.
.

VIOLENCIA Y MILITARISMO
El concepto de violencia implica para el sentido común la idea de una agre-sión que conlleva un daño físico o corporal, y se extiende hasta las consecuen-cias psicológicas que este daño pueda acarrear. Sin embargo, la comprensión del fenómeno de la violencia debe necesariamente apuntar a la dilucidación de las causas últimas que la determinan y al amplio espectro de implicancias que estas causas tienen.


Ana Couchonnal

En este sentido resulta estrecho el margen dejado a la violencia como manifestación visible: guerras, conflictos que implican agresión física etc. ya que esto no es sino el punto culminante de un proceso que puede y debe entenderse desde los distintos niveles organizativos históricos de una sociedad.
Se trata, no de justificar la violencia, sino de comprender críticamente el contexto que la origina. Por ejemplo, la defensa propia es un concepto que puede acarrear situaciones que si bien no son buenas (en el sentido de construir hacia algo-más-humano) son legítimas y se explican en un más allá del hecho de haberla ejercido.

La cuestión de la legitimidad de la violencia no apunta a establecer parámetros valorativos del hecho que se parte por criticar, sino de dar con el punto álgido, el nudo de la cuestión, lo que hace en un principio a las consecuencias más claramente perceptibles de este fenómeno.

Existe todo un sistema de anulación del pensamiento crítico puesto en marcha a través de la for-ma organizativa y de funcionamiento que rige a la sociedad, un sistema que además es reforzado por la aparente libertad de pensamiento y expresión, que no es tal en tanto se halla sometida a ciertos parámetros fijados de antemano y que tienden a objetivos económicos que se harían evidentes a la luz de un análisis crítico, el que por otro lado no permitiría la continuación y reproducción de las estructuras que lo sostie-nen.

Al hablar de objetivos "económicos" lo que se quiere significar es la forma que adquiere tanto la pro-ducción como la distribución de los bienes en una sociedad determinada en un momento dado, y que abarca todo aquello que se produce y se crea en y por una sociedad (arte, conocimientos, etc).

En este sentido puede hablarse de una violencia primera, basada en las condiciones injustas de pro-ducción y distribución de los bienes de una sociedad.
Es oportuno dejar de lado las teorías, válidas o no, de la violencia innata del ser humano, ya que de cualquier modo las construcciones culturales son tan bastas y complejas que han terminado por invalidar las pretensiones del determinismo genético de la violencia, esto es que, aún en el supuesto de que éste exista, su vivencia no es ya posible sino es a través de representaciones culturales socialmente constitui-das, lo que lleva implícita la posibilidad del cambio.

Retomando el punto primero del por qué y del cómo, deben cuestionarse las implicancias posteriores de un estado de violencia latente basado en una injusta distribución de los bienes socialmente producidos. De hecho la sociedad constantemente construye y articula elementos de exclusión y marginación, esto es claro en el fenómeno de la pobreza tantas veces debatido, mentado y comentado: falta de acceso a las po-sibilidades de salida de la pobreza (educación, salud, trabajo, etc.), y la promesa e incitación constante a posibilidades no reales (consumo en todos sus niveles) que reproducen este estado de pobreza alejándolo de las posibilidades reales pero inexistentes de salida, y es que son inexistentes porque sobre ellas se edi-fican las enormes posibilidades de unos pocos otros.
Esto es claro en las promesas publicitarias de exclu-sividad: sólo para algunos, único, exclusivo. En este sentido puede verse la forma de reproducción de es-tructuras o de ideología que oculta el verdadero mecanismo de la exclusión y de la pobreza, simplemente se es pobre porque no se accede, una efectiva tautología que convence incluso a quienes padecen la ex-clusión.
Esto produce graves frustraciones que implican angustia en dos vertientes: agresividad y pasividad, violencia, inactividad.
Por otro lado la violencia o la agresividad es parte misma de la frustración, provocar daño es concebi-do como una reparación.

La pasividad, el estado de desencanto es también un componente lateral de la violencia, nada hay que pueda lograrse, por lo tanto se pierde también la capacidad de buscar una salida alternativa. De hecho esta incapacidad de actividad, de cuestionamiento, de criticismo ante las situaciones frustrantes que se pre-sentan es parte fundamental de la reproducción de las estructuras sociales que sustentan el sistema, se en-seña a repetir, a imitar y a aceptar, se aprende a querer ser parte, a acceder a cualquier costo, incluso al de la exclusión, y esta exclusión se muestra además apetecible, es la exclusividad del lujo y el confort, el he-cho de que todos tengan algo resta valor a ese algo.
La vía de salida que ofrece el sistema es la participación de la sociedad civil, el control del poder "de-legado", sin embargo las condiciones que limitan e impiden esta participación se encuentran veladas por los mecanismos ya descritos de alienación del individuo en el consumo y en la apatía que éste promueve ante la imposibilidad de lograrlo.
Lo alternativo está dado por un escapismo, la redefinición de un espacio propio que resulta también excluyente para otros y que configura elementos de marginación, (droga, alcoholismo, atomización del individuo en internet etc), la perspectiva de cambio real está vedada y es sancionada socialmente justa-mente porque la ideología controla y vela por la reproducción de las estructuras vigentes.
Por otra parte la violencia es ejercida también y primariamente desde los sectores o agentes no exclui-dos, ya que el hecho de la inclusión de unos presupone la exclusión de otros. ¿No resulta violento el de-salojo de campesinos de tierras de extranjeros que ni siquiera pagan los impuestos correspondientes, y de la misma forma la inacción de las llamadas autoridades ante una ocupación campesina de tierras indíge-nas, explotadas y que representan además la posibilidad de subsistencia material y cultural de un pueblo? ¿No resulta acaso violento el robo y el desvío de sumas que podrían solucionar el problema de la salud pública, y la pasividad y letanía de las inacabables vías legales para resolver estos casos? Estos son sólo ejemplos detonantes de un cuestionamiento que alcanza muchas otras expresiones.
Una de las vías de sustentación ideológica de la violencia es el militarismo y la cultura patriarcal que éste lleva implícita, en definitiva el militarismo se basa en la existencia de un grupo que detenta la capa-cidad legítima del uso de la violencia para la protección de una sociedad. Esto puede tener raíces históri-cas de consolidación de los estados nacionales y del mantenimiento de las condiciones que aseguren ciertas pautas de comercio, pero que de cualquier manera implican la existencia de un non plus ultra de la sociedad civil, un elemento excluyente y que puede verse, también históricamente, como un elemento desestabilizador y una amenaza constante a las expresiones de la sociedad civil.
No es necesario ahondar en ejemplos ya extensamente citados de las consecuencias nefastas que el consolidado poder militar acarrea, pero sí en las incidencias que una cultura militarista tiene en lo que ha-ce al desarrollo y desenvolvimiento tanto de las instituciones como de la sociedad civil y sus espacios de participación.
Parece importante aclarar que hablar de militarismo no es necesariamente hablar de militares. La críti-ca apunta más que nada a un sistema de ejercicio del poder, y a las formas que lo revisten.
La práctica del militarismo implica un sometimiento que se da en base al temor al ejercicio de la fuerza por parte de otro, y no en la aceptación de pautas que hacen a la posibilidad de la interacción so-cial. El estar sometido u obligado a, significa la falta de legitimidad de aquello que somete.
Este sometimiento tiene además múltiples aristas que se despliegan a través de la discriminación y la exclusión en distintos niveles entre los que son patentes la desigualdad de géneros, la intolerancia y la discriminación en todas sus expresiones (racial, física, cultural).
Del militarismo se desprende la necesidad de obediencia a un mando que no es ni consensuado ni dis-cutible, y esto se reproduce directamente en la organización patriarcal de las familias y de la sociedad entera, y repercute en la dificultad de desarrollar un pensamiento crítico, de articular mecanismos de par-ticipación, e incluso de poder ofrecer algún tipo de resistencia ante cualquier autoridad, ya que se aprende a actuar y obedecer por coacción, por temor y por sumisión.
El uso de la violencia, incluso la misma potencialidad del uso de la violencia son los elementos que sustentan cualquier autoridad en una sociedad militarista. Ya que ante la desobediencia ella se alza como la consecuencia, cimentándose así la obediencia por temor, el mando represivo y la aceptación de lo im-puesto sin derecho a réplica, un derecho que a lo largo de su falta de uso, caduca y se pierde, es reificado apareciendo como lo establecido desde un principio insondable, y no como una construcción histórica y social.
Este mecanismo da la base para la práctica de una autoridad impune y nunca cuestionada, donde la frustración encuentra salida por la vía de la resignación o de un misticismo salvador donde cualquier práctica está ausente. La pasividad contemplativa de lo que pasa y el sentimiento de impotencia ante la realidad son las consecuencias más funcionales de la exclusión que la violencia comporta y que determi-nan el bajo nivel de participación civil y la dificultad de la organización de la sociedad con miras a fines.
Por otra parte la concepción de la autoridad parte de la concepción totalizante del uso y disposición del poder que de esta autoridad emana y ante cualquier posibilidad de uso de la fuerza lo que había sido reprimido represivamente surge en forma de agresión. Es el ejercicio de la violencia. Esto quiere decir que la cultura y la práctica militarista se construyen y consolidan tanto desde el ejercicio de la autoridad como desde su vivencia.
De hecho una de las implicancias fundamentales de la cultura militarista actualmente está dada por la incapacidad que tienen las sociedades para hacerse sujetos concientes del cambio histórico, para partici-par y construir el devenir histórico y para defender y reclamar otras opciones que las impuestas.
Las diferentes expresiones que una cultura tiene se ven limitadas en el militarismo, ya que la expre-sión es siempre es sujeto de control y censura, si bien tal vez no de un modo directo, si a través de los me-canismos de autocontrol que el sistema crea para protegerse y perpetuarse.
En este contexto las expresiones típicas de "lo militar", las guerras y los conflictos armados, pasan a ser la expresión última de toda una estructura que los sustenta y provoca y que al mismo tiempo los hace aparecer como la expresión única, salvaguardando los mecanismos verdaderos de la crítica y el cuestio-namiento.
Aparece entonces la violencia como el elemento que ampara la práctica militarista, de hecho es la de-tentación de la legitimidad para el ejercicio de la fuerza lo que en un principio determina la posición de poder que permite al militarismo echar raíces en la cultura e influir así en todos los ámbitos de la organi-zación social.
La configuración de una opción de cambio es el trabajo que cabe a las generaciones actuales, existe un proceso acelerado de descomposición social que tiene a la violencia como un elemento intrínseco que ha-ce a esta descomposición y al paso a un modelo que hace de la violencia la regla, un modelo que como puede verse en las tendencias económicas actuales de todos los mundos, comporta niveles inusitados de exclusión en todos los niveles.
De lo que se trata es de entrever las condiciones que posibilitan, generan y amparan la violencia que se hace visible ocultando la violencia verdadera, la violencia madre, que es la injusticia social, y parale-lamente fomentar y articular la crítica y todos los niveles de participación de la sociedad civil hacia la construcción de un modelo más justo y humano.



Accion Top

.© Derechos Reservado Uninet - Asunción, Paraguay