Pero
además, debemos preguntarnos qué condiciones llevaron a
estos seres humanos a actuar con un odio tan grande, hasta el punto de
cometer hechos tan abominables. Debemos preguntarnos también por
qué eligieron como diana esos puntos en los Estados Unidos. No
podemos reprimir nuestra propia an-gustia y nuestra indignación
ante tales acontecimientos, ni tampoco debemos reprimir nuestra angustia
e indignación ante todo acto lleno de odio y calamidad; pero nuestra
angustia e indignación no pueden estar acompañadas del odio,
sino del amor, y del coraje para tratar de hacer nacer un mundo más
justo. Eso, compatriotas americanos, requerirá un esfuerzo enorme
para cuestionar, entender, comprender, cambiar y hacer renacer nuestra
conciencia nacional. Por favor, compatriotas, escuchen con oídos,
mentes y cora-zones abiertos.
A la vez que de ningún modo podemos tolerar los actos de terror,
tenemos que hacernos esta pregunta: ¿por qué? Tenemos que
entender, por ejemplo, ¿qué significado simbólico
tienen para los ojos del mun-do el Pentágono y el World Trade Center?
Debemos buscar, mis compatriotas, en lo profundo de nuestra propia historia,
de nuestras políticas, de nuestros objetivos, de nuestras imposición,
y también de nuestro corazón. Es doloroso, pero digámoslo:
la guerra contra el terrorismo ha empezado violentamente. Los dos símbolos
más poderosos de la violencia militar y económica a nivel
global, militarismo global y terro-rismo económico, han sido golpeados.
Se trata de actos cobardes e inconsiderados, seguros, y, clara-mente,
actos de terror, sufre más el inocente, los trabajadores. Debemos
lanzar una guerra contra el terro-rismo, no violentamente.
A.J. Muste, declarado pacifista, nos aconsejó que en un mundo edificado
sobre la violencia debemos ser revolucionarios antes que pacifistas. Esto
quiere decir que tenemos la tarea de abolir las instituciones de violencia…
no violentamente. De todas maneras, no nos equivoquemos, compatriotas
americanos, el Pentágono es el centro de la violencia militar y
el terrorismo a nivel global. Estados Unidos es el líder mundial
en la exportación de instrumentos de guerra y destrucción.
Seamos honestos, somos responsa-bles de la violencia que ha aderezado
los conflictos internacionales por muchos años. Una lista parcial
de nuestra responsabilidad en esa violencia incluye: los millones de muertos
de Korea y Vietnam, los cien-tos de miles de muertos de Camboya, Laos,
Irak, Guatemala, Hiroshima, Nagazaki, Timor Oriental; las decenas de miles
de muertos en Nicaragua, El Salvador, Colombia; los miles de muertos de
la República Dominicana, Somalia, Haití, Yugoslavia; los
cientos de muertos en Panamá.
Y no olvidemos los medios con que hemos maltratado al pueblo cubano durante
más de cuarenta años con nuestro embargo y con repetidos
actos de terrorismo. Recordemos las palabras de mi padre, el enton-ces
Presidente Bus, durante la preparación del ataque de Estados Unidos
contra Iraq: No habrá ninguna negociación, se hará
lo que nosotros decimos. "No negociación" quiere decir
simplemente que preferi-mos la violencia. "Se hará lo que
decimos" expresa claramente nuestra arrogancia, nuestro chauvinismo
y nuestra mística de invencibilidad que han separado a los EE.UU.
del resto del mundo. Ambas cosas ex-presan nuestra noción de la
ley internacional y del papel de Naciones Unidas. ¿No es acaso
cierto lo que dijo el profesor de Harvard Samuel Huntingon al señalar
que en la mayoría de los países, los Estados Unidos son
vistos como una superpotencia voraz, como la única amenaza externa
para sus sociedades?
El mundo tiembla preguntándose cuándo vamos a atacar y que
elementos destructivos vamos a usar: misiles cruceros, helicópteros,
agentes biológicos o químicos, bombas nucleares, F-18, F-22,
B-52, cam-pañas de fumigación, FMI, Banco Mundial, Programas
de Ajuste Estructural o Programas de Austeridad, embargos, sanciones,
desapariciones, asesinatos, masacres, torturas, invasiones culturales,
etc.
Nos advierte la Escritura: lo que siembras, eso recoges. Hoy, con tristeza
hemos experimentado qué es lo que habíamos sembrado por
el mundo. Hoy, como país, hemos aprendido que la lluvia de muerte
y destrucción en otros países crea una herida más
fuerte que los edificios y las personas destruídas. Hoy, nuestra
libertad está siendo atacada. Pesábamos que éramos
libres para imponer violencia económica y militar en cualquier
parte del mundo, con impunidad. Ya no hay más impunidad. El Tribunal
Mundial trató de sancionar a los Estados Unidos por cometer violencia
bajo la administración de Reagan, pero esa administración
aseguró que el Tribunal Mundial no tiene jurisdicción sobre
nuestros actos. Sí, hemos si-do, compatriotas americanos, un estado
voraz, y esto debe parar.
Esta noche, queridos compatriotas, debemos elevar un grito de humildad,
una humildad que en ningún sentido aminora la humanidad, sino que
proclama nuestro respeto por la dignidad de todos los pueblos, una humildad
que nos permite celebrar toda vida humana. Llegó la hora de que
nos unamos a la humani-dad no como su principal proveedor de violencia
y destrucción, sino como un participante no violento en la lucha
contra la violencia, el racismo, el sexismo, las desigualdades sociales.
El presupuesto del Pentá-gono, el presupuesto de violencia, para
el próximo año es de trescientos treinta mil millones de
dólares. Esta noche propondré la inmediata reducción
al cincuenta por ciento de todos estos gastos que promueven la violencia.
Voy a hacer un llamado para redistribuir estos fondos en ayudas contra
problemas como el hambre, la pobreza y las enfermedades por todo el mundo.
Se trata de un llamado que nace del amor y que quiere crear un mundo más
justo, pacífico, lleno de vida e igualdad, un mundo donde la creatividad
de las personas se celebre más que su capacidad para destruir.
Esta noche pedimos perdón al mundo por nuestros pecados, perdón
por nuestros actos de violencia sórdidos y calamitosos que hemos
regado por el mundo durante más de cincuenta años. Dejemos
que sea éste el inicio de nuestra reconciliación con el
mundo. De algún modo, ahora podemos entender el dolor, el sufrimiento,
el llanto que hemos causado, la tormenta que hemos desatado, el odio que
hemos creado, la destrucción que hemos impartido, las heridas espirituales,
psicológicas, emocionales y físicas que he-mos hecho al
mundo. Todo ello a causa de nuestra búsqueda destructiva de riqueza,
poder y privilegios a costa de vidas y derechos humanos. Mendiguemos el
perdón de toda la humanidad, del mismo modo que pedimos el apoyo,
la compasión, la comprensión y el amor en este tiempo nuestro
de sufrimiento, desazón y pérdida.
No es la hora, jamás es la hora, de buscar la venganza. Es el momento
para tener el coraje de perdo-nar, para usar todo el poder del deseo en
la realización de acciones de amor. Es el tiempo para liberar nuestra
mirada de modo que nos permitamos dirigir nuestra indignación hacia
las instituciones de poder, violencia y codicia, muchos de los cuales,
tristemente, están en los EE.UU. Es el momento para empezar a transformarlos
en auxilio y amor para las víctimas de todo ese poderío,
violencia y codicia, incluidos aquellos compatriotas nuestros muertos
en los ataques contra el Pentágono y el World Trade Center.
Cuando participé en Génova en el encuentro del G-8, me encontré
en las calles con una pancarta que decía: "Ustedes son ocho,
nosotros somos seis mil millones". Me llegó dentro. Demasiado
tiempo he-mos estado buscando los intereses de unos pocos en perjuicio
de muchísimos. Crece cada día la inequi-dad en poder, privilegios
y riquezas. Hemos creado, protegido, aplicado y ahora impuesto al resto
del mundo un sistema económico, simbolizado por el World Trade
Center y protegido por el Pentágono, que tiene en cuenta únicamente
el beneficio. Un sistema económico que trata todo como productos
a ser ex-plotados, ya sea el agua, la comida, el aire, los combustibles,
el ecosistema, los animales, peces, o incluso a nuestros congéneres
humanos. Un sistema que coloca el enriquecimiento de las corporaciones
por en-cima de los derechos de las personas. Esto tiene que parar. Nosotros,
que representamos y servimos con poder, tenemos que escuchar pronto. Ojalá
dejemos que esta tragedia nos despierte. Dejemos que esta noche empecemos
a transformar este monstruo, antes de que sea demasiado tarde.
Este acto de terror, infame y abominable, palidecerá al lado del
terror que supone incrementar los gastos militares, que nosotros lideramos
en el mundo. Palidecerá al lado de aumentar el recalentamiento
del planeta, cuyo principal motor está en nuestro país.
Palidecerá al lado del crecimiento de la destruc-ción ecosistema,
cuyos principales agentes somos nosotros mismos. Todo eso hará
muy pronto inhabita-ble para los humanos nuestro mundo, aumentará
el sufrimiento, la miseria y la muerte.
Si queremos superar estos acontecimientos y, más importante, queremos
evitar en el futuro actos de terrorismo contra la humanidad, tenemos que
actuar a partir de la esperanza y la fe que nos dice que este mundo no
está condenado, sino que podemos recrearlo; tenemos que dejarnos
guiar por un deseo juicioso respecto a la situación actual de las
cosas, respecto al monstruo que hemos creado, deseo que ha de edifi-carse
como actuaciones de amor. Tenemos que dejarnos guiar por el coraje para
impulsar la cooperación, la comprensión, el apoyo y la solidaridad
con el resto de la humanidad, para crear un mundo en que po-damos ser
libres. Hoy, y en los días y semanas que están por venir,
debemos buscar también el coraje pa-ra reflexionar honestamente
sobre qué hemos hecho en el mundo. Así podremos entender
por qué las co-sas son como son y qué podemos hacer para
que sean como debieran ser: un mundo con menos violencia y más
paz, un mundo con menos odio y con más generosidad; un mundo donde
la gente no muere de hambre cada dos años en mayor cantidad de
la que murió a causa directa de las dos guerras mundiales; un mundo
más saludable; un mundo menos destructivo y más creativo;
un mundo con menos desigualdad y más igualdad; un mundo menos fundamentalista;
un mundo más humanista; un mundo más justo y menos criminal;
un mundo con menos separatismo y más solidaridad; un mundo en el
que vivamos una vida comprometida; un mundo menos militarista y con más
arte; un mundo menos vil y más celebraciones; un mundo en el que
merezca la pena vivir la vida; un mundo en el que aprendamos bien la sentencia
de Rousseau: "Los frutos de nuestro trabajo nos pertenecen, los frutos
de la tierra pertenecen a todos, y la tierra misma no pertenece a nadie".
Para concluir, queridos compatriotas, permítannos apoyarnos unos
a otros en esta búsqueda nuestra por la esperanza, el deseo, el
coraje, para hacer que el amor perviva en estos tiempos de crisis y en
el fu-turo. Recordemos y reflexionemos aquellas palabras de Corintios
13, 1-13: "Aunque hable con voces de ángeles, aunque pueda
entender los misterios, aunque tenga todo el conocimiento, aunque pueda
dar todo el alimento a los pobres, aunque pueda dar mi cuerpo para que
sea quemado, si no tengo amor, nada ten-go". Gracias. Buenas noches,
que la bendición, la paz, la justicia, la solidaridad y el amor,
llegue a todas las personas.
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