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Manifestantes antiglobalización, ¿patotas urbanas?


No son pocos quienes parecen no tener muy claro esto que se ha dado en llamar Movimiento de Resistencia Global o manifestantes antiglobalización. Oímos a unos y a otros, leemos a todo tipo de expertos, pero seguimos confusos. Seguimos sin saber qué se quiere decir exactamente cuando se habla de antiglobalización.

José María Guerrero


¿Qué es la antiglobalización? ¿La respuesta a la globalización de los ricos contra los pobres? ¿La respuesta de los pobres cuando son lanzados por los ricos a las tinieblas exteriores? ¿El precio que hay que pagar para conseguir un mundo más equilibrado...?

Para unos, los manifestantes antiglobalización son los nuevos invasores que vienen a tomar el imperio. Llegan amenazantes, violentos, destructores. Destruyendo todo lo que encuentran a su paso. Se mezclan hooligans con terroristas, anarquistas, guerrilleros, patoteros... Pero es esta una visión falsa. Al movimiento antiglobalización le perjudican los violentos, qué duda cabe, pero éstos violentos son una minoría que aprovecha la ocasión para hacer daño, un subproducto posiblemente inevitable de la actual civilización urbana, que más parece una anticivilización.

Para otros, los manifestantes antiglobalización representan la nueva conciencia moral de la humanidad. Y representan la nueva conciencia moral de la humanidad porque más de 2.400 millones de seres humanos viven con menos de dos dólares diarios, mientras los G-7, los siete países más desarrollados, despilfarran, consumen, explotan las riquezas del tercer mundo -el petróleo, los bosques, las materias primas-, gastan el presupuesto en armas y en escudos antimisiles y destruyen la Tierra. Ni siquiera se ponen de acuerdo en el Protocolo de Kioto, ni cumplen los acuerdos de Río 92 sobre desarrollo sostenible. Son, si la menor duda, el clamor contra la injusticia, contra los crecientes desequilibrios, contra la desfachatez de los poderosos. Muchos de ellos, sin enterarse, son acaso la punta de lanza de esta nueva conciencia moral para salvar la Tierra, que es la casa de todos.

Pero el movimiento antiglobalización es, como casi todas, una revolución imposible. ¿Qué ha quedado de Mayo del 68? Parar la globalización es como parar el viento, como encerrar el mar en una cesta, como alcanzar las estrellas con la mano. Es un pretexto para protestar. Acabar a estas alturas con la globalización es como acabar con la libertad, como volver a la guerra fría, como tapar el último resquicio de salvación para los países miserables de la Tierra. Una cosa es poner impedimentos al capitalismo salvaje, que desde la caída del muro de Berlín se ha quedado sin contrapeso, y otra muy diferente es tirar piedras contra el propio tejado. Por desgracia, los descerebrados y reaccionarios del grupo tiran piedras en el sentido literal, creyéndose revolucionarios. Y precisamente éstos son los que sobran en el movimiento.

Sin embargo, los manifestantes antiglobalización hasta ahora han puesto de relieve, por lo menos, que no estamos en el mejor de los mundos posibles. Por ejemplo, con su reciente presencia en Génova, renació la épica con el nuevo siglo. Los que rodeaban a los acorralados poderosos de la Tierra se presentaron como gentes sin patria. Todos hablando el mismo lenguaje. Todos escuchando la misma música. Todos tenían un teléfono celular en la mochila. Todos eran ciudadanos del mundo. Pero incluso así, no muy lejos de Génova, los estoicos sonreían desde su tumba.


Llamada:
Los manifestantes antiglobalización representan la nueva conciencia moral de la humanidad: Más de 2.400 millones de seres humanos viven con menos de dos dólares diarios, mientras los G-7, los siete países más desarrollados, despilfarran, consumen, explotan las riquezas del tercer mundo -el petróleo, los bosques, las materias primas-, gastan el presupuesto en armas y en escudos antimisiles y destruyen la Tierra.



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