Al término
de un proceso de exclusión racial que ha durado tres siglos y medio,
el Obispo anglicano Desmond Tutu, premio Nobel por la paz en 1984, ha
guiado la Comisión por la Verdad y la Reconciliación instituida
en África del Sur por Nelson Mandela, inmediatamente después
del fin del apartheid.
Al terminar el apartheid, todos tenían miedo del estallido de un
devastador conflicto civil y del desencadenamiento de vindictas por una
situación de radical injusticia y opresión acumulada por
años.
Habría significado para África del Sur precipitarse en el
caos de la destrucción y de la muerte, como en otros países
de África y del mundo.
El mérito de Mandela ha sido el de no caer en el olvido.
Sin memoria no hay futuro. Las memorias removidas y no sanadas excavan
en lo profundo del corazón y vuelven a subir a flote en el momento
en que parecen borradas definitivamente.
Pero, si "sin memoria no hay futuro", es verdad también
que la memoria no puede encerrarnos y fijarnos en el pasa-do, como si
tuviese que ser la ley que domina el presente y el futuro.
Una memoria que nos fija en el pasado no tiene futuro. Ella nos condena
sin esperanza a una historia ya escrita y que vuelve a retornar siempre
al punto inicial.
Por su parte, la visión cristiana de la historia une memoria y
perdón y, por eso, se abre hacia el futuro.
El perdón:
relación entre personas
La palabra
perdón no define un término, sino una relación. Ella
indica que sea Caín sea Abel pertenecen al mismo proyecto unitario
de Dios, y que ambos participan de la misma naturaleza humana.
Creador de vida, el perdón estrena un tiempo que transforma aquél
de la historia. Él hace entrar en el transcurso del tiempo histórico
las energías del Reino de Dios y vuelve a dar al hombre perdonado
la posibilidad de comenzar de nue-vo y de no pecar más.
Con gran profundidad Tutu puede escribir que "escuchando, en la Comisión,
los cuentos de los que habían cometido crímenes contra los
derechos humanos, me di cuenta de que en cada uno de nosotros, ninguno
excluido, es innata la ca-pacidad de hacer el mal. Ninguno de nosotros
puede estar seguro de que, expuesto a las mismas influencias, a los mis-mos
acondicionamientos, no se revelaría idéntico a aquellos
criminales. Esto no significa condonar o excusar lo que ellos han cometido.
Significa llenarse cada vez más de la compasión de Dios,
mirando sin juzgar, y llorando de tristeza porque uno de sus hijos ha
decidido hacer un tal paso. Con profundo sentimiento, y no con fácil
pietismo, tenemos que decir a nosotros mismos: "Yo también
sería como él, si no fuese por la gracia de Dios" .
Negar la responsabilidad personal en los hechos acontecidos, y arrojar
la culpa sobre todo y sobre todos menos que sobre sí mismos, es
el acto más grave que se comete contra el hombre.
No hay nada más ofensivo contra el hombre que justificarlo, reduciéndolo,
pues, a una cosa al afirmar que ¡al fin actúa así
porque todo está escrito hasta el principio en nuestro código
genético!
Pensar - como afirma repetidamente Desmond Tutu - que los autores de los
crímenes más crueles son diablos o monstruos, significa
renunciar al principio de responsabilidad que, al fin y al cabo, es sustancial
al hombre como hom-bre.
Si a la lógica de aquel o de aquellos que colocan a otros hombres
fuera de la humanidad contraponemos a ellos la misma lógica, nos
quedamos aprisionados en la misma visión de la vida que suprime,
como indignas de vivir en el con-sorcio humano, a personas juzgadas pertenecientes
a un grupo afectado por una criminalidad infinita y absoluta.
Memoria
y perdón
Cualquier
lógica que no conozca misericordia y perdón se pone del
lado del que exorciza al mal, presente en el co-razón del hombre
y siempre pronto a explotar nuevamente, echando toda culpa sobre el otro
considerado fuera de sí mismo.
De tal manera se esquiva aquel proceso de conversión, que llega
a las raíces del problema, que afecta a todos, que pone alerta
de fáciles demonizaciones o soluciones simplistas.
Entonces el nunca más que cada vez se proclama, se transforma sólo
en un eslogan fácil que no cambia nada. En efecto, el fondo del
problema queda siempre el mismo: el corazón del hombre.
Hay un misterio de mal, de bien y de libertad en cada uno de nosotros
que, hasta el fin de los tiempos, no nos per-mite nunca forjarnos ilusiones
de que el nunca más quede realizado definitivamente.
"Perdonar y reconciliarse - escribe Desmond Tutu - no significa fingir
que las cosas sean diferentes de las que son. No significa batirse recíprocamente
las manos sobre las espaldas y cerrar los ojos frente a lo que no anda
bien. Una ver-dadera reconciliación puede acontecer solamente poniendo
al descubierto nuestros propios sentimientos: la mezquindad, la violencia,
el dolor, la degradación… la verdad. A veces las cosas pueden
proceder peor todavía. Se trata de una tarea peligrosa, pero al
fin vale la pena realizarla, porque sólo enfrentando la realidad
se alcanza una verdadera curación. Una falsa reconciliación
puede llevar solamente a una falsa curación".
El perdón no es un hecho sentimental. Él está unido
siempre a la memoria. Escribe todavía Desmond Tutu: "Cuando
se habla de perdón, no se quiere decir que una persona tenga que
olvidar. Al contrario, es importante recordar, para ha-cer que los errores
no se repitan. Perdonar no significa condonar lo que se ha hecho. Significa
tomar en serio lo aconte-cido, no minimizarlo; significa sacar de la memoria
la espina que amenaza envenenar la entera existencia".
Cuestión fundamental es saber si el perdón tiene que estar
unido a la confesión y al reconocimiento de sus propias culpas.
"Si el perdón estuviese subordinado a la confesión,
la víctima llegaría a depender del albedrío del culpable;
podría quedarse aprisionada en el rol de víctima prescindiendo
del estado de su espíritu y de su voluntad. Esto sería notoria-mente
injusto".
El perdón
es potencia de Dios
El perdón,
sin embargo, es una práctica que exige una gran fuerza, una fuerza
divina, y no tiene nada que ver con la debilidad, el cálculo interesado,
la cobardía, el vivir tranquilo.
Eso es el punto más alto del camino cristiano, de la subida hacia
Dios, posible solamente porque Dios ha bajado ya hacia el hombre.
Separar el perdón de la gracia de Cristo, significa reducirlo al
total vaciamiento de su signo de divinización del hombre. Entendido
de esta manera, él merece todo el desprecio del que fue capaz uno
de los grandes profetas de nuestro tiempo: Friedrich Nietzsche.
En su libro Genealogía de la Moral Nietzsche enfrenta la cuestión
fundamental del perdón. Él lee el perdón no co-mo
es realmente en el anuncio y en la práctica de Jesús y de
los testigos de la fe, sino en el uso falsificado y en la paro-dia de
la potencia evangélica.
Para Nietzsche, el perdón está considerado como cobardía,
incapacidad de vengarse, aunque se quiera eso, debilidad y miedo.
El perdón no tiene que ser visto sólo como relación
con la culpa y menos todavía como remisión de la deuda.
Enten-dido de esta manera sigue conservando las mismas condiciones, que
han producido la ofensa y la separación, y mantie-ne íntegro
el potencial subversivo, siempre al acecho de nuevas fracturas inminentes.
Al contrario, él es relación entre personas, capacidad de
transformar la culpa en amor, en relación nupcial.
Más fuerte es la memoria sin atenuantes del mal cometido, más
fuerte es el perdón, más grande la novedad y la vuelta a
la juventud.
En la Biblia, la experiencia de Oseas marca profundamente la tradición
profética. Con ella el tema jurídico y diplo-mático
del proceso por la ruptura del tratado de alianza se transforma en un
tema de debate amoroso. Con el perdón se renueva el encuentro y
se realiza un nuevo nacimiento. Es en el desierto que el Señor,
en el lenguaje simbólico de Oseas, atrae a su amada y le habla
al corazón. Allá ella no tiene más nada que decir,
más nada que dar. El perdón es acto gratuito, don completo
antecedente a cualquier pedido. Allí en el desierto la esposa no
tiene nada más que su po-breza, ella no conoce más qué
es el amor, todo le viene dado por Dios, el Único al que le pertenece
el perdón.
Sin memoria
no hay futuro. Las memorias removidas y no sanadas exca-van en lo profundo
del corazón y vuelven a subir a flote en el momento en que parecen
borradas definitivamente.
Pero, si "sin memoria no hay futuro", es verdad también
que la memoria no puede encerrarnos y fijarnos en el pasado, como si tuviese
que ser la ley que domina el presente y el futuro
Cuando se habla de perdón, no se quiere decir que una persona tenga
que olvidar. Al contrario, es importante recordar, para hacer que los
errores no se repitan. Perdonar no significa condonar lo que se ha hecho.
Significa tomar en serio lo acontecido, no minimizarlo; significa sacar
de la memoria la espi-na que amenaza envenenar la entera existencia
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