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IMAGEN DE DIOS Y CULTURA

En un momento de cambio de épocas, enmarcado por el dominio del neoliberalismo, se busca angustiosamente en todos estamentos una "reestructuración", copiando modelos de culturas y civilizaciones ajenas. Sin embargo, una época de transición como la nuestra, exige todo lo contrario: horizontes desanchados, ojos abiertos, sentido comunitario, valoración de las raíces; pues no habrá nuevo futuro sin un "sueño" común enraizado en la cultura propia.

Margot Bremer 


Mucho se escucha hablar hoy del respeto al Dios y a la religión de cada cultura. Y frente a la situación de cambio epocal todas las culturas viven el dinamismo de búsqueda de nuevos paradigmas. No cabe duda, que existe una vinculación entre proyecto cultural y futuro histórico. La cultura es la que da pertenencia, identidad, audacia de soñar juntos con un futuro diferente que no sea la prolongación del presente, pero sí una herencia del pasado. Cada cultura con raíces aún en ósmosis con la tierra que le ha dado su sello, vive este dinamismo de pro-yectarse y re-proyectarse. Es capaz de atravesar las contradicciones históricas más grandes para llegar hacia un futuro nuevo.

La cultura determina la imagen de dios

¿Qué nos puede aportar la cultura bíblica sobre este tema? Creo que en el Pueblo de la Biblia existía siempre el sueño comunitario de un futuro que reflejara de cierto modo la imagen del Dios de los soñadores. Pues para este pueblo, su proyecto histórico debería ser el mismo proyecto de su Dios, soñado en la creación para toda la humanidad. Su sentido de ser Pueblo de Dios ha sido reflejar este sueño divino en una convivencia fraternal, solidaria e igualitaria, practicado dentro de sus parámetros culturales. En moldes de cultura semítica intentaron a convivir un servicio de reciprocidad dando culto (servicio) a Yavé. Celebrarlo litúrgicamente significa recordar las experiencias históricas fundantes que se basan en la liberación de Yavé de la opresión en Egipto. Esta memoria renueva el compromiso de responderle en un servicio sin opresión, reflejando de esta manera la imagen de un Dios Liberador, con rasgos de la cultura hebrea.

Copiar otra cultura es traicionar a dios

Conviene recordar la convivencia de Israel como autogestión del pueblo que se ha historizado en una confederación de doce comunidades (tribus) de diferentes culturas. Todas habían optado libremente por este proyecto en aquella asamblea de Siquem. Allí se escuchaba por primera vez la consigna: "queremos servir a Yavé. El es nuestro Dios" (Jos 24,18) lo que expresa el compromiso con todo un sistema de sociedad, revolucionario para aquella época en comparación con otras naciones: su Dios Yavé, en vez de proteger y privilegiar al rey, iba a reinar en medio del pueblo. Su imagen se reflejaría en una convivencia extraordinariamente fraterna y solidaria; cosa que Israel logró por un corto episodio (1200-1025 a.C.) y esto solamente a trancas y barrancas.

Esta forma de sociedad termina con la figura de Samuel. Este, aún siendo el juez más grande de todos, es a la vez el último de esta "época de oro". Algunas causas para un cambio tan vertiginoso pueden ser las nuevas técnicas agrícolas: el arado y el machete de hierro, uso de la yunta de bueyes, construcción de cisternas de agua: todo habrá contribuido a una exuberante producción que requiere mercado. Una minoría sabía incorporar rápidamente estas técnicas modernas y enriquecerse con ellas.

El afán de acumular incentiva la reconstrucción de las ciudades cananeas que favorecen el mercado. No son creativos en habitarlas ya que con el mercado copian también el estilo de vida de la cultura cananea. Calculan asegurarse así su futuro seguro (cf. Jue 9,2-4). Sin embargo, con la irrupción de esta nueva cultura, comienza el desequilibrio económico dentro del pueblo que pone en peligro la autogestión. Y con el primer paso de aculturación se asoma el segundo: surgen tendencias de asimilarse también a los sistemas políticos de otras culturas. En lenguaje bíblico se dice: "servir a otros dioses".

Una nueva generación ya piensa y actúa de esta manera; lo ilustra el comportamiento de los hijos de Samuel que ya "no siguen la conducta de su padre" (1 Sam 8,1-3). No están más al servicio del pueblo, sino abusan su poder judicial para enriquecerse personalmente: en su función de jueces, se dejan guiar por soborno e infracción de justicia. Las consecuencias son inestabilidad, inseguridad, desconfianza y división. La situación se agrava con la permanente amenaza de los filisteos que -por lado de aquella minoría- sirve de justificante para reclamar un ejército permanente, distintivo del sistema monárquico de aquella época. Frente a estas dificultades, los "jefes de las ciudades", saben llegar al pueblo con la propuesta de un rey como seguridad del futuro. Pero en realidad el sistema de la Confederación tribal aún tiene condiciones para superar la amenaza filistea. Samuel es el único quien mira este conflicto desde la óptica del Dios de la cultura de su pueblo. El ve claramente que pedir un rey significa no querer “que (Yavé) reine sobre ellos" (1 Sam 8,7). Ellos le están traicionando al reclamar la monarquía. Con los así llamados "privilegios del rey" (vv.11-17) van a volver a dónde habían salido: "ustedes mismos serán sus (del rey) esclavos" (1 Sam 8,17). En su convivencia reflejarán una nueva imagen de Dios que poco tiene que ver con aquel quien les liberó de la esclavitud de Egipto. Su cultura será otra: "así seremos como los demás pueblos" (1 Sam 8,19). Libremente firman la muerte de su cultura y la ausencia del Dios de su cultura, "sirviendo a otros dioses".
 
 
 
 

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