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JÚBILO DE SANGRE, HISTORIA EN BRASIL
Fue en un campamento de la Av. Becerra de Menezes, en Fortaleza, donde
oí hablar por primera vez de un lugar llamado Ocara. Durante dos
semanas, del dos al diecinueve de mayo del dos mil, unos mil doscientos
agricultores del Movimiento de los Sin Tierra (MST) lucharon por conseguir
del gobierno estatal la continuidad para los proyectos de educación,
salud y entrenamiento para los asentamientos. Se trataba de una resistencia
heroica: bajo el sol y la lluvia, bajo la presión de las fuerzas
policiales, no se movieron hasta conseguir buena parte de sus reivindicaciones.
Antes del retorno, durante una celebración ecu-ménica, en
el momento de las oraciones, un hombre pidió por los compañeros
de la ocupación del Lago del Serrucho, en Ocara, a ochenta y siete
kilómetros de Fortaleza.
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Ritinha
es militante de la Comisión de Pastoral de la Tierra (CPT). Vino
conmigo de vuelta a casa. Le pregunté qué sabía de
Ocara. Me dijo que ella estaba acompañando el caso y, al ver mi
interés, me in-vitó a visitar la ocupación. Acepté
rápidamente.
Viajamos la última semana del mes de mayo. Llovía fuerte.
Ritinha estaba animada con el invierno y la expectativa de una buena cosecha.
Llegamos a las nueve. Se había detenido la lluvia. De inmediato,
fuimos a la ocupación localizada al lado de la granja Serrucho,
a unos tres kilómetros de la sede del mu-nicipio.
Era la primera vez que yo visitaba una ocupación del Movimiento
Sin Tierra. Las chozas cubiertas con plástico daban una primera
mala impresión. Dentro, el calor era casi insoportable. A pesar
de las malas condiciones, fuimos recibidos con gran alegría por
los agricultores. La coordinadora de la ocupa-ción, Raimunda Inés,
nos dio una amigable bienvenida con el café. Al aire libre, bajo
la sombra del ana-cardo, nos contó la historia del campamento.
La granja
del Serrucho
La granja
del Serrucho, un área improductiva de novecientas treinta y dos
hectáreas, estaba ocupada por treinta familias. Algunas de ellas
llevan allí más de treinta años. La ocupación
en 1999, con apoyo del MST, trataba de acelerar el proceso de expropiación
en beneficio de los viejos residentes. Orientados por los funcionarios
de Justicia, los agricultores aceptaron dejar el lugar pacíficamente
mientras el go-bierno, a través de una agencia (INCRA), se comprometía
a inspeccionar el terreno. Los treinta días del plazo fijado pasaron
sin que nada se hiciese. Desde entonces, los sin tierra permanecen en
el campamento del Lago del Serrucho, un área externa a la propiedad.
De las ciento cincuenta personas que hacen la ocupación, sesenta
y cuatro son menores de diez años. Son familias que viven de la
plantación del maíz, el frijol y la mandioca. Los agricultores
entran en la Granja del Serrucho para sacar el agua de uno de los tres
diques de la propiedad. Muchas veces, los empleados de la granja amenazan
a tiros. "El dique se construyó para situaciones de emergencia
y pertenece al pueblo", argumenta Raimunda.
Se nos acercó Francisco Aldenir. Amigo de Ritinha, se sintió
cómodo conmigo y me invitó a pasear por el campamento. Me
mostró el lugar donde él y los otros agricultores cultivaban
el maíz, el frijol y otros productos de subsistencia.
"Gracias a Dios, padre, con lo que plantamos tenemos para vivir",
me dijo con alegría. "Lo que falta es que consigamos la tierra.
Si cada familia de agricultor tuviera un pedazo de tierra para plantar
y consi-guiese recursos, nuestra realidad sería otra".
Siguió hablando sobre la actuación del gobierno que, infelizmente,
no valora la agricultura familiar, tenida como un retraso. Sólo
las grandes propiedades recibien ayuda del gobierno. Me mostró
la apertura en el cerco que usaban para ir en busca de agua al dique:
"Los empleados de la granja intentaron ya ce-rrar varias veces el
cerco. La última vez, vinieron armados. Después de mucha
charla se fueron, pero prometieron volver".
Cuando regresamos al campamento era casi el mediodía. Aldenir nos
invitó a almorzar con él. Conocí a su familia. Aldenir
era el hijo mayor, veintiocho años, y vivía con sus padres
Joaquín Ferreira y María Mesquita, con un hermano menor,
Francisco, y con Claudenissa, de seis años, la pequeña hija
de Aldenir. En medio de ellos me sentí en casa. Aldenir siempre
estaba alegre y creaba un ambiente de fiesta agrada-ble y distendido.
Después del almuerzo, Ritinha se despedía de otras familias
mientras yo charlaba todavía con Aldenir. Agradeció la visita
y me invitó a regresar. Me despedí agradecido de sus padres.
Ritinha animó a Alde-nir momentos antes de la despedida. Él
sonrió agradecido y comentó mirando a sus padres: "Ya
les dijo que si muero en la lucha, que ellos no dejen de luchar, que luchen
por mí". Ritinha lo abrazó y entramos en el automóvil.
Yo estaba muy contento de haber conocido el asentamiento. De vuelta a
Fortaleza, Ritinha comentaba que el clima estaba muy tenso debido a la
demora del INCRA en la inspección del terreno. La lentitud generaba
desaliento en algunas familias que hablaban de abandonar el asentamiento
con la esperanza de conseguir un lugar en el programa de reforma agraria
del gobierno. De todos modos, la gente del MST daba fortaleza a los agricultores.
La noticia
deseada
Aproximadamente
un mes después, me llamó Ritinha. Estaba alegre. Volvía
del asentamiento. El INCRA había hecho la inspección. Confirmaron
que la granja era improductiva. El proceso de expropia-ción podría
iniciarse. Las familias de los sin tierra estaban de fiesta. A pesar de
las amenazas de los em-pleados de la granja, en el campamento soplaban
vientos de esperanza.
Pasados unos días, tuve que viajar a un encuentro de Jesuitas latinoamericanos
en el Sector Social. Su tema era la sociedad civil. Recordé mucho
el MST y la importancia de ese movimiento como una de las fuerzas vivas
más atenuantes de la sociedad civil brasileña. En el ofertorio
de una misa, cuando cada país ofrecía un símbolo,
yo puse la camisa del MST que llevaba esta inscripción: "Reforma
Agraria ya. Para un país sin latifundios".
La noticia
temida
Regresé
a Fortaleza en Julio. El campamento de los sin tierra de Ocara era la
noticia destacada de los periódicos del día. Aldenir había
sido asesinado por pistoleros enviados por la propietaria del Serrucho.
El veinticinco de Julio, ocho hombres llegaron disparando al campamento.
Mataron al Aldenir e hi-rieron a nueve más; también tres
niños y una embarazada. Aldenir había recibido un tiro a
quemarropa en el abdomen y otro en la cabeza. En triste ironía,
el crimen aconteció el Día del Obrero Rural. En esa ma-ñana,
Aldenir había decorado su sombrero con una cinta blanca. Iba a
Chorozinho a la Misa del Jubileo del Trabajador Rural, programada por
la Comisión de Pastoral de la Tierra y que celebraría el
Arzobispo de Fortaleza. En la homilía, Don José Antonio
Tossi, Arzobispo, recordó que estábamos allí para
"cele-brar un Jubileo marcado, desde el inicio de la cristiandad,
por la sangre derramada". Aldenir fue sepulta-do al día siguiente
en el cementerio de Ocara. Los pistoleros y la propietaria de la granja,
Jacinta Abreu de Sousa, de setenta y ocho años, fueron arrestados
acusados del crimen.
Cuando hablé con Ritinha estaba consternada. El día de San
Ignacio, dejando de lado la misa acos-tumbrada en nuestra comunidad, marché
para Ocara. Había policías por todos lados. A pesar de la
ten-sión, había paz en los agricultores. En las chozas se
veían las señales de los tiros. Saludamos a los padres de
Aldenir y no pude decir ni una palabra.
A las diez, la misa empezó bajo un árbol pequeño,
cerca del lugar donde cayó Aldenir. Éramos cinco sacerdotes.
La liturgia, muy bien preparada por la gente del MST, expresó el
sentimiento de los partici-pantes. No hubo expresiones de revuelta o venganza.
En medio de la pena, se notaba el clima de mucha esperanza, unión
y solidaridad en la lucha por la conquista de la propiedad de la tierra.
Aquella Eucaristía me tocó profundamente. Había,
además, un motivo especial para mí: cumplía mi primer
año de sacerdote. Mi corazón resonaba con el pasaje bíblico
que había escogido como lema de or-denación: "El buen
pastor da la vida por sus ovejas". Agradecí haber conocido
a Aldenir.
Cinco meses después, Ritinha me comunicó una buena noticia:
la granja del Serrucho había sido ex-propiada y, finalmente, los
agricultores podrían tomar posesión de la tierra. Veintidós
de Diciembre del 2000. Año Santo. En un rincón del nordeste,
en los interiores de Ocara, el cuerno bíblico aparecía para
anunciar la entrada en la tierra prometida. Sí, la muerte de Aldenir
no había sucedido en vano.
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