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También en lo nuevo está su Dios

Pero la historia del pueblo no termina con la monarquía. El pueblo de Israel sabe aprender de sus errores. Descubre la paradoja que el futuro está más cerca en momentos de fracaso y caos. Pues el tiempo de la más profunda reflexión sobre su futuro se desarrolla en Israel en el exilio, tiempo de realidades conflictivas e insolubles que habían conmovido las raíces de la conciencia cultural, y hasta el universo simbólico del pueblo. El sufrimiento de largas dominaciones por diferentes culturas con sus dioses puso en peligro la vida misma, en su totalidad significativa.

Una figura de esta época es el Segundo Isaías el que acompaña a los capitalinos al exilio. Frente al catástrofe del presente, el profeta realiza una relectura del pasado, de las antiguas tradiciones del Éxodo de Egipto: "Así dice el Señor, que abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, tropa con sus valientes; caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. No recuerden lo de ataño, no piensen en el pasado. Miren que realizo algo nuevo; ya está brotando: ¿no lo noten? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo; me glorificarán las fieras salvajes, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi elegido, el pueblo que formé...." (Is 43,16-21) 
En ese momento los exiliados en cultura extraña, han llegado al punto cero; hora de las tinieblas, del sin sentido, de la ceguera y del calabozo. Todas sus tradiciones culturales padecen de caducidad en cultura ajena. Pero esta es la hora de la creación, momento del nacimiento de algo nuevo.

Da la impresión que el corazón de Dios late en el mismo ritmo con el de los exiliados. Presenta su sueño de un futuro nuevo en imágenes forjadas por experiencias salvíficas del pasado, las que marcaron su historia con esperanza. Por lo tanto, estas tradiciones culturales, celebradas litúrgicamente, a pesar de ser todas arruinadas con la destrucción de Jerusalén, se convierten ahora en un nuevo comienzo. Yavé es capaz de crear algo nuevo así como lo hizo en aquel momento. Invita a dejar atrás el pasado desastroso y a abrir ojos para ver lo "nuevo que está brotando". Da por terminado el pasado de las desgracias, y la decisión recreadora es "abrir un camino", palabra creadora de una nueva fase en su cultura.

Mientras que la catástrofe ha reprimido los recuerdos, la esperanza en el futuro rescata la capacidad de hacer una relectura de la parte salvífica del pasado, encubierta, borrada y anulada por las desgracias.

Esta parte fue interpretada antes como negación de cultura, del sentido de vida, de todo lo humano, y por lo tanto como ausencia de Dios. Sin embargo, este es le lugar de donde re-surge la vida. Recuperando esta parte del pasado, se convierte en un nuevo presente abierto hacia el futuro. Se trata de la invitación al nacimiento de una nueva historia, reconocida por una mirada que sabe descubrir en lo nuevo la imagen de su Dios de siempre.

Cultura en tiempos de globalización

Pero otra etapa de la historia israelita le desancha aún más al pueblo la imagen de su Dios y reconstruye su cultura aparentemente perdida. Se trata de la época de la globalización helenista. El libro Daniel refleja esta reacción contra la cultura del nuevo imperio de Alejandro Magno de Macedonia. La intención del "Grande" (magno) es unificar los pueblos sometidos en una oikumene, nada menos que una humanidad unida en una sola casa. Daniel relativiza el intento helenizante, poniendo el imperio de Alejandro en fila con otros, todos calificados como bestias por un comportamiento deshumanizante: león con alas, símbolo del imperio babilónico, oso medio erguido, símbolo del imperio medo, leopardo con alas, símbolo del imperio persa y el monstruo con diez cuernos, símbolo de Alejandro (Dan 7,4-8). Los imperios, personificados en figuras míticas, luchan por el dominio del "mundo"; pero su poder engendra deshumnización, caos y muerte. Daniel los declara poderes enemigos de Dios y de la creación. Aparece también una figura antagónica: el Hijo del Hombre, un ser humano, plenamente humano, a imagen y semejanza de Dios. 
Es a él a quien se entrega el dominio, el poder y la soberanía para instaurar una nueva creación, el nuevo reino del Hijo del Hombre. Y esto es la verdadera globalización: reinará la justicia de Dios en todo el mundo; un mundo en la diversidad de culturas que recuperarán lo plenamente humano cada una a su modo específico.

Jesús finalmente es este Hijo del Hombre. En medio de un judaísmo legalista y deshumanizante, él demuestra en una justicia de fraternidad la plenitud humana. Él es el sueño creador de Dios que se ha encarnado en una cultura concreta, la judía, para ser dinamismo de vida nueva, el verdadero futuro, en cada cultura.

Presenta su sueño de un futuro nuevo en imágenes forjadas por experiencias salvíficas del pasado... Por lo tanto, estas tradiciones culturales, celebradas litúrgicamente, a pesar de ser todas arruinadas con la destrucción de Jerusalén, se convierten ahora en un nuevo comienzo.

La esperanza en el futuro rescata la capacidad de hacer una relectura de la parte salvífica del pasado, encubierta, borrada y anulada por las desgracias.
 
 
 
 
 

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