1. A
sólo unas semanas de la apertura de la Puerta Santa, quisiera recordar
que el Gran Jubileo del Año 2000, como todo jubileo, es un llamamiento
por parte de nuestro Creador y Salvador a restablecer la armonía
perdida y promover la justicia social. El toque de trompeta (el yóbel)
que resonaba para abrir el año santo', cuestionaba todas las injusticias
y daba esperanza a los pobres. Cuando Jesús comienza a predicar
la Buena Nueva, su unción y su misión son para anunciar
la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner
en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del
Señor'. El Papa Juan Pablo II ha reactivado ahora la secular finalidad
del jubileo para restablecer la justicia social. La doctrina social de
la Iglesia, que ha tenido siempre un lugar en la enseñanza eclesial
y se ha desarrollado particularmente en el último siglo, sobre
todo a partir de la Encíclica Re ?rum Novarum, encuentra una de
sus raíces en la tradición del año jubilar'.
El camino recorrido
2. Dios Nuestro Padre hace también un nuevo llamamiento a la Compañía
de Jesús para que se convierta a esta dimensión social de
la fe. Desde sus mismos orígenes la opción preferencial
por los pobres, en diversas formas según tiempos y lugares, ha
marcado toda la historia de la Compañía. Con su vigorosa
Instrucción de hace cincuenta años el padre Juan Bautista
Janssens orientó el apostolado social de la Compañía
a proporcionar a la mayor parte de los hombres y, si cabe en lo humano,
a todos, cierta abundancia o al menos holgura de bienes temporales y espirituales,
aun de orden natural, imprescindible para que el hombre no se sienta oprimido,
o postergado'.
El padre Pedro Arrupe recogió apasionadamente esta orientación
apostólica y la basó sólidamente en la relación,
absolutamente evangélica, entre justicia social según la
definió su predecesor y el nuevo mandamiento del amor (tan nuevo
que necesitó un nuevo nombre, agapé). Las Congregaciones
Generales recomiendan siempre esta justicia social integrada con el gran
mandamiento del amor. Tenemos que realizarla justicia social a la
luz de la justicia evangélica que es sin duda como un sacramento
del amor y de la misericordia convierta a esta dimensión social
de Dios'.
También el Papa Juan Pablo II se ha preguntado si la justicia bastaba
de por sí y ha dado esta respuesta: La experiencia del pasado
y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no
es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación
y el aniquilamiento de sí misma, si no se le permite a esa forma
más profunda que es el amor plasmar la vida humana en sus diversas
dimensiones'. El padre Arrupe y las Congregaciones Generales recientes
se han hecho eco de la preocupación del Papa y reconocen por una
parte que se puede abusar de la caridad si se la convierte en un subterfugio
de la injusticia pero que, por otra, no se puede hacer justicia sin amor.
Ni siquiera se puede prescindir del amor cuando se resiste a la injusticia,
puesto que la universalidad del amor es por deseo de Cristo un mandato
sin excepciones'.
3. Resumiendo autoritativamente lo logrado por las cuatro últimas
Congregaciones Generales, las Normas Complementarias afirman: la misión
actual de la Compañía es el servicio de la fe y la promoción,
en la sociedad, de la justicia evangélica que es sin duda como
un sacramento del amor y misericordia de Dios... Esta misión es
una realidad unitaria pero compleja y se desarrolla de diversas maneras'
en los variadísimos campos, ministerios y actividades en que se
ocupan los miembros de la Compañía en todo el ancho mundo.
A pesar de serias dificultades y de nuestros muchos fracasos, miramos
atrás con gratitud al Señor por los dones recibidos en este
itinerario de fe al comprometernos en la promoción de la justicia
como parte integrante de nuestra misión La evolución de
la Compañía hizo posible la aprobación unánime
por parte de la Congregación General 34 del decreto Nuestra Misión
y la justicia. La inmensa mayoría de los jesuitas ha integrado
la dimensión social en nuestra identidad como compañeros
de Jesús y en la conciencia de nuestra misión en la enseñanza,
la formación y las comunicaciones sociales, la pastoral y los ejercicios.
En muchos sitios la preocupación por la justicia es ya parte esencial
de nuestra imagen pública en la Iglesia y en la sociedad gracias
a aquellos ministerios nuestros que están caracterizados por el
amor a los pobres y marginados, la defensa de los derechos humanos y la
ecología, y la promoción de la no violencia y la reconciliación.
La
misión actual de la
Compañía es el servicio de
la fe y la promoción, en la
sociedad, de la justicia
evangélica que es sin duda
como un sacramento del
amor y misericordia de
Dios... Esta misión es una
realidad unitaria pero
compleja y se desarrolla de
diversas maneras..
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