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NO HAY FUTURO SIN PERDÓN
En todos los países del mundo, después de la caída de una dictadura o de un régimen totalitario, que ha pisoteado con los crímenes más crueles los de-rechos fundamentales del hombre derramando sangre y dejando heridas abiertas, nace siempre un debate sobre el qué hacer, cómo reparar las injus-ticias sufridas, cómo crear las condiciones para que lo que aconteció no se repita más.
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Emilio Grasso


Al término de un proceso de exclusión racial que ha durado tres siglos y medio, el Obispo anglicano Desmond Tutu, premio Nobel por la paz en 1984, ha guiado la Comisión por la Verdad y la Reconciliación instituida en África del Sur por Nelson Mandela, inmediatamente después del fin del apartheid.
Al terminar el apartheid, todos tenían miedo del estallido de un devastador conflicto civil y del desencadenamiento de vindictas por una situación de radical injusticia y opresión acumulada por años.
Habría significado para África del Sur precipitarse en el caos de la destrucción y de la muerte, como en otros países de África y del mundo.
El mérito de Mandela ha sido el de no caer en el olvido.
Sin memoria no hay futuro. Las memorias removidas y no sanadas excavan en lo profundo del corazón y vuelven a subir a flote en el momento en que parecen borradas definitivamente.
Pero, si "sin memoria no hay futuro", es verdad también que la memoria no puede encerrarnos y fijarnos en el pasa-do, como si tuviese que ser la ley que domina el presente y el futuro.
Una memoria que nos fija en el pasado no tiene futuro. Ella nos condena sin esperanza a una historia ya escrita y que vuelve a retornar siempre al punto inicial.
Por su parte, la visión cristiana de la historia une memoria y perdón y, por eso, se abre hacia el futuro.

El perdón: relación entre personas

La palabra perdón no define un término, sino una relación. Ella indica que sea Caín sea Abel pertenecen al mismo proyecto unitario de Dios, y que ambos participan de la misma naturaleza humana.
Creador de vida, el perdón estrena un tiempo que transforma aquél de la historia. Él hace entrar en el transcurso del tiempo histórico las energías del Reino de Dios y vuelve a dar al hombre perdonado la posibilidad de comenzar de nue-vo y de no pecar más.
Con gran profundidad Tutu puede escribir que "escuchando, en la Comisión, los cuentos de los que habían cometido crímenes contra los derechos humanos, me di cuenta de que en cada uno de nosotros, ninguno excluido, es innata la ca-pacidad de hacer el mal. Ninguno de nosotros puede estar seguro de que, expuesto a las mismas influencias, a los mis-mos acondicionamientos, no se revelaría idéntico a aquellos criminales. Esto no significa condonar o excusar lo que ellos han cometido. Significa llenarse cada vez más de la compasión de Dios, mirando sin juzgar, y llorando de tristeza porque uno de sus hijos ha decidido hacer un tal paso. Con profundo sentimiento, y no con fácil pietismo, tenemos que decir a nosotros mismos: "Yo también sería como él, si no fuese por la gracia de Dios" .
Negar la responsabilidad personal en los hechos acontecidos, y arrojar la culpa sobre todo y sobre todos menos que sobre sí mismos, es el acto más grave que se comete contra el hombre.
No hay nada más ofensivo contra el hombre que justificarlo, reduciéndolo, pues, a una cosa al afirmar que ¡al fin actúa así porque todo está escrito hasta el principio en nuestro código genético!
Pensar - como afirma repetidamente Desmond Tutu - que los autores de los crímenes más crueles son diablos o monstruos, significa renunciar al principio de responsabilidad que, al fin y al cabo, es sustancial al hombre como hom-bre.
Si a la lógica de aquel o de aquellos que colocan a otros hombres fuera de la humanidad contraponemos a ellos la misma lógica, nos quedamos aprisionados en la misma visión de la vida que suprime, como indignas de vivir en el con-sorcio humano, a personas juzgadas pertenecientes a un grupo afectado por una criminalidad infinita y absoluta.

Memoria y perdón

Cualquier lógica que no conozca misericordia y perdón se pone del lado del que exorciza al mal, presente en el co-razón del hombre y siempre pronto a explotar nuevamente, echando toda culpa sobre el otro considerado fuera de sí mismo.
De tal manera se esquiva aquel proceso de conversión, que llega a las raíces del problema, que afecta a todos, que pone alerta de fáciles demonizaciones o soluciones simplistas.
Entonces el nunca más que cada vez se proclama, se transforma sólo en un eslogan fácil que no cambia nada. En efecto, el fondo del problema queda siempre el mismo: el corazón del hombre.
Hay un misterio de mal, de bien y de libertad en cada uno de nosotros que, hasta el fin de los tiempos, no nos per-mite nunca forjarnos ilusiones de que el nunca más quede realizado definitivamente.
"Perdonar y reconciliarse - escribe Desmond Tutu - no significa fingir que las cosas sean diferentes de las que son. No significa batirse recíprocamente las manos sobre las espaldas y cerrar los ojos frente a lo que no anda bien. Una ver-dadera reconciliación puede acontecer solamente poniendo al descubierto nuestros propios sentimientos: la mezquindad, la violencia, el dolor, la degradación… la verdad. A veces las cosas pueden proceder peor todavía. Se trata de una tarea peligrosa, pero al fin vale la pena realizarla, porque sólo enfrentando la realidad se alcanza una verdadera curación. Una falsa reconciliación puede llevar solamente a una falsa curación".
El perdón no es un hecho sentimental. Él está unido siempre a la memoria. Escribe todavía Desmond Tutu: "Cuando se habla de perdón, no se quiere decir que una persona tenga que olvidar. Al contrario, es importante recordar, para ha-cer que los errores no se repitan. Perdonar no significa condonar lo que se ha hecho. Significa tomar en serio lo aconte-cido, no minimizarlo; significa sacar de la memoria la espina que amenaza envenenar la entera existencia".
Cuestión fundamental es saber si el perdón tiene que estar unido a la confesión y al reconocimiento de sus propias culpas.
"Si el perdón estuviese subordinado a la confesión, la víctima llegaría a depender del albedrío del culpable; podría quedarse aprisionada en el rol de víctima prescindiendo del estado de su espíritu y de su voluntad. Esto sería notoria-mente injusto".

El perdón es potencia de Dios

El perdón, sin embargo, es una práctica que exige una gran fuerza, una fuerza divina, y no tiene nada que ver con la debilidad, el cálculo interesado, la cobardía, el vivir tranquilo.
Eso es el punto más alto del camino cristiano, de la subida hacia Dios, posible solamente porque Dios ha bajado ya hacia el hombre.
Separar el perdón de la gracia de Cristo, significa reducirlo al total vaciamiento de su signo de divinización del hombre. Entendido de esta manera, él merece todo el desprecio del que fue capaz uno de los grandes profetas de nuestro tiempo: Friedrich Nietzsche.
En su libro Genealogía de la Moral Nietzsche enfrenta la cuestión fundamental del perdón. Él lee el perdón no co-mo es realmente en el anuncio y en la práctica de Jesús y de los testigos de la fe, sino en el uso falsificado y en la paro-dia de la potencia evangélica.
Para Nietzsche, el perdón está considerado como cobardía, incapacidad de vengarse, aunque se quiera eso, debilidad y miedo.
El perdón no tiene que ser visto sólo como relación con la culpa y menos todavía como remisión de la deuda. Enten-dido de esta manera sigue conservando las mismas condiciones, que han producido la ofensa y la separación, y mantie-ne íntegro el potencial subversivo, siempre al acecho de nuevas fracturas inminentes.
Al contrario, él es relación entre personas, capacidad de transformar la culpa en amor, en relación nupcial.
Más fuerte es la memoria sin atenuantes del mal cometido, más fuerte es el perdón, más grande la novedad y la vuelta a la juventud.
En la Biblia, la experiencia de Oseas marca profundamente la tradición profética. Con ella el tema jurídico y diplo-mático del proceso por la ruptura del tratado de alianza se transforma en un tema de debate amoroso. Con el perdón se renueva el encuentro y se realiza un nuevo nacimiento. Es en el desierto que el Señor, en el lenguaje simbólico de Oseas, atrae a su amada y le habla al corazón. Allá ella no tiene más nada que decir, más nada que dar. El perdón es acto gratuito, don completo antecedente a cualquier pedido. Allí en el desierto la esposa no tiene nada más que su po-breza, ella no conoce más qué es el amor, todo le viene dado por Dios, el Único al que le pertenece el perdón.

Sin memoria no hay futuro. Las memorias removidas y no sanadas exca-van en lo profundo del corazón y vuelven a subir a flote en el momento en que parecen borradas definitivamente.
Pero, si "sin memoria no hay futuro", es verdad también que la memoria no puede encerrarnos y fijarnos en el pasado, como si tuviese que ser la ley que domina el presente y el futuro


Cuando se habla de perdón, no se quiere decir que una persona tenga que olvidar. Al contrario, es importante recordar, para hacer que los errores no se repitan. Perdonar no significa condonar lo que se ha hecho. Significa tomar en serio lo acontecido, no minimizarlo; significa sacar de la memoria la espi-na que amenaza envenenar la entera existencia

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