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Religiosodad emergente y ambiental

Recogemos aquí una de las ponencias del encuentro de filósofos jesuitas latinoamericanos realizado en Asunción los días 22 a 28 de julio del 2000. El autor realiza su reflexión a partir de su experiencia de venezolano y latinoamericano.

Wilfredo Gonzáles


Este trabajo tiene dos puntos. Uno, sobre qué es y cómo abordar la religiosidad emergente. Otro, la religiosidad ambiental o pseudorreligiosidad. Esta religiosidad volátil y ajustable se nos ofrece como la posibilidad de vivir conformes y tranquilos en un mundo sumamente complejo y difícil. La intención es mostrar, primero, el derrotero de sus dinamismos. Y, segundo, que dada la importancia histórica de la problemática cultural en nuestros países, la religiosidad emergente puede hacernos ver los signos y símbolos de una novedad cultural. 

1. Religiosidad emergente 

Los relatos sobre la fundación de los barrios, la organización de las fiestas patronales, las peregrinaciones a los santuarios, las apariciones de la virgen pretéritas y recientes, las comunidades de base y los movimientos cristianos al estilo de la Renovación Carismática forman un conjunto de prácticas religiosas vigentes en nuestra cultura. Pero sólo algunas de ellas pueden ser consideradas emergentes propiamente.

Entendemos por religiosidad emergente un conjunto internamente diferenciado de prácticas simbólicas que dan cuenta de una novedad cultural y que le dan identidad a un sujeto (persona o comunidad). El modo de acceder al sentido profundo de esta religiosidad es la reflexión sobre las diversas prácticas que la conforman (políticas, narrativas, estéticas, espirituales, festivas, afectivas) De este modo, la religiosidad emergente es un lugar privilegiado para repensar críticamente la identidad del sujeto latinoamericano, las concepciones del poder y la autoridad, lo público y lo privado, el tratamiento del sufrimiento, el dolor y la muerte, la autoconciencia colectiva y la historia de esa autoconciencia.

En la religiosidad emergente se dan dos dinamismos fundamentales: Uno, simbolizante, tiende a la conjunción, armonización y articulación que intenta salvar las contradicciones por la analogía entre elementos religiosos dispares. Otro, crítico, que expresa la tensión de los contenidos de los elementos que la componen.

Ambos dinamismos expresan la ansiedad religiosa y cultural de nuestros pueblos. Porque nos muestran la profunda tensión psíquica que exige tener que conjugar diversos y dispares elementos. Entre el sectarismo puritano, autoritario y fundamentalista, por un lado, y las definiciones canónicas claras y distintas, universales y abstractas, por otro, emerge esta religiosidad como una constelación que se va densificando a medida que pasa el tiempo.

A modo de ejemplo de religiosidad emergente tenemos a los cristianos populares. Son la mayoría de la gente popular que se siente cristiana pero no de la Iglesia. Estas personas viven el cristianismo en el seno del catolicismo popular, que no es sólo un ámbito devocional, sino un sistema religioso completo. Muchos de ellos asumen su ser Iglesia a través de su participación en las comunidades cristianas. Estas vivencias transforman desde dentro su modo de concebir su catolicismo popular. Sólo tres rasgos característicos.

Primero, la altísima conciencia que tiene de sí mismo y de la responsabilidad con los demás. No se entiende a sí mismo sólo desde la pertenencia a comunidad tradicional ni como individuo autárquico que elige el mejor modelo de ser entre tantos que se le presentan en el camino, sino como persona que se ha ido descubriendo y haciendo en la relación comunitaria. Muchas de estas personas empezaron tomando la palabra en la eucaristía dominical y con el paso del tiempo se hicieron figuras públicas en el barrio.

Segundo, una valoración distinta de la necesidad del mercado. Básicamente, para estos cristianos el mercado no es lo último, no es trascendente. Pero esto no significa que no entienda y ponga en práctica la necesidad de prepararse y asimilar el aporte de los bienes civilizatorios (informática y telecomunicaciones). La diferencia está en que los asume desde la agonía de sus luchas cotidianas donde casi nada es seguro.

Tercero, es femenina. La sensibilidad, la convivencia cotidiana y los relatos de la propia experiencia cristiana se tejen en clave femenina. Las mujeres son las que llevan los niños a la catequesis y las que dan la catequesis, son la mayoría en las comunidades cristianas, las encargadas de la celebración de la palabra cuando no está el Pa’í, las que crean un ámbito de solidaridad visitando enfermos, recibiendo a los nietos cuando las hijas tienen que salir a trabajar, etc. Ellas son el centro alrededor del cual se construye y reconstruye la historia familiar.

Sin duda esta frágil religiosidad emerge en medio de una gran complejidad que tiene que ver con la diversidad cultural que nos atraviesa a todos. Pensamos que esta religiosidad no se puede entender y aceptar sin comprender y asumir la diversidad y complejidad cultural característica de las grandes mayorías. La religión y la cultura no son compartimentos estancos que no tienen nada que ver entre sí. La cultura es el cultivo del alma individual y colectiva, y el alma encuentra su primigenio culto en la religión. Sin auténtica religiosidad, la cultura ofrece el espectáculo de un alma desalmada. Cuando esto ocurre queda el campo abierto para que el alma de la cultura, eso que la vertebra y la anima, sea sustituida por elementos disolventes aparentemente consistentes
 
 
 

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