NADA, NADA CAMBIA
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UNO En este caso, por ejemplo, el rey promulgaría una constitución política que evitase el enfrentamiento social, pero no que implantase la libertad política. Las libertades individuales no son sino una limitación ante el poder estatal, una defensa contra los abusos del poder. Es decir, los derechos civiles tienen un sentido negativo ya que son una liberación de las intromisiones ilegítimas del poder estatal, pero los derechos civiles no pueden constituir por sí solos la libertad política.. La razón de ello es que las libertades individuales representan la defensa del individuo contra el poder del Estado, pero no significan necesariamente la participación de los individuos en el poder del Estado. DOS Cuando una revolución fracasa y se queda a medio camino (lo cual ocurre las más de las veces), venciendo al poder establecido pero no estableciéndose como poder de libertad, lo más normal es que no solo limite el poder del gobierno sino que también limite el poder de participación de los ciudadanos. Ciertamente las revoluciones suelen acabar con poderes despóticos, pero no suelen permitir que los hombres y las mujeres se conviertan en ciudadanos. En un gobierno constitucional la población tiene el derecho de pedir al gobierno que respete sus derechos individuales y éste el deber de hacerlos cumplir, pero eso no significa que las personas sean ciudadanas. No es lo mismo una persona a la que se le reconocen derechos, que una persona a la que se le reconoce como ciudadana. La diferencia básica estriba en que mientras a la primera el poder estatal le reconoce el derecho a pedir derechos, la segunda se da a si misma el derecho y el deber de participar y de constituirse en poder. Sólo en este caso la constitución deja de ser una mera receta de cocina y es posible que la constitución política de la libertad adquiera cuerpo real. TRES Si consideramos la distinción entre la constitución que un gobierno da a sus pobladores y la constitución de un gobierno por parte de los ciudadanos, quizá algunas confusiones se nos aclaren. En el segundo de los casos es posible la constitución política de la libertad, ya que son los ciudadanos los que se dan a sí mismos, mediante la participación, una forma de gobierno. En el primero de los casos, que evidentemente es el nuestro, una gran parte de los miembros que participaron en la dictadura y las instituciones que la sustentaban (ANR y Fuerzas Armadas), han sido los que, una vez expulsado el dictador, dieron una nueva constitución al pueblo. Y esto fue así porque la cabeza no fue cortada por la libre voluntad y partición de la población, sino por el espíritu traidor de las ramificaciones del poder. Quizá esta imagen nos sirva: unos brazos que de repente atrapan su propio cuello hasta asfixiarlo y unas piernas que patean contra su propia cabeza hasta arrancarla y, sin embargo, los brazos siguen gobernando y los pies caminando sobre estancias cada vez más amplias. Ilógico pero real. Thomas Paine definió con claridad el requisito fundamental para que la constitución funja como constitución política de la libertad: "Una constitución no es el acto de un gobierno, sino de un pueblo que constituye un gobierno". Evidentemente, eso no ha pasado en nuestros pagos, pues los miembros e instituciones del anterior poder dictatorial no han dejado de ser poder en estos últimos doce años. En el fondo nada, nada ha cambiado. CUATRO En Paraguay, aunque no somos los únicos, padecemos la enfermedad del infantilismo político y a ella nos hemos acostumbrado. Esta enfermedad se refleja en la costumbre de obedecer y pedir, y en la incapacidad generalizada para decidir y participar. Quizá los efectos más evidentes de nuestro infantilismo político sean tres costumbres socialmente imperantes. Por un lado, la irracional costumbre de entregar a un solo hombre un poder ilimitado. Esto abarca todos los ámbitos sociales, desde la familia al gobierno, pasando por la comunidad parroquial y el club de fútbol. Esto no es algo solo de la época de Francia, ni una práctica de la era stronissta, sino que sigue ocurriendo hoy en jóvenes que apenas tomaban el tetero cuando el dictador ya estaba en Brasilia. Lo cual muestra que nuestras formas políticas, por culturales, son cuasigenéticas. En este caso el infantilismo político se muestra como malformación moral. Por otro lado está la no menos irracional costumbre de permitir que una parte de la sociedad (ANR y Fuerzas Armadas) se haga con el control absoluto del conjunto social. Esta costumbre refleja de un modo claro cómo se genera poder en nuestro tejido social: jamás se ha pensado en fortalecer el poder a base de extenderlo sobre la red social y compartirlo con los diversos grupos, sino que el poder siempre ha funcionado por exclusión de la mayoría de los grupos sociales a favor de unos pocos grupos o instituciones. En este punto el infantilismo político se muestra como autismo social. Una tercera costumbre es esa mezcla de pasividad e indiferencia que se manifiesta tanto en la corrupción como en la impunidad ante el delito. Sin embargo, esta costumbre es consecuente con la irracionalidad. Cuando un individuo permite entregar todo el poder político a un hombre y a su grupo, ese mismo individuo está aceptando no sólo que unos pocos se aprovechen de la sociedad a su antojo e interés, sino que está aceptando también que lo hagan a su costa y perjuicio personal. La pasividad es el fondo de la enfermedad, pues entonces el infantilismo político se ha convertido en desnutrición espiritual. CINCO
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