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RESUMEN EJECUTIVO ASÍ NOS VE NACIONES UNIDAS
Lo que caracteriza hoy a Paraguay es la injusticia social, articulada sobre una socie-dad dual. Una nación donde el 40% más pobre de la población recibe el 10% del total de ingresos generados en el país, mientras que el 10% más rico de la población percibe el 40%. Esta dura realidad se manifiesta sobre todo cuando se evalúa el cumplimiento de lo que las Naciones Unidas consideramos como Derecho al Desarrollo de todas las ciuda-danas y ciudadanos de cualquier nación del mundo.


Conferencia Episcopal Paraguaya.

Constatamos, ante todo, un profundo desaliento y constantes frustraciones que pesan sobre toda la nación. Por eso, siendo fieles a la tradición de nuestra acción de Pastores, nuestro aporte como Obispos será buscar en todo momento, e instar a que se busque, el bienestar temporal, moral y espiritual. de nuestros conciudadanos, especialmente en estos momentos duros de aguda crisis.
Hacemos un urgente llamado a las autoridades, dirigentes políticos y sindicales, a los empresarios y a todos los ciudadanos a comprometerse a reconstruir la moral de nuestro pueblo.

Un pasado que nos compromete

Grandes esperanzas se habían suscitado en marzo de 1999, como apuntábamos en nuestro Llamado del 7 de mayo de ese año; esperanzas surgidas de la decisión y del sacrificio, y que inclusive ha costado vidas humanas. Muy a pesar nuestro, en nuestra Carta colectiva del 26 de marzo del 2000, nos veíamos forzados a decir: Hoy, después de un año de varios frustrados intentos de recuperación en el campo socio-político, económico, cultural y moral, esas esperanzas han desembocado en la pérdida de confianza en las instituciones del gobierno, en la administración de la justicia, en la legislatura, en los partidos políticos, y hasta en las directivas de muchas organizaciones sociales y sindicales.
Y todavía, en nuestra Exhortación del 9 de marzo del 2001, teníamos que afirmar: Estamos llegando a límites extremos en la crisis que sacude al país entero, afirmación que reiterábamos en nuestro Mensaje del 26 de junio de este año: Es inevitable la mención de la crisis profunda que afecta el Paraguay todo. Una crisis que abarca lo social y lo económico, lo político y lo jurídico. Y, muy especialmente, lo ético.

Caminos de reconstrucción moral

1. Nos parece evidente que este estado de verdadera emergencia nacional sólo puede ser superado, en principio, con soluciones urgentes de orden político.
En este sentido, los partidos políticos tienen la gran responsabilidad para ofrecer las soluciones pertinentes a ese campo. Sobre todo, necesitan ser reparados lo antes posible, el quiebre del liderazgo y la persistente inestabilidad, unidas a la incapacidad de los partidos políticos de transformarse internamente en forma radical y profunda y a su incapacidad de servir dignamente al país.

El abuso de la política y del poder crean un caos político, con su increíble cuota de corrupción, que el país ya no puede soportar. Ese es el agravante mayor de los problemas económicos y sociales que esperan una urgente solución. Por eso exigimos que estos cambios se realicen sin tardar, teniendo en cuenta el respeto y la defensa de la institucionalidad y del estado de derecho, cumpliendo fielmente los mandatos constitucionales.

Una necesidad imperiosa es la formación integral de líderes políticos honestos, idóneos en el desempeño de sus funciones y eficaces en la gestión del bien común, para que de veras sean los primeros responsables para generar la mentalidad de una auténtica política capaz de transformar la sociedad.

2. Repetimos cuanto decíamos en nuestra carta Por un Paraguay honesto, solidario y fraterno, de marzo del 2000: Es necesario crear un nuevo orden social, un modelo diferente de sociedad, que humanice, moralice y dignifique nuestra vida nacional. Para que esto se realice es importante tener una visión compartida del país que se quiere. Esa visión debe desterrar en su propio concepto la corrupción que mina y destruye la personalidad del ser paraguayo y erradicar la impunidad que no es otra cosa sino el caldo de cultivo de la corrupción.

El nuevo orden debe tener como marco la Constitución Nacional, que, por imperfecta que pueda parecer a algunos, de hecho, debe ser respetada, acatada y perfeccionada, y de ninguna manera anulada en la vida cotidiana por intereses partidarios y maniobras de grupos. La verdadera garantía para un estado democrático ha de ser justamente la vigencia inalterable de la Carta Magna.

Sin embargo, no debemos soslayar la oportuna revisión de nuestra Carta Magna y de la Ley Electoral, juntamente con las demás leyes que necesitan ajustarse a las necesidades de ese nuevo orden social

Pero, sobre todo, el cimiento fundamental para construir este nuevo orden social está en una educación integral de todo hombre y mujer paraguayos. Un pueblo educado en los valores humanos y democráticos, impregnado de una visión realista de su futuro, y entrenado para vivenciarlos en su vida cotidiana, podrá crear este nuevo orden social.
3. E inmediatamente, con una auténtica capacidad gestora de las instituciones, se deben afrontar, como primera prioridad, el problema del trabajo, y de la revitalización jurídica y económica de la familia.

De esta manera la gran mayoría de los paraguayos dejarán de sentirse humillados en lo más profundo de su ser por la vida desastrosa que les obligan a vivir los responsables de la gestión pública o de la privada al servicio de la comunidad, y por la imagen vergonzosa que este país de héroes, de gente pobre pero digna y sacrificada, proyecta en este momento en la comunidad internacional.

Creemos defender y promover la familia, vale decir, en su única expresión de unión indisoluble de amor y solidaridad del hombre y la mujer con los hijos, contribuirá para que ésta sea el núcleo humano regulador de un futuro promisorio y de una reconstrucción moral de toda la sociedad.

También los jóvenes que van conquistando espacios importantes de participación requieren todo el amparo y la protección de las leyes que garanticen su sano crecimiento.

4. Al mismo tiempo, es claro -como no escapa a nadie- que es también llegada la hora de que las inmensas fortunas mal habidas, las resultantes del pernicioso contrabando, el clientelismo perverso, el dinero obtenido por especulación, los terribles gastos inútiles y/o sobrefacturados y obtenidos sin escrúpulos, de la administración pública deben ser recuperados y dedicados al bien común y al desarrollo del país.

Que estas actividades formen parte de plan de gobierno para ejecutar obras de desarrollo y, que dejen de ser el gran negocio de un capitalismo sin corazón, sin moral y sin control alguno del Estado y de la comunidad nacional.

Nos interpela con fuerza la exhortación del Apóstol Pablo a los cristianos de Éfeso: El que roba deje de robar y póngase a trabajar, realizando un buen trabajo con sus manos para que tenga que dar algo a los necesitados (Ef 4, 28).

Es también urgente la Reforma de la ley de la Defensa Nacional que debe incluir con prioridad la reestructuración de unas Fuerzas Armadas más profesionalizadas, acordes con las necesidades históricas de nuestro país y que reduzca sustancialmente la carga económica que pesa sobre la población.

5. La Iglesia no se cansará de recordar, a tiempo y a destiempo, parezca o no realista a los pensadores y analistas de la situación nacional, que los cambios necesarios dependen en última instancia de la transformación de la persona y de todas sus relaciones sociales, y que no se realizan sin la conversión de la mente y del corazón. Esta responsabilidad nos toca a todos, gobernantes, dirigentes políticos y sociales y al pueblo todo. No podemos eludir ni siquiera postergar esta enorme responsabilidad de la cual la historia nos demandará.

La Palabra de Dios, en la carta de San Pablo a los cristianos de Éfeso nos dice: Ustedes deben renovarse en su mente y en su espíritu, y revestirse de la nueva naturaleza, creada según la voluntad de Dios y que se muestra en una vida recta y pura, basada en la verdad. (Ef 4,23-24).

Esta conversión ha de traducirse en una solidaridad activa, como aquella de los primeros cristianos, que haga viable el cambio de nuestras estructuras económicas y sociales, que debe acompañar necesariamente y al mismo tiempo el cambio de nuestra mentalidad ciudadana. Es importante pensar y elaborar planes hacia una economía solidaria de tal manera que se establezca, lo que llamamos solidaridad globalizada.
Para lo cual hace falta una gran dosis de auténtico patriotismo, de ese patriotismo del que nuestra historia patria nos presenta testigos heroicos.

La Iglesia se siente comprometida en colaborar para la realización efectiva de estos cambios. Particularmente nos comprometemos en ofrecer los elementos contenidos en el Evangelio del Señor Jesús para que cada persona tenga la posibilidad de cambiar desde su mente y su corazón. Ello contribuirá para que la coherencia de la vida cotidiana se manifieste en todas las instancias de nuestra sociedad.

El mismo tiempo, la sociedad civil debe poner todo su empeño para apresurar la formación y la vigencia de una nueva actitud cívica y moral en nuestra sociedad buscando metodologías aún más eficaces de acción y se llegue a formar una conciencia capaz de transformar las dimensiones humanas y espirituales de la vida.

6. Nos parece oportuno repetir aquí el clamor de nuestro Llamado del 7 de Mayo de 1999, que conserva toda su actualidad: Al terminar nuestro llamado pastoral, nos hacemos eco de la enseñanza evangélica: Todo país dividido en bandos enemigos se destruye a sí mismo (cfc Mt 12,25).

Pedimos buscar todos juntos la comunió n y la unidad que facilitarán la convivencia fraterna y lograr así puntos de acuerdo entre la sociedad civil y el Estado y sobre todo atender las necesidades más urgentes, especialmente de los sectores más empobrecidos.

Esta actitud de disponibilidad y de generosidad que implica sacrificios ya no admite postergaciones en este momento tan grave de la vida del país.

Conclusión

Cuando las fuerzas humanas decaen y el desaliento comienza a destruir las bases morales de un pueblo, no se debe perder la fe y la esperanza en el Padre Providente siguiendo las palabras de Jesús: Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20).
Recordamos el mensaje del Santo Padre a los Obispos durante la última Visita ad Limina: Veo con satisfacción cómo los Obispos del Paraguay han acompañado y siguen acompañando a su pueblo en la búsqueda, no siempre fácil, de una convivencia armónica y pacífica, basada en los valores de la justicia, la solidaridad y la libertad.
Evocando la historia de nuestra patria, creemos que los paraguayos de hoy somos capaces de ser protagonistas de estos cambios tan necesarios y urgentes.
Como pastores de nuestro pueblo creyente, ponemos nuestra confianza en Aquel que lo puede todo, y que suele actuar a través de aquellos hombres y mujeres, que llenos de esperanza empeñan sus esfuerzos por reconstruir, día tras día, las bases de la convivencia moral y de la paz.
Convencidos de la protección de nuestro compatriota San Roque González de Santa Cruz, rogamos a Jesús, el Buen Pastor, cuide su rebaño y que María Santísima, Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé, bendiga los caminos que debemos recorrer para comenzar y llevar a término la impostergable reconstrucción moral de nuestro pueblo.
A todos aseguramos nuestro sincero afecto acompañado de nuestras oraciones y bendición pastoral.
Asunción, 20 de Julio del 2001.
Siguen las firmas de los Obispos del Paraguay.


Una necesidad imperiosa es la formación integral de líderes políticos honestos, idóneos en el desempeño de sus funciones y eficaces en la gestión del bien común, para que de veras sean los primeros responsables para generar la mentalidad de una auténtica política capaz de transformar la sociedad

La Iglesia no se cansará de recordar, a tiempo y a destiempo, parezca o no realista a los pensadores y analistas de la situación nacional, que los cambios necesarios dependen en última instancia de la transformación de la persona y de todas sus relaciones sociales, y que no se realizan sin la conversión de la mente y del corazón



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