en un clima de solidaridad
y respeto, pues Jesús fue bien claro al demostrarnos con sus acciones,
de que no son las costumbres ni las tradiciones, ni la ley, sino la verdad
la que nos hará libres.
Mantenernos erguidas, resucitar a la vida en todas las facetas de nuestra
vida de mujeres y en el rol en el que nos toca actuar, esa siento yo que
es la invitación de Jesús a las mujeres de hoy.
Y yo, Myriam, mujer, en mi rol de hija, hermana, esposa, madre, amiga
y educadora, digo que sí a su invitación, sintiendo en mi
corazón el gozo de saberme invitada de una manera muy especial.
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